La tragedia de Nixon, y 3

Unas ¨²ltimas reflexiones. Primero acerca de la pel¨ªcula. Este retrato f¨ªlmico favorece al personaje hist¨®rico. Es un Nixon humano, menos distante: el monstruo se nos revela cercano y menos inamistoso cuando la c¨¢mara se le acerca. Oliver Stone fue m¨¢s cruel en su Nixon: los constantes feed backs hacia su infancia dura e infeliz de ni?o cu¨¢quero ensombrecen todav¨ªa m¨¢s aquel rostro lleno de resentimiento e incluso de odio a s¨ª mismo que encarn¨® Anthony Hopkins. Si acudimos a los documentos en que se ha basado la actual pel¨ªcula, y sobre todo a las impresiones del propio entrevistador, David Frost, vemos que fueron aquellas entrevistas inquisitoriales, de donde sali¨® su confesi¨®n, las que le humanizaron. Nixon so?aba llegar m¨¢s lejos, pensaba incluso en una imposible rehabilitaci¨®n. Ten¨ªa 65 a?os en el momento de las entrevistas y llevaba a sus espaldas m¨¢s de 30 a?os de vida pol¨ªtica: ?c¨®mo pod¨ªa conformarse con una jubilaci¨®n no deseada, que le hurtaba el mayor placer de la pol¨ªtica, esa oportunidad de ir metiendo los dedos en el pastel del poder tantas veces como sea posible? Pero sus pecados eran excesivos y el tiempo le hab¨ªa pasado: s¨®lo pudo sacar una pizca de comprensi¨®n in¨²til por parte de los 45 millones de teleespectadores que siguieron las entrevistas, como suceder¨ªa m¨¢s tarde con sus memorias.

Su juicio inmediato no fue negativo: ¡°Duras pero limpias¡±. Y eso a pesar de su profundo rencor contra los periodistas, o quiz¨¢s precisamente porque no consideraba a Frost un periodista como los del Washington Post que le hab¨ªan crucificado. Pero trece a?os m¨¢s tarde, en un libro de memorias, asegur¨® que accedi¨® a las entrevistas forzado por la necesidad de dinero para pagar a sus abogados. El retrato que nos proporcionan entre todos, el periodista David Frost, el guionista Peter Morgan y el director de cine Ron Howard, justo al filo de 2009, sirve de parang¨®n para el presidente que cierra su ¨¦poca, esos m¨¢s de 30 a?os de hegemon¨ªa conservadora, que se iniciaron con la elecci¨®n de 1968, y contaron s¨®lo con dos par¨¦ntesis, Carter y Clinton, que no cambiaron el tono ni la intensidad de las ideas conservadoras dominantes. Y en el ejercicio comparativo, el presidente que hace de broche republicano, George W. Bush, sale claramente perdiendo.

En primer lugar, porque todo lo que Nixon intent¨® ilegalmente, en las alcantarillas del poder, Bush quiso convertirlo en ley, norma y privilegio reconocido del presidente: ha ido mucho m¨¢s lejos y el da?o ha sido m¨¢s devastador para el poder y la influencia de su pa¨ªs en el mundo. En segundo lugar, porque lo que Nixon vivi¨® tr¨¢gicamente, Bush lo ha experimentado sin conciencia alguna del mal: la conciencia es hija de la inteligencia, y de ah¨ª que el mal con frecuencia sea m¨¢s fruto de la estupidez que de una acci¨®n reflexiva. En tercer lugar, porque al contrario de Bush hijo, este antih¨¦roe tr¨¢gico, atormentado por su lado oscuro, no se fue con las manos vac¨ªas: consigui¨® relajar las relaciones con Rusia, con la que firm¨® los tratados de limitaci¨®n de armas estrat¨¦gicas SALT I y de armas antibal¨ªsticas ABM; rubric¨® la paz con Vietnam del Norte y retir¨® las tropas norteamericanas del pa¨ªs asi¨¢tico; abri¨® las puertas del mundo a China; y, aunque situ¨® en p¨¦sima posici¨®n a los republicanos para conservar la Casa Blanca en el siguiente per¨ªodo presidencial, abri¨® una larga etapa de hegemon¨ªa que ahora acaba de terminar con la llegada de Barack Obama. Dej¨® una herencia republicana que Bush ha dilapidado electoralmente.

Una diferencia final. Bush no ha reconocido ninguno de sus errores, como m¨¢ximo alg¨²n desliz o alguna inconveniencia verbales. Nixon, quiz¨¢s gracias a Frost, confiesa de plano sus faltas y muestra un cierto arrepentimiento. No llega tan lejos como Frost le pide pero queda a a?os luz de la buena conciencia de Bush y los suyos, defendiendo su disparatada presidencia hasta hoy mismo sin un ¨¢pice de sentimiento culpable. ¡°Defraud¨¦ a mis amigos y defraud¨¦ a mi pa¨ªs¡±, dice Nixon. ¡°Defraud¨¦ a nuestro sistema de gobierno y los sue?os de todos estos j¨®venes que deber¨ªan estar en el Gobierno pero piensan que todo est¨¢ corrompido. Defraud¨¦ al pueblo americano y tendr¨¦ que llevar esta carga conmigo el resto de mi vida. Mi vida pol¨ªtica ha terminado¡±. Frost le hab¨ªa preguntado, con dura y cort¨¦s insistencia, si no hab¨ªa cometido acciones incorrectas, no meros errores; si no hab¨ªa abusado del poder como presidente; y adem¨¢s le hab¨ªa requerido para que pidiera disculpas. Nixon, aunque quiso evitar que la entrevista se convirtiera en una ceremonia de expiaci¨®n, lleg¨® muy lejos a la hora de juzgarse a s¨ª mismo: ¡°S¨®lo puedo decirle en respuesta a sus preguntas que si t¨¦cnicamente no comet¨ª un crimen, una ofensa para destituirme (impeachable),¡­ ¨¦stos no eran m¨¢s que legalismos¡±.

Todo queda muy bien resumido en el retrato que hace Frost del personaje: ¡°Miro a Richard Nixon y veo el rostro de la tragedia. Es un hombre inteligente, en muchas cuestiones un hombre incre¨ªblemente capaz. Piensa con claridad y habla bien. Es un hombre a quien la historia ha dado relevancia. Tiene una comprensi¨®n compleja de los asuntos mundiales, un buen tacto en el trato con los otros l¨ªderes. Habr¨ªa sido un buen secretario de Estado. Quiz¨¢s un gran secretario de Estado¡±.

(Para la redacci¨®n de estas notas me ha sido de gran utilidad el libro del propio David Frost. "Frost/Nixon. Behind the Scenes of the Nixon Interviews". Harper Perennial, 2008.)