Solo es el comienzo
La revoluci¨®n entra en una segunda fase, de pugna contra la supremac¨ªa militar
Es una revoluci¨®n y su camino, como el de todas las revoluciones, es incierto. La rapidez con que cayeron los dos primeros dictadores, Ben Ali y Mubarak, pudo crear el espejismo de un movimiento instant¨¢neo, limpio y el¨¦ctrico como la tecnolog¨ªa usada por los revolucionarios para comunicarse. Nada m¨¢s lejos de la realidad: una revoluci¨®n es m¨¢s un proceso que un acontecimiento. Sus vericuetos son sinuosos y con frecuencia no conducen a ning¨²n lado o regresan al punto de partida. Tienen m¨¢s de laberinto oscuro que de alameda luminosa. Su ¨¦xito no est¨¢ asegurado ni es como un paseo militar.
Los egipcios, a diferencia de los tunecinos, solo han despachado al fara¨®n, que ya es mucho. Pero nada han tocado del sistema, una dictadura militar desde la misma fundaci¨®n de la Rep¨²blica en 1953, tras la expulsi¨®n del rey Faruk por parte de los Oficiales Libres encabezados por Gamal Abdel Nasser. Ni siquiera la idea de la dictadura castrense agota lo que es el Ej¨¦rcito egipcio. Su papel en el sistema econ¨®mico es central, como lo es en la preservaci¨®n del n¨²cleo vital de los grandes intereses y los pactos estrat¨¦gicos (Israel, Estados Unidos) que definen el Egipto contempor¨¢neo.
Para Shadi Hamid, director de investigaci¨®n del centro que tiene en Doha (Qatar) el think tank estadounidense Brookings, ¡°la revoluci¨®n egipcia, en vez de representar una ruptura brusca con el pasado, puede ser entendida mucho mejor como un golpe militar de inspiraci¨®n popular¡± (The Arab Awakening, varios autores; Brookings Institution Press). El punto en que ha llegado ahora, a pocos d¨ªas de la primera cita electoral para elegir un nuevo Parlamento, es la segunda fase de la revoluci¨®n, en la que hay una pugna entre los socios anteriores, los manifestantes y los militares; unos para sustituir el actual poder militar por un poder civil y los otros para seguir ganando tiempo y evitarlo.
La revoluci¨®n entra en una segunda fase, de pugna contra la supremac¨ªa militar
Los militares egipcios se gu¨ªan, como los militares de casi todo el mundo, por el mito que les identifica con el pueblo al que se presume que defienden. De ah¨ª que eviten o difieran hasta el l¨ªmite la decisi¨®n de disparar a su propio pueblo cuando creen que est¨¢n en juego los intereses supremos. Incluso cuando lo hacen, como ya ha sucedido este a?o en varias ocasiones, ahora mismo, se evita usar la tropa y la fusiler¨ªa, y se enmascara para eludir un punto sin retorno en el que el poder militar carezca de todo margen fuera de la represi¨®n. La tentaci¨®n de zanjar Tahrir como Tiananmen, la plaza pequinesa donde el Ej¨¦rcito chino masacr¨® a los estudiantes en 1989, cuenta con potentes argumentos disuasivos, sobre todo desde el prisma de los propios militares.
El mariscal Tantaui no puede admitir ni siquiera que la instituci¨®n que preside tenga deseos o intenciones de perpetuarse en el poder. Ha se?alado fecha, julio de 2011 lo m¨¢s tarde, para unas elecciones presidenciales que deben situar en la c¨²pula del Estado al primer presidente civil de la historia y planteado la necesidad de un refer¨¦ndum para decidir si los militares deben entregar el poder inmediatamente. Pero no ha negado, en cambio, ninguna de las pretensiones castrenses, como es mantener un estatuto especial de guardianes de la Constituci¨®n, contar con presupuestos e inversiones fuera de la acci¨®n y el control parlamentario y seguir con un dominio reservado en un sector de la econom¨ªa que se eval¨²a en un 25% del PIB egipcio. Por eso es de temer que maniobre y manipule la agenda electoral, y las urnas si hace falta, para salir de esta con el poder militar intacto.
Si Egipto avanza hacia la supremac¨ªa del poder civil, la revoluci¨®n recibir¨¢ un nuevo impulso
Hay una situaci¨®n de doble poder, el militar por un lado y el de la calle por el otro, que los Hermanos Musulmanes quieren desequilibrar en su provecho. Tambi¨¦n hay dos modelos en competencia: el de una rep¨²blica tutelada por los militares y el de una democracia islamista. Ambos son de inspiraci¨®n turca aunque referida a distintas ¨¦pocas: el primero de la Turqu¨ªa de Ataturk y el segundo de la Turqu¨ªa de Erdogan y su partido de la Justicia y del Desarrollo. Cabe que del cruce y acuerdo entre ambos salga un h¨ªbrido peor, en el que cada uno de los vectores mantenga su vigilancia, militar y religiosa respectivamente, al estilo del muy iliberal modelo saud¨ª.
El futuro de las revoluciones ¨¢rabes se juega de nuevo en Tahrir. En Mayo del 68 se hizo famosa una frase: ¡°Ce n'est qu'un d¨¦but, continuons le combat¡± (solo es el comienzo, continuemos el combate). Era falsa: fue el final de una ¨¦poca y apenas hubo m¨¢s combates de barricada como aquellos. Ahora es al rev¨¦s, los ¨²ltimos compases revelan que, a poco de cumplirse un a?o del comienzo, estamos todav¨ªa en el comienzo, el largo comienzo de una revoluci¨®n incierta. Si Egipto avanza hacia la supremac¨ªa del poder civil, la revoluci¨®n recibir¨¢ un nuevo impulso. Ya sabemos qu¨¦ suceder¨¢ si quienes avanzan y consolidan posiciones son los militares.
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