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An¨¢lisis:La gran filtraci¨®n
An¨¢lisis
Exposici¨®n did¨¢ctica de ideas, conjeturas o hip¨®tesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados ¡ªno necesariamente del d¨ªa¡ª que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima m¨¢s al g¨¦nero de opini¨®n, pero se diferencia de ¨¦l en que no juzga ni pronostica, sino que s¨®lo formula hip¨®tesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relaci¨®n datos dispersos

Lo que de verdad ocultan los Gobiernos

El inter¨¦s por los papeles de WikiLeaks se explica porque revelan como nunca antes hasta qu¨¦ grado los pol¨ªticos de Occidente han estado enga?ando a sus ciudadanos

El inter¨¦s global concitado por los papeles de Wikileaks se explica principalmente por una raz¨®n muy simple, pero al mismo tiempo poderosa: porque revelan de forma exhaustiva, como seguramente no hab¨ªa sucedido jam¨¢s, hasta qu¨¦ grado las clases pol¨ªticas en las democracias avanzadas de Occidente han estado enga?ando a sus ciudadanos. EL PA?S ha asumido desde el principio el reto de revelar lo que el poder oculta y responder a la obligaci¨®n profesional de informar a sus lectores.

? 1. La filtraci¨®n y sus consecuencias. Cuando un viernes por la tarde del mes de noviembre Julian Assange llam¨® a mi tel¨¦fono m¨®vil, apenas le pod¨ªa o¨ªr. Entrecortada por la barah¨²nda habitual de un fin de semana en el aeropuerto de Roma, donde me encontraba aquel d¨ªa de regreso a Madrid, la conversaci¨®n fue extra?amente breve. Assange habla despacio, sopesa con extremo cuidado cada palabra que pronuncia y su voz grave, como de bar¨ªtono, tiende a volverse inaudible al final de la frase, caracter¨ªstica esta que no facilita precisamente la comprensi¨®n. Momentos antes los carabinieri hab¨ªan mostrado un inter¨¦s especial por mi escaso equipaje, y en ese preciso momento se aprestaban a analizar las trazas qu¨ªmicas de un trapito blanco con el que previamente hab¨ªan repasado todas las superficies de mi iPad, aunque nunca supe si era en busca de explosivos, de drogas o de las dos cosas.

Revelar lo oculto es la piedra de toque del periodismo comprometido
Los cables muestran un desprecio constante por los procedimientos

Se trata por lo general de una situaci¨®n que me intranquiliza, pero a la que ese d¨ªa apenas prest¨¦ atenci¨®n. Assange, seg¨²n entend¨ª, estaba dispuesto a facilitar a EL PA?S 250.000 comunicaciones entre el Departamento de Estado y las embajadas de Estados Unidos en una treintena de pa¨ªses, en lo que supon¨ªa de hecho la mayor filtraci¨®n de documentos secretos de la historia. Acordamos proseguir la conversaci¨®n en otro momento m¨¢s propicio y luego nos despedimos. Cuando retomamos el di¨¢logo dos d¨ªas despu¨¦s, esta vez ya en profundidad, empezaron a perfilarse con una claridad inusitada las gigantescas cuadernas del proyecto que ha venido luego a conocerse como el cablegate. En paralelo me fui dando cuenta, con mayor precisi¨®n si cabe, de las importantes consecuencias que de todo ello se iban a derivar para la maquinaria diplom¨¢tica de EE UU, para la reputaci¨®n de su Gobierno, la de sus aliados, la de sus adversarios, para el futuro del periodismo y aun para el debate sobre las libertades en las democracias occidentales.

Hoy, tres semanas despu¨¦s de que The Guardian, The New York Times, Le Monde, Der Spiegel y EL PA?S comenz¨¢ramos a publicar las informaciones que ahora todo el mundo conoce, me atrever¨ªa a afirmar que de todo este asunto se puede extraer ya una primera conclusi¨®n, siquiera provisional, pero muy importante seg¨²n tratar¨¦ de explicar luego. M¨¢s que un agudo estado de crisis de seguridad supranacional, como anticiparon algunos, lo que verdaderamente se ha instalado entre las ¨¦lites pol¨ªticas en Washington y en Europa es una espesa atm¨®sfera de irritaci¨®n y de embarazosa contrariedad que resulta extremadamente reveladora del alcance y del significado real de los papeles de Wikileaks.

