Thatcher, libertadora argentina
Los ¡°nazis argentinos¡± se habr¨ªan consolidado en el poder si la Dama de Hierro se hubiera cruzado de brazos ante la ocupaci¨®n de Las Malvinas hace treinta a?os
Nunca he entendido del todo por qu¨¦ los argentinos jam¨¢s han reconocido la enorme deuda que tienen con Margaret Thatcher. Tendr¨¢ que llegar el d¨ªa en el que alg¨²n representante del Gobierno argentino demuestre la inteligencia, la madurez y la cortes¨ªa necesarias para darle las gracias. Mientras esperamos, aprovechemos el 30? aniversario del comienzo de la guerra de las Malvinas para explicar por qu¨¦ la Dama de Hierro merece ser considerada en Argentina como la gran libertadora del siglo XX.
Viajemos 30 a?os para atr¨¢s. No al 2 de abril de 1982, cuando tropas argentinas ¡°recuperaron¡± o, seg¨²n el punto de vista, ¡°invadieron¡± las Malvinas. Volvamos al d¨ªa antes, al 1 de abril. Yo viv¨ªa en Buenos Aires en aquel momento. Llevaba dos a?os y medio all¨¢, dos a?os y medio de creciente rabia y rencor hacia los asesinos en serie de la Junta Militar que gobernaba el pa¨ªs. En aquel 1 de abril solo hab¨ªa una cuesti¨®n pol¨ªtica en Argentina: ?cu¨¢ndo iban a dejar el poder los hijos de puta de los milicos? Si a cualquier persona remotamente sensata, no asociada directamente con el Gobierno, se le hubiera preguntado en ese momento: ¡°?Qu¨¦ es m¨¢s importante hoy, que se recupere la democracia o la soberan¨ªa sobre las Malvinas?¡±, creo ¡ªquiero creer¡ª que la respuesta hubiera sido la democracia.
Los generales Videla, Galtieri y compa?¨ªa hicieron desaparecer a 30.000 personas durante sus m¨¢s de seis a?os en el poder. Es decir, los secuestraban, los torturaban, los mataban y escond¨ªan sus cuerpos en fosas comunes o en el fondo del mar. A la crueldad f¨ªsica se agregaba la crueldad mental hacia los familiares de las v¨ªctimas. Saber que un ser querido ha muerto es mejor, o menos terrible, que aguantar a?os alimentando la remota esperanza de que (tras sufrir inimaginables horrores) quiz¨¢ siga vivo. Lo s¨¦. Conoc¨ª ¨ªntimamente a personas que padecieron esta precisa agon¨ªa mental.
Viv¨ª en Buenos Aires entre los tres y diez a?os. En el colegio juraba todos los d¨ªas por la patria morir
Por eso fui a ver al embajador brit¨¢nico por el a?o 1980 a pedirle ayuda en un caso concreto de una mujer desaparecida (me dijo el embajador que el aparato represivo de los militares era como ¡°una m¨¢quina para hacer salchichas¡±); por eso escrib¨ª art¨ªculos en la prensa argentina comparando el terror de la Junta Militar con el holocausto nazi; por eso, cuando las Madres de Plaza de Mayo hicieron un llamado al pueblo a acudir a la plaza a denunciar al r¨¦gimen a finales de 1981, fui (¨¦ramos unos treinta manifestantes, recuerdo); y por eso tambi¨¦n fui a la plaza un mes antes de la guerra, el gran d¨ªa en el que los argentinos por fin le perdieron el miedo a los militares y m¨¢s de 30.000 gritamos: ¡°?Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!¡±.
Me despertaron a las cuatro de la ma?ana del 2 de abril de 1982 para informarme de que los militares hab¨ªan tomado las Malvinas. Mi espont¨¢nea reacci¨®n: ¡°?Qu¨¦ hijos de la gran puta! Se jugaron la ¨²ltima carta que les quedaba¡±. O sea, apelaron al patriotismo de los argentinos, apostaron a que la gloria de haber recuperado esas in¨²tiles y pr¨¢cticamente vac¨ªas islas frenar¨ªa la incipiente rebeli¨®n y les mantendr¨ªa en el poder. Nunca me imagin¨¦ que la jugada les saliera tan bien; que al d¨ªa siguiente fueran a celebrar a la plaza de Mayo 100.000 personas, algunas de ellas las mismas que se hab¨ªan manifestado en contra del borracho Galtieri y sus compinches unas pocas semanas atr¨¢s.
