La ¡®Reina de Cuba¡¯
Ana Montes hizo mucho da?o espiando para Cuba. Pero lo m¨¢s probable es que no hayan o¨ªdo hablar de ella
Ana Montes lleva 10 a?os encerrada con algunas de las mujeres m¨¢s peligrosas de Estados Unidos. Montes, en otro tiempo una condecorada analista de los servicios de inteligencia que resid¨ªa en un apartamento de dos dormitorios en el barrio de Cleveland Park (Washington), hoy vive en una celda para dos en la c¨¢rcel de mujeres de m¨¢s alta seguridad de todo el pa¨ªs. Ha tenido como vecinas a una antigua ama de casa que estrangul¨® a una embarazada para quedarse con su beb¨¦, una veterana enfermera que mat¨® a cuatro pacientes con inyecciones masivas de adrenalina y Lynette Fromme, ¡°La chillona¡±, una seguidora de Charles Manson que trat¨® de asesinar al presidente Ford.
Pero la vida en la galer¨ªa Lizzie Borden de una c¨¢rcel de Texas no ha ablandado a la antigua ni?a prodigio del Departamento de Defensa. A?os despu¨¦s de que la atraparan espiando para Cuba, Montes mantiene su actitud desafiante. ¡°No me gusta nada estar en prisi¨®n, pero hay ciertas cosas en la vida por las que merece la pena ir a la c¨¢rcel¡±, escribe Montes en una carta de 14 p¨¢ginas a un familiar. ¡°O por las que merece la pena suicidarse despu¨¦s de hacerlas, para no tener que pasar todo ese tiempo en la c¨¢rcel¡±.
Ana Montes, como en otro tiempo Aldrich Ames y Robert Hansen, sorprendi¨® a los servicios de inteligencia con sus audaces actos de traici¨®n. De d¨ªa, era una estirada funcionaria GS-14 en un cub¨ªculo del Organismo de inteligencia de la Defensa. De noche, trabajaba para Fidel Castro, conectada a la radio por onda corta para recibir mensajes cifrados que luego transmit¨ªa a sus contactos en restaurantes abarrotados y haciendo viajes secretos a Cuba en los que lograba salir de Estados Unidos con una peluca y un pasaporte falso.
Montes espi¨® durante 17 a?os, con paciencia y met¨®dicamente. Pas¨® tantos secretos sobre sus colegas y sobre las plataformas avanzadas de escucha que los esp¨ªas estadounidenses hab¨ªan instalado en Cuba, que los expertos del sector consideran que es una de las esp¨ªas m¨¢s da?inas de ¨¦pocas recientes. Pero Montes, que hoy tiene 56 a?os, no enga?¨® solo a su pa¨ªs y sus colegas. Tambi¨¦n traicion¨® a su hermano Tito, agente especial del FBI; su exnovio Roger Corneretto, agente de los servicios de inteligencia del Pent¨¢gono especializado en Cuba; y su hermana Lucy, con 28 a?os de experiencia en el FBI y condecorada por su aportaci¨®n al descubrimiento de esp¨ªas cubanos.
En los d¨ªas posteriores a los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la oficina local del FBI en Miami declar¨® el estado de m¨¢xima alerta. Casi todos los secuestradores hab¨ªan vivido cierto tiempo en el sur de Florida, y el FBI quer¨ªa averiguar como fuera si hab¨ªa alguno m¨¢s que se hubiera quedado all¨ª. Por eso, cuando un supervisor llam¨® a Lucy Montes y le pidi¨® que fuera a su despacho, a ella no le extra?¨®. Lucy era una veterana analista lingu¨ªstica del FBI, acostumbrada a traducir cintas de escuchas y otros materiales delicados.
SIn embargo, aquella llamada repentina no ten¨ªa nada que ver con el 11-S. Un jefe de grupo del FBI le dijo a Lucy que se sentara. Han detenido a tu hermana Ana, acusada de espionaje, le dijo, un delito que puede castigarse con pena de muerte. Tu hermana es una esp¨ªa cubana.
Lucy no grit¨®, no sali¨® corriendo sin dar cr¨¦dito. Al contrario, la noticia le result¨® curiosamente tranquilizadora. ¡°Me lo cre¨ª de inmediato¡±, recordaba en una reciente entrevista. ¡°Explicaba un mont¨®n de cosas¡±.
Los grandes medios de comunicaci¨®n informaron de la detenci¨®n, por supuesto, pero qued¨® enterrada en las constantes informaciones sobre los atentados. Hoy, Ana Montes sigue siendo la esp¨ªa m¨¢s importante de la que menos se ha o¨ªdo hablar.
Nacida en una base del ej¨¦rcito de Estados Unidos en 1957, Ana Montes es la hija mayor de los puertorrique?os Emilia y Alberto Montes. Alberto era un respetado m¨¦dico militar, y la familia cambi¨® a menudo de residencia, de Alemania a Kansas y de ah¨ª a Iowa. Se establecieron por fin en Towson, a las afueras de Baltimore, donde Alberto abri¨® una consulta psiqui¨¢trica privada que tuvo mucho ¨¦xito y Emilia se convirti¨® en una figura importante de la comunidad puertorrique?a local.
A Ana le fue muy bien en Maryland. Esbelta, estudiosa y divertida, se gradu¨® en el Instituto de Loch Raven con una media de 3,9 (sobresaliente); durante su ¨²ltimo curso anot¨® en el anuario que sus cosas favoritas eran ¡°el verano, la playa... las galletas de chocolate, pasarlo bien con gente divertida¡±. Pero esa actitud sentimental y bulliciosa escond¨ªa una distancia emocional cada vez mayor, un sentido desmesurado de superioridad y un inquietante secreto familiar.
De puertas afuera, Alberto era un padre culto y cari?oso con sus cuatro hijos. Pero en realidad ten¨ªa muy mal genio y los maltrataba. Alberto ¡°pensaba que ten¨ªa derecho a pegar a sus hijos¡±, dir¨ªa m¨¢s tarde Ana a los psic¨®logos de la CIA. ¡°Era el due?o del castillo y exig¨ªa una obediencia total y completa¡±. Las palizas empezaban a los cinco a?os, cuenta Lucy. ¡°Mi padre ten¨ªa un temperamento muy violento. Nos pegaba con el cintur¨®n. Cada vez que se enfadaba. Desde luego¡±.
