Un pa¨ªs narcotizado
Un tercio de la superficie cultivable de Yemen se dedica al cultivo del qat, una droga euforizante que consume la mayor parte de la poblaci¨®n, poco sensible a las campa?as para su erradicaci¨®n
Incluso cuando no se ve, forma parte de la postal de Yemen. El abultamiento que se aprecia en el rostro del yemen¨ª es tan t¨ªpico como la daga que pende de su cintur¨®n o la t¨²nica con americana que constituye su traje nacional. Resulta de mascar qat, cuyas hojas se acumulan en la boca hasta formar un amasijo que llega a alcanzar el tama?o de una pelota de tenis. Pero en los actuales tiempos de cambio que vive el pa¨ªs, el qat vuelve a ser objeto de debate. Un grupo de j¨®venes educados y liberales ha lanzado una campa?a contra su consumo. De momento, los enormes costes sociales y econ¨®micos no parecen ser suficientes para acabar con un h¨¢bito centenario y que constituye el ¨²nico pasatiempo para la mayor¨ªa de los yemen¨ªes.
¡°Es como vuestra costumbre de tomar vinos o cerveza, una forma de socializarnos y relacionarnos¡±, suele explicar Jaled al Osta, un yemen¨ª conocedor de Espa?a. ¡°Nosotros no podemos beber, as¨ª que nos reunimos a mascar qat¡±. Aunque la planta, de nombre cient¨ªfico catha edulis, tambi¨¦n crece al otro lado del estrecho de Mandeb, en el Cuerno de ?frica, solo en Yemen se ha convertido en un modo de vida.
El qat marca el ritmo cotidiano, e incluso del tr¨¢fico. A partir de mediod¨ªa, oficinas y tajos se vac¨ªan porque los trabajadores salen disparados en busca de su bolsa de qat. En las ciudades, ese af¨¢n produce atascos monumentales. Tras un r¨¢pido almuerzo, compa?eros de trabajo, amigos o vecinos se re¨²nen a mascar las preciadas hojas hasta bien entrada la noche. Si uno acude a una tienda, encuentra al encargado rumiando el amasijo, siempre con una botella de agua a mano. Lo mismo el taxista, el polic¨ªa de tr¨¢fico e, incluso, el soldado que monta guardia ante un edificio oficial o instalaci¨®n estrat¨¦gica.
A partir del mediod¨ªa, oficinas y tajos se vac¨ªan porque los trabajadores salen en busca de su bolsa de qat
¡°Es la puerta para sumergirse en Yemen¡±, explica en un correo Fernando Carvajal, un estadounidense que lleg¨® a Yemen en el a?o 2000 y que hoy dirige la agencia Felix News. ¡°Una invitaci¨®n para unirse a una sesi¨®n de qat es una de las demostraciones m¨¢s claras de aceptaci¨®n y confianza¡±, resume.
Se trata de una costumbre que trasciende barreras sociales, pol¨ªticas y de clase. Los m¨¢s acomodados compran las hojas m¨¢s tiernas y frescas; tambi¨¦n invitan a aquellos a los que quieren agasajar. Durante las sesiones de qat se pactan bodas, se firman contratos e incluso se adoptan acuerdos de Gobierno. Se estima que entre el 80% y el 90% de los hombres yemen¨ªes lo mascan con regularidad. Hasta hace poco era una actividad eminentemente masculina, pero en los ¨²ltimos a?os tambi¨¦n se ha generalizado entre las mujeres. Tal vez eso haya influido en que algunos ni?os empiecen antes de cumplir 10 a?os.
¡°Los hombres compran qat sin importarles su precio y hacen todo lo posible para obtenerlo, pero no despliegan el mismo esfuerzo para la educaci¨®n o la salud de sus hijos¡±, denuncia Hind al Eryani, el alma mater de la ¨²ltima campa?a contra su consumo.
?Qu¨¦ lo hace tan atractivo? La savia de sus hojas contiene catinona, una anfetamina natural que induce a un estado de euforia y bienestar, y hace sentirse m¨¢s despierto. Pero desde 1980, la Organizaci¨®n Mundial de la Salud clasifica el qat como una ¡°droga susceptible de generar una dependencia psicol¨®gica entre ligera y moderada¡±, aunque no necesariamente adicci¨®n. M¨¢s all¨¢ de la teor¨ªa, el h¨¢bito provoca tensi¨®n arterial alta, caries, estre?imiento, hemorroides, alucinaciones y depresi¨®n.