No fueron precisamente esos los augurios. Bien al contrario. Desde antes de publicarse la primera l¨ªnea se sucedieron las m¨¢s diversas admoniciones en contra, tanto en p¨²blico como en privado. Portavoces en Washington advirtieron de la irresponsabilidad del empe?o. Los directores de los peri¨®dicos responsables del proyecto fuimos tambi¨¦n debidamente advertidos de que la publicaci¨®n del material que ya ten¨ªamos en nuestro poder -tanto las cr¨®nicas elaboradas por nuestras redacciones como los despachos en las que aquellas se basaban- pondr¨ªa en peligro decenas de vidas, arruinar¨ªa nobles esfuerzos diplom¨¢ticos vitales para cimentar la lucha contra el terrorismo mundial y debilitar¨ªa de forma irremediable la coalici¨®n internacional encabezada por Estados Unidos, al exponer a sus socios a situaciones tan embarazosas que dificultar¨ªan o impedir¨ªan la colaboraci¨®n entre ellos.

No me sorprendi¨® pues que el presidente Barack Obama calificase las filtraciones de actos deplorables. Tampoco que la secretaria de Estado Hillary Clinton utilizase esos argumentos, casi con esas mismas palabras, durante su primera comparecencia ante la prensa en Washington para condenar las acciones de Wikileaks y lamentar la decisi¨®n que, sin atender a los ruegos de su Administraci¨®n, finalmente tomamos los cinco peri¨®dicos que hab¨ªamos tenido acceso al material filtrado.

Lo que este comenz¨® enseguida a revelar dej¨® seguramente peque?as las peores pesadillas del Departamento de Estado, al tiempo que levant¨® quejas amargas de diplom¨¢ticos en todo el mundo. No solo quedaban al descubierto algunas de sus maniobras u ¨®rdenes menos confesables, sino que tambi¨¦n se acumulaban pruebas del doble discurso de los aliados de Washington en los m¨¢s diversos asuntos -muchos de ellos en clave estrictamente nacional-, que ve¨ªan con estupefacci¨®n c¨®mo la publicaci¨®n de los despachos les dejaba en evidencia, ora frente a pa¨ªses vecinos y aliados, ora frente a sus conciudadanos, quienes descubr¨ªan con comprensible irritaci¨®n opiniones, declaraciones o acciones de sus l¨ªderes que les hab¨ªan sido convenientemente ocultadas.

? 2. Am¨¦rica, haciendo su trabajo. No dispongo en estos momentos de informaci¨®n precisa, pero resulta evidente para cualquier observador que la Administraci¨®n estadounidense lleg¨® bien pronto a la conclusi¨®n de que su estrategia inicial de condenar las filtraciones, deplorar su difusi¨®n y predecir un apocalipsis diplom¨¢tico como consecuencia inmediata de su publicaci¨®n no surt¨ªa el efecto deseado. As¨ª que pronto se articul¨® otra muy distinta que encontr¨® con rapidez su camino en hartos editoriales y art¨ªculos de opini¨®n en importantes peri¨®dicos, revistas y televisiones de Estados Unidos y de otros pa¨ªses.

M¨¢s que mentiras o enga?os, los telegramas mostrar¨ªan las habilidades de los diplom¨¢ticos estadounidenses, seg¨²n esta nueva interpretaci¨®n apoyada sobre todo por medios conservadores. M¨¢s que sus fracasos, la informaci¨®n que se iba conociendo pondr¨ªa de relieve c¨®mo la maquinaria de Washington se conduce, in situ y en privado, seg¨²n los mismos altos principios proclamados en p¨²blico desde los p¨²lpitos oficiales del Capitolio. Y en toda ocasi¨®n, Am¨¦rica demostrar¨ªa profesar m¨¢s atenci¨®n a los intereses de la seguridad internacional que a los suyos propios.

