Muere Nelson Mandela, el hombre que liber¨® a la Sud¨¢frica negra
Mandela manej¨® la pol¨ªtica con maestr¨ªa combinando un encanto infinito, nacido de la enorme seguridad en s¨ª mismo, principios inflexibles, visi¨®n estrat¨¦gica y pragmatismo
Nelson Mandela, el primer presidente negro de Sud¨¢frica y hombre clave para acabar con el r¨¦gimen racista del apartheid falleci¨® este jueves a los 95 a?os en su casa de Johanesburgo rodeado de su familia. La salud de Madiba (abuelo), como cari?osamente se le conoc¨ªa, era fr¨¢gil desde hac¨ªa tiempo. Con Mandela desaparece una de las figuras claves del siglo XX, un s¨ªmbolo de la capacidad de los pueblos para superar el pasado.
Nelson Mandela lleg¨® temprano a trabajar el 11 de mayo de 1994, al d¨ªa siguiente de tomar posesi¨®n como primer presidente negro de Sud¨¢frica. Andando por los pasillos desiertos, adornados con acuarelas enmarcadas que ensalzaban las haza?as de los colonos blancos en la ¨¦poca de la Gran Marcha, se detuvo ante una puerta. Hab¨ªa o¨ªdo ruido dentro, as¨ª que llam¨®. Una voz dijo: ¡°Entre¡±, y Mandela, que era alto, alz¨® la mirada y se encontr¨® ante un inmenso afrikaner llamado John Reinders, jefe de protocolo presidencial durante los mandatos del ¨²ltimo presidente blanco, F. W. de Klerk, y su predecesor, P.W. Botha. ¡°Buenos d¨ªas, ?c¨®mo est¨¢?¡±, dijo Mandela, con una gran sonrisa. ¡°Muy bien, se?or presidente, ?y usted?¡±. ¡°Muy bien, muuuy bien...¡±, replic¨® Mandela. ¡°Pero, si me permite preguntar, ?qu¨¦ est¨¢ haciendo?¡±. Reinders, que estaba metiendo sus pertenencias en cajas de cart¨®n, respondi¨®: ¡°Me estoy llevando mis cosas, se?or presidente. Me cambio de trabajo¡±. ¡°Ah, muy bien. ?Y d¨®nde se va?¡± ¡°Vuelvo al departamento de prisiones. Trabaj¨¦ all¨ª de comandante antes de venir aqu¨ª a la presidencia¡±. ¡°Ah, no¡±, sonri¨® Mandela. ¡°No, no, no. Conozco muy bien ese departamento. No le recomiendo que lo haga¡±.
Mandela, poni¨¦ndose serio, trat¨® entonces de convencer a Reinders de que se quedase. ¡°Mire, nosotros procedemos del campo. No sabemos c¨®mo administrar un organismo tan complejo como la presidencia de Sud¨¢frica. Necesitamos la ayuda de personas experimentadas como usted. Le pido, por favor, que permanezca en su puesto. Tengo intenci¨®n de no cumplir m¨¢s que un mandato presidencial, y entonces, por supuesto, usted ser¨¢ libre de hacer lo que quiera¡±. Reinders, tan asombrado como encantado, no necesit¨® m¨¢s explicaciones. Mientras meneaba la cabeza, perplejo y admirado, empez¨®, poco a poco, a vaciar las cajas.