La madre de Ana ten¨ªa miedo de enfrentarse a su imprevisible marido, pero, al ver que los malos tratos f¨ªsicos y verbales persist¨ªan, se divorci¨® y obtuvo la custodia de los ni?os.
Ana ten¨ªa 15 a?os cuando se separaron sus padres, pero el da?o ya estaba hecho. ¡°La ni?ez de Montes hizo que se volviera intolerante respecto a las diferencias de poder, la llev¨® a identificarse con los menos poderosos y consolid¨® su deseo de vengarse de las figuras autoritarias¡±, escribi¨® la CIA en un perfil psicol¨®gico de Montes marcado con la etiqueta de ¡°Secreto¡±. Su ¡°retraso en el desarrollo psicol¨®gico¡± y los abusos a que la someti¨® un hombre violento al que relacionaba con el ej¨¦rcito de Estados Unidos ¡°incrementaron su vulnerabilidad a la hora de que la reclutaran unos servicios de inteligencia de otro pa¨ªs¡±, a?ade el informe de 10 p¨¢ginas. Lucy recuerda que, ya de adolescente, Ana era distante y aficionada a criticar. ¡°No nos llev¨¢bamos m¨¢s que un a?o, pero la verdad es que nunca sent¨ª mucha intimidad con ella¡±, dice. ¡°No era una persona dispuesta a compartir cosas, a hablar de cosas¡±.
Ana ten¨ªa 15 a?os cuando se separaron sus padres, pero el da?o ya estaba hecho
Cuando Ana Montes estaba en tercero en la Universidad de Virginia, durante un programa de intercambio que le hab¨ªa llevado a Espa?a, conoci¨® a un guapo estudiante. Era argentino y de izquierdas, recuerdan sus amigos, y a Ana le abri¨® los ojos sobre el apoyo del Gobierno estadounidense a reg¨ªmenes autoritarios. Espa?a se hab¨ªa convertido en un semillero de radicalismo pol¨ªtico, y las frecuentes manifestaciones antiamericanas eran un entretenimiento y una distracci¨®n de los deberes. ¡°Despu¨¦s de cada manifestaci¨®n, Ana me explicaba las ¡®atrocidades¡¯ que hab¨ªa cometido el Gobierno contra otros pa¨ªses¡±, recuerda Ana Col¨®n, otra universitaria que se hizo amiga de Montes en Espa?a, en 1977, y hoy vive cerca de Gaithersburg, Maryland. ¡°Estaba ya dividida en dos. No quer¨ªa ser estadounidense, pero lo era¡±.
Al acabar la universidad, Montes se mud¨® durante un breve periodo a Puerto Rico pero no consigui¨® encontrar un empleo que le gustara. Cuando un amigo le dijo que hab¨ªa un puesto de mecan¨®grafa en el Departamento de Justicia, en Washington, dej¨® de lado sus reparos pol¨ªticos. Al fin y al cabo, era un trabajo.
Montes hizo una labor brillante en la Oficina de Recursos sobre Privacidad e Informaci¨®n del Departamento de Justicia. Cuando no llevaba ni un a?o, despu¨¦s de que el FBI examinara sus antecedentes, el Departamento le concedi¨® autorizaci¨®n para manejar documentos muy secretos, con lo que pudo empezar a revisar algunos de los expedientes m¨¢s delicados.
Mientras trabajaba, Montes comenz¨® los estudios para obtener un m¨¢ster en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Y endureci¨® sus posturas pol¨ªticas. Desarroll¨® aut¨¦ntico odio hacia las pol¨ªticas del Gobierno de Reagan en Latinoam¨¦rica, especialmente su apoyo a la contra, los rebeldes que luchaban contra el Gobierno comunista de los sandinistas en Nicaragua.
Montes ten¨ªa una gran trayectoria por delante como funcionaria en Washington y estaba estudiando en una de las mejores universidades del pa¨ªs. Pero adem¨¢s iba a asumir otra tarea muy exigente: entrenarse como esp¨ªa. En 1984, los servicios de inteligencia cubanos la reclutaron como agente.
Fuentes pr¨®ximas al caso creen que ten¨ªa un amigo en la Escuela que trabajaba para los cubanos y les ayudaba a identificar posibles agentes. Cuba considera ¡°m¨¢xima prioridad¡± la captaci¨®n de gente en las universidades estadounidenses, seg¨²n el exagente cubano Jos¨¦ Cohen, que escribi¨® en un ensayo que los servicios cubanos se preocupan por identificar en las principales universidades de Estados Unidos a estudiantes con inter¨¦s por la pol¨ªtica que van a ¡°ocupar puestos de importancia en el sector privado y en la administraci¨®n¡±.
Montes debi¨® de parecerles un regalo del cielo. Era de izquierdas y simpatizaba con los pa¨ªses acosados. Era biling¨¹e y hab¨ªa impresionado a sus jefes del Departamento de Justicia con su ambici¨®n y su cerebro. Pero, sobre todo, ten¨ªa acceso a materiales secretos y era alguien de dentro. ¡°Nunca se me hab¨ªa ocurrido hacer nada hasta que me lo propusieron¡±, reconoci¨® Montes m¨¢s tarde a los investigadores. Los cubanos, revel¨®, ¡°trataron de apelar a mi convicci¨®n de que lo que estaba haciendo estaba bien¡±.
Los analistas de la CIA tienen una interpretaci¨®n algo m¨¢s siniestra de la captaci¨®n. Creen que manipularon a Montes para que pensara que Cuba necesitaba como fuera su ayuda, ¡°le hicieron sentirse poderosa y alimentaron su narcisismo¡±, dicen los documentos. Los cubanos empezaron poco a poco, pidi¨¦ndole traducciones e informaciones inocuas que pudieran ayudar a los sandinistas, su causa favorita. ¡°Sus contactos, sin que ella se diera cuenta, juzgaron en qu¨¦ era m¨¢s vulnerable y explotaron sus necesidades psicol¨®gicas, su ideolog¨ªa y su personalidad patol¨®gica con el fin de reclutarla y mantenerla motivada y trabajando para la Habana¡±, es la conclusi¨®n de la CIA.