Como casi siempre y para desgracia de los espa?oles, se dio tambi¨¦n una versi¨®n castiza de las exculpaciones anteriores, que devino en estrambote nacional cuando fueron los propios peri¨®dicos los que sostuvieron sin rubor que la mayor parte de los contenidos de los cables filtrados, y aun el conjunto de ellos en su totalidad, no pasaba de la categor¨ªa de cotilleos o chismes sin valor alguno para los ciudadanos en general y para sus lectores en particular, a los que consiguientemente se les hurt¨® la informaci¨®n. No pocos comentaristas y tertulianos en Espa?a les siguieron en esa tosca argumentaci¨®n, por pereza mental o por otras motivaciones igualmente espurias, ignorando as¨ª de forma bochornosa la oleada de inter¨¦s p¨²blico que la publicaci¨®n de los papeles de Wikileaks ha suscitado en todo el planeta.

? 3. Mintiendo a los ciudadanos. Nada de lo anterior result¨® cierto, naturalmente, como a estas alturas han podido comprobar por s¨ª mismos los millones de lectores que han seguido con avidez la informaci¨®n en peri¨®dicos, webs, blogs y dem¨¢s contenedores informativos en todo el mundo. Ser¨ªa tarea vana dedicar mayor esfuerzo a refutarlo. Por el contrario, tengo para m¨ª que el inter¨¦s global concitado por los papeles de Wikileaks se explica principalmente por una raz¨®n muy simple, pero al mismo tiempo muy poderosa: porque revelan de forma exhaustiva, como seguramente no hab¨ªa sucedido jam¨¢s, hasta qu¨¦ grado las clases pol¨ªticas en las democracias avanzadas de Occidente han estado enga?ando a sus ciudadanos.

Lo mismo cabr¨ªa predicar desde luego de Gobiernos con menor pedigr¨ª democr¨¢tico en otras zonas del mundo, lo que si se quiere resulta menos sorprendente y, desde luego, constituir¨ªa materia de otro ensayo. Baste rese?ar aqu¨ª el inicial j¨²bilo de la dictadura cubana, que celebr¨® con alborozo los apuros por los que previsiblemente iba a pasar Washington en los d¨ªas siguientes. J¨²bilo que se troc¨® primero en incomodidad al trascender los relatos sobre el grado de implicaci¨®n de sus agentes secretos en Venezuela y otros pa¨ªses latinoamericanos, as¨ª como el nivel de deterioro de su econom¨ªa, y que acab¨® luego en insultos a este peri¨®dico y a su grupo editor.

La lista de argucias que dejan al descubierto los papeles de Wikileaks es larga, y no pretendo aqu¨ª realizar un recuento exhaustivo. La enumeraci¨®n de algunas de entre ellas, sin embargo, s¨ª resulta imprescindible para la argumentaci¨®n de este esbozo, pues la mayor¨ªa afecta a los fundamentos democr¨¢ticos de nuestras sociedades, as¨ª como a su correlato moral en unos tiempos de creciente escepticismo de los ciudadanos con sus gobernantes.

Decenas de miles de soldados libran en Afganist¨¢n una guerra que sus respectivos primeros ministros o presidentes consideran de imposible victoria. Decenas de miles de soldados sostienen con sus esfuerzos a un Gobierno cuya corrupci¨®n es conocida y tolerada por aquellos que les enviaron a luchar. Seg¨²n revelan los despachos de Wikileaks, ninguna de las principales potencias occidentales involucrada cree firmemente en la posibilidad de que el pa¨ªs sea viable a medio plazo, por no hablar ya de su altamente hipot¨¦tico ingreso al club de las democracias, objetivo declarado de los combatientes. As¨ª que a nadie deber¨ªa sorprender que el vicepresidente afgano traslade al extranjero millones de d¨®lares en maletines con el consentimiento de sus patronos en aras de mantener la fachada de que el pa¨ªs asi¨¢tico cuenta con un Gobierno si no decente, al menos semisolvente.