Reinders, cuyos ojos se llenaban de l¨¢grimas al recordar la an¨¦cdota alg¨²n tiempo despu¨¦s, me cont¨® que, durante los cinco a?os que trabaj¨® junto a Mandela, viajando por todo el mundo con ¨¦l, no recibi¨® m¨¢s que muestras de cortes¨ªa y amabilidad. Mandela le trat¨® siempre con el mismo respeto que al presidente de Estados Unidos, el papa o la reina de Inglaterra, quien, por cierto, le adoraba. El primer presidente negro de Sud¨¢frica deb¨ªa de ser la ¨²nica persona del mundo, tal vez con la excepci¨®n del duque de Edimburgo, que siempre la llamaba ¡°Elizabeth¡±, o al menos el ¨²nico que pod¨ªa hacerlo sin que se lo reprocharan. (Un amigo m¨ªo que estaba cenando un d¨ªa con ¨¦l en su casa de Johannesburgo recordaba que apareci¨® una criada con un tel¨¦fono inal¨¢mbrico. Era una llamada de la reina de Inglaterra. Con una gran sonrisa, Mandela se acerc¨® el auricular y exclam¨®: ¡°?Ah, Elizabeth! ?C¨®mo est¨¢s? ?C¨®mo est¨¢n los chicos?¡±)
Lo que pone de manifiesto la relaci¨®n de Mandela con Reinders ¡ªque es la misma que ten¨ªa con todos sus colaboradores, por humildes que fueran sus cargos¡ª es el secreto de su ¨¦xito como l¨ªder pol¨ªtico. Si la pol¨ªtica consiste en ganarse a la gente, Mandela, como han atestiguado numerosos pol¨ªticos, fue el maestro consumado. Ten¨ªa a su disposici¨®n un c¨®ctel seductor e irresistible compuesto de un encanto infinito, nacido de una inmensa seguridad en s¨ª mismo, unos principios inflexibles, una visi¨®n estrat¨¦gica y un pragmatismo absoluto. Su actitud hacia Reinders era la misma que hab¨ªa mostrado con sus interlocutores del Gobierno del apartheid cuando inici¨® las negociaciones secretas con ellos durante los ¨²ltimos cinco a?os de los 27 y medio que pas¨® en prisi¨®n; era la misma que tuvo con toda la poblaci¨®n blanca y que acab¨® convenciendo casi a la totalidad de que no solo no era un temible terrorista, como les hab¨ªan programado para creer durante su cautividad, sino que era su presidente leg¨ªtimo en la misma medida en que era el rey sin corona de la Sud¨¢frica negra.
La relaci¨®n que ten¨ªa con todos sus colaboradores, por humildes es el secreto de su ¨¦xito como l¨ªder pol¨ªtico
Le habr¨ªa costado mucho m¨¢s convencer a la Sud¨¢frica blanca para que abandonara el apartheid y cediese el poder antes de entrar en prisi¨®n, en 1962, y mucho m¨¢s todav¨ªa 20 a?os antes, cuando se incorpor¨® a la lucha por la liberaci¨®n de los negros. El hombre responsable de reclutarlo fue Walter Sisulu, un astuto activista laboral que, en el momento de su trascendental encuentro (Mandela dir¨ªa posteriormente, con sentido del humor, que se habr¨ªa ahorrado muchos problemas si nunca hubiera conocido a Sisulu), era un militante con m¨¢s de 10 a?os de experiencia en el movimiento que iba a acabar por encabezar la liberaci¨®n de Sud¨¢frica, el Congreso Nacional Africano (ANC).
En aquella ¨¦poca, Mandela era un joven audaz, reci¨¦n llegado a Johannesburgo desde la zona rural de Transkei, donde hab¨ªa nacido y se hab¨ªa criado en medio de lo que, en comparaci¨®n con la miseria general de su entorno, eran privilegios tribales. Aunque tambi¨¦n hab¨ªa recibido una s¨®lida educaci¨®n secundaria, era imposible disimular que all¨ª, de pie en el despacho del activista laboral, Mandela era un rudo campesino frente al sofisticado, urbanita Sisulu. Sin embargo, fue Sisulu, que ten¨ªa 30 a?os ¡ªMandela ten¨ªa 24¡ª quien se qued¨® impresionado, porque vislumbr¨® en Mandela la semilla de un talento para la pol¨ªtica que tardar¨ªa muchos a?os de lucha y sacrificios en madurar. Al recordar 50 a?os despu¨¦s qu¨¦ hab¨ªa pensado de aquel joven erguido en su despacho, Sisulu dec¨ªa: ¡°Me impresion¨® m¨¢s que cualquier otra persona que hubiera conocido. Su aire, su simpat¨ªa... Yo buscaba a personas de verdadero calibre para ocupar cargos de responsabilidad y ¨¦l fue un regalo del cielo¡±.
