Acu¨¦rdate de mi nombre...
Los viajeros indocumentados del tren La Bestia temen no poder ser identificados Hay miles de cad¨¢veres sin identificar
Soy un poliz¨®n. Un ilegal subido en este tren de mercanc¨ªas que cruza M¨¦xico en direcci¨®n a Estados Unidos. Llevo mi pasaporte, pero viajo como un indocumentado. Me lo he colocado en un bolsillo bien cerrado, por si acaso. Por si me caigo. Para que al menos me identifiquen y sepan quien soy. Son las cuatro de la ma?ana y hace fr¨ªo. Y est¨¢ oscuro. De vez en cuando el maquinista frena para bajar la velocidad y la Bestia chirr¨ªa, como si chillara, trepanandote los o¨ªdos. El carb¨®n depositado en las v¨ªas y aventado por la velocidad del tren irrita los ojos y las mucosas. Tengo el pelo apelmazado y la piel acartonada. Respirar esto no debe de ser bueno. El cemento que transporta el vag¨®n al que me he subido suelta un polvo blancuzco que se mete por todos los lados. Los vagones de delante llevan productos qu¨ªmicos, por eso no se ha subido en ellos ning¨²n ilegal.
El rugido de la Bestia es constante y atronador. Cuando pasamos por gargantas angostas, el traqueteo del tren se convierte en una tortura s¨®nica que amenaza con volverte loco. De noche no te puedes asomar para intentar distinguir por donde va el tren, porque cualquier rama de un ¨¢rbol pegado a la v¨ªa te puede golpear y tirarte abajo. Los migrantes con los que viajo en este vag¨®n de cemento me han dado sus nombres y me han contado sus historias. Empiezo a confiar en ellos. No creo que sean "halcones" de los narcos, pero por si acaso no bajo la guardia.
Dos de ellos se han quedado dormidos. Es una imprudencia. Cualquier frenazo, aceler¨®n o curva cerrada los puede mandar a la v¨ªa. Y lo que es peor, a las ruedas de este tren que todos los d¨ªas devora a alg¨²n ilegal o mutila alguno de sus miembros. Lo he visto en el Albergue de Tapachula, en Chiapas, donde acogen a los migrantes a los que la Bestia dio un zarpazo, pero que sobrevivieron.
"Me qued¨¦ en shock. Mi mente segu¨ªa funcionando, d¨¢ndose cuenta de lo que me hab¨ªa pasado. Sent¨ªa coraje por todo el cuerpo. Un calor enorme. Me dio por pensar que igual me salvaban la pierna, pero ya ve, ahora llevo una pr¨®tesis..". Maritza Guzm¨¢n, hondure?a de 25a?os, borda la iniciales del albergue Jes¨²s el Buen Pastor en un mantel mientras me cuenta su drama. Intent¨® subirse a la Bestia en marcha cuando ya hab¨ªa cogido velocidad. Se agarr¨® a la escalerilla pero en el ultimo momento vacil¨®. Y con la Bestia no se vacila, porque no tiene piedad. Maritza salt¨® pero se dio cuenta de que su pierna derecha no hacia pie en el escal¨®n, sino que era succionada por la rueda del tren. Succionada y seccionada. Ese d¨ªa acabo su viaje como ilegal a Estados unidos. Era el primer d¨ªa y ahora espera su deportaci¨®n en esta posada para migrantes.
La historia de Maritza se repite muy a menudo. Todas las semanas los diferentes hospitales de las ciudades por las que pasa el tren registran el caso de un amputado, cuando no de un fallecido por el tren. Le pregunto como contempla su tragedia, como una cuesti¨®n de mera mala suerte, como un fracaso, quiz¨¢s como un castigo. "Para ser un castigo deber¨ªa ser mala persona, y no lo soy, pero si es un fracaso. Nunca tuve un buen trabajo en mi pa¨ªs, pero al menos tenia dos piernas", se lamenta.
El albergue de Tapachula se ha especializado en el cuidado, cura y mimo de todas estas personas que iniciaron un viaje para una vida mejor y que fueron brutalmente golpeados por la realidad del fracaso. Miguel Antonio T¨¢vora, de 28 a?os y tambi¨¦n hondure?o, maneja la silla de ruedas con soltura. Me cuenta que perdi¨® la pierna dos semanas antes. Tiene, como dice el, los mu?ones todav¨ªa frescos. Lleg¨® a jugar al f¨²tbol en ligas mayores en su San Pedro Sula natal, y ahora, pena por haber tomado una decisi¨®n que lamentar¨¢ toda su vida. "A mi me mat¨® la confianza, porque no le mostr¨¦ miedo a La Bestia", cuenta. Como a Maritza, su cuerpo fue succionado al resbalar por la escalerilla mientras abordaba el tren. Como Freddy, que resbal¨® del techo del vag¨®n por la lluvia y acabo bajo las ruedas. Como tantos y tantos otros que, al menos, tienen la suerte de contarlo.