Pakist¨¢n se ahoga en la corrupci¨®n, mantiene un arsenal nuclear en tan lamentable estado que cabe razonablemente temer por su seguridad y ayuda a grupos terroristas que se emplean a fondo contra India y en pa¨ªses de Occidente. Dinero en abundancia proveniente de donantes en Arabia Saud¨ª o los emiratos del Golfo financia tambi¨¦n el terrorismo de grupos sun¨ªes sin que Estados Unidos denuncie a sus firmes aliados en la regi¨®n como potencias del mal ante las tribunas internacionales. Clinton o alguno de sus subordinados m¨¢s directos orden¨® espiar en la ONU no solo a un grupito de pa¨ªses raros -sospechosos desde siempre por su excentricidad en la geopol¨ªtica global y sobre cuya necesidad de ser espiados parece existir consenso entre los m¨¢s desenvueltos- sino al propio secretario general de la organizaci¨®n sin que este, que se sepa, haya exigido explicaci¨®n alguna a semejante violaci¨®n de su estatuto internacional.

Parecer¨ªa ahora, a tenor de aquellos que sostienen que los papeles de las embajadas no contienen novedades de envergadura, que los ciudadanos estaban ya al corriente de todo lo anterior, as¨ª como del resto de exclusivas de impacto que han inundado las primeras p¨¢ginas de los peri¨®dicos de todo el mundo durante dos semanas. No voy a insistir m¨¢s en la falacia de tal aseveraci¨®n. Me interesa m¨¢s se?alar que la publicaci¨®n de los cables secretos revela por a?adidura que, colectivamente, la clase pol¨ªtica en Occidente era consciente de la situaci¨®n en Afganist¨¢n, de las turbias maquinaciones de Pakist¨¢n o de las ambig¨¹edades de los pa¨ªses ¨¢rabes aliados de Washington, por limitarme ¨²nicamente a los ejemplos antes citados, en un ejercicio de doble moral sin muchos precedentes conocidos. Sab¨ªan, pero ocultaban. Y los destinatarios de semejante impostura eran sus electores, las sociedades con cuyo esfuerzo en soldados y en impuestos se sostiene la guerra en Afganist¨¢n. No me parece ya exagerada la comparaci¨®n de agudos observadores, como John Naugthon, cuando se?alan que el r¨¦gimen de Karzai resulta igual de corrupto y de incompetente que el Vietnam del Sur sostenido por Estados Unidos en los setenta. Y que Washington y la OTAN se est¨¢n hundiendo en una ci¨¦naga, la afgana, cada vez m¨¢s similar a la que sufri¨® Estados Unidos con el r¨¦gimen de Saig¨®n hace cuarenta a?os.

? 4. La incompetencia de las ¨¦lites pol¨ªticas. Sin duda argumentar¨¢n los m¨¢s c¨ªnicos que nada de todo esto resulta ajeno a la forma en la que tradicionalmente se ha conducido la alta pol¨ªtica internacional, y que el correlato objetivo del oficio consiste precisamente en el mantenimiento de los secretos diplom¨¢ticos, sin los cuales el mundo resultar¨ªa m¨¢s ingobernable si cabe y por ende m¨¢s peligroso para todos. Las clases pol¨ªticas a ambos lados del Atl¨¢ntico vienen por ello a transmitir un mensaje tan sencillo como ventajista: conf¨ªen en nosotros; no intenten desvelar nuestros secretos; a cambio, les ofrecemos seguridad.

?Pero cu¨¢nta seguridad ofrecen realmente a cambio de aceptar tama?o chantaje moral? Poca o ninguna, pues se da la triste paradoja de que se trata de la misma clase pol¨ªtica que se mostr¨® incapaz de supervisar adecuadamente el sistema financiero internacional cuyo estallido provoc¨® la mayor crisis desde 1929, arruin¨® a pa¨ªses enteros o conden¨® al desempleo y a la depauperaci¨®n a millones de trabajadores. Los mismos responsables del deterioro de los niveles de vida y de riqueza de sus conciudadanos, del incierto destino del euro, de la falta de un proyecto europeo de futuro y en fin, de la crisis de gobernanza global que atenaza al mundo en los ¨²ltimos a?os y a la que no son ajenas las ¨¦lites en el poder en Washington y Bruselas. No estoy seguro de que mantener ocultos los secretos de las embajadas nos garantice una mejor diplomacia o un desenlace m¨¢s benigno a las encrucijadas actuales.