Tard¨® poco Sisulu en convencer a Mandela, que estaba estudiando Derecho en Johannesburgo, para que se uniera a su causa. Mandela triunf¨® en los dos frentes, y estableci¨® un bufete con otro dirigente del ANC, Oliver Tambo. Pero donde m¨¢s ¨¦xito tuvo fue en la pol¨ªtica. Al carisma que Sisulu hab¨ªa visto en ¨¦l, Mandela a?ad¨ªa un valor y un ¨ªmpetu que, durante los a?os cuarenta y cincuenta, antes de que lo encarcelasen, derivaba tanto de su indignado sentido de las injusticias que se ve¨ªan obligados a sufrir los sudafricanos negros como de su car¨¢cter bullicioso. Ascendi¨® r¨¢pidamente en el escalaf¨®n y se convirti¨® en presidente de la Liga Juvenil del ANC, un cargo desde el que dirigi¨® una campa?a nacional de desaf¨ªo a un r¨¦gimen cuyas leyes de apartheid consagraban en la Constituci¨®n las humillaciones y las condiciones de esclavitud de facto en las que viv¨ªan los negros en la punta meridional de ?frica desde la llegada de los primeros colonos blancos en 1652. Durante aquella campa?a, Mandela revel¨® un talento histri¨®nico (su bi¨®grafo oficial, Anthony Sampson, lo calific¨® de ¡°maestro de la imaginer¨ªa pol¨ªtica¡±) que le iba a ser ¨²til mucho despu¨¦s, cuando sali¨® de la c¨¢rcel a la era de la televisi¨®n globalizada. Cuando lanz¨® la campa?a en 1952, se las arregl¨® para garantizar una amplia presencia de fot¨®grafos de prensa al prender fuego a su carn¨¦ de paso, el distintivo de la ignominia del apartheid, mientras luc¨ªa una inmensa sonrisa juguetona. La fotograf¨ªa, publicada en todas partes, electriz¨® a la poblaci¨®n negra, y decenas de miles de personas siguieron su ejemplo.
La seguridad del joven Mandela en s¨ª mismo rayaba en el descaro. En una reuni¨®n del comit¨¦ ejecutivo del ANC a mediados de los cincuenta, ofendi¨® a los l¨ªderes de la organizaci¨®n cuando pronunci¨® un discurso en el que predijo ¡ªcon una clarividencia extraordinaria¡ª que un d¨ªa ser¨ªa el primer presidente negro de Sur¨¢frica.
Winnie era la Ava Gardner de Soweto, y ¨¦l, Clark Gable
En aquellos d¨ªas, con una presencia siempre visible en la primera l¨ªnea de resistencia contra el apartheid, se vest¨ªa como un millonario. Se hac¨ªa los trajes en el mismo sastre que el rey del oro y los diamantes de Sud¨¢frica, Harry Oppenheimer, y nunca dej¨® de ser el dandy de su c¨ªrculo social en sus incursiones en la vida nocturna de Johannesburgo. Las fotograf¨ªas de los a?os cincuenta muestran a un hombre con el aire confiado de una estrella rom¨¢ntica de Hollywood. Las mujeres se enamoraban de ¨¦l, entre ellas Winnie Madikizela. Y ¨¦l ¡ªque estaba casado y con hijos¡ª tambi¨¦n se enamor¨® de ella. Winnie era la Ava Gardner de Soweto, y ¨¦l, Clark Gable. Mandela se divorci¨® de su primera mujer, Eveline, y se cas¨® con Winnie, con quien tuvo dos hijas pero a la que, como se quejar¨ªa ella m¨¢s tarde, ve¨ªa muy poco, sobre todo despu¨¦s de que le nombraran comandante en jefe del nuevo brazo militar del ANC, Umkhonto we Sizwe, La lanza de la naci¨®n, en 1961, y se viera obligado a pasar a la clandestinidad. Su veta vanidosa le perjudic¨®. Empe?ado en ser un Che Guevara, adopt¨® un eslogan popular en la ¨¦poca, ¡°Tomaremos el poder a la manera de Castro¡±, e insist¨ªa, en contra de las advertencias de sus amigos, en llevar uniformes revolucionarios de color verde cada vez que aparec¨ªa en p¨²blico, pese a que la polic¨ªa le hab¨ªa designado como el hombre m¨¢s buscado de Sud¨¢frica. Su incapacidad de mantener la discreci¨®n que exig¨ªan sus circunstancias fue una de las razones de que lo detuvieran en 1962; permaneci¨® entre rejas 27 a?os y medio.
