Como si Dios no existiera
La Iglesia cat¨®lica, sin duda en crisis, ha logrado por unos d¨ªas crear un espejismo de omnipotencia y omnipresencia
Etsi Deus no daretur (como si Dios no existiera). Es la oportun¨ªsima recomendaci¨®n de Hugo Grocio (1583-1645) a los soberanos de la Europa del siglo XVII que Paolo Flores d¡¯Arcais nos trae de vuelta en su ¨²ltimo ensayo ?Democracia!(C¨ªrculo de Lectores/Galaxia Gutenberg). La lectura de este vibrante y apasionado alegato a favor de la democracia no podr¨ªa ser m¨¢s pertinente por su coincidencia con la total y absoluta captura del espacio p¨²blico y medi¨¢tico con el que la Iglesia cat¨®lica nos ha obsequiado estos d¨ªas a cuenta de la elecci¨®n del nuevo Papa.
?Cautivos y desarmados por la incre¨ªble plasticidad de las im¨¢genes, los rituales y la escenograf¨ªa, la mayor¨ªa de los espectadores han rendido cualquier distancia cr¨ªtica de la que originalmente dispusieran y se han entregado felizmente al disfrute de este tan singular como refinado reality show del que la Iglesia Cat¨®lica se ha dotado para elegir a su m¨¢ximo representante. La infograf¨ªa, la an¨¦cdota, la rebuscada terminolog¨ªa, el susurrante sonido del lat¨ªn, todo se ha combinado para crear un ambiente de hipnosis colectiva. No deja de resultar una gran paradoja que la cantidad de informaci¨®n que hemos recibido estos d¨ªas haya sido inversamente proporcional al conocimiento del que disponemos sobre las cuestiones que importaban. Es como si los medios de comunicaci¨®n, ante un cuerpo tan sumamente herm¨¦tico e impenetrable como la Ciudad del Vaticano, hubieran tenido una reacci¨®n autoinmune e inadvertidamente se hubieran defendido produciendo toneladas de informaci¨®n irrelevante.
Puede criticarse el anquilosamiento doctrinal de la Iglesia cat¨®lica y su obcecaci¨®n en cuestiones de sexualidad, que por fortuna sus propios feligreses no parecen tomarse muy a rajatabla, pero hay que reconocer que en lo referido al manejo de las claves de la comunicaci¨®n de masas, el Vaticano no est¨¢ ni mucho menos en la Edad Media sino todo lo contrario. Videopol¨ªtica e hiperliderazgo constituyen hoy en d¨ªa la f¨®rmula magistral del ¨¦xito medi¨¢tico as¨ª que la Iglesia est¨¢ en plena sinton¨ªa con sus m¨¢s inmediatos seguidores en la pol¨ªtica terrenal. Hay por tanto que descubrirse: la Iglesia cat¨®lica, que sin duda est¨¢ en crisis, y muy profunda, ha logrado por unos d¨ªas crear un espejismo de omnipotencia y omnipresencia. Curiosamente, ni la fe ni la raz¨®n, los temas preferidos de Ratzinger, han tenido mucha cabida en el debate de estos d¨ªas, pero eso es lo de menos.
Desde Thomas Jefferson sabemos que la democracia y las creencias religiosas necesitan de la democracia para prosperar
Por lo que sabemos, cientos de millones de cristianos, musulmanes, jud¨ªos, hinduistas o budistas viven y celebran su fe con toda naturalidad y profundidad sin necesidad de hacerlo utilizando como veh¨ªculo una estructura institucional tan pesada, opaca y controvertida como la Iglesia Cat¨®lica. Tampoco parecen necesitar para vivir su fe la figura de un Papa investido con unos poderes de monarca absoluto tan chocantes en el siglo XXI. Pero esa informaci¨®n contextual, que tan importante hubiera sido para entender la inmensa anomal¨ªa que hemos vivido estos d¨ªas, ha estado generalmente ausente en los medios de comunicaci¨®n. Si de algo no se ha hablado estos d¨ªas es de Dios, la fe o de la experiencia religiosa, que son el verdadero misterio de la existencia humana.
As¨ª pues, el poder hipnotizante de los ¨¢rboles de la liturgia vaticana no nos ha dejado ver el bosque. Un bosque democr¨¢tico en el que, mal que pese al dimitido Ratzinger, Dios no puede jugar papel p¨²blico alguno pues la democracia, nos recuerda Flores d'Arcais, es intr¨ªnseca y radicalmente laica. Lo que no quiere decir que promueva el ate¨ªsmo ni que ignore que la religi¨®n sea una fuente de valores sumamente valiosa. Al contrario, desde Thomas Jefferson, padre fundador de sabemos que la democracia y las creencias religiosas no solo son compatibles sino que estas necesitan de la democracia para prosperar y sobrevivir. Es por eso que todos los dem¨®cratas aceptamos un¨¢nimemente y sin ning¨²n g¨¦nero de dudas llamar dictadura, y en consecuencia condenar p¨²blicamente, a cualquier r¨¦gimen que proh¨ªba el ejercicio de una, cualquiera, religi¨®n o imponga una religi¨®n, cualquiera, a sus ciudadanos. La democracia, si quiere ser tal y estar orgullosa de ser una democracia completa que respete los derechos humanos y permita a sus ciudadanos alcanzar su plenitud moral, debe garantizar la libertad de conciencia, respetar las creencias de los individuos y su derecho a asociarse en iglesias para proteger y practicar su fe. Precisamente por ello, Estados Unidos, cuya democracia descansa sobre un mito fundacional de origen religioso (¡°la ciudad en la colina¡±) y donde Dios est¨¢ en todas partes, se fund¨® sobre la premisa de que Iglesia y Estado deber¨ªan estar separados por un muro. Elegido el Papa y pasado el fervor medi¨¢tico, el espacio p¨²blico debe ser devuelto a los ciudadanos y el muro del laicismo democr¨¢tico levantado otra vez. Con todo el respeto, pero con toda firmeza.
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