8.818 cad¨¢veres sin identificar
Los otros polizones que van conmigo, los que est¨¢n despiertos, me cuentan historias similares, y me dicen que me acuerde de sus nombres por si se caen del tren o los despe?an los narcos durante un asalto: "No llevamos documentos y no queremos acabar en una fosa com¨²n". Apunto: Edgar V¨¢zquez, salvadore?o, Marvin L¨®pez, hondure?o, Miguel Guerra, guatemalteco... Yo les cuento que he estado en la morgue de Tapachula y en su cementerio, donde entierran los cad¨¢veres de los ilegales no identificados.
?Callan y escuchan. Supongo que queriendo no escuchar. Imagin¨¢ndose ellos mismos en esa situaci¨®n. Les doy datos. Hay en M¨¦xico 8.818 muertos sin nombre, seg¨²n estad¨ªsticas del Servicio Medico Forense (SEMEFO). Bien es cierto que muchos de ellos son producto de las guerras internas entre los narcos, pero los cad¨¢veres encontrados en las ciudades que hacen frontera con Estados Unidos o Guatemala, o por las que pasa La Bestia, son de migrantes. Son enterrados en fosas comunes y el ¨²nico documento oficial que consta es un Acta de Defunci¨®n donde, en una linea, se hace una descripci¨®n de las causas del fallecimiento.
?"El a?o pasado enterramos a unos 70 u 80", me cuenta Arturo Moreno, el enterrador del cementario de Tapachula. Tiene un sentido del humor especialmente negro, como supongo que se le pide a un enterrador, y el sentido pr¨¢ctico de un Caronte que te dice "muchos vienen ya con olor, con arrocito y gusanos, ya no se les reconoce ni la cara. Si, es una tragedia pero pues no es para ponerse a llorar, ?No?". Cuando le pregunto que me ense?e la fosa com¨²n mi sorpresa se convierte casi en indignaci¨®n. No hay fosa com¨²n. La quitaron para hacer sitio. Desde hace semanas entierran los cad¨¢veres de los ilegales en los caminos de tierra del cementerio, o entre las tumbas mas antiguas, o simplemente en cualquier esquinazo. Solo ¨¦l y el responsable del camposanto saben donde est¨¢n. Podemos estar pisando un cuerpo no identificado y no saberlo. Me ense?a un basurero, lleno de ceniza, desperdicios de comida y restos de flores secas: "Aqu¨ª enterramos a un padre y su hija, juntos, como los encontraron".
- ?Quienes eran?, -pregunto.
- Ni idea, yo solo enterr¨¦ sus cuerpos.
- ?Y lo hizo debajo del basurero o la basura la echaron despu¨¦s?.
- Eso es culpa de la gente, que echa sus desperdicios aqu¨ª. ?Que falta de verg¨¹enza!, -me dice como compungido.
- Bueno, y porqu¨¦ no se?alizan el lugar. Ponen una cruz, o un cartel que diga N.N., o algo que indique que aqu¨ª yacen dos cuerpos...
- Porque no me pagan por ello. A mi me pagan lo familiares de los muertos y como estos no sabemos quienes eran, y como pues no hay familia, pues ah¨ª est¨¢n..
Mis compa?eros de viaje en La Bestia me miran sin despegar los labios. Les ense?o la foto del basurero y ladean la cabeza sin decir nada. Cerrando lo ojos. Enseguida despiertan al que se hab¨ªa quedado dormido. "Cuidado hermano, que si te caes ya nunca mas se sabe de ti". Y se arrepienten de no llevar su documentaci¨®n encima. Y se aprietan entre ellos como d¨¢ndose calor, o esperanza, o ¨¢nimo. El tren sigue su marcha. Yo me palpo el pasaporte y me froto las manos para calent¨¢rmelas un poco. Y me pregunto a m¨ª mismo por qu¨¦ les cuento estas cosas. Por qu¨¦ soy a veces tan bocazas. Que necesidad tengo de amargarles un viaje ya de por si complicado. Son las cinco de la ma?ana y el tren no deja de rugir. Sigo despierto...
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