La c¨¢rcel lo moder¨®, le ense?¨® a encauzar su talento para el espect¨¢culo, sus artes de seductor, hacia unos objetivos pol¨ªticos realistas. Entr¨® lleno de furia y sali¨® sabio, pero siempre impulsado por la convicci¨®n heroica de que el respiro que hab¨ªa obtenido en su juicio en 1964, cuando lo condenaron a cadena perpetua en lugar de a muerte como se esperaba, le obligaba a cumplir su destino como redentor futuro de su pueblo. La gran lecci¨®n que asimil¨® fue que el enemigo no iba a caer derrotado por las armas; que habr¨ªa que convencer un d¨ªa a los surafricanos blancos para que entregasen el poder voluntariamente, para que acabasen con el apartheid ellos mismos. La prisi¨®n, la celda diminuta en la que vivi¨® en Robben Island durante 18 a?os, fue su campo de entrenamiento para la gran partida que le aguardaba fuera. La primera lecci¨®n, decidi¨®, ten¨ªa que ser ¡°conoce a tu enemigo¡±. Para desolaci¨®n de algunos otros presos, se propuso aprender afrikaans ¡ª¡°la lengua de los opresores¡±¡ª y leer libros sobre la historia de los afrikaners. Y despu¨¦s se propuso ganarse a los carceleros, porque pens¨® que era la forma de conocer las vanidades, los puntos fuertes y d¨¦biles de los blancos en general, para estar mejor preparado cuando llegara el momento de intentar que cedieran a sus deseos.
El truco era no perder jam¨¢s su dignidad ni sus principios, negarse a ser intimidado y tratar a todos los que le rodeaban con respeto, con el ¡°respeto normal y corriente¡± del que Walter Sisulu afirm¨® en una ocasi¨®n que era el premio por el que luch¨® durante sus 60 a?os de dedicaci¨®n a la pol¨ªtica. Estas cualidades, acompa?adas de sus modales majestuosos, le iban a permitir conquistar a los dos primeros miembros de la administraci¨®n blanca con los que hab¨ªan tenido contacto ¨¦l y cualquier otro dirigente negro. Durante sus ¨²ltimos cinco a?os en la c¨¢rcel, llev¨® a cabo m¨¢s de 70 entrevistas secretas con el ministro de Justicia, Kobie Coetsee, y el jefe nacional de los servicios de inteligencia, Niel Barnard; el prop¨®sito de las reuniones era explorar la posibilidad de un acuerdo pol¨ªtico entre negros y blancos. Mientras se iba ganando la confianza de estos dos turbios personajes (considerados unos monstruos por todo el mundo durante los turbulentos a?os ochenta), consolid¨® su autoridad sobre los dem¨¢s presos pol¨ªticos, igual que lo iba a hacer despu¨¦s con la poblaci¨®n negra en general. Yo pregunt¨¦ a Coetsee sobre aquellas entrevistas y, como Reinders, llor¨® al recordar a Mandela, a quien defini¨® como ¡°la encarnaci¨®n de las grandes virtudes romanas: dignitas, gravitas, honestas¡±. Barnard no era capaz de llorar pero estuvo a punto, y durante las siete horas que hablamos siempre se refiri¨® a Mandela llam¨¢ndole ¡°el viejo¡±, como si estuviera hablando de su propio padre.