¡°Cuando se pasa el efecto, hay gente que suele ponerse de mal humor y que pierde la paciencia¡±, admite Jaled. Tambi¨¦n quita la sensaci¨®n de hambre, algo importante en un pa¨ªs donde muchas familias se ven obligadas a saltarse alguna de las comidas por falta de recursos. (Un 43% de los 23 millones de yemen¨ªes sobreviven con menos de dos d¨®lares diarios, seg¨²n el FMI). Los m¨¢s pobres llegan a gastarse la mitad de sus ingresos en comprar qat, en lugar de alimentos. Incluso los parados dedican m¨¢s tiempo a hacerse con las hojas que a buscar trabajo.
¡°Para m¨ª, el qat representa la pobreza por su impacto negativo en la agricultura, la econom¨ªa, el agua, la productividad, la salud y los ingresos¡±, resume Al Eryani en un intercambio de correos electr¨®nicos. Esta destacada bloguera y activista pol¨ªtica, que reconoce haber masticado sus hojas verdes y brillantes un par de veces ¡°para saber de qu¨¦ hablaba¡±, se muestra convencida de que ¡°Yemen nunca ser¨¢ un pa¨ªs desarrollado mientras el qat sea m¨¢s importante que la tierra y el agua, la salud e incluso sus ni?os¡±.
Al hilo de la primavera ¨¢rabe, Al Eryani logr¨® movilizar a j¨®venes activistas, humoristas gr¨¢ficos y periodistas para explicar el da?o que el qat hace a la sociedad y promover el D¨ªa Sin Qat, el pasado enero, y su continuaci¨®n, el 12 de abril, con un llamamiento a que se prohibiera mascar esa droga en las oficinas p¨²blicas. A pesar del apoyo de un par de ministros y algunos parlamentarios, su presi¨®n result¨® insuficiente para que se aprobara una ley al respecto. Y eso que los sectores m¨¢s religiosos tambi¨¦n respaldan la idea por razones morales.
No han sido los primeros en intentarlo. Ya hace 40 a?os un primer ministro, Mohsin al Aini, perdi¨® su puesto por ese motivo. En el a?o 2000, el ahora depuesto Ali Abdal¨¢ Saleh quiso prohibir su consumo entre los militares. Su decreto dur¨® una semana. Tal como se?ala el polit¨®logo Abdullah al Faqih, esas iniciativas ¡°van contra los intereses de los pol¨ªticos, muchos de los cuales participan en esa lucrativa industria¡±.
Para los productores (l¨ªderes tribales, jefes militares y pol¨ªticos), el qat es cinco veces m¨¢s rentable que el caf¨¦ y genera ingresos durante todo el a?o. As¨ª que poco a poco ha ido sustituyendo a otras cosechas, sin tener en cuenta el enorme consumo de agua que requiere en un pa¨ªs que est¨¢ agotando sus acu¨ªferos. En la actualidad, un tercio de la tierra cultivable se dedica a esa planta sin ning¨²n valor nutritivo, mientras el pa¨ªs importa alimentos.
Pero no siempre ha sido as¨ª. Aunque los yemen¨ªes mascan qat desde hace siete siglos, en el pasado estaba considerado un lujo ocasional. Su consumo se increment¨® en las ciudades a partir de los a?os setenta del siglo pasado, cuando la construcci¨®n de carreteras facilit¨® su transporte. De hecho, en el sur del pa¨ªs, solo se generaliz¨® tras la unificaci¨®n, en 1990, ya que el Gobierno marxista solo lo permit¨ªa durante los fines de semana.
Hoy resulta complicado revertir esa situaci¨®n. El cultivo y distribuci¨®n del qat da trabajo a 500.000 yemen¨ªes, un 16% de la fuerza laboral, lo que lo convierte en la segunda fuente de empleo tras la agricultura y la ganader¨ªa, por encima incluso del sector p¨²blico, seg¨²n el Banco Mundial. Adem¨¢s, su comercio ha llevado dinero y proyectos de irrigaci¨®n a aldeas remotas.
Despu¨¦s de meses de protestas, los yemen¨ªes lograron a principios de este a?o echar del poder al que fuera su presidente durante tres d¨¦cadas. No parece que librarse del qat vaya a ser tan f¨¢cil. Hasta los activistas lo admiten. ¡°Mi sue?o es que al menos Yemen no se asocie con esa planta, que se limite su producci¨®n, se restrinja su uso en lugares p¨²blicos y no se permita que lo masquen los ni?os¡±, concluye Al Eryani.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.