Europa salva al euro, pero pierde a los ciudadanos
Los gobiernos lograron reconducir la crisis en torno a la moneda com¨²n pero el rechazo a las pol¨ªticas de austeridad aumenta entre los ciudadanos
El euro necesitaba dos cosas para salvarse: una decisi¨®n pol¨ªtica clara que pusiera fin a las especulaciones sobre su futuro y un instrumento financiero que hiciera cre¨ªble esa promesa. En 2012, tras varios a?os de dudas, torpezas y errores, los l¨ªderes europeos hicieron las dos cosas: por un lado, la Canciller alemana, Angela Merkel, acept¨® iniciar el camino hacia una uni¨®n bancaria; por otro, el presidente del BCE, Mario Draghi, logr¨® la autorizaci¨®n para comprar en los mercados cuanta deuda fuera necesaria para salvar al euro. Estas dos decisiones sacaron al euro del precipicio en el que se encontraba y lo situaron en una senda de estabilidad desconocida durante los ¨²ltimos a?os.?
De la solidez adquirida por el euro, al menos temporalmente, habla el muy reducido impacto del caos poselectoral italiano. Recordemos el shock que en octubre de 2011 produjo la decisi¨®n de Yorgos Papandreu de convocar un refer¨¦ndum para convalidar o rechazar las pol¨ªticas de ajuste dictadas por la Troika; su anuncio dispar¨® algunos de los ¨ªndices de incertidumbre que manejan los analistas financieros hasta cotas superiores a las que siguieron a los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos. Y no olvidemos tampoco las elecciones griegas de junio de 2012, cuando la perspectiva de una victoria de la coalici¨®n de izquierdas representada por Syriza fue planteada en t¨¦rminos de "Armaged¨®n financiero". Sin duda que Italia es un caos, pero el euro resiste, al menos por el momento.
Pero el resultado italiano, a la vez que de la fortaleza del euro, habla de la debilidad pol¨ªtica de Europa y se?ala una crisis de legitimidad que peligrosamente se est¨¢ abriendo camino de elecci¨®n en elecci¨®n. Los datos del Eurobar¨®metro, el sondeo de opini¨®n que la Comisi¨®n Europea elabora semestralmente, indican con toda claridad hasta qu¨¦ punto la crisis ha deteriorado la confianza de los ciudadanos en la Uni¨®n Europea. En pa¨ªses como Espa?a, la confianza "neta" en la UE (una medida que resta el porcentaje los que desconf¨ªan de los que conf¨ªan) era en 2007, antes de que comenzara la crisis, de 42 puntos (65% que confiaban frente a 23% que desconfiaban). Hoy, sin embargo, se ha trasformado en una desconfianza neta de 52 puntos (72% que desconf¨ªa frente a s¨®lo 20% que conf¨ªa). Un desplome espectacular.
Este trayecto desde los 42 puntos de confianza a los 52 puntos de desconfianza obliga a una reflexi¨®n en profundidad, especialmente en un pa¨ªs tradicionalmente tan europe¨ªsta como Espa?a. Pero a tenor de los datos del gr¨¢fico adjunto, donde se muestra que el fen¨®meno se extiende a todos los pa¨ªses de la eurozona, la reflexi¨®n la deberemos hacer de forma colectiva, no s¨®lo en clave espa?ola. En Grecia, Irlanda, Portugal, Irlanda, Chipre, la UE es vista con una desconfianza tan abrumadora como la que observamos en Espa?a. Significativamente, sin embargo, este auge de la desconfianza en la UE tiene lugar no s¨®lo en los pa¨ªses deudores, sino en los pa¨ªses acreedores o en mejor situaci¨®n financiera: en Alemania, Austria, Francia, Pa¨ªses Bajos o Finlandia la gente tampoco conf¨ªa en la UE. Claramente, la desconfianza no es s¨®lo sobre la UE sino de unos pa¨ªses y ciudadanos sobre otros. En la situaci¨®n actual, todos parecen perder y nadie gana.