Al salir en libertad el 11 de febrero de 1990, Mandela emprendi¨® una marcha triunfal por toda Sud¨¢frica en la que prefij¨® un mensaje muy perfilado de reconciliaci¨®n y desaf¨ªo. No era ning¨²n Gandhi y se neg¨® a pedir el cese de la ¡°lucha armada¡± ¡ªque hab¨ªa sido m¨¢s bien simb¨®lica¡ª hasta que el Gobierno dio se?ales inequ¨ªvocas de comprometerse a una democracia de pleno derecho en la que se aplicara el principio de una persona, un voto. No tuvo m¨¢s remedio porque el presidente F. W. de Klerk, al que describi¨® con elegancia (y astucia) como ¡°un hombre ¨ªntegro¡±, crey¨® al principio que iba a salir del paso con alguna f¨®rmula sui generis, semidemocr¨¢tica, que contemplase los ¡°derechos de la minor¨ªa¡± y asegurase y perpetuase los privilegios de los blancos. Las negociaciones que se desarrollaron durante los cuatro a?os sucesivos fueron duras, pero ni mucho menos tan duras como lo que estaba sucediendo en los distritos negros, sobre todo los de la periferia de Johannesburgo. Los ¨²ltimos coletazos de la bestia del apartheid se manifestaron en un intento concertado de desbaratar la transici¨®n por parte de fuerzas oscuras en el aparato de seguridad, aliadas con la organizaci¨®n negra conservadora Inkatha, cuyo l¨ªder zul¨² de extrema derecha, Mangosuthu Buthelezi, beneficiario del sistema de ¡°patrias tribales¡± del apartheid, ten¨ªa tanto miedo a que gobernara el ANC como cualquier blanco. Las matanzas en Soweto y otros lugares alcanzaron una dimensi¨®n in¨¦dita en Sur¨¢frica desde la guerra de los boers, casi 100 a?os antes.
A mediados de los cincuenta, pronunci¨® un discurso en el que predijo ¡ªcon una clarividencia extraordinaria¡ª que un d¨ªa ser¨ªa el primer presidente negro de Sur¨¢frica
Mandela clamaba en p¨²blico, se indignaba contra De Klerk en privado, y sus colegas de la ejecutiva nacional del ANC ten¨ªan que contenerlo para que no cancelara las negociaciones; para que su ira, que a veces le cegaba, no le hiciese recurrir a un enfrentamiento abierto. Sin embargo, cuando lleg¨® la prueba definitiva, supo mantener la cabeza fr¨ªa y dio su bendici¨®n a un acuerdo trascendental por el que el primer Gobierno elegido democr¨¢ticamente del pa¨ªs iba a ser una coalici¨®n en la que los ministerios se repartir¨ªan en funci¨®n del porcentaje de voto obtenido por cada partido.
Tendi¨® la mano a una Sud¨¢frica blanca bastante pacificada convenciendo a su propia gente para que hiciera otra concesi¨®n en un asunto que todos los surafricanos llevaban en el coraz¨®n.
Una reuni¨®n de la ejecutiva nacional del ANC cuatro meses antes de las hist¨®ricas elecciones de abril de 1994. Sin dudar ni por un momento que el ANC iba a ganar las elecciones, el tema concreto en la agenda era qu¨¦ postura deb¨ªa adoptar el nuevo Gobierno sobre la delicada cuesti¨®n del himno nacional. El viejo himno era claramente inaceptable. Die Stem era una melod¨ªa seria y marcial que loaba a Dios y ensalzaba los triunfos de Retief, Pretorius y los dem¨¢s ¡°caminantes¡± que hab¨ªan hecho la Gran Marcha hacia el norte en el siglo XIX, aplastando la resistencia de los negros. El himno extraoficial de la Sur¨¢frica negra, Nkosi Sikelele, era la emocionante manifestaci¨®n de un pueblo que llevaba mucho tiempo de sufrimiento y anhelaba la libertad.