Deber¨ªa de haberlo entendido, al menos en parte. Viv¨ª en Buenos Aires cuando ten¨ªa entre 3 y 10 a?os. Cada ma?ana nos pon¨ªamos en fila en el colegio frente a la bandera y cant¨¢bamos el himno nacional. Yo, nene brit¨¢nico, ¡°juraba¡± todos los d¨ªas ¡°por la patria morir¡±. En las clases nos met¨ªan en la cabeza una y otra vez que los ¡°ingleses¡± eran unos ¡°piratas¡± y que las Malvinas eran argentinas. Supongo que, por mi condici¨®n de ¡°ingl¨¦s¡±, tuve una cierta inmunidad al mensaje. El lavado cerebral, como se demostr¨® aquel 2 de abril, funcion¨® mejor con mis amiguitos nativos.
Lo curioso fue que pasados unos d¨ªas la gente no recapacitara, que no hubiera sido capaz de superar la infantil irracionalidad a la que hab¨ªa en un primer momento sucumbido. M¨¢s curioso a¨²n es que 30 a?os m¨¢s tarde sigan estancados ah¨ª, aparentemente sin entender la extraordinaria fortuna que tuvo Argentina de que en ese preciso momento estaba en el poder en Reino Unido una mujer considerada repelente por un alto porcentaje de la poblaci¨®n brit¨¢nica (no me excluyo), y que se la ve¨ªa como repelente precisamente por su marcial patrioterismo, por su nostalgia imperial, por su estrechez mental y por su obstinada forma de ser, cualidades que la condujeron a emprender una aventura militar de infinitamente m¨¢s valor para el pueblo argentino que para el brit¨¢nico.
El valor econ¨®mico de las islas era nulo para ambos pa¨ªses. No hab¨ªa se?al de que hubiera petroleo debajo del mar
El valor econ¨®mico de las islas era nulo para ambos pa¨ªses, ya que en aquellos tiempos no hab¨ªa se?al de que hubiese petr¨®leo debajo del mar. Todo se hizo con el pretexto del honor. El argumento de Thatcher fue que mont¨® su contraataque para defender los principios de la soberan¨ªa y la democracia. Bien, pero para Argentina el valor de la guerra fue mucho m¨¢s all¨¢ de los meros principios. La consecuencia directa de la derrota argentina fue que los militares se retiraron, humillados, del poder; que se vieron expuestos eventualmente al castigo de la ley; y que se instal¨® la democracia, como hemos visto, de manera duradera. Si Margaret Thatcher se hubiera quedado con los brazos cruzados ante la ocupaci¨®n de las Malvinas hace casi exactamente 30 a?os, los nazis argentinos (los m¨¢s nazis, sin duda, de los muchos reg¨ªmenes militares en aquellos tiempos en el poder en Am¨¦rica Latina) se habr¨ªan consolidado en el poder. Seguramente hubieran torturado y matado a m¨¢s personas. La pena es que antes de caer tuvieran que cargarse las vidas de casi mil soldados argentinos y brit¨¢nicos, entre ellos m¨¢s de 300 reclutas argentinos en el torpedeado crucero General Belgrano: todos ellos, que nadie lo dude, las ¨²ltimas v¨ªctimas de la Junta Militar argentina. Los 255 soldados brit¨¢nicos que cayeron nunca lo llegaron a saber, pero el fin m¨¢s noble por el que dieron sus vidas fue que los hijos de puta m¨¢s aborrecibles de la historia argentina del siglo XX se fueron de una vez y por todas, como dicen por all¨¢, a la puta que los pari¨®. Un peque?o aplauso para la se?ora Thatcher, que nunca hizo por su propio pa¨ªs ¡ªni de lejos¡ª lo que hizo por Argentina, no estar¨ªa de m¨¢s.
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