Cerrar el paso a los populistas
Sin confianza en las instituciones, millones de ciudadanos se apean del sue?o europeo
Por en¨¦sima vez los l¨ªderes europeos se reunir¨¢n esta semana para intentar atajar la hemorragia de confianza en el euro y en la UE. Alejado el temor a una salida descontrolada de Grecia, encarrilado el rescate virtual de Espa?a, ablandada Alemania tras las humillantes reprimendas del G-20 a la UE, con Italia y Francia de nuevo en el tablero y un modesto, casi homeop¨¢tico, plan de est¨ªmulo econ¨®mico apalabrado entre los cuatro grandes de la eurozona, las perspectivas son algo mejores que en ocasiones anteriores. Tarde o temprano, si las presiones de los mercados no abren una v¨ªa de agua de consecuencias imprevisibles, el buque europeo podr¨ªa empezar a estabilizarse e incluso, ya con mejor suerte, emprender rumbo al crecimiento.
Una vez enderezado el barco, los gobernantes har¨¢n bien en hacer recuento de los que siguen a bordo. Se dar¨¢n cuenta de que millones de ciudadanos se han apeado del sue?o europeo, y otros muchos est¨¢n por hacerlo. Y ver¨¢n la ca¨ªda de confianza de los ciudadanos en las instituciones centrales de las democracias nacionales ¡ªGobiernos, Parlamentos, tribunales, partidos, sindicatos¡ª que alcanza a todos los pa¨ªses. La crisis econ¨®mica no es la causa de este desencanto, aunque su torpe gesti¨®n por parte de los Gobiernos ha contribuido. Al contrario, la crisis es consecuencia de las propias deficiencias democr¨¢ticas, en particular la dimisi¨®n de la responsabilidad de controlar a una versi¨®n voraz e inestable del capitalismo que ha engendrado excesos extravagantes en las finanzas y la construcci¨®n hasta arrastrar consigo a la totalidad de la econom¨ªa. Las cr¨ªticas a este estado de las democracias nacionales y europea denuncian que el poder pol¨ªtico y las grandes corporaciones se encuentran cada vez m¨¢s cerca, el primero incapaz o sin voluntad de regular a (cuando no directamente al servicio de) las segundas. Con la crisis se han sumado interferencias extranjeras en la selecci¨®n de Gobiernos, elecciones en las que se puede cambiar de pol¨ªticos pero no de pol¨ªticas, decisiones internacionales tomadas sin rendir cuentas a los ciudadanos y soluciones ideol¨®gicas bajo un disfraz tecnocr¨¢tico.
Esta cr¨ªtica no es solo leg¨ªtima, sino imprescindible para emprender la recuperaci¨®n de las democracias europeas por parte de los ciudadanos y reconectarles con el proyecto europeo. No hay que menospreciar el riesgo de contribuir a argumentos demag¨®gicos que manipulan los sentimientos p¨²blicos y simplifican la realidad hasta oscurecerla, o de allanarles el camino a los populistas. La preocupaci¨®n genuina por el ascenso del populismo xen¨®fobo en casi toda la Uni¨®n Europea ¡ªdesde los casos m¨¢s extremos como Aurora Dorada en Grecia o Jobbik en Hungr¨ªa, a los de m¨¢s ¨¦xito electoral en Francia, Austria, Holanda o Finlandia¡ª no puede servir de excusa para deslegitimar toda cr¨ªtica al funcionamiento democr¨¢tico. Porque una cosa es denunciar que los que al hacer la cr¨ªtica incurren en demagogia o caen en el populismo, y otra identificarles a todos con el extremismo nacionalista hostil a la inmigraci¨®n y a las minor¨ªas. No se debe meter en un mismo saco a los dem¨®cratas cr¨ªticos que quieren ampliar el abanico de opciones pol¨ªticas e incluir a m¨¢s personas en la pol¨ªtica, practicando en sus propias organizaciones la calidad democr¨¢tica que reclaman a las instituciones, con los populistas xen¨®fobos que quieren limitar el espectro pol¨ªtico y excluir a personas de la sociedad y la pol¨ªtica y que, c¨ªnicamente, usan la cr¨ªtica democr¨¢tica al sistema para avanzar su agenda excluyente, sin aplicarse el cuento en sus propios partidos.
La integraci¨®n europea naci¨® como un proyecto de las ¨¦lites, de grandes hombres con visi¨®n a largo plazo, que dieron por sentado que los ciudadanos entender¨ªan la bondad de su idea y la apoyar¨ªan para siempre. Ya antes de entrar en la actual crisis este modelo estaba agotado. Ahora estamos metidos de lleno en un nuevo momento de integraci¨®n que, con suerte, transformar¨¢ a la UE de modo profundo. Si esta nueva fase nace con otro acuerdo a puerta cerrada, firmado y ratificado por instituciones en las que los ciudadanos cada vez tienen menos confianza, arrancar¨¢ con un serio problema de legitimidad. Es hora de perderle el miedo a las alternativas, a las discusiones abiertas y a las enmiendas constructivas a la totalidad. Cuando urge alimentar un nuevo europe¨ªsmo de ra¨ªz popular, cerrar en falso los debates e intentar deslegitimar a quien cuestione los complejos acuerdos entre Gobiernos no solucionar¨¢ los problemas de base de nuestra democracia. Al contrario, si se excluye de la arena pol¨ªtica a genuinos activistas por una democracia m¨¢s abierta, quedar¨¢ vacante un espacio de descontento. Los populistas xen¨®fobos no tardar¨¢n en plantar ra¨ªces en este espacio para producir sus frutos envenenados de miedo, odio y exclusi¨®n.
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