?Por qu¨¦ lloramos, mexicanos?
Lamentamos la corrupci¨®n, pero en peque?os actos indebidos, la fomentamos cotidianamente
Estamos escandalizados. La ¨²ltima novedad en M¨¦xico es que uno de los grandes capos del narcotr¨¢fico ten¨ªa en su poder toda la informaci¨®n de inteligencia y operativa de las fuerzas federales que tratan de arrestarlo desde hace casi una d¨¦cada. Nos asombra que haya penetrado las estructuras militares y policiales y que quienes lo buscan sean tambi¨¦n quienes lo protegen. Claro, decimos, la corrupci¨®n de los cuerpos de seguridad. Claro, subrayamos, ten¨ªan que ser los gobiernos corruptos. Listo. Con la denuncia expiamos nuestras culpas, aunque no la realidad.
?Qu¨¦ se necesita en M¨¦xico para ser un delincuente? La respuesta r¨¢pida y altamente pol¨¦mica es: ser un mexicano ordinario con las autoridades que tenemos y merecemos. No nacimos en la ilegalidad, pero los usos y costumbres mexicanos, nos llevan a ella. Hay mucha permisividad. La corrupci¨®n est¨¢ extendida, la ley laxa, los incentivos para no estar fuera de los m¨¢rgenes legales son muy pocos, contra los incentivos para vivir siempre en la irregularidad.
En 2008, Transparencia Mexicana report¨® que hab¨ªa 197 millones de actos de corrupci¨®n en M¨¦xico -casi dos por cada habitante- que hab¨ªan tenido un costo de 27.000 millones de pesos (poco m¨¢s de 2.000 millones de d¨®lares), de cuyo total el 56,2 por ciento se hab¨ªa ido en evadir infracciones de tr¨¢nsito. Si uno piensa como mexicano, simplemente no considera que eso no es com¨²n en muchas sociedades. Pero en M¨¦xico las transacciones ilegales entre ciudadanos y polic¨ªas son tan cotidianas, que lo inusual es que un infractor prefiera la sanci¨®n a comprar su carn¨¦ de impunidad con la autoridad, porque as¨ª la vida es m¨¢s f¨¢cil.
Si un polic¨ªa de tr¨¢nsito detiene a un infractor, lo primero que le pide son sus documentos. La violaci¨®n de una luz roja o a una invasi¨®n de zona peatonal puede ser el pretexto para que el polic¨ªa -cuidado, siempre hay excepciones- empiece a describir todos los posibles delitos del infractor, con el fin de inhibirlo y amedrentarlo. La salida es una rutina: 10% de la multa, aproximadamente, entregada discretamente en la palma de la mano del polic¨ªa y, en menos de cinco minutos, sigue uno su camino. Si por el contrario, el infractor no ofrece soborno, casi tendr¨¢ que suplicar para que lo multen y lo dejen ir, con demoras que pueden ir de 20 a 45 minutos, seg¨²n el car¨¢cter del polic¨ªa.
Caminar dentro de la ley es una p¨¦rdida de tiempo. Es m¨¢s r¨¢pido repartir unos cuantos billetes al hacer un tr¨¢mite municipal, que esperar una hora a que lo atiendan. Es mejor interceptar un veh¨ªculo de servicio de electricidad o de telefon¨ªa, y pagarles una compensaci¨®n para que en ese momento acudan a su domicilio a repararles alg¨²n da?o, que esperar d¨ªas, o semanas, o inclusive meses, en ser atendido. Es mejor pagar a un cami¨®n para que se lleve la basura de una calle o una pipa de agua que resuelva el abasto, a esperar a que los servicios municipales cumplan a tiempo con el trabajo que se supone sufragan los impuestos.
Por fallas e ineficiencias del Gobierno, estableci¨® recientemente el Foro Econ¨®mico Mundial, la corrupci¨®n en M¨¦xico equivale al 9% del Producto Interno Bruto. Las propias empresas mexicanas, de acuerdo con el Centro de Estudios Econ¨®micos y Sociales del Sector Privado, invierten 10% en sobornos, sobre todo en los tr¨¢mites que tienen que hacer cotidianamente para mantenerse competitivas.