Las incompetencias de los Gobiernos occidentales respecto a la crisis econ¨®mica, el cambio clim¨¢tico, la corrupci¨®n o la agresi¨®n militar ilegal en Irak y otros pa¨ªses han quedado abundantemente expuestas ante la opini¨®n p¨²blica en los ¨²ltimos a?os. Ahora sabemos adem¨¢s, gracias a los papeles de Wikileaks, que todos ellos son conscientes de su desgraciada falibilidad, y que solo la inercia de las maquinarias oficiales y el poder de mantener los secretos les evitan tener que rendir cuentas ante los ciudadanos, raz¨®n ¨²ltima en una democracia.

Ese poder inmenso, el de evitar que la verdad aflore, el de mantener secretos los secretos, es el que ahora, siquiera de forma parcial, limitada, aleatoria han venido a quebrar las revelaciones que nos ocupan.

Comprendo bien que, ante semejante destrozo en sus reputaciones, tanto para el Gobierno de Estados Unidos como, en un tono menor, para sus aliados occidentales resulte irresistible centrar la culpa en Julian Asssange. Ah¨ª creen tener un blanco f¨¢cil. ?Cu¨¢les son sus motivaciones? ?Qu¨¦ inconfesables procedimientos emplea? ?Por qu¨¦ y bajo qu¨¦ condiciones cinco grandes medios de prestigio internacional accedieron a colaborar con ¨¦l y con su organizaci¨®n? No son preguntas il¨ªcitas, naturalmente, y han sido contestadas a satisfacci¨®n en los ¨²ltimos d¨ªas por los directores de los cinco peri¨®dicos que hemos llevado adelante este proyecto, pese a que el martilleo oficial -o peor a¨²n, el martilleo sicario que se embosca en ciertos peri¨®dicos y televisiones- insista una y otra vez en lo contrario.

? 5. Assange y los procedimientos. Aunque el director adjunto de EL PA?S, Vicente Jim¨¦nez, y el subdirector Jan Mart¨ªnez Ahrens mantuvieron varias reuniones con ¨¦l en Suiza, yo solo conozco a Assange de un encuentro en persona en Londres que se alarg¨® muchas horas y del par de conversaciones telef¨®nicas que he relatado al inicio de este texto. Insuficiente desde luego para que pretendiera esbozar aqu¨ª un perfil con el imprescindible rigor period¨ªstico. Pero s¨ª bastante para dar testimonio de que lo ¨²nico que se discuti¨® en todos los encuentros fue la conveniencia de acordar un calendario com¨²n de publicaci¨®n y la exigencia de proteger nombres, fuentes o datos que pudiesen poner en riesgo la vida de personas en pa¨ªses en los que la pena de muerte sigue vigente, o en los que no rige el Estado de derecho como se disfruta en Occidente.

Ni hubo petici¨®n de contraprestaci¨®n econ¨®mica alguna por su parte ni EL PA?S la hubiese aceptado. Los papeles, en s¨ª, ofrecen una fiabilidad fuera de todo cuestionamiento y nadie, ni siquiera en las filas de los adversarios de su publicaci¨®n, empezando por la Administraci¨®n estadounidense, ha dudado de su autenticidad.

Tanta obcecaci¨®n por centrar la atenci¨®n en Assange y sus m¨¦todos, tanto inter¨¦s por escrutar sus motivaciones, tantas maniobras por destruir su reputaci¨®n personal contrastan sin embargo con la colosal falta de respeto, cuando menos, que los diplom¨¢ticos estadounidenses muestran hacia las legislaciones, las normas y los procedimientos de los pa¨ªses en los que ejercen su oficio, empezando por Espa?a, a juzgar por los cables publicados.

