El nuevo poder de las derechas extremas
La demonizaci¨®n de los ultras no est¨¢ frenando su ascenso en Europa, con los ejemplos italiano y sueco a la cabeza
¡°?Utilizar¨¢ el Partido Democr¨¢tico el riesgo del fascismo como argumento contra Meloni?¡±. La pregunta se la hac¨ªa este verano La Repubblica a Enrico Letta, ex primer ministro italiano y nuevo l¨ªder de la formaci¨®n de centroizquierda, que concurre con una peque?a coalici¨®n a las infartantes elecciones de este domingo. ¡°Por supuesto que podr¨ªa hablar sobre el riesgo del fascismo, pero no har¨¦ campa?a sobre ismos, sino sobre hechos concretos¡±, fue su re...
¡°?Utilizar¨¢ el Partido Democr¨¢tico el riesgo del fascismo como argumento contra Meloni?¡±. La pregunta se la hac¨ªa este verano La Repubblica a Enrico Letta, ex primer ministro italiano y nuevo l¨ªder de la formaci¨®n de centroizquierda, que concurre con una peque?a coalici¨®n a las infartantes elecciones de este domingo. ¡°Por supuesto que podr¨ªa hablar sobre el riesgo del fascismo, pero no har¨¦ campa?a sobre ismos, sino sobre hechos concretos¡±, fue su respuesta. A estas alturas, Letta sabe que la condena moral a quienes se presentan fuera de los consensos del establishment tiene el efecto de aumentar su atractivo electoral, pues la ruptura con el statu quo otorga un inevitable sex-appeal. Durante la ¨²ltima d¨¦cada, muchos partidos tradicionales han ca¨ªdo en el efecto performativo del juego de provocaci¨®n-reacci¨®n. Lo explica el polit¨®logo Yascha Mounk en su celebrado El pueblo contra la democracia: ¡°Al basar las campa?as electorales en la pura condena moral, afirmando una identidad reactiva que solo consiste en alertar sobre los perversos cataclismos que traer¨ªan las formaciones ultras, los partidos tradicionales las erigen en representantes de una alternativa real, por mucho que sus programas se construyan sobre propuestas vac¨ªas¡±.
La respuesta de Letta pretend¨ªa despejar una de las principales inc¨®gnitas de los dilemas pol¨ªticos de hoy, esto es, si los cordones sanitarios son eficaces para frenar a las nuevas extremas derechas, tal y como las denomina el historiador Steven Forti. Charlemagne, la emblem¨¢tica secci¨®n sobre Europa de The Economist, lo tiene claro: su demonizaci¨®n no est¨¢ frenando su ascenso en Europa, con los ejemplos italiano y sueco a la cabeza. Recordemos que las elecciones legislativas del 11 de septiembre en Suecia arrojaron un resultado descorazonador, otorgando el poder a un bloque conservador ampliado hacia la derecha radical, los Dem¨®cratas de Suecia, un partido con un origen abiertamente neonazi. En Italia est¨¢ a punto de suceder algo parecido con otra coalici¨®n extendida a la extrema derecha, incluido Fratelli d¡¯Italia, de ascendencia fascista y con posiciones similares a las de sus hom¨®logos suecos, con los que comparten grupo en el Parlamento Europeo. Pero aunque Letta no haya querido apelar al viejo argumento de ¡°?que viene el lobo!¡±, lo cierto es que la campa?a italiana no se ha librado de la polarizaci¨®n. Y la verdad es que Meloni lo ten¨ªa f¨¢cil: negarse a entrar en el Gobierno de concentraci¨®n nacional de Draghi le permite aparecer como la alternativa del descontento y presentar las elecciones como una confrontaci¨®n entre el establishment y quienes lo retan desde esa nueva trinchera. El riesgo de los gobiernos de concentraci¨®n nacional consiste, precisamente, en poner un puente de plata a los extremos, que ocupan as¨ª la centralidad. Cuando los ultras se presentan como alternativa, el resto de los partidos asume impl¨ªcitamente la l¨ªnea de diferenciaci¨®n que interesa al adversario, y entonces lo de menos son los programas pol¨ªticos: lo importante es qui¨¦n se erige como diana de los liberales, que por supuesto se rasgan las vestiduras ante los nuevos b¨¢rbaros.
