M¨¦xico al grito de Hait¨ª
En la solidaridad con los haitianos, surge lo mejor de los mexicanos, pero tambi¨¦n con ello expiamos culpas
La mexicana es una sociedad de dos caras. Muy c¨¢lidos de dientes para afuera, muy cerrados en lo m¨¢s privado. Sibilinos, nos encanta decir mentiras con una sonrisa, y respondernos con la misma intensidad sabiendo todos que lo que decimos no es verdad. Si vemos a alguien que no ha cruzado por nuestra mente en largo tiempo, lo saludamos con efusividad y le decimos cu¨¢ntas veces hemos pensado en ¨¦l y c¨®mo hemos querido hablarle muchas veces para verle. Nos responden exactamente en los mismos t¨¦rminos y nos intercambiamos un "ve¨¢monos" y un "habl¨¦monos". Sin perder nunca la intensidad en la conversaci¨®n, quedamos en reencontrarnos inminentemente, lo que nunca suceder¨¢.
Somos mexicanos, los ¨²nicos que cuando hablan con alguien y se refieren al domicilio propio, dicen "su casa". Nos desvivimos por hacer sentir al extra?o c¨®modo, estimado y arropado. En el mundo dicen que somos "muy educados" por nuestras formas y c¨®digos sociales, en los que nos mostramos protocolarios a la vez que solemnes. Abrimos los brazos a extra?os y les ofrecemos hospitalidad y alimento en donde vivimos. Sabemos que no nos van a tomar la palabra, ni tomar "su casa" como suya, o presentarse a comer aprovechando la hospitalidad que les brindamos. Los mexicanos sabemos que es un acto lit¨²rgico de nuestra cultura que no significa nada; los extranjeros se sorprenden y piensan que nuestra solidaridad es inagotable y somos tan fraternales, que siempre actuamos de buena fe.
En realidad somos ego¨ªstas. La solidaridad, la fraternidad, la calidez humana suele detenerse en las puertas de nuestras casas. Para que alguien extra?o o lejano cruce su umbral, necesita atravesar numerosas fronteras sociales. Nuestra sociedad opera en c¨ªrculos, general aunque no exclusivamente socioecon¨®micos, que suelen ser infranqueables. Para penetrarlos se requiere una especie de patrocinio de alguien que ya pertenezca a esa secta social y que extienda su aval. No hay ingresos espont¨¢neos ni accidentales, aunque sobre la epidermis todo es camarader¨ªa, como "hermanos" y como "comadres".
La reflexi¨®n viene por nuestros excesos. Con el terremoto en Hait¨ª una buena parte de la sociedad se volc¨® para aportar lo que pod¨ªan en beneficio de los damnificados de aquella naci¨®n, con lo que satur¨® la embajada haitiana y colm¨® de alimentos, agua y frazadas la Cruz Roja. Algunas empresas se sumaron a la donaci¨®n -y promovieron p¨²blicamente, por supuesto, su altruismo-, lo cual fue festejado en los medios de comunicaci¨®n, que tambi¨¦n subrayaron la enorme solidaridad mexicana como si fuera una caracter¨ªstica de identidad.
Los mexicanos s¨ª somos generosos y nos entregamos, pero ef¨ªmeramente. Nos unen las tragedias y siempre estamos del lado de los vencidos. Cuando en 1938 se nacionaliz¨® la industria petrolera, hubo filas de cientos de personas esperando llegar a la plancha del Z¨®calo de la ciudad de M¨¦xico para depositar ah¨ª una peque?a joyita, un poco de dinero, un peque?o bien, y contribuir de esa manera con el presidente L¨¢zaro C¨¢rdenas para pagar las indemnizaciones a las petroleras extranjeras. Cuando M¨¦xico sufri¨® un terremoto en su capital en 1985, la gente sali¨® a la calle a realizar las primeras acciones de rescate ante el congelamiento e inmovilidad del Gobierno, lo que permiti¨® a los intelectuales festinar como el nacimiento de "la sociedad civil".
Esos son los momentos en que sacamos lo mejor de nosotros, y tambi¨¦n expiamos culpas. No somos concientes de nuestros claroscuros, por lo cual dif¨ªcilmente observamos nuestros rasgos ego¨ªstas y sectarios. Menos a¨²n, practicamos la autocr¨ªtica. Abrirnos no est¨¢ en nuestra esencia. Tampoco en nuestra cultura pol¨ªtica y concepto ciudadano, tan incipiente todav¨ªa que parece inexistente. No somos una sociedad que ejerza su libertad plena hasta el extremo de no afectar a terceros, ni somos una sociedad que entienda que as¨ª como hay derechos, tambi¨¦n hay obligaciones. Definitivamente, esto de la introspecci¨®n no se nos da.
Somos epid¨¦rmicos y coyunturales. Nuestros objetivos son de corto plazo y nuestras reacciones las dispara la emotividad. En situaciones dram¨¢ticas como las que atraviesa Hait¨ª en estos momentos, nos desbordamos en el arranque y el ¨¢nimo, con una pasi¨®n que va disminuyendo conforme se alejan las escenas de drama y l¨¢grimas que tanto nos conmueven. Lo que no vemos, no lo sentimos. Lo que no sentimos, no nos provoca nada.
Nadie dice nada por el trato inhumano y miserable que damos -como colectivo social- a los centroamericanos que atraviesan M¨¦xico en busca de una puerta para Estados Unidos y jam¨¢s ha sido esc¨¢ndalo que la autoridad responsable admita que la corrupci¨®n ha contaminado su oficina. Tampoco es tema que haya un infeliz mexicano que purgue una pena de varios a?os en la c¨¢rcel porque, presa del hambre, rob¨® una pieza de pan. No parecemos una sociedad comprometida con las causas, sino motivada por la moda. Somos caritativos porque no creemos, en el fondo, en la justicia.
As¨ª somos, no de ahora, sino de siempre. No somos inhumanos; simplemente individualistas y sectarios. Si lo aceptamos seremos congruentes. No tenemos que pretender lo que no somos. Claro, si construy¨¦ramos una sociedad que dejara atr¨¢s sus caracter¨ªsticas sibilinas, que no funcionara como secta, que lo que dijera fuese lo que sintiera, que respetara y se hiciera respetar, que no pensara s¨®lo en la solidaridad sino que presionara a quienes tienen el poder de cambiar para buscar un modelo que redujera las diferencias y la desigualdad, quiz¨¢s ser¨ªa una sociedad mejor. Eso no lo sabemos. De lo que s¨ª podemos estar seguros es que si eso fu¨¦ramos, no ser¨ªamos mexicanos.
Director del portal ejecentral.com.mx
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