Lo m¨¢s importante de las revelaciones de Wikileaks son sin duda alguna las propias revelaciones, pese a que gran parte de la cobertura medi¨¢tica sobre Assange haya preferido hurgar en los supuestos pactos inconfesables con los peri¨®dicos que hemos difundido las informaciones, en la financiaci¨®n de su organizaci¨®n, en su pretendida opacidad o en unas acusaciones de agresi¨®n sexual cuya endeblez, a expensas de lo que finalmente determine la justicia sueca si se produce la extradici¨®n, no deja de resultar inquietante.

Y pese al fascinante debate que se ha abierto sobre el futuro del periodismo y las nuevas tecnolog¨ªas en la era de Wikileaks, tampoco deber¨ªa este centrar ahora todo el inter¨¦s de los periodistas. Resulta de todo punto imprescindible insistir por ello en que nos encontramos ante noticias de cuya importancia solo fingen dudar aquellos interesados en ocultar los da?os que han causado en nuestras democracias.

M¨¢s all¨¢ de lo que determinen las leyes, despu¨¦s de quince d¨ªas de revelaciones ha quedado meridianamente claro que la Embajada de Estados Unidos en Madrid presion¨®, conspir¨® e hizo lo posible y lo imposible para lograr aquello que, en p¨²blico, ning¨²n embajador se hubiese atrevido ni siquiera a sugerir, no digamos ya exigir.

Todos los casos son graves, y no es cuesti¨®n aqu¨ª y ahora de extenderse en cada uno de ellos. Pero a ning¨²n observador atento se le escapa que las maniobras para conseguir el archivo de los tres casos en la Audiencia Nacional que de una manera u otra afectaban a Estados Unidos, as¨ª como las gestiones para forzar a bancos y empresas espa?olas a abandonar los negocios que de acuerdo con la legislaci¨®n internacional realizaban en Ir¨¢n comparten una misma caracter¨ªstica: el desprecio por la legislaci¨®n espa?ola, y aun por la internacional.

Que los jueces espa?oles sean ferozmente independientes, como record¨® a la embajada en m¨¢s de una ocasi¨®n el fiscal general o alg¨²n ministro, o que ninguno de los bancos u empresas con transacciones en Ir¨¢n violase ninguna norma, no ya espa?ola, sino tampoco de rango internacional, no fue ¨®bice para el ejercicio de las presiones m¨¢s obscenas, de las que hemos publicado hasta los ¨²ltimos detalles.

? 6. Los da?os morales. Desconozco de qui¨¦n parti¨® la orden. No s¨¦ si se trat¨® de una directiva recibida de Washington o fue producto del esp¨ªritu emprendedor del propio jefe de la legaci¨®n. Pero la determinaci¨®n en ambos asuntos, por lo que conocemos del relato detallado de los hechos, fue rotunda: cerrar los casos de la Audiencia Nacional a como diese lugar e impedir los negocios con Ir¨¢n de firmas espa?olas.

No se dud¨® para ello en emplear cualquier m¨¦todo, sin reparar en los costes. Y los costes fueron altos. A expensas de que se haya podido cometer alg¨²n delito tipificado en el C¨®digo Penal que convendr¨ªa aclarar debidamente, del embrollo en la Audiencia Nacional qued¨® en la retina de los espa?oles la excesiva promiscuidad con la embajada de ministros y fiscales, la sensaci¨®n de un doble discurso, de una doble moral, de un paisaje demoledor para la salud democr¨¢tica de este pa¨ªs.

De forma similar, los diplom¨¢ticos estadounidenses en Berl¨ªn advirtieron al Ejecutivo alem¨¢n de las graves consecuencias de proseguir con el procedimiento legal contra los agentes de la CIA acusados de secuestrar a Khaled El-Masri, ciudadano germano, y trasladarlo a Afganist¨¢n para ser interrogado bajo tortura. El-Masri fue posteriormente abandonado en Albania toda vez que los agentes descubrieron que hab¨ªan secuestrado a la persona equivocada. El secuestro y la tortura son delitos graves. Ning¨²n Gobierno, tampoco el de Estados Unidos, deber¨ªa contemplarlos con la indulgencia que transpiran los documentos secretos. Presionar a un Gobierno aliado para evitar que los acusados sean investigados resulta inaceptable y, francamente, encaja con dificultad con la idea de que los papeles de Wikileaks muestran tan solo a diplom¨¢ticos estadounidenses haciendo mal que bien su trabajo.