Pero supongamos que hay m¨¢s factores en todo esto, y que, se module o no su demonizaci¨®n, las nuevas derechas extremas han aprendido y coquetean con una radicalidad m¨¢s soft, ganando centralidad en el ¨¢gora p¨²blica y en las instituciones. Es lo que se trasluce del cierre de campa?a de Meloni, quien apelaba a gritos a la nostalgia fascista tras semanas de supuesta moderaci¨®n: ¡°Despu¨¦s de nuestra victoria, podr¨¢n levantar la cabeza y, finalmente, verbalizar lo que siempre pensaron y creyeron¡±. La aceptaci¨®n de su mensaje por la v¨ªa del edulcoramiento obedecer¨ªa, fundamentalmente, a dos motivos: la facilidad con la que sus planteamientos circulan por nuestras pantallas debido a la efectividad de sus mensajes, y al trabajo impenitente de sus activistas. Esa es la hip¨®tesis de la polit¨®loga Jen Schradie en su The Revolution that Wasn¡¯t: How Digital Activism Favors Conservatives, donde describe bien ese contexto de radicalizaci¨®n que favorece la movilizaci¨®n de los mensajes extremistas. Los propios algoritmos de las plataformas digitales se dise?an para hacer circular sin fin los mensajes m¨¢s controvertidos y provocadores, encerrando as¨ª a los consumidores en una rentable cosmovisi¨®n de odio.
Pero hay un tercer factor que explica este nuevo poder de la extrema derecha, m¨¢s all¨¢ de su habilidad para dar centralidad a unas ideas que eran marginales en la discusi¨®n p¨²blica: los v¨ªnculos que ha ido estableciendo con la derecha institucional. Porque el nexo entre las derechas tradicionales y los nuevos extremismos es ya un problema existencial para los partidos conservadores tradicionales, y con ello tambi¨¦n para la democracia. En el error participa tambi¨¦n la izquierda tradicional, que muchas veces abandona los problemas que apelaban a sus votantes naturales para centrarse en otros que endurecen su posici¨®n, como ha ocurrido con la inmigraci¨®n y los socialdem¨®cratas suecos, con su ya ex primera ministra Magdalena Andersson como abanderada del cambio. Integrar a la extrema derecha en el juego pol¨ªtico sueco para que la coalici¨®n del conservador Ulf Kristersson pueda gobernar, o que el partido de Antonio Tajani, antiguo presidente del Parlamento Europeo y n¨²mero dos de Berlusconi, asegure que Forza Italia ser¨¢ el guardi¨¢n del europe¨ªsmo en el pr¨®ximo gobierno de coalici¨®n, ayudan poderosamente a la desdemonizaci¨®n del discurso ultra. As¨ª que pregunt¨¦monos: ?ser¨¢ Italia, de nuevo, una ventana de las cosas por venir?
Desde luego, hay elementos suficientes para afirmar que lo ocurrido en Suecia y lo que puede pasar en Italia no son fen¨®menos aislados. Le Monde advierte de que el ejemplo sueco de banalizaci¨®n de la derecha radical se est¨¢ replicando en Finlandia y Dinamarca, que apuestan por el endurecimiento de las pol¨ªticas migratorias, incluso con gobiernos socialdem¨®cratas. Y hay otros ejemplos. La separaci¨®n entre las familias de la derecha conservadora y la extrema derecha estadounidenses es ya casi imperceptible en el Partido Republicano, y otras derechas coquetean abiertamente con los extremos, como la francesa, subyugada por Le Pen, pero tambi¨¦n la alemana o, aqu¨ª mismo, el Partido Popular, cada vez m¨¢s cerca del nacionalismo radical de Vox.
Pero si algo nos ense?a la convulsa pol¨ªtica italiana es que populismo y tecnocracia pueden ser dos caras de una misma moneda: el uno abona el terreno a la otra. Y quiz¨¢s la clave para romper ese c¨ªrculo vicioso sea reivindicar la pol¨ªtica entendiendo las razones profundas para el nacimiento de los populismos y proponiendo pol¨ªticas p¨²blicas t¨¦cnicamente eficientes y que aborden las preocupaciones reales de la ciudadan¨ªa. Al final, no deja de ser parad¨®jico que esa finezza de la que hablaba Giulio Andreotti, y que Felipe Gonz¨¢lez envidiaba para un sistema de partidos a la italiana sin italianos como el nuestro, haya sido la causante de que el ¨²nico actor relevante fuera del Gobierno pseudotecnocr¨¢tico de Draghi, los herederos del fascismo, capitalizaran la oposici¨®n.
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