La reuni¨®n acababa de empezar cuando entr¨® un ayudante para informar a Mandela de que le llamaba un jefe de Estado. Sali¨® de la sala y los treinta y pico hombres y mujeres del ¨®rgano supremo del ANC continuaron sin ¨¦l. Hab¨ªa un consenso abrumador en favor de eliminar Die Stem y sustituirlo por Nkosi Sikelele. Tokyo Sexwale, antiguo preso en Robben Island y principal miembro del Comit¨¦ Ejecutivo nacional, recordaba muy bien la atm¨®sfera de la reuni¨®n durante la ausencia de Mandela.
Mandela me dijo que hab¨ªa sermoneado al comit¨¦ ejecutivo sobre la necesidad de ganarse a los afrikaners, de demostrar respeto por sus s¨ªmbolos
¡°Est¨¢bamos disfrutando¡±, me cont¨®. ¡°Es el fin de esa canci¨®n, Die Stem, dec¨ªamos. El fin. Se acab¨®. En este pa¨ªs vamos a cantar Nkosi Sikelele y nada m¨¢s. ?Est¨¢bamos divirti¨¦ndonos!¡±. Entonces regres¨® Mandela. ¡°Est¨¢bamos todos como ni?os de primaria¡±, dec¨ªa Sexwale, un hombre grande y fuerte con una rica voz de orador. ¡°Nos pregunt¨® c¨®mo iban nuestras discusiones y le dijimos que hab¨ªamos tomado una decisi¨®n. Dijo: ¡®Pues lo siento. No quiero ser grosero, pero...¡¯. Dios m¨ªo, todos quer¨ªamos que nos tragara la tierra. ¡®Creo que debo expresar lo que pienso sobre esta moci¨®n. Nunca pens¨¦ que unas personas experimentadas como vosotros iban a tomar una decisi¨®n de tal magnitud sobre un tema tan importante sin ni siquiera esperar al presidente de vuestra organizaci¨®n¡±.
Y entonces, en el tono m¨¢s severo y de maestro de escuela que le hab¨ªan o¨ªdo emplear jam¨¢s sus colegas del ANC, ofreci¨® su punto de vista. ¡°Esta canci¨®n que despach¨¢is con tanta facilidad contiene las emociones de muchos a los que todav¨ªa no represent¨¢is, y de un plumazo quer¨¦is tomar una decisi¨®n que destruir¨ªa la misma base ¡ªla ¨²nica¡ª sobre la que estamos construyendo el pa¨ªs: la reconciliaci¨®n¡±. Los hombres y mujeres de la ejecutiva nacional del ANC, muchos de ellos muy conocidos en Sud¨¢frica, considerados h¨¦roes y hero¨ªnas de la lucha, se arrugaron de verg¨¹enza. Mandela propuso que, cuando se celebraran las elecciones y para el futuro, Sur¨¢frica tuviera dos himnos, que se tocar¨ªan uno despu¨¦s de otro en todas las ceremonias oficiales, desde las tomas de posesi¨®n presidenciales hasta los partidos de rugby: Die Stem y Nkosi Sikelele. Derrotados moralmente, apabullados por la l¨®gica del argumento de Mandela, los combatientes de la libertad se rindieron de forma un¨¢nime. Sexwale se re¨ªa a carcajadas a?os despu¨¦s al recordar el desconcierto que hab¨ªa sentido al ver c¨®mo les hab¨ªa manipulado Mandela. ¡°Jacob Zuma, que presid¨ªa la reuni¨®n, dijo: ¡®Bueno, creo... creo... creo que la cosa est¨¢ clara, camaradas. Creo que la cosa est¨¢ clara...¡¯. Nadie levant¨® un dedo para oponerse¡±.
