Todos c¨®mplices
La enorme columna de fuego sobre el penal de Comayagua ha vuelto a poner a Honduras en el mapa, un pa¨ªs gobernado por una decena de familias con dinero y sin conciencia
No hay de qu¨¦ extra?arse. En Honduras siempre mandan los mismos y mueren los mismos. En esta ocasi¨®n, la ¨²nica diferencia es que, en vez de poco a poco, murieron todos de una vez, 355 presos, pisoteados, asfixiados, carbonizados, muchos de ellos sin acusaci¨®n y sin condena, por supuesto sin escapatoria. No faltar¨¢n quienes digan que solo fue un desgraciado accidente. Y quienes ¨Ctal vez no en p¨²blico¡ª se atrevan a comentar que, al fin y al cabo, se trataba de malhechores. Dentro de unas horas, el mundo volver¨¢ a sus cosas y Honduras a las suyas, que son las de siempre: un pa¨ªs de ocho millones de habitantes ¨Cel segundo m¨¢s pobre de Am¨¦rica despu¨¦s de Hait¨ª- gobernado a su antojo por una decena de familias con dinero y sin conciencia.
Hubo, sin embargo, un momento en que las cosas del mundo y las de Honduras fueron las mismas. Un momento que empez¨® el 28 de junio de 2009, la ma?ana en que el presidente Manuel Zelaya fue secuestrado por un comando militar y expulsado del pa¨ªs en pijama, y que termin¨® el 27 de enero de 2010, cuando ¨Cen el transcurso de una ceremonia delirante¡ª el actual presidente, Porfirio Lobo, tom¨® posesi¨®n de su cargo y pas¨® revista a las tropas junto al general golpista vestido de gala. Durante aquellos siete meses se perpetr¨® sobre Honduras un bombardeo diplom¨¢tico jam¨¢s visto hacia un pa¨ªs tan peque?o. De una parte, la Organizaci¨®n de Estados Americanos ¨Ccon su presidente Jos¨¦ Miguel Insulza a la cabeza-, la Uni¨®n Europea y los Estados Unidos. De otra, los pa¨ªses del ALBA bajo la tutela de Hugo Ch¨¢vez y Daniel Ortega. Unos y otros se enzarzaron en una discusi¨®n tan est¨¦ril sobre si la raz¨®n la ten¨ªa Zelaya o los golpistas que, como suele suceder, se olvidaron de los verdaderos problemas, de la gente. Tan preocupados estaban yendo de un hotel a otro, de un avi¨®n a otro, de una discusi¨®n legal a otra, que se les termin¨® el tiempo, validaron con la toma de posesi¨®n de Lobo un golpe de Estado perfecto, y se fueron de all¨ª maldiciendo el d¨ªa en que decidieron discutir sobre el sexo de los ¨¢ngeles bajo el calor del tr¨®pico. Juraron no volver. Y no volvieron.
?A Washington, Caracas y Bruselas siguieron llegando noticias de la extrema pobreza, de la violencia terrible, de la corrupci¨®n de polic¨ªas y jueces bajo el mandato de Porfirio Lobo, de los asesinatos crecientes de periodistas y de activistas de derechos humanos. Pero la respuesta fue el silencio. Las decenas de diplom¨¢ticos y altos funcionarios que visitaron Honduras durante aquellos siete meses interminables sab¨ªan qui¨¦n era Lobo -terrateniente de Olancho, uno de los mayores agricultores del pa¨ªs, formado en EE UU, padre de 11 hijos, cristiano ferviente y partidario de la pena de muerte- y sus posibilidades reales de encauzar un pa¨ªs que, por si fuera poco, se estaba convirtiendo en el portaaviones de la droga. Ahora, la enorme columna de fuego sobre el penal de Comayagua ha vuelto a poner a Honduras en el mapa. El 28 de junio de 2009, aquella ma?ana en que Zelaya fue sacado del pa¨ªs en pijama, la comunidad internacional a¨²n pudo alegar desconocimiento. Ya no.
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