Montes visit¨® Cuba en secreto en 1985 y luego, siguiendo instrucciones, empez¨® a presentar su candidatura a puestos de la administraci¨®n que le permitieran tener mayor acceso a informaciones secretas. Acept¨® un puesto en el Organismo de Inteligencia de la Defensa (DIA en sus siglas en ingl¨¦s), la mayor f¨¢brica de esp¨ªas militares del Pent¨¢gono en el extranjero.
En los primeros a?os, Montes cometi¨® un error al confiar a su vieja amiga de Espa?a, Ana Col¨®n, que hab¨ªa ido a Cuba y hab¨ªa tenido una aventura con el guapo chico que le hab¨ªa servido de gu¨ªa en la isla. Montes le cont¨® asimismo que iba a empezar a trabajar en la DIA. ¡°Me dej¨® estupefacta¡±, recuerda Col¨®n. ¡°No entend¨ªa por qu¨¦ alguien con sus opiniones izquierdistas pod¨ªa querer trabajar para el Gobierno y el Ej¨¦rcito de Estados Unidos¡±. Montes le explic¨® que quer¨ªa trabajar en pol¨ªtica y que era, ¡°al fin y al cabo, una chica americana normal¡±. Sin embargo, d¨ªas despu¨¦s de la confesi¨®n, Montes dej¨® de hablar con su amiga. Col¨®n la llam¨® y le escribi¨® una carta detr¨¢s de otra durante dos a?os y medio, sin resultado. Montes no respond¨ªa. Col¨®n nunca volci¨® a saber de ella.
En Miami, Lucy Montes tambi¨¦n estaba asombrada por la decisi¨®n de su hermana de trabajar para el Departamento de Defensa. Pero era su hermana, la quer¨ªa, y ten¨ªa tantas ganas de conservar la relaci¨®n con ella que no insisti¨®. Desde su ingreso en la DIA, Ana era cada vez m¨¢s introvertida y de opiniones m¨¢s rigidas. ¡°Cada vez me contaba menos cosas de su d¨ªa a d¨ªa¡±, dice Lucy. Lo ir¨®nico era que Ana, entonces, ten¨ªa muchas m¨¢s cosas en com¨²n con sus hermanos. Si bien Juan Carlos, el peque?o, era propietario de una mantequer¨ªa en Miami, Lucy y el otro hermano, Alberto, ¡°Tito¡±, hab¨ªan decidido trabajar para proteger Estados Unidos. Tito era agente especial del FBI en Atlanta, donde todav¨ªa trabaja y donde est¨¢ casado con otra agente del FBI. Lucy era analista de lengua espa?ola del FBI en Miami, un puesto que ocupa todav¨ªa y que con frecuencia incluye casos relacionados con cubanos. El que entonces era su marido tambi¨¦n trabajaba para el FBI.
De los miembros de la familia, Lucy es la ¨²nica que ha aceptado ser entrevistada. Ha aceptado hablar por primera vez, cuando han pasado m¨¢s de 10 a?os desde la detenci¨®n de su hermana, para dejar claro lo que piensa de ella. ¡°No estoy de acuerdo con lo que parecen pensar muchos amigos suyos, que lo que hizo tiene una buena excusa, ni puedo entender por qu¨¦ lo hizo, ni pienso que este pa¨ªs actuara mal. No tiene nada de admirable¡±, dice Lucy.
Durante 16 a?os, Ana Montes hizo una labor brillante, tanto en Washington como en La Habana. Contratada por la DIA como especialista en investigaci¨®n, comenz¨® una carrera ascendente. Pronto se convirti¨® en la analista principal de la DIA sobre El Salvador y Nicaragua, y m¨¢s tarde fue designada analista pol¨ªtica y militar jefe para Cuba. En los servicios de inteligencia y en la sede central de la DIA, la apodaban ¡°la Reina de Cuba¡±. No solo era una de las m¨¢s avezadas int¨¦rpretes de los asuntos militares cubanos que ten¨ªa el Gobierno estadounidense --poco sorprendente, dado que ten¨ªa informaciones privilegiadas-- sino que aprendi¨® a influir en la pol¨ªtica de Estados Unidos (a menudo para suavizarla) respecto a la isla.
En su mete¨®rica carrera, Montes recibi¨® gratificaciones en met¨¢lico y 10 reconocimientos especiales a su labor, entre ellos in certificado especial que le entreg¨® el entonces director de la CIA, George Tenet, en 1997. Los cubanos tambi¨¦n premiaron a su mejor alumna con una medalla, un s¨ªmbolo privado que Montes nunca pudo llevarse a casa.
Se convirti¨® en un modelo de eficacia, una monja guerrera incrustada en el coraz¨®n de la burocracia. Desde el cub¨ªculo C6-146A en el cuartel general de la DIA, en la Base Conjunta Anacostia-Bolling de Washington, ten¨ªa acceso a cientos de miles de documentos secretos, y sol¨ªa almorzar en su mesa, absorta en aprenderse de memoria p¨¢ginas sin fin de los informes m¨¢s recientes. Sus colegas recuerdan que pod¨ªa ser simp¨¢tica y divertida, sobre todo con los jefes o cuando intentaba acceder a una reuni¨®n informativa en la que iba a haber secretos. Pero tambi¨¦n pod¨ªa mostrarse arrogante y sol¨ªa rechazar las invitaciones a actos sociales.
Cuando Montes terminaba su jornada en la DIA, comenzaba su segundo empleo en su apartamento de Macomb Street, en Cleveland Park. Nunca se arriesgaba a llevarse un documento a casa. Lo que hac¨ªa era memorizar con gran detalle lo que le¨ªa durante el d¨ªa y luego reproducir documentos enteros en un port¨¢til Toshiba. Noche tras noche, durante a?os, verti¨® documentos del m¨¢ximo secreto en disquetes baratos que compraba en Radio Shack.
Montes recib¨ªa las ¨®rdenes como los esp¨ªas de la guerra fr¨ªa: a trav¨¦s de mensajes num¨¦ricos por onda corta
Su t¨¦cnica era cl¨¢sica. En La Habana, los agentes de los servicios cubanos de inteligencia le ense?aron a pasar paquetes a otros esp¨ªas sin que se notara, a comunicarse en clave y a desaparecer en caso necesario. Incluso le ense?aron a fingir ante el detector de mentiras. Seg¨²n cont¨® ella despu¨¦s a los investigadores, se trataba de contraer estrat¨¦gicamente los esf¨ªnteres. No se sabe si el truco funcionaba, pero el caso es que Montes pas¨® el detector de mentiras de la DIA en 1994, cuando ya llevaba un decenio espiando.