Otro tanto cabr¨ªa predicar del caso de las empresas y bancos espa?oles en Ir¨¢n. Para clausurar sus magros negocios en el pa¨ªs de los ayatol¨¢s y sus min¨²sculas oficinas de representaci¨®n, en el caso de los bancos, se recurri¨® a conseguir informaci¨®n del Banco de Espa?a que el mismo subgobernador, a la saz¨®n Jos¨¦ Vi?als, se encarg¨® de recabar y hacer llegar a la Embajada. Le¨ª con inter¨¦s las explicaciones de los portavoces del banco central. A m¨ª no me tranquilizaron. Y puedo imaginarme que la misma sensaci¨®n que tuve de que la Embajada estadounidense dispone de un poder excesivo sobre los principales organismos de este pa¨ªs la habr¨¢n compartido muchos ciudadanos, conscientes de la importancia de la independencia y la dignidad de las instituciones en una sociedad democr¨¢tica.

La distancia entre los objetivos y los medios empleados para conseguirlos resulta por ello de una desproporci¨®n devastadora. El caso Couso sigue abierto, un desarrollo que en ¨²ltima instancia honra y salva al sistema judicial espa?ol. Los raqu¨ªticos intercambios comerciales y financieros de las empresas y bancos espa?oles afectados de poco serv¨ªan para avanzar la causa de los ayatol¨¢s, ciertamente inquietante por lo dem¨¢s. Pero a cambio de lograr tan escu¨¢lido resultado no se dud¨® en violar todos los procedimientos. Una democracia se compone de los m¨¢s diversos elementos, instituciones y normativas: elecciones con regularidad, jueces independientes y prensa libre, entre muchos otros. En la base se encuentran los procedimientos. Cuando se atropellan estos ¨²ltimos, se pone en riesgo todo lo anterior.

Eso es lo que, en ¨²ltima instancia, muestran los papeles de Wikileaks: un desprecio constante por los procedimientos incompatible no solo con el funcionamiento de las instituciones de un pa¨ªs sino tambi¨¦n, o especialmente, con la mejor tradici¨®n legal y democr¨¢tica de Estados Unidos. De paso, en su destrozo, da?a m¨¢s all¨¢ de cualquier reparaci¨®n posible la imagen de tantos Gobiernos que muestran, a la luz de lo revelado hasta ahora, una necesidad de acomodo y una triste desnudez moral que resulta pat¨¦tica a ojos de los ciudadanos.

Es de justicia aceptar que existe una distinci¨®n fundamental entre el Gobierno elegido por los ciudadanos de un pa¨ªs, temporal siempre en su ejercicio del poder, y el aparato militar, burocr¨¢tico o diplom¨¢tico en el que aquel se sostiene, pero al que no siempre controla, o lo hace de forma superficial, que en numerosas ocasiones funciona al margen y casi siempre con un deficiente grado de rendici¨®n de responsabilidades. Esta idea antigua, formulada hace ya cien a?os por Theodore Roosevelt en su plataforma progresista de 1912, es lo que las revelaciones contenidas en los papeles filtrados vienen tristemente a certificar.

No digo que Obama o Clinton no deban ofrecer explicaciones. Me limito a constatar que casi todo lo que hemos conocido por los cables tuvo lugar al margen e independientemente de qui¨¦n ocupaba la c¨²pula del poder en Washington. Que con seguridad suced¨ªa de forma similar antes de tomar posesi¨®n la actual Administraci¨®n dem¨®crata y con probabilidad seguir¨¢ sucediendo cuando esta haya abandonado la Casa Blanca.

? 7. Las obligaciones de los peri¨®dicos. El poder detesta la verdad revelada, escrib¨ªa sir Simon Jenkins en The Guardian a prop¨®sito de Wikileaks. Yo a?adir¨ªa que, sobre todo, el poder teme la verdad cuando la verdad no coincide con su discurso. Aquel viernes en que recib¨ª la primera llamada telef¨®nica de Assange supe de inmediato que EL PA?S ten¨ªa entre manos una gran historia, y que nuestro deber era publicarla.

