Carlos Edmundo de Ory, el poeta raro
Muere en Francia un autor inclasificable que acept¨® la soledad a cambio de la libertad creativa
La literatura espa?ola se ha topado muy pocas veces en su historia con un caso como el de Carlos Edmundo de Ory (C¨¢diz, 1923- Th¨¦zy-Glimond, 2010). Poeta desde ni?o, profetizado por su padre, el escritor modernista Eduardo de Ory - "T¨² ser¨¢s poeta, / poeta preclaro.../?ser¨¢s... mi obra magna/ y mi mejor lauro!"-, se ha mantenido hasta su muerte en una posici¨®n arriesgada que no ha permitido clasificaciones al uso por parte de la cr¨ªtica, ni apoyos estil¨ªsticos o generacionales por cuenta del autor. Desde que lo recuerdo, siempre le gust¨® que lo trataran como escritor raro, a sabiendas de que ese apelativo conllevaba en su ra¨ªz la equivalencia de la soledad o el apartamiento. No le importaba demasiado, porque sab¨ªa que jugaba con la ventaja que concede la independencia para hacer y deshacer sin atenerse al imperativo de las modas o a la caprichosa fluctuaci¨®n del tiempo. Eso s¨ª, con respecto a las normas preceptivas lo ha pagado con el olvido, la negligencia y hasta el desprecio de quienes exigen una mayor coherencia del artista con cuanto presuponen que es su realidad. Salvo dos o tres reconocimientos auton¨®micos, Ory no ha recibido en su larga carrera literaria un solo galard¨®n de car¨¢cter nacional, algo que debe dar que pensar a tantos tasadores y jueces de nuestras letras patrias.
Quiz¨¢s Carlos Edmundo de Ory llev¨® a cabo un desplante imperdonable a principio de los a?os cincuenta. Ya hab¨ªa fundado el Postismo junto con Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi -movimiento m¨¢s simb¨®lico que po¨¦tico, al que el propio Ory le otorg¨® el papel que justamente merec¨ªa dentro de su propia obra- cuando se traslada a Francia para no regresar jam¨¢s definitivamente a su pa¨ªs. Gozando de un trabajo que le permit¨ªa vivir econ¨®micamente en la posguerra, opt¨® por escoger el camino de un voluntario exilio, el uso de una lengua diferente y la inmersi¨®n en una cultura europea, multirracial y poli¨¦drica que lo aleja de manera radical de la mojigata tradici¨®n oficialista por un lado, y por otro, del militante realismo opositor a tal mojigater¨ªa. En un acto de rebeld¨ªa y pataleta social, el poeta quema su biblioteca espa?ola en un descampado y pretende comenzar desde cero. Esa actitud no era f¨¢cil de disculpar, ni desde las pomposas academias del franquismo, ni desde las filas opositoras que consideraban que solo entre sus consignas era posible una ¨¦tica decente contra el poder establecido. Ory se fue m¨¢s solo que la una, y all¨ª sigui¨® solo, con su mujer Laura Lacheroy, hasta el d¨ªa de ayer en que muri¨®.
Difusor de la poes¨ªa
En Francia desarroll¨® una interesante labor de difusor de la poes¨ªa, entendiendo ¨¦sta m¨¢s como una mirada solitaria que pod¨ªa ser compartida por el otro, que como un juego exclusivamente verbal. Primero Par¨ªs, despu¨¦s Amiens y al final Th¨¦zy-Glimont, como bibliotecario, profesor universitario e impulsor de experiencias po¨¦ticas. As¨ª, 1960, funda el Atelier de Po¨¦sie Ouverte, que fue un anticipo de los actuales talleres de escritura creativa, pero con m¨¢s fuerza imaginativa y bajo el amparo te¨®rico de Raymond Quenau. Sin embargo, no perdi¨® nunca de vista que el ejercicio de la poes¨ªa llameaba en la oscuridad y en el desierto profundo del ser m¨¢s inconsciente. Y en la mara?a que encubre la verdad de nuestros propios sue?os trat¨® de inmiscuirse, huyendo de los tonos h¨ªmnicos, de la eleg¨ªa rimbombante y del discurso aparente que refleja la chata realidad. As¨ª firm¨® t¨ªtulos como M¨²sica de lobo, T¨¦cnica y llanto, Miserable ternura, Caba?a, La flauta prohibida, Soneto vivo o Melos melancol¨ªa, libros que merecen una atenci¨®n especial en el panorama de nuestra literatura por la singularidad de su forma, pero tambi¨¦n por la atracci¨®n vibrante de su contenido, su m¨²sica personal y alto vuelo.