Montes recib¨ªa la mayor¨ªa de sus ¨®rdenes de la misma forma que casi todos los esp¨ªas desde la ¨¦poca de la guerra fr¨ªa: a trav¨¦s de mensajes num¨¦ricos transmitidos de manera an¨®nima por onda corta. Sintonizaba un aparato de radio Sony con la frecuencia 7887 y esperaba a que comenzara a emitir la ¡°emisora de los n¨²meros¡±. Una voz de mujer interrump¨ªa las intereferencias de ultratumba para declarar: ¡°?Atenci¨®n! ?Atenci¨®n!¡± y soltar 150 n¨²meros en medio de la noche. ¡°Tres-cero-uno-cero-siete, dos-cuatro-seis-dos-cuatro,¡± repet¨ªa la voz. Montes tecleaba luego las cifras en su ordenador y un programa que le hab¨ªan instalado los cubanos convert¨ªa los n¨²meros en texto en espa?ol.
Tambi¨¦n se arriesg¨® a reunirse con cubanos en persona. Cada pocas semanas, cenaba con sus contactos en restaurantes chinos del ¨¢rea de Washington, y aprovechaba para pasarles un pu?ado de nuevos disquetes por encima de las exquisiteces orientales. Tambi¨¦n hab¨ªa entregas clandestinas durante sus vacaciones en soleadas islas del Caribe.
Montes lleg¨® a viajar en cuatro ocasiones a Cuba, para reunirse con los m¨¢ximos responsables de los servicios de inteligencia. En dos de ellas, utiliz¨® un pasaporte cubano falso, se disfraz¨® con peluca y viaj¨® a trav¨¦s de Europa para disimular su pista. Otras dos veces, obtuvo la autorizaci¨®n del Pent¨¢gono para ir a la isla en misiones oficiales dentro de su trabajo para el Gobierno. De d¨ªa ten¨ªa reuniones en la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana pero luego se escabull¨ªa para informar a sus jefes cubanos.
En Estados Unidos, cuando Montes necesitaba transmitir un mensaje urgente, ten¨ªa un n¨²mero de busca. Buscaba cabinas telef¨®nicas en el Zoo, la estaci¨®n de metro de Friendship Heights o la tienda de Hecht¡¯s en Chevy Chase para llamar a los buscas de los cubanos. Hab¨ªa una clave que significaba ¡°Estoy en grave peligro¡±; otra, ¡°Tenemos que vernos¡±. Entrenados en las tareas de espionaje por el KGB, los cubanos se fiaban de las viejas herramientas del oficio. Por ejemplo, las claves de busca y las notas de onda corta se escrib¨ªan en papel con un tratamiento especial. ¡°Las frecuencias y la hoja de consulta de los n¨²meros estaban en papel soluble en agua¡±, explica Pete Lapp, del FBI, uno de los dos m¨¢ximos responsables de investigar el caso. ¡°Un papel que, cuando se tira al v¨¢ter, se evapora¡±.
El trabajo de esp¨ªa era solitario. Montes no pod¨ªa confiar m¨¢s que en sus contactos. Las reuniones familiares y las vacaciones con sus dos hermanos del FBI y sus respectivos c¨®nyuges, tambi¨¦n del FBI, estaban cargadas de tensi¨®n. Al principio, los cubanos le bastaban como vida social. ¡°Me daban apoyo emocional. Comprend¨ªan mi soledad¡±, dijo Montes a los investigadores. Sin embargo, al cumplir 40, Montes empez¨® a deprimirse. ¡°Ten¨ªa ganas, por fin, de compartir mi vida con alguien, pero era una doble vida, as¨ª que me parec¨ªa que nunca podr¨ªa ser feliz¡±, confes¨®. Los cubanos le buscaron un amante, pero, despu¨¦s de un par de d¨ªas entretenidos, ella se dio cuenta de que no pod¨ªa ser feliz con un novio ¡°de encargo¡±.
El aislamiento de Ana se agrav¨® a¨²n m¨¢s cuando, por una extra?a coincidencia, Lucy empez¨® a trabajar en el mayor caso de su carrera: un golpe masivo contra los esp¨ªas cubanos que trabajaban en Estados Unidos. Fue en 1998. La oficina de Miami hab¨ªa descubierto una red de esp¨ªas cubanos con base en Florida, la llamada ¡°Red Avispa. Con m¨¢s de una docena de miembros, la Red Avispa estaba infiltr¨¢ndose en organizaciones de cubanos en el exilio y en instalaciones militares estadounidenses de Florida. Para Lucy, el caso Avispa fue el c¨¦nit de su carrera. El FBI le hab¨ªa ordenado que tradujera horas de conversaciones grabadas de esp¨ªas cubanos que estaban tratando de penetrar en la base del Mando Sur de Estados Unidos, en Doral. Lucy recibi¨® elogios de sus jefes y una condecoraci¨®n de una c¨¢mara de comercio hispana de la regi¨®n. Pero nunca se lo cont¨® a Ana. Aunque esta ¨²ltima era una de las principales expertas del mundo en Cuba y lo normal habr¨ªa sido pensar que le iba a encantar saber que su hermana hab¨ªa contribuido al descubrimiento de la red de esp¨ªas, Lucy estaba convencida de que Ana habr¨ªa cambiado de tema. ¡°Sab¨ªa que no le iba a interesar o¨ªrmelo contar ni hablar de ello¡±, dice.