Vinieron luego las conversaciones con el resto de diarios, la evaluaci¨®n de los pros y los contras, el cuidadoso sopesar de las consecuencias, los d¨ªas y las noches y de nuevo los d¨ªas de cavilaciones. Pero hubo algo que nunca, nadie de los que participamos en todo el proceso puso jam¨¢s en duda: lo verdaderamente responsable, lo legal y lo importante para las sociedades democr¨¢ticas a las que nos dirigimos -y con cuyo impulso y progreso nos sentimos comprometidos- era dar a conocer la historia. Revelar lo oculto constituye la piedra de toque definitiva del periodismo comprometido, y nuestra raison d'¨ºtre ¨²ltima.

Publicar informaciones confidenciales, reservadas o cuyas consecuencias pol¨ªticas, econ¨®micas o sociales exceden de lo com¨²n plantea siempre un dilema, sobre todo si se trata de documentos de los que los Gobiernos puedan aducir, con raz¨®n o sin ella, que amenazan la seguridad nacional o la vida de determinadas personas. Dar a conocer esas informaciones pone a prueba algunos l¨ªmites morales. Por supuesto, tambi¨¦n tantea los contornos de determinadas normas legales. A veces puede ser irresponsable. Y siempre resulta inc¨®modo.

Los papeles del Departamento de Estado no han sido una excepci¨®n. Y en verdad no suelen darse tantas: en mis casi cinco a?os como director de este peri¨®dico la situaci¨®n no se ha producido en m¨¢s de una decena de ocasiones. Puedo entender las objeciones oficiales a hacer p¨²blicos ciertos detalles, operaciones a¨²n en marcha, nombres o lugares por el alto riesgo que su publicaci¨®n comporta. A evitarlo los periodistas de EL PA?S han aplicado toda su capacidad profesional, que es mucha, as¨ª como a proveer del contexto necesario una informaci¨®n que de por s¨ª puede resultar prolija en exceso y dif¨ªcil de seguir en todas sus consecuencias.

No comparto, naturalmente, otras objeciones. Sobre todo aquellas que persiguen mantener ocultos hechos que no ponen en riesgo m¨¢s que la carrera pol¨ªtica o la estatura moral de quien ha emitido opiniones francas, en demasiadas ocasiones contrarias a aquellas que sostiene en p¨²blico, en el convencimiento de que su doble juego no corr¨ªa riesgo alguno de acabar en las primeras p¨¢ginas de cinco peri¨®dicos de alcance internacional.

Soy consciente de que publicar esta informaci¨®n pese a las objeciones de los Gobiernos supuso correr determinados riesgos. Pero tambi¨¦n s¨¦ que nos resultaba de todo punto impensable escamotear a los lectores de EL PA?S, a ambos lados del Atl¨¢ntico, el relato detallado de lo que nuestros Gobiernos, as¨ª como el de Estados Unidos, hacen en nombre suyo, en el convencimiento de que, finalmente, la informaci¨®n redundar¨¢ siempre en un ciudadano m¨¢s comprometido con la democracia.

Es tarea de los Gobiernos, no de la prensa, mantener los secretos mientras puedan, y no ser¨¦ yo quien discuta su derecho, ciertamente leg¨ªtimo, a hacerlo as¨ª siempre que ello no encubra hechos dolosos o enga?os a los ciudadanos.

Pero el principal de los deberes de un diario consiste en publicar aquello que haya averiguado, y en buscar las noticias all¨¢ donde las pueda conseguir. Como dije ya en un chat con los lectores de EL PA?S, los peri¨®dicos tenemos muchas obligaciones en una sociedad democr¨¢tica: la responsabilidad, la veracidad, el equilibrio y el compromiso con los ciudadanos. Entre ellas no se encuentra la de proteger a los Gobiernos, y al poder en general, de revelaciones embarazosas.

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FERNANDO VICENTE
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