¡°Solo ahora me atrevo a contar mis historia a los amigos¡±
Tras un silencio de casi 20 a?os, la maestra Naima el Rabeie revela a sus compa?eros c¨®mo un d¨ªa de protestas marc¨® toda su carrera

Despu¨¦s de haber estudiado cuatro a?os la carrera de profesora, a Naima el Rabeie le quedaban dos meses para graduarse. Era el siete de abril de 1976 y ella ten¨ªa 23 a?os. Durante todo el tiempo transcurrido hasta sus 57 de ahora ha vivido marcada por las consecuencias de ese d¨ªa. Aquella ma?ana de una primavera fallida, en las aulas universitarias de Tr¨ªpoli se produjo la primera gran revuelta contra Muamar el Gadafi. En los a?os posteriores, cada siete de abril el r¨¦gimen ir¨ªa colgando en los lugares p¨²blicos a los opositores, para que el resto de la poblaci¨®n se atuviera a las consecuencias. Naima sostiene que lo ¨²nico que hizo aquel d¨ªa, su ¨²nico delito, fue atender a los estudiantes heridos que llegaban al hospital. A la semana siguiente, su nombre apareci¨® en una lista junto al de cientos de estudiantes a quienes se les prohib¨ªa seguir estudiando. Entre ellos estaba uno de sus hermanos. Fue a protestar ante el l¨ªder del sindicato oficial de estudiantes.
¡°Se llamaba Abdul Gader el Bagdadi y creo que ha muerto ahora. Me dijo: ¡®Vale, t¨² no habr¨¢s hecho nada, pero tu hermano era uno de los responsables. Y me dijo una frase que no se me ha olvidado nunca y que a¨²n ahora me pone los pelos de punta al recordarla: ¡®Voy a cavar la tumba de tu hermano¡¯. Mi hermano se march¨® a Estados Unidos para estudiar ingenier¨ªa agr¨ªcola pero al volver, en 1983, lo metieron cinco a?os en la c¨¢rcel. Muri¨® de c¨¢ncer al salir, a los 42 a?os, y dej¨® tres hijos sin padre¡±.
A Zackaria, su otros hermano, lo metieron en prisi¨®n por haber visitado a un estudiante amigo, Rashid Kabar, al que despu¨¦s ahorcaron. ¡°Lo metieron tres meses, abusaron de ¨¦l, se fue a Estados Unidos. Y no ha vuelto nunca m¨¢s¡±. A otras compa?eras que tambi¨¦n ayudaron en el hospital, las llevaron a la c¨¢rcel. ¡°Y eso, por aquella ¨¦poca, era como ser prostituta, aunque hubieras pasado solo una noche¡°. Desde entonces tuvo que limitarse a ense?ar como maestra de educaci¨®n primaria en centros privados. ¡°Me dijeron no podr¨ªa a acercarme a ninguna escuela p¨²blica porque podr¨ªa envenenar la mente de los ni?os. Y me obligaron a firmar que nunca podr¨ªa trabajar en una escuela del Gobierno¡±.
Vinieron muchos a?os grises. ¡°Pon¨ªas la televisi¨®n y siempre sal¨ªa Gadafi repitiendo las mismas cosas sin sentido. A veces, cuando se anunciaba un nuevo discurso, pens¨¢bamos que tal vez nos fuese a decir algo nuevo o algo que nos beneficiara, pero siempre era una p¨¦rdida de tiempo. Siempre creaba algo para mantenernos ocupados: un nuevo pasaporte, un nuevo carn¨¦ de identidad, cambiar el sistema de educaci¨®n¡ La gente nos fuimos quedando sin esperanza y frustrados. Hizo que todo el mundo desconfiara de todo el mundo¡±.
El miedo gobern¨® la vida de Naima. Se sent¨ªa estigmatizada, sab¨ªa que su participaci¨®n en el siete de abril podr¨ªa salir a la superficie en cualquier momento en cualquier lugar. Viv¨ªa con miedo a que en su colegio supieran su historia y con miedo a morir antes de que echaran a Gadafi. En su escuela, tras 18 a?os de trabajo, s¨®lo dos personas sab¨ªan que fue expulsada.
La revuelta del 17 de febrero le cogi¨® con cinco hijos y viuda desde hac¨ªa ocho a?os. Su madre le advirti¨®: ¡°Ten cuidado con lo que haces, con lo que dices y lo que hablas, porque ya no eres ninguna joven llena de energ¨ªa. Y tus hijos dependen de ti¡±. Miles de habitantes de Tr¨ªpoli apoyaron la revuelta de Bengasi declar¨¢ndose en huelga. Muchos padres no mandaban a los ni?os a la escuela, porque ten¨ªan miedo. Pero el r¨¦gimen amenaz¨® a los profesores con el despido. Y Naima acudi¨® a unas clases semi vac¨ªas a poner ex¨¢menes, como si no pasara nada.
En la ciudad se pintaban balones con los colores de la bandera rebelde, gatos, perros, palomas y muros. Los gadafistas disparaban contra los animales pintados y tapaban las paredes con otra capa de pintura, pero no les daba tiempo a cubrirlas todas y se pod¨ªa leer lo que se hab¨ªa escrito debajo. Naima super¨® el miedo que la hab¨ªa atenazado todos estos a?os, cogi¨® una c¨¢mara y se fue al barrio de Fashllum, donde m¨¢s j¨®venes parados hab¨ªa y donde m¨¢s fuerte era la oposici¨®n a Gadafi. Pero Naima tem¨ªa por su hija de 24 a?os, estudiante de arquitectura. Y la mand¨® a Jordania. ¡°Pens¨¦ que ahora podr¨ªan hacerle m¨¢s da?o del que me hab¨ªan hecho a m¨ª. Se o¨ªan cosas terribles de lo que le hac¨ªan a algunas mujeres. Despu¨¦s me enter¨¦ de que la hab¨ªan estado buscando los gadafistas¡±. Le dio una tarjeta de memoria con todas las fotos que hab¨ªa hecho, para que las difundiera en Jordania. Pero la hija tuvo que deshacerse de ella en la frontera.
A mediados de septiembre acudi¨® por fin al colegio con su bandera rebelde, soltando el grito alargado de las mujeres libias en las celebraciones y les dijo a sus compa?eros: ¡°?Sab¨ªais que yo fui expulsada el siete de abril?¡± Descubri¨® lo bonito que es hablar abiertamente de pol¨ªtica en su pa¨ªs, sin temer a nada ni a nadie, interesarse por los partidos, por las personas que hay detr¨¢s de ellos... ¡°En el r¨¦gimen de Gadafi no conoc¨ªamos el nombre de los ministros. ?l trataba de atribuirse todos los m¨¦ritos: si comprabas un coche era gracias a ¨¦l, si consegu¨ªas un trabajo se lo deb¨ªas a ¨¦l. En la tele nunca se mencionaba a los ministros por sus nombres, solo por el cargo. Los futbolistas de la selecci¨®n nacional tampoco ten¨ªan nombres, se les llamaba por el n¨²mero. ?Sabe por qu¨¦? Para que solo se conociera el de Gadafi¡±.
Naima no se hace muchas ilusiones ahora respecto a la educaci¨®n que recibir¨¢n que les espera a los j¨®venes. ¡°El nivel de los chicos ha empeorado a?o a a?o; porque el de los profesores tambi¨¦n lo ha hecho. Pero yo espero que mis hijas tendr¨¢n una educaci¨®n mucho mejor de la que he tenido yo. Se educar¨¢n en libertad¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