El triunfo de Lucy se convirti¨® en motivo de desesperaci¨®n para Ana. Sus contactos, de pronto, se ocultaron. Pasaron meses sin querer hablar con ella, mientras valoraban las consecuencias de la investigaci¨®n. ¡°Era una cosa que me permit¨ªa sentirme a gusto conmigo misma, y desapareci¨®¡±, cont¨® despu¨¦s a los investigadores. Y con ello, toc¨® fondo. Empez¨® a llorar sin motivo, a experimentar ataques de p¨¢nico e insomnio. Busc¨® tratamiento psiqui¨¢trico y empez¨® a tomar antidepresivos. Posteriormente, los psic¨®logos consultados por la CIA llegar¨ªan a la conclusi¨®n de que el aislamiento, las mentiras y el temor a ser capturada hab¨ªan agudizado unos s¨ªntomas que rayaban en el trastorno obsesivo-compulsivo. Montes se aficion¨® a darse largas duchas con diferentes jabones y a llevar guantes cuando iba en el coche. Manten¨ªa un control estricto de su dieta y, a veces, no com¨ªa m¨¢s que patatas cocidas sin sal. En una fiesta de cumplea?os que se celebr¨® en casa de Lucy en 1998, Ana estuvo sentada con el rostro impasible y casi sin hablar. ¡°Algunos amigos m¨ªos pensaron que era una maleducada, que hab¨ªa algo peculiar en ella. Y lo hab¨ªa. Hab¨ªa perdido a su contacto¡±, explica Lucy.
Dentro de la DIA, la analista estrella segu¨ªa estando por encima de toda sospecha. Montes hab¨ªa logrado mucho m¨¢s de lo que hab¨ªan podido imaginar los cubanos. Se reun¨ªa con la Junta de jefes de estado mayor, el Consejo Nacional de Seguridad e incluso el presidente de Nicaragua para informarles sobre la capacidad militar de Cuba. Ayud¨® a redactar un pol¨¦mico informe del Pent¨¢gono en el que se dec¨ªa que Cuba ten¨ªa una ¡°capacidad limitada¡± de hacer da?o a Estados Unidos y solo pod¨ªa ser un peligro para los ciudadanos estadounidenses ¡°en determinadas circunstancias¡±. Y estaba a punto de obtener otro ascenso, en esta ocasi¨®n una prestigiosa beca para trabajar con el Consejo Nacional de Inteligencia, un ¨®rgano consultivo que asesoraba al director de los servicios de inteligencia y que ten¨ªa su sede en el cuartel general de la CIA, en Langley. Montes estaba a punto de lograr acceso a informaciones todav¨ªa m¨¢s valiosas. Su trayectoria de esp¨ªa habr¨ªa alcanzado alturas inimaginables si no hubiera sido por un funcionario corriente de la DIA llamado Scott Carmichael.
De rostro redondo e inc¨®modamente embutido muchas veces en trajes de las tallas especiales de Macy¡¯s, Carmichael no encaja en el esterotipo del cazaesp¨ªas sofisticado y educado en Georgetown. ?l dice, entre risas, que es ¡°un guardia de seguridad de Kmart¡±, pero, desde hace un cuarto de siglo, el trabajo de este expolic¨ªa del cintur¨®n ganadero de Wisconsin consiste en cazar esp¨ªas para la DIA.
En septiembre de 2000 Carmichael obtuvo una pista fundamental. Una funcionaria de los servicios de inteligencia hab¨ªa ido a ver al veterano analista de contraespionaje de la DIA Chris Simmons y, pese a que representaba poner en peligro su puesto de trabajo, le hab¨ªa dicho que el FBI llevaba dos a?os tratando en vano de identificar a un funcionario de la administraci¨®n que, al parecer, era esp¨ªa cubano. Era un caso etiquetado ¡°UNSUB¡±, es decir, ¡°unidentified subject¡±, sujeto no identificado. El FBI sab¨ªa que la persona en cuesti¨®n ten¨ªa acceso privilegiado a documentos de Estados Unidos sobre Cuba, hab¨ªa comprado un port¨¢til Toshiba para comunicarse con La Habana, y alguna otra cosa m¨¢s. Pero, con tan pocos detalles, la investigaci¨®n estaba estancada.
Carmichael se puso a trabajar en ello. Junto con su colega Karl James, ¡°el caim¨¢n¡±, cotej¨® varias pistas de las que ten¨ªa el FBI con las bases de datos de sus empleados. Los funcionarios de la DIA renuncian a gran parte de su derecho a la intimidad cuando solicitan autorizaciones para acceder a materiales secretos, de modo que Carmichael pudo entrar en los estados de cuentas personales, los historiales m¨¦dicos y los itinerarios detallados de viaje de muchos de ellos. La b¨²squeda de ordenador produjo m¨¢s de 100 nombres posibles. Despu¨¦s de examinar alrededor de 20, apareci¨® en la pantalla de Carmichael ¡°Ana Bel¨¦n Montes¡±.
Carmichael ya la conoc¨ªa. Cuatro a?os antes, un analista colega de Montes en la DIA hab¨ªa dado la voz de alarma, preocupado por sus intentos, a veces excesivos, de tener acceso a informaci¨®n delicada. Carmichael la hab¨ªa entrevistado y hab¨ªa pensado que ment¨ªa. ¡°Me hab¨ªa dejado intranquilo¡±, recuerda. Pero Montes hab¨ªa sabido explicar todos sus actos y Carmichael hab¨ªa dado carpetazo al asunto. Ahora, la pantalla de ordenador volv¨ªa a mostrar su nombre, y ¨¦l se convenci¨® de que deb¨ªa de ser la esp¨ªa. ¡°Estaba seguro, completamente seguro de que ten¨ªa que ser ella¡±, dice.
El FBI, sin embargo, no lo vio tan claro. El agente responsable, Steve McCoy, le puso peros a la tesis de Carmichael, destac¨® que muchos otros empleados y contratistas de la administraci¨®n federal encajaban con las m¨ªnimas pruebas circunstanciales que parec¨ªan apunar a Montes. Y algunas de las pruebas de Carmichael no ten¨ªan sentido.
Carmichael reconoci¨® que su teor¨ªa ten¨ªa lagunas y se record¨® a s¨ª mismo que Montes era una funcionaria ejemplar. Adem¨¢s, sab¨ªa que desde la guerra fr¨ªa se hab¨ªa procesado a muy pocas mujeres por espionaje en Estados Unidos. Aun as¨ª, estaba seguro de tener raz¨®n. Cuando sali¨® de las oficinas del FBI aquel primer d¨ªa, hizo una promesa. ¡°Recuerdo que mir¨¦ hacia la DIA y estaba muy cabreado¡±, dice, a?os despu¨¦s. ¡°Le dije al caim¨¢n que aquello era la guerra. Le dije: ¡®Vamos a deshacernos de esa... mujer, y estos t¨ªos no lo saben todav¨ªa, pero van a acabar ocup¨¢ndose de su caso¡±.