?Por qu¨¦ respetar la ley? Despu¨¦s de todo, ni siquiera las autoridades lo hacen en sus acciones m¨¢s b¨¢sicas. Las autoridades son las primeras violadoras de la ley. Si es a nivel de tr¨¢fico, son quienes m¨¢s irregularmente circulan por las calles. Si es a nivel de gestor¨ªa, es a los gestores ilegales, llamados coyotes, a quien primero atienden por la comisi¨®n que reciben. Un peque?o regalo puede agilizar un tr¨¢mite o resolver un nudo burocr¨¢tico. Los polic¨ªas piden una atenci¨®n, "para los refrescos", que es una especie de idioma universal en el submundo de todo es posible si se est¨¢ dispuesto a transar con dinero.
Vivir en el lado legal de la vida mexicana, para muchos, es vivir en el error. Despu¨¦s de todo, siempre hay arreglo. Cuando hay elecciones en el horizonte, las autoridades han llegado a condonar todas las multas de tr¨¢nsito para ganar votos. En tiempos electorales, tambi¨¦n se ha dado otro tipo de casos, como cuando se van acumulando evasores de impuestos, se promueven perdones fiscales a cambio de que empiecen a pagar a partir de ese momento. A los famosos se les dan facilidades para que resuelvan sus problemas con el fisco y s¨®lo los c¨ªnicamente reincidentes tienen problemas con la autoridad; a intelectuales y artistas se les permite pagar con obra. Todo se puede. Entonces, ?de qu¨¦ nos quejamos?
Es muy cierto que la delincuencia organizada tiene dentro de sus n¨®minas a polic¨ªas, militares, pol¨ªticos, empresarios y periodistas, pero no son los principales corruptores dentro de la sociedad. Es la sociedad misma donde la cultura de la corrupci¨®n est¨¢ acendrada, aceitada y estimulada.
Nuestros hijos pagan a cantineros para que les den bebidas alcoh¨®licas aunque sean menores de edad, o en los casos m¨¢s refinados, por escasos 100 d¨®lares pueden conseguir una identificaci¨®n falsa en el centro de la ciudad de M¨¦xico, y por 120, una nueva acta de nacimiento con el nombre que se quiera. El 28,8% de los mexicanos que viajan, regresan a M¨¦xico con contrabando, y cada vez que pasamos por aduanas nos tensamos al momento de pensar que quiz¨¢s en el sem¨¢foro fiscal -mediante el cual se revisa aleatoriamente a los viajeros- apretemos el bot¨®n rojo que lleva a una revisi¨®n nuestro equipaje en autom¨¢tico.
La incredulidad sobre los lineamientos de las autoridades, nuestro desprecio a las disposiciones legales y nuestra displicencia ante los mandatos son proverbiales. Durante meses se anunci¨® que a partir del pasado abril, todos aquellos que tuvieran tel¨¦fonos m¨®viles tendr¨ªan que registrarlos por razones de seguridad. Si no lo hac¨ªan, se anunci¨®, ser¨ªan canceladas las l¨ªneas. En el ¨²ltimo d¨ªa para registrarlo seis millones de personas quisieron hacer el tr¨¢mite, que una semana antes les habr¨ªa significado cinco minutos m¨¢ximo, y que para la saturaci¨®n del final del plazo, se llev¨® hasta ocho horas. Por lo mismo, la autoridad decidi¨® dar una pr¨®rroga de casi una semana. Una vez m¨¢s, se crearon incentivos para quienes optaron por jugar contras a la legalidad.
?Por qu¨¦ nos asombramos entonces de que los delincuentes compren lo que quieran? Nosotros mismos lo hacemos, en nuestra propia escala, chapoteando todos los d¨ªas en la cultura de ilegalidad que nos abraza. No lloremos ahora. Muchos de nosotros formamos parte de esa vida delincuencial. Aunque no matemos personas, s¨ª estamos cometiendo un crimen, al ir aniquilando gradualmente los principios y valores que la dan cimentaci¨®n, fortaleza y destino a una sociedad.
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