Hait¨ª, siempre estuvo ah¨ª
Nueva York mostr¨® el peor rostro del terrorismo. Hait¨ª, el peor rostro de la pobreza y la marginaci¨®n
Hait¨ª se pone de moda. Ante la desgracia de todo un pueblo, el mundo entero de pronto se ocupa y se preocupa por uno de los pa¨ªses m¨¢s pobres y atrasados de la Tierra.
De repente, los l¨ªderes de todo el mundo dedican unos minutos de sus complicadas agendas a organizar la ayuda. Estados Unidos arma misiones humanitarias, env¨ªa a su Secretaria de Estado y encarga a dos ex Presidentes la tarea de recaudar fondos para ayudar a la reconstrucci¨®n. La naci¨®n isle?a motiva la visita del Secretario General de las Naciones Unidas y de otros representativos l¨ªderes globales. Las grandes empresas y los grandes millonarios aportan impresionantes donativos, y la sociedad civil de los pa¨ªses m¨¢s desarrollados dan lo que pueden y se organiza para enviar ayuda.
Los l¨ªderes religiosos rezan y piden por Hait¨ª, y organizan misiones humanitarias para ayudar a su pueblo. Artistas y deportistas apuran grandes donativos, por supuesto con sendos boletines y conferencias de prensa. De pronto se organizan teletones, conciertos y jornadas culturales para recaudar fondos.
Hait¨ª por unos d¨ªas ocupa las primeras planas de todos los diarios del mundo, el horario estelar en los telediarios y los comentarios m¨¢s sentidos y conmovidos de escritores, periodistas y l¨ªderes de opini¨®n. Los adjetivos literalmente se acaban, en las entrevistas, las tertulias y los programas especiales.
De manera espont¨¢nea, un terremoto con epicentro en Puerto Pr¨ªncipe, parece sacudir la conciencia de todo mundo.
Est¨¢ muy bien. La ocasi¨®n lo amerita. La emergencia es de tal envergadura que ese pa¨ªs no saldr¨¢ de la desgracia si el mundo entero no se ocupa de ¨¦l. Pero debo confesar que toda esta solidaridad, toda esta generosidad y toda esta caridad me dejan un sabor agridulce. Me generan sentimientos encontrados. Un especie de enojo ante algo que me parece tard¨ªo, lento, extempor¨¢neo.
Siento frustraci¨®n y mucha confusi¨®n, ante una generosidad que parece ser m¨¢s resultado de la presi¨®n de los medios, que de un genuino sentimiento de humanidad. Una ayuda que me deja un tufo a lo pol¨ªticamente correcto.
Inevitablemente me pregunto: ?Por qu¨¦ hasta ahora? ?No es tarde? ?Por qu¨¦ tuvieron que morir 50, 100 o quiz¨¢ 200 mil personas para que todos nos acord¨¢ramos de pronto que Hait¨ª exist¨ªa? ?Por qu¨¦ no lo hicimos un d¨ªa antes? ?Por qu¨¦ no lo hicimos un a?o antes? ?Por qu¨¦ la solidaridad internacional no ayud¨® a prevenir? ?A paliar? ?A lograr mejores condiciones de vida que evitaran la magnitud de la tragedia?
Me preocupa porque en cuanto pase la emergencia, la euforia y el inter¨¦s noticiosos de los medios y de la comunidad internacional, en unos d¨ªas, quiz¨¢ en unas semanas, nos cansaremos y Hait¨ª volver¨¢ al olvido.
Me molesta la desmemoria de las audiencias. El hecho de que los ciclos informativos de las grandes cadenas internacionales, marquen el inter¨¦s y la generosidad de los hombres.
Hait¨ª siempre estuvo ah¨ª. Con su enorme pobreza, con sus dictaduras y sus afanes democratizadores, con su anomia, su estado fallido y su debilidad institucional. Siempre estuvo ah¨ª su violencia y sus conflictos. Hait¨ª siempre estuvo ah¨ª perdida en el Mar Caribe con su alta mortalidad infantil, con su falta de servicios m¨¦dicos, con su falta de empleo y de oportunidades. Hait¨ª siempre estuvo ah¨ª con sus contradicciones, con su analfabetismo y su desigualdad.
