Una uni¨®n apol¨ªtica
El pacto por el que la UE se dedicaba a gestionar el euro, dejando la pol¨ªtica fiscal y la gesti¨®n del Estado del bienestar en manos de los Estados, ha muerto
Es probable que no se hayan dado cuenta, pero vivimos en una federaci¨®n. Y no se trata de esa federaci¨®n que algunos reclaman como improbable soluci¨®n al problema catal¨¢n. Pero la analog¨ªa vale. Igual que Espa?a es una federaci¨®n en casi todo menos en el nombre, pues los niveles de competencias de los que gozan las Comunidades Aut¨®nomas son, en la pr¨¢ctica, muy similares a los que encontramos en pa¨ªses que s¨ª que se denominan abiertamente federales, como Alemania o Canad¨¢, Europa se ha convertido en una federaci¨®n. El hecho de que ni los federalistas hayan salido a la calle a celebrarlo ni los euroesc¨¦pticos hayan levantado barricadas para protestar se debe a que se trata de una federaci¨®n, primero, encubierta, y segundo, econ¨®mica. As¨ª que como formalmente no le llamamos federaci¨®n europea y, al mismo, tiempo, mantenemos la pol¨ªtica, o su apariencia, en el ¨¢mbito nacional, aunque muchos ciudadanos anden con la mosca detr¨¢s de la oreja, se cumple el axioma de la comunicaci¨®n pol¨ªtica que dice que "de lo que no se habla, no existe". Pero un an¨¢lisis sosegado de los instrumentos y competencias de los que la Uni¨®n Europea se ha dotado en estos ¨²ltimos a?os no deja lugar a dudas. El pacto por el que la Uni¨®n Europea se dedicaba a gestionar el euro, sostener el mercado interior, garantizar la libre competencia, celebrar acuerdos comerciales y s¨®lo d¨¦bilmente a coordinar las pol¨ªticas econ¨®micas, dejando la pol¨ªtica fiscal y la gesti¨®n del Estado del bienestar en manos de los Estados, ha muerto.
La uni¨®n monetaria se ha dotado tanto de un brazo preventivo como de un brazo corrector. Con esos dos brazos, la uni¨®n monetaria deja de andar a cuatro patas y se convierte en un b¨ªpedo capaz de moldear la realidad. Pero en escena est¨¢n apareciendo otras tres uniones: una uni¨®n bancaria, que de forma lenta pero segura est¨¢ viendo la luz estos d¨ªas; una uni¨®n fiscal, que ya es una realidad con capacidad de conformar los presupuestos de los Estados miembros antes incluso de que los gobiernos y parlamentos nacionales comiencen a prepararlos; y, tercero, una uni¨®n econ¨®mica, pues la Comisi¨®n Europea y el Eurogrupo tienen ya y tendr¨¢n cada vez m¨¢s capacidad de dise?ar los mercados laborales, los sistemas de pensiones y la pol¨ªtica econ¨®mica de los estados miembros. Todo eso acompa?ado de esa especie de Fondo Monetario Europeo que es el MEDE, con una impresionante capacidad de imponer condicionalidad a los estados. Y esto es s¨®lo el comienzo, pues se est¨¢ hablando de un Tesoro propio, eurobonos y de un presupuesto europeo que cuadriplique al actual.
Todas estas medidas son l¨®gicas y necesarias si lo que se quiere es salvaguardar el euro. Inevitablemente, hemos concluido, tenemos que centralizar la toma de decisiones, transferir m¨¢s competencias a Bruselas y renunciar a la autonom¨ªa que nos quedaba. El problema es qu¨¦ hacemos con la pol¨ªtica: ?la dejamos en el ¨¢mbito nacional, aunque los gobiernos nacionales sean cada vez menos capaces y las elecciones nacionales menos decisivas? ?O transferimos tambi¨¦n nuestra soberan¨ªa pol¨ªtica al ¨¢mbito europeo con la esperanza de que sea all¨ª, en Bruselas, donde los ciudadanos puedan ser eficazmente representados? Aqu¨ª es donde surge el dilema. Lo primero no parece muy aconsejable pues, como los espa?oles han experimentado de primera mano, las elecciones todav¨ªa sirven para cambiar gobiernos, pero no para cambiar las pol¨ªticas. Y en Europa las cosas no son mejor a¨²n porque las elecciones europeas ni siquiera sirven para cambiar gobierno pues el Parlamento Europeo tiene un poder marginal y la Comisi¨®n Europea es muy d¨¦bil y carece de autonom¨ªa pol¨ªtica real.
De ah¨ª la certeza de que aunque esta federaci¨®n sea exitosa en lo econ¨®mico, pol¨ªticamente ser¨¢ un desastre si los ciudadanos no pueden recuperar en el ¨¢mbito europeo lo que pierden en el ¨¢mbito nacional. La soberan¨ªa, como el alma, ha abandonado el moribundo ¨¢mbito de la democracia nacional, pero no ha terminado de encontrar una democracia europea en la que instalarse. Y en ese vac¨ªo pol¨ªtico en el que mora ha sido fragmentada y capturada por actores e instituciones de diverso pelaje: Berl¨ªn, el BCE, los mercados, los tecn¨®cratas. El resultado es que vivimos en una uni¨®n apol¨ªtica, donde los gobiernos no gobiernan y los ciudadanos eligen entre alternativas que no lo son. Es, ante todo, una uni¨®n de reglas, supuestamente neutrales, que todos han de cumplir, pero con pol¨ªticas que no se pueden cambiar. Al igual que la uni¨®n monetaria naci¨® incompleta y casi perece una d¨¦cada despu¨¦s, esta federaci¨®n econ¨®mica carece de un soporte de legitimidad pol¨ªtica suficiente para impulsarla hacia el futuro. Es hora pues de hablar de c¨®mo recuperar en Europa lo que hemos perdido en casa.
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