Carmichael elabor¨® el expediente sobre Montes y empez¨® a dar la lata a McCoy con datos, fechas y coincidencias. Se buscaba excusas para pasar por el despacho del agente del FBI a hablar de Montes e ir rellenando huecos. Y cuando McCoy le ignoraba, acud¨ªa directamente a sus jefes.
Al cabo de nueve semanas, la incesante campa?a de Carmichael dio fruto. McCoy se convenci¨® y convenci¨® a sus jefes para que abrieran una investigaci¨®n formal. ¡°Fue un golpe de suerte que la DIA nos viniera a decir que sospechaban de Montes¡±, dice Pete Lapp, el compa?ero de McCoy en el caso. A pesar de sus diferencias, McCoy asegura que Carmichael merece todos los elogios por su tenacidad: ¡°?l fue el que descubri¨® el caso y nos proporcion¨® a la culpable¡± y, ¡°a partir de ah¨ª, el FBI pudo desarrollar su investigaci¨®n¡±.
Cuando el FBI tom¨® cartas en el asunto, asign¨® m¨¢s de 50 personas a la investigaci¨®n y obtuvo autorizaci¨®n de un juez del Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Extranjera, a pesar de su escepticismo, para llevar a cabo registros a escondidas del piso, el coche y el despacho de Montes. Varios agentes la siguieron y la filmaron cuando hac¨ªa llamadas sospechosas desde cabinas telef¨®nicas. Lapp utiliz¨® una carta de los responsables de seguridad nacional, una especie de citaci¨®n administrativa, para tener acceso ilimitado al historial bancario de Montes. Se enter¨® de que hab¨ªa solicitado un cr¨¦dito en 1996 en una tienda de CompUSA en Alexandria. ?Para comprar qu¨¦? El mismo modelo de ordenador port¨¢til Toshiba que figuraba en las informaciones originales de antes de empezar la investigaci¨®n. ¡°Fue maravilloso, maravilloso¡±, recuerda Lapp. ¡°Fue una labor detectivesca de las de toda la vida¡±.
Sin embargo, no hab¨ªa ning¨²n testigo que hubiera visto a Montes entrevist¨¢ndose con un cubano, escribiendo mensajes cifrados en el trabajo ni metiendo ning¨²n documento secreto en su cartera. Por eso, Lapp se jugaba mucho con el primer registro del apartamento. Necesitaba pruebas concretas de que montes era esp¨ªa. Pero no pod¨ªa permitirse una b¨²squeda chapucera que despertase sus sospechas. ¡°Han sido siempre mis mayores momentos de tensi¨®n profesional, eso de entrar legalmente en la vivienda de alguien pero sin que esa persona lo sepa y con el riesgo de que te puedan descubrir¡±, dice Lapp, que antes de esta vida hab¨ªa sido polic¨ªa. ¡°Es como ser un ladr¨®n, legal, pero, si te atrapan, toda la investigaci¨®n se hace a?icos¡±.
Hab¨ªa un elemento a?adido de urgencia que era el ascenso pendiente de Montes al consejo asesor de la CIA. Carmichael necesitaba retrasarlo sin que se notara. Con la ayuda del entonces director de la DIA, el vicealmirante Thomas Wilson, se le ocurri¨® un truco muy sencillo. En la siguiente reuni¨®n de personal, alguien deb¨ªa mencionar de pasada que muchos empleados de la DIA estaban en comisi¨®n de servicios en otros organismos, una pr¨¢ctica habitual. Wilson se indignar¨ªa y anunciar¨ªa que todos los traspasos de personal quedaban congelados. La trampa funcion¨®. Montes no se enter¨® de que la moratoria establecida en toda la oficina estaba pensada solo para ella. Docenas de supervisores en otros organismos llamaron a Wilson para quejarse, pero la falsa rabieta consigui¨® que Montes no fuera a la CIA.
Justo cuando la investigaci¨®n del FBI estaba intensific¨¢ndose, Ana se enamor¨®. Hab¨ªa empezado a salir con Roger Corneretto, un responsable de inteligencia que dirig¨ªa el programa relacionado con Cuba en el Mando Sur, la instalaci¨®n militar en la que la red Wasp hab¨ªa intentado infiltrarse. A Corneretto, que era ocho a?os m¨¢s joven que Montes, le atrajeron su ambici¨®n, sus faldas ajustadas y su cerebro.
Corneretto dice que, al principio, le gust¨® el reto de tratar de conquistar a la ¡°Reina de hielo¡± de la DIA. ¡°Tard¨¦ mucho en lograr que me aceptara y, cuando lo hice, me di cuenta de que no hab¨ªa una avalancha de cari?o y simpat¨ªa que compensaran su car¨¢cter y su inexplicable hostilidad hacia gente que eran buenas personas¡±, recordaba Corneretto en un reciente correo electr¨®nico.
Hoy, Corneretto est¨¢ casado y sigue trabajando para el Pent¨¢gono. Acepta a rega?adientes hablar sobre su desgraciada relaci¨®n. ¡°Nos enga?¨® a todos, a un c¨ªrculo de gente muy unida, pero yo adem¨¢s estaba saliendo con ella, as¨ª que [mi] sentimiento de verg¨¹enza, culpa, fracaso y responsabilidad personal fue indescriptible¡±, confiesa. Dice que Montes es ¡°una persona que, con toda su formaci¨®n, se ofreci¨® para hacer el trabajo sucio para un Estado policial y nunca se ha arrepentido¡± y declara que ¡°nunca podr¨¦ perdonarla¡±. dice.
A pesar de las obvias posibilidades de obtener informaci¨®n que le ofrec¨ªa el novio, los investigadores creen que el afecto de Montes era genuino. Ella se hac¨ªa ilusiones de crear una familia y abandonar el espionaje. Pero sus jefes no estaban dispuestos a perder a la persona m¨¢s productiva con la que contaban. ¡°Soy un ser humano con necesidades que ya no pod¨ªa seguir negando. Pens¨¦ que los cubanos me comprender¨ªan¡±, revel¨® posteriormente a sus interrogadores. Sin embargo, a los servicios de espionaje eso les da igual. ¡°Fue ingenua y crey¨® que le iban a dar las gracias por su ayuda y le iban a permitir que dejara de espiar para ellos¡±, dice el an¨¢lisis de la CIA.