Nos encontramos pues ante un importante problema de legitimidad. Un sistema pol¨ªtico no puede beneficiar a todo el mundo todo el tiempo. Gobernar es elegir, asignar prioridades, tomar decisiones dolorosas, beneficiar a unos a costa de otros. La legitimidad se refiere a la aceptaci¨®n por parte de los ciudadanos de las decisiones de su sistema pol¨ªtico que les son desfavorables. Esa aceptaci¨®n puede deberse a un sentimiento de pertenencia a un grupo m¨¢s amplio, a consideraciones de justicia o equidad o bien a la conformidad con el procedimiento de adopci¨®n de esas decisiones. En el ¨¢mbito europeo, donde la identidad colectiva, los valores comunes y los procedimientos democr¨¢ticos son todav¨ªa muy incipientes, la legitimidad ha venido sobre todo de la mano del desempe?o econ¨®mico: a mayor crecimiento econ¨®mico, mayor apoyo popular a la integraci¨®n europea, y viceversa. Eso supone que la reserva de legitimidad del sistema, al estar casi exclusivamente asociada al crecimiento econ¨®mico es d¨¦bil y tiende a agotarse r¨¢pidamente en situaciones de crisis.
Eso es lo que estamos viviendo ahora. Por un lado, aunque las pol¨ªticas de austeridad pueden estar teniendo ¨¦xito a la hora de controlar los d¨¦ficits (no as¨ª para reducir la deuda), no producen crecimiento ni empleo por lo que no consiguen generar el apoyo ciudadano que necesitan para sustentarse. Y lo que es peor: al forzar a los gobiernos a violar sistem¨¢ticamente las promesas electorales bajo las cuales fueron elegidos y gobernar con las mismas pol¨ªticas independientemente de su color pol¨ªtico, socavan tambi¨¦n la legitimidad de los sistemas pol¨ªticos nacionales. Como vemos en los pa¨ªses intervenidos, los sistemas pol¨ªticos se desgastan (como en Espa?a y Portugal), o se descomponen (como en Grecia e Italia). Mientras, al otro lado, en los pa¨ªses acreedores, como tampoco hay crecimiento econ¨®mico, la sensaci¨®n dominante es que los pa¨ªses del sur son un pesado lastre que absorbe sus escasos recursos y ralentiza su progreso.
Es con estos mimbres de desafecci¨®n y desconfianza tan deteriorados con los que la UE debe completar una integraci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica imprescindible. El euro se ha salvado, pero no sobrevivir¨¢ a largo plazo sin una uni¨®n bancaria que incluya mecanismos de resoluci¨®n de crisis y garant¨ªas de dep¨®sitos paneuropeos. Ni lo har¨¢ sin un presupuesto que merezca tal nombre, la mutualizaci¨®n de la deuda y una coordinaci¨®n mucho m¨¢s efectiva de las pol¨ªticas econ¨®micas.
Pero esas decisiones requieren exactamente aquello de lo que Europa carece hoy: confianza en la UE y confianza rec¨ªproca. Para que Europa funcione, los ciudadanos, del norte y del sur, de pa¨ªses acreedores y deudores, centro y periferia, tienen que estar dispuestos a dotar a las instituciones europeas de los instrumentos financieros adecuados y, en paralelo, de instancias de gobierno eficaces y a la vez leg¨ªtimas desde el punto de vista democr¨¢tico. Pero para que los impuestos de un ciudadano alem¨¢n respalden los dep¨®sitos de un ahorrador espa?ol y los impuestos de un ahorrador espa?ol los de uno griego o portugu¨¦s, necesitamos una confianza en Europa de la que hoy por hoy carecemos.
En junio de 2014, dentro de poco m¨¢s de un a?o, Europa llamar¨¢ a sus ciudadanos a las urnas. Si para entonces no se ha restaurado la confianza de los ciudadanos en la UE, la sorpresa puede ser bastante desagradable. Salvar al euro era imprescindible, pero el euro es un medio, no un fin, el fin son los ciudadanos: un euro sin ellos no tiene mucho sentido.
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