Bien es verdad que puede decirse de Ory que quiz¨¢s ha publicado demasiado, y que entre sus cientos de p¨¢ginas hay quiz¨¢s algunos versos e incluso poemas que se podr¨ªan haber evitado. ?Pero de qui¨¦n que se arriesga hasta el punto de mostrar su desnudez como espejo del mundo no puede decirse tal cosa? Bajo el ep¨ªgrafe general de M¨²sica de lobo -uno de sus poemarios m¨¢s hondos- reuni¨® Jaume Pont una magn¨ªfica antolog¨ªa que abarcaba 60 a?os de escritura, es decir, desde 1941 hasta 2001 (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2003), y en ella se pueden leer algunos de los mejores versos que determinan al poeta: "Extra?a ra¨ªz del d¨ªa y m¨¢s extra?a / la melena del tiempo Mira ahora / fuera la luz de dentro...."; o "Si tuviera un caballo en vez de una met¨¢fora / Si callara mi boca como calla la luna..."; o los remotos pasos por su ciudad natal a la que siempre volvi¨® e ilumin¨® constantemente en su imaginario -"Desde muy adolescente en C¨¢diz en el Sur / marchaba por las calles leyendo ciertos libros / Las noches no dorm¨ªa y pensaba en el mar / y decid¨ª ser monje en el futuro...". Pero si tuvi¨¦semos -y tenemos- que hacer honor a la verdad, en un pa¨ªs tan olvidadizo como el nuestro, deber¨ªamos citar la selecci¨®n que F¨¦lix Grande hiciera de los textos oryanos bajo el t¨ªtulo general de Poes¨ªa 1945-1969 (Edhasa, Madrid, 1970). Los que ahora nos consideramos sus amigos y disc¨ªpulos, le¨ªmos ah¨ª El rey de las ruinas -"Estoy en la miseria Dios m¨ªo qu¨¦ te importa / Ya mi casa es un dulce terrapl¨¦n de locura...-. O Amo a una mujer de larga cabellera -"El pensamiento ha huido de nosotros / Se juntan nuestras manos como piedras felices..."-. A Ory lo segu¨ªamos porque era singular y muy distinto a todo. En los todav¨ªa p¨¢ramos provincianos de los primeros a?os setenta, llegaba a Espa?a, a Madrid o a C¨¢diz un hombre delgaducho y con melena que nos hablaba de Rilke, de Char, de Schopenhauer, de Lao-Tse y Buda, de Pierre-Jean Jouve y de otro Lorca distinto. Y sobre todo, de Vallejo. Un hombre delgaducho y de otro idioma, porque ya era otra lengua la que pronunciaba, lejana en el decir de sus contempor¨¢neos espa?oles y salpicada de otras fuentes y tradiciones que, sin acabarla de entender, nos conmov¨ªa e impulsaba a seguir su discurso.
Con Ory ha ocurrido algo a lo que nuestra sociedad acostumbra, consistente en ignorar aquello que no logra entender a la primera. Su voz ha sido larga y profunda a pesar de su atiplada tesitura, y su poes¨ªa es compleja en cuanto trata de reflejar cuanto se ve y no ve y cuanto se oye y se silencia. Por eso es melodiosa, siseante, subterr¨¢nea, anfibia y a su vez a¨¦rea: cuando menos se espera surge una imagen como nunca la contemplamos antes, se juntan tres palabras que jam¨¢s se unieron entre s¨ª, y como aerolitos caen en nuestra consciencia. As¨ª los llama ¨¦l: "aerolitos". O los llamaba: "Si me fumo, me fumo hasta el humo / Si me hundo me Carlos Edmundo."
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