El 25 de mayo de 2001, Lapp y un peque?o equipo de especialistas en entrar en pisos se introdujeron en el apartamento n¨²mero 20. Montes estaba de viaje con Corneretto, y el FBI registr¨® sus armarios y cestas de la ropa, examin¨® los libros ordenados en los estantes y fotografi¨® sus papeles privados. Vieron una caja de cart¨®n en el dormitorio y la abrieron con sumo cuidado. Dentro hab¨ªa una radio Sony de onda corta. Buen comienzo, pens¨® Lapp. A continuaci¨®n, los t¨¦cnicos encontraron un ordenador Toshiba. Copiaron el disco duro, lo apagaron y se fueron.
Varios d¨ªas despu¨¦s, un fax protegido de la oficina de Washington empez¨® a escupir papeles con la traducci¨®n de lo que hab¨ªan encontrado en el disco duro. ¡°Fue nuestro momento eureka¡±, dice Lapp.
Los documentos, que Montes hab¨ªa intentado borrar, inclu¨ªan instrucciones para traducir las cifras emitidas por radio y otras pistas elementales de espionaje. Un documento mencionaba el aut¨¦ntico apellido de un agente estadounidense que hab¨ªa trabajado con un nombre falso en Cuba. Montes hab¨ªa revelado su identidad a los cubanos, y su responsable le daba las gracias y le dec¨ªa: ¡°Cuando lleg¨®, le est¨¢bamos esperando con los brazos abiertos¡±.
No obstante, el FBI necesitaba m¨¢s datos. Quer¨ªa las claves que sin duda Montes deb¨ªa de llevar en el bolso. Carmichael qued¨® encargado de elaborar un plan para que se dejara el bolso en la oficina. Tal como cuenta ¨¦l en su libro de 2007, True Believer, el complicado plan de Carmichael consisti¨® en un falso fallo inform¨¢tico y una supuesta invitaci¨®n a hablar en una reuni¨®n que se iba a celebrar en otra planta. La sala donde se iba a hacer estaba tan cerca que era posible que Ana no se llevara el bolso, y la reuni¨®n era tan corta que no necesitaba cogerlo para irse a comer despu¨¦s.
El d¨ªa de autos, dos t¨¦cnicos de los servicios inform¨¢ticos se metieron en el cub¨ªculo de Montes a investigar un nuevo y molesto fallo del ordenador. Uno de ellos era el agente especial del FBI Steve McCoy. Cuando los colegas de Montes miraban para otro lado, McCoy meti¨® el bolso en su caja de herramientas y se fue. El FBI copi¨® r¨¢pidamente el contenido y devolvi¨® el bolso. Dentro ten¨ªa las claves de aviso para el busca y un n¨²mero de tel¨¦fono (con el prefijo de zona 917, de Nueva York) que con posterioridad descubrieron que estaba relacionado con el espionaje cubano.
A pesar de todo, sin ning¨²n testigo que hubiera visto en primera persona una entrega de documentos secretos, al FBI le preocupaba que Montes pudiera negociar una resoluci¨®n que le permitiera salir bien librada. Pero se les estaba acabando el tiempo. Unos aviones secuestrados se hab¨ªan estrellado contra el Pent¨¢gono y el World Trade Center, y, de la noche a la ma?ana, la DIA se encontr¨® en pie de guerra. Nombraron a Montes jefa de divisi¨®n en funciones, debido a su veteran¨ªa. Peor a¨²n, unos superiores suyos que no estaban al tanto de la investigaci¨®n la escogieron como responsable de un grupo que deb¨ªa procesar listas de objetivos para Afganist¨¢n. Wilson, el director de la DIA, hab¨ªa exigido que se reforzara la seguridad operativa alrededor de ella. Pero ahora quer¨ªa que desapareciera. Cuba ten¨ªa antecedentes hist¨®ricos de vender secretos a los enemigos de Estados Unidos. Si Montes obten¨ªa el plan de guerra del Pent¨¢gono en Afganist¨¢n, los cubanos estar¨ªan encantados de transmitir la informaci¨®n a los talibanes.
A Carmichael se le ocurri¨® la maniobra definitiva. El 21 de septiembre de 2001, un jefe llam¨® a Montes de parte de la oficina del inspector general de la DIA para que fuera urgentemente a hablar sobre una infracci¨®n que hab¨ªa cometido uno de sus subordinados.
Montes acudi¨® de inmediato y la llevaron a una sala de reuniones en la que le aguardaban McCoy y Lapp. McCoy hizo de poli bueno e insinu¨® en t¨¦rminos ambiguos que un t¨¦cnico o un informador les hab¨ªa llevado a ella. Montes palideci¨® y fij¨® la mirada en el horizonte. McCoy quit¨® importancia a su culpabilidad, con la esperanza de que ella tratara de disculpar con excusas inocentes los contactos no autorizados que hab¨ªa mantenido con agentes cubanos. Pero, cuando Ana pregunt¨® si la estaban investigando y solicit¨® un abogado, la farsa lleg¨® a su fin ¡°Lamento decirle que est¨¢ detenida por conspiraci¨®n para cometer actos de espionaje¡±, anunci¨® McCoy. Lapp le coloc¨® las esposas y acompa?aron a Montes en su ¨²ltima despedida de la oficina.
Ten¨ªan preparadas a una enfermera, bombonas de ox¨ªgeno y una silla de ruedas por si acaso, pero la Reina de Cuba no necesit¨® ninguna ayuda. ¡°Pensamos que se desvanecer¨ªa, que se derrumbar¨ªa¡±, dice Lapp. ¡°Pero creo que habr¨ªa podido llevarnos a los dos a caballo. Sali¨® totalmente tranquila, no dir¨¦ que ¡®orgullosa¡¯, pero llena de serenidad¡±.