Los miembros de la ejecutiva nacional capitularon por completo ante la ira de Mandela, porque comprendieron de inmediato que su af¨¢n de venganza sobre la cuesti¨®n del himno blanco hab¨ªa sido pueril, que la respuesta pol¨ªtica con m¨¢s visi¨®n de futuro al dilema que estaban debatiendo era la soluci¨®n madura y generosa que defend¨ªa Mandela. Pero cedieron ante ¨¦l tambi¨¦n porque, desde las actuaciones magistrales que hab¨ªa llevado a cabo al salir de la c¨¢rcel, hab¨ªan aprendido a aceptar que ¡°el viejo¡± era mucho m¨¢s h¨¢bil que cualquiera de ellos en el arte moderno del simbolismo pol¨ªtico. La importancia del himno era la creaci¨®n de un esp¨ªritu nacional, la posibilidad de ejercer la persuasi¨®n pol¨ªtica apelando a las emociones de la gente. Esa era, como hab¨ªan comprendido los dem¨¢s dirigentes del ANC, la esencia de su talento pol¨ªtico, la faceta en la que dejaba a todos los dem¨¢s muy atr¨¢s. El propio Mandela me dijo, durante una de las conversaciones que mantuvimos en su casa, que hab¨ªa sermoneado al comit¨¦ ejecutivo sobre la necesidad de ganarse a los afrikaners, de demostrar respeto por sus s¨ªmbolos, de esforzarse por incluir unas cuantas palabras en afrikaans al comenzar un discurso. ¡°No les est¨¢is hablando al cerebro¡±, dijo, ¡°les est¨¢is hablando al coraz¨®n¡±.
Hizo lo mismo, con un ¨¦xito a¨²n m¨¢s espectacular, al a?o de asumir la presidencia, en la Copa del Mundo de rugby, que se celebraba en Sur¨¢frica por primera vez. Consigui¨® la incre¨ªble proeza de convencer a su propia gente para que apoyaran a los Springboks, la selecci¨®n surafricana, con lo que transform¨® uno de los s¨ªmbolos m¨¢s odiados de la opresi¨®n del apartheid en un instrumento de unidad. A pesar de que solo hab¨ªa un jugador que no era blanco en el equipo, los negros, a instancias de Mandela, adoptaron a los Springboks y empezaron a considerarlos representantes l¨®gicos de la nueva bandera nacional. Es imposible olvidar c¨®mo, en la final de Johannesburgo, en la que venci¨® Sur¨¢frica, pr¨¢cticamente toda la muchedumbre de blancos (los aficionados al rugby no hab¨ªan estado precisamente en la vanguardia del progresismo racial durante los a?os del apartheid) gritaba su nombre. ¡°?Nelson! ?Nelson! ?Nelson!¡±. Cuando Mandela entreg¨® la copa al capit¨¢n del equipo, Fran?ois Pienaar, un grandull¨®n rubio hijo del apartheid, le dijo: ¡°Gracias, Fran?ois, por lo que has hecho por nuestro pa¨ªs¡±. ¡°No, se?or presidente¡±, replic¨® Pienaar, con una enorme presencia de ¨¢nimo. ¡°Gracias a usted por lo que ha hecho por nuestro pa¨ªs¡±.
Aquel d¨ªa, probablemente el m¨¢s feliz ¡ªy desde luego el de m¨¢s unidad patri¨®tica¡ª de la historia de Sud¨¢frica, Mandela culmin¨® su doble misi¨®n imposible del liderazgo pol¨ªtico. Convenci¨® a todo un pueblo, el pueblo con m¨¢s divisi¨®n racial de la tierra, para que cambiara de opini¨®n.
