Una trinchera de maestros y tenderos
Los rebeldes sirios nutren sus filas de personas que desempe?aban oficios variados y sin experiencia militar, unidos por el odio al r¨¦gimen
Un adolescente sonr¨ªe con inocencia a la entrada del cuartel de la katiba (brigada) de Tel Rifat, ciudad siria a unos 40 kil¨®metros de Alepo controlada por el Ej¨¦rcito Libre de Siria (ELS). Viste el uniforme rebelde por excelencia: botas marrones, pantalones y chaleco de camuflaje y camiseta de color caqui. Eso, en las filas de los m¨¢s aguerridos, casi no falla. Carga en su fr¨¢gil hombro derecho un Kal¨¢shnikov, fusil de fabricaci¨®n rusa que domina el arsenal de armas ligeras del ELS. En el interior, los milicianos de la katiba abren sitio de un pasillo a otro hacia el despacho de uno de los hombres al mando. Se llama Emad Diwan y tiene 37 a?os. Ofrece asiento antes de sentarse; inclina hacia adelante la columna y se prepara para escuchar lo que el for¨¢neo pueda preguntar sobre la rebeli¨®n. Un interrogante le hace erguirse raudo. ?Qu¨¦ hac¨ªa usted antes de todo esto? ¡°?Yo? Era electricista¡±.
Ahora, Emad Diwan, miembro del brazo civil del ELS, organiza el aprovisionamiento de ¡°todo lo que la gente de Tel Rifat necesite¡±. Tanto si est¨¢ dentro como si hay que traerlo de fuera. Quiz¨¢ por timidez, este electricista alzado ahora contra el r¨¦gimen ruega que lo mejor ser¨ªa hablar con el comandante de la katiba. Est¨¢ fuera. Una ¨²ltima pregunta: ?Cu¨¢ntos a?os hay que tener para formar parte del ELS? ¡°Eh, la edad l¨ªmite¡±, titubea Emad Diwan, ¡°es de 19 a?os, s¨ª, s¨ª, 19 a?os¡±, responde (el ELS se ha comprometido no obstante a no reclutar a menores de 17 a?os). Pero el guarda de la entrada no los tiene. No hay respuesta. Tampoco est¨¢ el adolescente, que se ha esfumado con su AK-47 en ristre.
Los que no se esconden, aunque sus mayores se lo recriminen, son los j¨®venes, muy j¨®venes, que vigilan la entrada a la prisi¨®n de Azaz, a cuatro kil¨®metros de Tel Rifat. Apoyan sus sonrisas, tras la suspicacia inicial, en los rifles. Todos tienen. Y si de armas va el asunto, unos y otros, mayores y peque?os se desinhiben para marcar¡ cu¨¢les son sus virtudes. ?Cu¨¢l es esa? ¡°?Esta? Es un Kal¨¢shnikov¡±, dice uno de los m¨¢s ani?ados. Pero la del compa?ero vig¨ªa es diferente, casi de juguete. ¡°Ah, esta es de fabricaci¨®n siria¡±. Que no se cierre el mercadillo. Uno de los uniformados trae el que llaman rifle OTAN (las fuerzas de la Alianza lo utilizan). Esos llegan de Libia, ?no? ¡°S¨ª, s¨ª, vienen de all¨ª¡±. Se acab¨® el juego. Es hora de conocer al hombre que dirige la c¨¢rcel, cuyo interior encierra a siete shabiha (matones del r¨¦gimen).
¡°Mi nombre es Abu Ahmed¡±, dice el director del penal, un hombre de mediana edad con barba y cabello blancos. Sus palabras salen despacio. Trata de ser muy claro. No viste de caqui. Hace solo 10 d¨ªas que asumi¨® el cargo y, quiz¨¢ por eso, se muestra sol¨ªcito. ?D¨®nde estaba antes de la revoluci¨®n? Cambia el tono. ¡°Yo era profesor de Matem¨¢ticas, me licenci¨¦ en la universidad y daba clases en secundaria¡±. Pero los colegios cerraron las puertas, algunos de ellos para abr¨ªrselas al ELS, un gesto poco afortunado en tiempos de guerra. El maestro Abu Ahmed no es una excepci¨®n. Tampoco el electricista. Civiles o combatientes, los hombres del ELS desempe?aban hace 18 meses tareas bien distintas de las que la guerra les ha obligado a asumir. Y su historia hace que la imagen de los fieros rebeldes toque suelo.
