El eterno dilema de la insularidad
Los brit¨¢nicos se debaten entre el deseo de mantener intacta su soberan¨ªa y la necesidad estrat¨¦gica y comercial de participar en la integraci¨®n europea
¡°S¨¦ que Reino Unido es visto a veces como un miembro pol¨¦mico y m¨¢s bien cabezota de la familia de naciones europeas. Y es verdad que nuestra geograf¨ªa ha marcado nuestra psicolog¨ªa. Tenemos el car¨¢cter de una naci¨®n isle?a: independientes, directos, apasionados en defensa de nuestra soberan¨ªa¡±, concedi¨® este mi¨¦rcoles David Cameron. ¡°Pero todo eso no nos hace antieuropeos¡±, matiz¨® enseguida. ¡°La realidad esa que la nuestra no es solo la historia de una isla: es tambi¨¦n una historia continental¡±, a?adi¨®.
Sus palabras reflejan el dilema que carcome desde siempre a los brit¨¢nicos: su deseo de seguir siendo como son, de aislarse, de tener siempre la ¨²ltima palabra sobre su propio destino, y la obviedad de que tambi¨¦n necesitan a los dem¨¢s europeos. Porque, adem¨¢s de isle?os y brit¨¢nicos, forman parte de Europa. Ese dilema, en el que el comercio ha jugado siempre una parte esencial, se ha hecho especialmente agudo con la desaparici¨®n del viejo imperio.
La historia pol¨ªtica de los ¨²ltimos decenios est¨¢ llena de ejemplos de esa contradicci¨®n, que hist¨®ricamente no ha tenido fronteras partidarias: conservadores y laboristas se han alternado en sus filias y fobias a la construcci¨®n europea.
Aunque no estaba pensando exactamente en la actual UE, sino en evitar otra guerra entre Francia y Alemania, Winston Churchill, cuyo nacionalismo est¨¢ por encima de duda, propuso en 1946 la creaci¨®n de ¡°una especie de Estados Unidos de Europa¡± para asegurar ¡°la paz, la seguridad y la libertad¡± a trav¨¦s del Consejo de Europa.
En 1960, otro conservador, Harold Macmillan, fue el primero en pedir el ingreso en la entonces Comunidad Econ¨®mica Europea o Mercado Com¨²n, que ve¨ªa como una instituci¨®n complementaria con la Commonwealth. Pero top¨® con el veto del general De Gaulle, que ve¨ªa a los brit¨¢nicos como un caballo de Troya de Estados Unidos.
Ser¨ªa otro conservador, Edward Heath, el que lograr¨ªa el acceso a la CEE, el 1 de enero de 1973. Entonces eran los laboristas los que estaban divididos frente a la integraci¨®n europea. Sobre todo por el temor de los sindicatos y la izquierda laborista a perder derechos. Esa divisi¨®n acabar¨ªa marcando el mandato de Harold Wilson, que en 1975 convoc¨® y gan¨® un refer¨¦ndum sobre la permanencia.
La divisi¨®n se traslad¨® al Partido Conservador durante el mandato de Margaret Thatcher y explotar¨ªa con su sucesor, John Major. La mayor¨ªa de los brit¨¢nicos, y desde luego los tories, ve¨ªan el Mercado Com¨²n estrictamente como eso, como un mercado. Y Thatcher, europe¨ªsta bastante ferviente cuando lleg¨® en 1979 a Downing Street, fue recelando cada vez m¨¢s del proyecto europeo a medida que este se deslizaba hacia la integraci¨®n pol¨ªtica. Su hist¨®rico discurso de Brujas, en 1988, est¨¢ lleno de alabanzas a la construcci¨®n europea, pero marca el inicio de un profundo giro a favor de la supremac¨ªa del Estado-naci¨®n frente al federalismo de gran parte de los fundadores del movimiento europeo.
Esa supremac¨ªa del Estado-naci¨®n se ha ido exacerbando en los ¨²ltimos a?os de forma incluso parad¨®jica dada la tendencia a la globalizaci¨®n. Y nunca ha llegado tan alto en Gran Breta?a como en estos momentos debido a dos factores. Uno, coyuntural, la debilidad del liderazgo de David Cameron, que no logr¨® la mayor¨ªa absoluta y ha acabado siendo reh¨¦n del ala m¨¢s anti-europea de su partido, descontentos porque su Gobierno no puede hacer las pol¨ªticas que ellos querr¨ªan debido a su dependencia de los liberales-dem¨®cratas, el socio de la coalici¨®n.
Otro, que se ha convertido en estructural, o al menos en un problema cr¨®nico, es el constante bombardeo con mensajes antieuropeos que se vive en Reino Unido. La gran mayor¨ªa de los medios, y sobre todo los de m¨¢s tirada (el Sun entre los tabloides, el Telegraph entre la prensa convencional y sobre todo el muy influyente Daily Mail, a caballo entre tabloide y diario tradicional), tienen un odio irracional a la Uni¨®n Europea. Todo lo que viene de Bruselas es autom¨¢ticamente considerado como un problema, como la causa de cualquier desastre que viva el pa¨ªs.
El ¨²ltimo ejemplo es la crisis econ¨®mica, que se atribuye constantemente a la zona euro ignorando el desplome de gran parte de la banca brit¨¢nica por sus propios pecados. Aunque no faltan argumentos objetivos para defender la necesidad de despejar, o intentar despejar, el eterno dilema sobre Europa, son esos eur¨®fobos los que han embarcado a Cameron en la aventura del refer¨¦ndum. Ellos, y el miedo a perder las pr¨®ximas elecciones¡
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