El objetivo fundamental de Mandela durante sus cinco a?os como presidente fue cimentar las bases de la nueva democracia, alejar la perspectiva de una contrarrevoluci¨®n terrorista de la extrema derecha armada. Y lo consigui¨®. Sud¨¢frica, pese a todos los problemas que hoy tiene (problemas que comparte con docenas de pa¨ªses, despu¨¦s de haberse deshecho de la ¨¦pica y terrible singularidad que en otro tiempo le distingu¨ªa del resto del mundo), es una democracia estable, mucho m¨¢s respetuosa con el imperio de la ley y la libertad de expresi¨®n que, por ejemplo, Rusia, otro pa¨ªs que acab¨® con a?os de tiran¨ªa m¨¢s o menos en la misma ¨¦poca. Se ha dicho, y seguramente se seguir¨¢ diciendo mucho tiempo, que Mandela podr¨ªa haber hecho m¨¢s para remediar las injusticias econ¨®micas del apartheid. Tal vez, pero en un pa¨ªs con un elevado ¨ªndice de natalidad y sin unas cifras de crecimiento econ¨®mico equiparables, ese era un reto pr¨¢cticamente imposible. Lo mejor que puede decirse es que la presidencia de Mandela vio la aparici¨®n de un nuevo y potente fen¨®meno social, inimaginable en los a?os del apartheid: una clase media negra floreciente. Podr¨ªa haber emprendido toda una redistribuci¨®n de la riqueza nacional, pero eso seguramente habr¨ªa provocado lo que m¨¢s tem¨ªa, una guerra civil entre razas. La econom¨ªa que hubiera quedado despu¨¦s habr¨ªa sido una econom¨ªa de cementerio. Por lo que Mandela luch¨® la mayor parte de su vida fue por la democracia, y, una vez lograda, su prioridad pas¨® a ser la paz.
Una paz como la que acord¨® con John Reinders, cuyo trato por parte de Mandela ilumina la gran lecci¨®n que ofrece a todas las personas de cualquier parte, ya sea en el liderazgo pol¨ªtico o en esferas de la vida menos ambiciosas. Siempre fue coherente entre lo que predicaba y lo que practicaba. Hablaba de justicia y respeto y trataba a todo el mundo, por humilde que fuera su condici¨®n o por irrelevante que fuera para sus objetivos pol¨ªticos o personales, con la misma consideraci¨®n. Un a?o despu¨¦s de que Mandela abandonara la presidencia, Reinders, que sigui¨® trabajando a las ¨®rdenes de su sucesor Thabo Mbeki, recibi¨® una llamada de su antiguo jefe. ?Pod¨ªa ir con su familia a comer a su casa el domingo siguiente? Reinders acudi¨® con su esposa y sus dos hijos creyendo que se trataba de una reuni¨®n amplia. Pero no, Mandela solo hab¨ªa invitado a su familia.
Al empezar la comida, Mandela elev¨® una copa y, dirigi¨¦ndose a la mujer y los hijos de Reinders, les pidi¨® perd¨®n por haberles privado tanto tiempo de la compa?¨ªa de su padre y marido. ¡°Pero llev¨® a cabo sus obligaciones de manera espl¨¦ndida. ?Espl¨¦ndida!¡±. Reinders, que volv¨ªa a llorar recordando la historia, me cont¨® que, despu¨¦s de comer, Mandela les acompa?¨® a la calle y, cuando se alejaba su coche, se qued¨® dici¨¦ndoles adi¨®s con la mano.
En una ocasi¨®n pregunt¨¦ al arzobispo Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz como Mandela y una de las personas que le conoc¨ªan m¨¢s de cerca, si pod¨ªa definirme su mejor cualidad. Tutu se lo pens¨® un momento y entonces, con aire victorioso, pronunci¨® una palabra: magnanimidad. ¡°S¨ª¡±, repiti¨®, la segunda vez en tono m¨¢s solemne, casi en un susurro: ¡°?Magnanimidad!¡±.
Un sin¨®nimo de magnanimidad podr¨ªa ser grandeza. Es posible que no volvamos a ver nunca a nadie igual.
John Carlin es periodista y el autor de El factor humano: Nelson Mandela y el partido que salv¨® a una naci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.