Y m¨¢s grave a¨²n es que existen muchos Haitis. Muchos pa¨ªses y comunidades que como Hait¨ª est¨¢n abandonadas y pobres, a las que solo voltearemos a ver en una guerra como en Kosovo, en un tsunami como Indonesia, en una sequ¨ªa como en ?frica en un terremoto como Hait¨ª.
?Por qu¨¦ no somos capaces como civilizaci¨®n, como especie, de organizar esas jornadas de ayuda antes que venga la tragedia? ?Por qu¨¦ tenemos que llegar a ese cl¨ªmax de desgracia para que todos reaccionemos y tengamos conciencia por una semana? ?Por qu¨¦ tenemos que esperar esas im¨¢genes en los medios para tomar conciencia? ?Por qu¨¦ con toda nuestra supuesta sabidur¨ªa, con toda nuestra ciencia y toda nuestra tecnolog¨ªa, no somos capaces de evitar ese dolor?
Ser¨¢ tarea de sic¨®logos, antrop¨®logos, soci¨®logos y polit¨®logos el estudiar y explicar que extra?o morbo, que compleja culpa, es la que mueve la conciencia de la humanidad en estas temporalidades espont¨¢neas de conmoci¨®n y afecto, para pasar de inmediato al estadio permanente de indiferencia y olvido.
Aclaro, sostengo y digo, que por supuesto no se puede generalizar. Hay muchas organizaciones y personas que contribuyen y hacen algo siempre por los m¨¢s desprotegidos. Pero son la excepci¨®n. Mi reflexi¨®n por supuesto aplica a la mayor¨ªa de toda esta clase de generosos de temporal.
El 11 de septiembre de 2001 murieron, seg¨²n los datos oficiales del servicio forense de Nueva York 2,749 personas en la ca¨ªda de las Torres Gemelas. Un acto b¨¢rbaro de terrorismo que motiv¨® la reflexi¨®n y el debate de la humanidad por los siguientes a?os.
No sabemos y quiz¨¢ nunca sabremos, cuantos haitianos murieron en el terremoto del 12 de enero de 2010. Las cifras van desde 50,000 hasta 200,000 personas muertas.
De primera impresi¨®n a nadie se le ocurrir¨ªa comparar ambos eventos. Ambos son fen¨®menos que parecen muy distintos, en su sentido y en su impacto, en su origen y en sus consecuencias. Los dos eventos se dan en los extremos del PIB mundial en los polos opuestos del desarrollo econ¨®micos de Am¨¦rica y del mundo.
Pero ambos eventos, coinciden en algo mucho m¨¢s importante que en el simple hecho de ser islas, las dos desgracias representan igualmente muertos que revelan graves problemas de seguridad internacional.
Manhattan nos mostr¨® el peor rostro del terrorismo. Hait¨ª nos mostr¨® el peor rostro de la pobreza y de la marginaci¨®n.
El mundo debe ver Hait¨ª, como en su momento vio Manhattan. Los dos hechos, los muertos de las dos islas, muestran problemas que ponen en riesgo la estabilidad, la viabilidad y la seguridad del mundo. El terrorismo y la pobreza deben ser vistos igualmente como problemas preocupantes y peligrosos para toda la comunidad internacional.
?Entenderemos por fin que la pobreza es el problema m¨¢s grave de nuestro tiempo? ?Motivar¨¢ Hait¨ª la misma reflexi¨®n que Manhattan en la comunidad internacional? ?Entenderemos que la pobreza es un problema tan grave o m¨¢s que el terrorismo? ?Haremos algo diferente y estructural despu¨¦s de ver una desgracia como esta? ?Los muertos de Hait¨ª tendr¨¢n igualmente la capacidad de despertar la conciencia de la sociedad, la atenci¨®n y el inter¨¦s de pol¨ªticos, intelectuales y analistas, que los muertos de Manhattan?