Ese mismo d¨ªa, un equipo del FBI registr¨® el piso de Montes durante horas, en busca de pruebas. Ocultas en el forro de un cuaderno encontraron las claves manuscritas que empleaba Montes para cifrar y descifrar mensajes, frecuencias de radio de onda corta y la direcci¨®n de un museo en Puerto Vallarta, M¨¦xico, donde deb¨ªa acudir en caso de urgencia. Las chuletas estaban escritas en papel hidrosoluble.
Para Lucy Montes, la detenci¨®n de Ana fue humillante. A Tito y ella les preocup¨® la posibilidad de perder sus puestos en el FBI, y sintieron sucesivas oleadas de indignaci¨®n. Pese a eso, durante casi una d¨¦cada, Lucy pens¨® que no serv¨ªa de nada hablar en contra de ella. ¡°Me pareci¨® mejor ser simplemente su hermana, no juzgarla ni sentenciarla¡±.
Sin embargo, a finales de 2010, Ana se excedi¨®. Desde su celda en una prisi¨®n de Texas, escribi¨® una carta llena de furia en la que suger¨ªa a Lucy que fuera a ver a un psic¨®logo para librarse de la ira latente que la inundaba. Semejante hipocres¨ªa fue la gota que colm¨® el vaso. ¡°He pensado que ha llegado el momento de que te cuente exactamente qu¨¦ pienso de ti¡±, respondi¨® Lucy el 6 de noviembre de 2010, en una carta de dos folios que mostr¨® a este periodista. ¡°Nunca te lo hab¨ªa dicho porque... me parec¨ªa una crueldad, contigo en la c¨¢rcel. Pero debes saber lo que nos has hecho a todos nosotros¡±.
Lucy empezaba mencionando a su adorada madre, Emilia. ¡°Tienes que saber que has arruinado la vida de mam¨¢. Cada ma?ana se levanta destrozada por lo que hiciste y por d¨®nde est¨¢s¡±. No bast¨®, segu¨ªa Lucy, con que su madre ¡°estuviera casada con un hombre violento durante 16 a?os y criara a cuatro hijos sin ayuda. No, t¨² has tenido que arruinar sus ¨²ltimos a?os, cuando deber¨ªa poder vivir contenta y en paz¡±.
Luego pasaba a hablar de los m¨¢s pr¨®ximos a Ana. ¡°Traicionaste a tu familia, traicionaste a todos tus amigos. Traicionaste a todos los que te quer¨ªan¡±. ¡°Traicionaste a tus colegas y tus jefes, y traicionaste a nuestro pa¨ªs. Espiaste para un megal¨®mano perverso que entrega o vende nuestros secretos a nuestros enemigos¡±.
Por ¨²ltimo, Lucy deshac¨ªa las manidas justificaciones de Ana. ¡°?Por qu¨¦ hiciste lo que hiciste, de verdad? Porque te daba la sensaci¨®n de ser poderosa. S¨ª, Ana, quer¨ªas sentirte poderosa. No eres ninguna altruista, no te preocupaba ¡°el bien com¨²n¡±, te importabas t¨². Necesitabas tener m¨¢s poder que otras personas¡±, era la conclusi¨®n de Lucy. ¡°Eres una cobarde¡±.
En las entrevistas, Lucy se niega a disculpar a su hermana. Aunque su difunto padre ten¨ªa un genio aterrador, Lucy tambi¨¦n recuerda que era un hombre compasivo y con s¨®lidos valores. ¡°Crecimos todos en el mismo hogar, tuvimos los mismos padres, as¨ª que no se puede achacar todo a lo que pasaba en nuestra casa¡±, dice. ¡°Si hay algo que nos ense?¨® mi padre es el respeto a la ley y la autoridad. A m¨ª no me se pas¨® jam¨¢s por la imaginaci¨®n que mi hermana pudiera hacer algo semejante, porque no nos educaron as¨ª¡±.
En la actualidad, Ana Montes vive en el Centro M¨¦dico Federal Carswell de Fort Worth, en una galer¨ªa de 20 presas reservada para las criminales m¨¢s peligrosas del pa¨ªs. La pod¨ªan haber acusado de traici¨®n, que implica pena de muerte, pero se declar¨® culpable de espionaje a cambio de una condena de 25 a?os. Le quedan a¨²n otros 10 a?os. ¡°Por lo visto es un ambiente espantoso¡±, explica Lucy. ¡°Dice que es como estar en un manicomio¡±.
Los servicios de inteligencia y del ej¨¦rcito de Estados Unidos han dedicado a?os a evaluar las consecuencias de los delitos de Montes. En una vista celebrada el a?o pasado en el Congreso, la responsable de esa evaluaci¨®n declar¨® que Montes fue ¡°una de las esp¨ªas m¨¢s da?inas de la historia de Estados Unidos¡±. La antigua directora del servicio nacional de contraespionaje Michelle Van Cleave explic¨® a los congresistas que Montes ¡°puso en peligro todos los programas de obtenci¨®n de informaciones¡± que se utilizan para espiar a las autoridades cubanas y que ¡°es probable que las informaciones que transmiti¨® contribuyeran a la incapacitaci¨®n y la muerte de agentes americanos y proamericanos en Latinaom¨¦rica¡±.
Las estrictas reglas penitenciarias impiden que Montes hable con periodistas ni otras personas, aparte de unos cuantos amigos y familiares. No obstante, en su correspondencia privada, se niega a pedir perd¨®n. Su labor de esp¨ªa estaba justificada, dice, porque Estados Unidos ¡°ha hecho cosas terriblemente crueles e injustas¡± al Gobierno cubano. ¡°Debo guardar lealtad a los principios, no a un pa¨ªs, un Gobierno ni una persona¡±, escribe en una carta a un sobrino adolescente. ¡°No tengo por qu¨¦ ser leal a Estados Unidos, ni a Cuba, ni a Obama, ni a los hermanos Castro, ni siquiera a Dios¡±.
Lucy Montes sabe lo que es la lealtad. Cuando Ana salga de la c¨¢rcel, el 1 de julio de 2023, ella estar¨¢ esper¨¢ndola. Le ha propuesto que viva en su casa durante unos meses, hasta que se organice. ¡°Lo que hizo no tiene nada de aceptable. Pero, por otra parte, creo que no puedo darle la espalda, porque es mi hermana¡±.
Jim Popkin es escritor y vive en Washington.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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