Abu Ali tiene 25 a?os. Es de Azaz. Sirvi¨® cuatro a?os en el Ej¨¦rcito regular, tras lo que hizo las maletas y march¨® hacia Arabia Saud¨ª para regentar una tienda de ordenadores. Entra por la puerta ayudado de dos muletas y se deja caer sobre uno de los colchones a ras de suelo. ¡°Fui herido en [el barrio de Alepo] Saladino¡±, relata siempre risue?o, ¡°en el ataque de uno de los tanques del r¨¦gimen¡±. Abu Ali juguetea con su m¨®vil, ebrio de excitaci¨®n ante la fila de amigos que se han acercado a besarle. Es el h¨¦roe por un d¨ªa llegado de Alepo. Todos quieren tocarle. Son incluso m¨¢s j¨®venes que ¨¦l, como lo son la mayor¨ªa de 60 hombres que comanda en Saladino. ?C¨®mo lleg¨® de la tienda de ordenadores a la batalla de Alepo? R¨ªe a¨²n m¨¢s, pero sortea la respuesta. ¡°?Os quer¨¦is venir para all¨¢?¡±, parece bromear. Pero no es una burla. Un d¨ªa despu¨¦s, Abu Al¨ª ya no est¨¢. Ha vuelto al frente. Da fe de ello Mahmud Abu Zaid, de 22 a?os, miembro de la misma brigada. Va armado con una pistola, pero solo para defenderse. ¡°No soy combatiente¡±, aclara con una sonrisa. Empez¨® en el bando revolucionario como activista para ligarse al ELS como enlace de prensa. ?Y antes? ¡°Estudiaba Derecho hasta que cerraron la universidad¡±, contesta.
¡°?Os importa que paremos en esta tienda?¡±, pregunta Abu Zaid, al volante de un veh¨ªculo. No hay problema. Ni en esa tienda ni en la siguiente. Al fin encuentran lo que buscaban, guardado en una bolsa de pl¨¢stico: unos pantalones de camuflaje nuevos. Es toda una obsesi¨®n para los alzados. Una bolsa id¨¦ntica, el mismo modelo de prenda, tachuelas de estrella incluidas, aparece en el despacho de Abdel al Satter, al mando de una de las brigadas de El Bab, a una hora de distancia de Azaz, por una tierra desarmada, y ubicada al noreste de Alepo. ¡°?Ahmed! ?Ahmed!¡±, grita por la ventana este capo civil del ELS de El Bab. Anda nervioso ante la imposibilidad de comunicarse con su ¨¢rabe frente al ingl¨¦s de los visitantes. Y viceversa. Mientras llegan refuerzos, repasa el m¨®vil y le da vueltas al pantal¨®n nuevo.
Lo raro es que el jefe est¨¦ solo. Llegan unos y otros, con armas y sin ellas. Hacen un c¨ªrculo de sillas alrededor de Abdel al Satter. Comentan el parte de guerra con un mapa de Alepo. Y r¨ªen ante la presencia de una mujer. ¡°?Has entendido lo que he dicho?¡±, interrumpe el murmullo uno de ellos a carcajadas. ¡°No¡±, responde la aludida. ¡°Mejor as¨ª¡±, contin¨²a el bromista con el Kalashnikov apoyado entre sus muslos y el ca?¨®n hacia el techo. Se pasan los rifles, los comparan, montan y desmontan. La escena adquiere un tono infantil. No todo en la guerra siria es frente de batalla. A unos metros tiene su oficina el responsable del ELS al cargo de la prisi¨®n de El Bab. Su nombre es Salman el Farisi y no supera los 25 a?os. ¡°?Quer¨¦is tomar algo?¡±, dice con amabilidad. ¡°Es Ramad¨¢n, pero los soldados pueden saltarse el ayuno¡±, explica el uniformado. El cuartelillo improvisado ha ocupado un centro cultural. ¡°Y sigue si¨¦ndolo¡±, aclara Salman el Farisi. ¡°Hace solo dos d¨ªas celebramos un encuentro de poes¨ªa¡±.
La retaguardia deja im¨¢genes y relatos variopintos. Postrado sobre la cama del hospital privado de El Bab, Mahmud Abdel Karim, de 24 a?os, se recupera ¡ªel ELS paga la factura¡ª de los cinco balazos que ha recibido en Alepo. Fue un francotirador. Su hermano Ahmed, de 28 a?os, aguarda a su vera. ¡°Yo era profesor de ni?os¡±, relata Ahmed, ¡°pero atacaron la escuela y tom¨¦ las armas¡±, contin¨²a este joven enjuto y encorvado. ¡°Ten¨ªa que defender a mi pueblo y familia¡±. ?Y qu¨¦ va a hacer su hermano? ¡°D¨¦jame preguntarle¡±, dice Ahmed. No le da tiempo. Mahmud ha entendido la conversaci¨®n. ¡°Quiero volver ahora mismo a combatir¡±. Nacido o no para serlo, esa s¨ª es la respuesta de un rebelde.
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