Los hechos y las im¨¢genes que hemos visto en Hait¨ª deben llevarnos a pensar que el mundo no es viable si es tan desigual. Si existen lugares con semejantes niveles de pobreza y marginaci¨®n.
Hait¨ª hoy se quiebra y nos quiebra. No hay mejor palabra. Su quiebre debe generar igualmente un quiebre en nuestras conciencias.
Las im¨¢genes y las cr¨®nicas nos regresan al estado natural. A la barbarie. Se burlan de la civilizaci¨®n humana y de toda idea y sentido de modernidad. Hait¨ª rompe todos nuestros paradigmas y las certidumbres de nuestro tiempo. Las im¨¢genes en vivo y en directo de cientos de cad¨¢veres enterrados con palas mec¨¢nicas, ponen en duda y en juego todas, nuestras teor¨ªas del estado y de la organizaci¨®n social.
La desgracia es de tal magnitud, que lo humano pierde orden, sentido y todo vestigio de dignidad. Se borran el nombre, la identidad, la personalidad y la historia individual. El hombre se hace cosa. Las im¨¢genes de muerte y de necesidad de los primeros d¨ªas se vuelven demenciales. El estado fallido, la anomia, la ley del m¨¢s fuerte. Hombres y mujeres buscando agua en los charcos y comida en los escombros.
Las im¨¢genes de hombres, mujeres y ni?os mal heridos. Sucios, polvosos, llorando. La imagen de un m¨¦dico llorando su impotencia, su cansancio, y los l¨ªmites de su ciencia. El caos. Cuerpos tirados en las calles como basura. Un grupo protesta haciendo una barricada con cad¨¢veres. Un hombre es cargado en una carretilla de materiales. Otro camina y brinca barreras de cuerpos, como quien salta un seto de boj.
Otro hombre levanta un arma para defender una toma de agua. Anuncia los motines y el desorden del futuro. La muerte en la calle. Escenas de violencia y abandono. Heridos por todos lados. Decenas de hombres y mujeres atrapados, que nadie pudo rescatar. La ayuda atorada, imposible e insuficiente. Un escenario dantesco, incre¨ªble y aterrador en el que lo humano y la humanidad pierden sentido y explicaci¨®n.
La desgracia quiz¨¢ no era evitable, la magnitud y las proporciones s¨ª. El terremoto no era previsible, la manera como se oper¨® la ayuda y la emergencia s¨ª. La muerte no era eludible, la indignidad del manejo de esos cuerpos, s¨ª.
Sobre Hait¨ª no est¨¢ dicho todo. Es imposible acabar. No debe acabar. No debemos olvidar. No debemos nunca regresar a la indiferencia. Es y debe ser una forma nueva de vivir y de hacer conciencia. Una nueva forma de humanidad. Hait¨ª como imagen para siempre, como recuerdo permanente, perpetuo, de lo que no hemos hecho, de lo que nos falta por hacer.
La Espa?ola puede ser un buen s¨ªmbolo. En 1492 fue un lugar de encuentro de culturas y civilizaciones. En 2010 puede ser pretexto para pensar diferente la pobreza y la desigualdad.
En Puerto Pr¨ªncipe Hait¨ª, una mujer gritaba bajo los escombros de un jard¨ªn de ni?os: "?S¨¢quenme de aqu¨ª, me muero!". "?Tengo dos ni?os conmigo!". (EL PA?S 14.01.2010). La voz de esa mujer que ped¨ªa a gritos "?s¨¢quenme de aqu¨ª!" debe tener eco. Debe convertirse en un grito universal. Esa frase debe tener un nuevo sentido. Debe convertirse en un grito compartido. En un grito colectivo.
"?S¨¢quenme de aqu¨ª!", es s¨¢quenme de las ruinas de este edificio, pero es al mismo tiempo: "?S¨¢quenme de esta miseria!" "?S¨¢quenme de esta pobreza!" "?S¨¢quenme del olvido, del abandono y de la indiferencia!"
?Podremos sacarla de ah¨ª?
Sabino Bastidas Colinas es analista pol¨ªtico.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.