El muerto
La muy mala noticia de esta muerte es, en realidad, la informaci¨®n que Videla se lleva con ¨¦l
Me entero en tiempo real ¡ªabro el diario en la web y brota el t¨ªtulo, subido en ese minuto: ¡°Muri¨® Jorge Rafael Videla, s¨ªmbolo de la dictadura militar¡±¡ª y lo primero que siento es una lejana taquicardia. Despu¨¦s, una procesi¨®n de recuerdos que, comparados con los que recuerdan otros ¡ªhijos de desaparecidos, sobrevivientes, exiliados, militantes profundos¡ª son de una inocuidad y una inocencia vergonzosas. Nada demasiado puntual, m¨¢s bien un perfume de ¨¦poca: Videla como el rostro que ti?¨® de horror gris la infancia y la primera adolescencia de los que por 1976, cuando empez¨® la dictadura militar que ¨¦l encabezaba, ten¨ªamos nueve a?os. Nuestros padres enterrando libros en el patio de la casa; los nombres de ciertos amigos de la familia circulando con una cautela de cristal; los adultos viajando a Uruguay para ver las pel¨ªculas que el r¨¦gimen prohib¨ªa. La cara sin pintar en el colegio, el pelo recogido, la obligatoria falda: una pubertad acorralada, un cotill¨®n del mal, si se lo compara con la bestialidad de los recuerdos que guardan otros. Pero lo primero es eso: una lejana taquicardia, una gris procesi¨®n.
Despu¨¦s pienso que, ahora que Videla ha muerto, muchos van a decir lo que debe decirse: que la muerte, ni siquiera esta, alivia. Que la muerte nunca puede ser una buena noticia. Y yo ¡ªyo¡ª creo que la muy mala noticia de esta muerte es, en realidad, la informaci¨®n que retacea: todo lo que Videla ¡ªque nunca se arrepinti¨® de nada, que siempre reivindic¨® la metodolog¨ªa de esa maquinaria de estado que tragaba gente y escup¨ªa sus huesos¡ª se lleva con ¨¦l. Datos, nombres, fechas, sitios. Todo lo que no dijo que ya no dir¨¢. (Porque, condenado primero, indultado despu¨¦s, vuelto a condenar m¨¢s tarde, nadie hizo, con ¨¦l, lo que ¨¦l hizo que se hiciera con otros: obligar a decir).
Despu¨¦s pienso lo que he pensado siempre: que Jorge Rafael Videla, cabeza de la dictadura militar que empez¨® en la Argentina en 1976 y que estableci¨® el secuestro y la desaparici¨®n de mujeres y hombres, y la tortura de la carne como m¨¦todo y pol¨ªtica de estado, era argentino: hijo de argentinos, vecino de argentinos, educado en colegios argentinos, amigo (amigo) de argentinos, colega de militares argentinos, cliente de comercios y bancos y kioscos argentinos, usuario de medios de transporte p¨²blico argentinos. Jorge Rafael Videla no lleg¨® a este pa¨ªs con convicciones, ideas o comentarios escuchados o aprendidos en el Polo Norte o en los anillos de Saturno. Naci¨® en un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, tercero de cinco hijos, fruto de la uni¨®n entre un coronel y su mujer. Quiero decir que Videla se hizo ac¨¢: que ac¨¢ fue donde, en alg¨²n momento, todo lo que vino despu¨¦s ¡ªel golpe de estado, el secuestro, la desaparici¨®n, la tortura, la aniquilaci¨®n de cuerpos y de pensamientos, el robo de ni?os¡ª empez¨® a parecer ¡ªa parecerle¡ª l¨®gico y posible: un plan coherente. Un plan.
Y pienso, finalmente, esto: a la hora en que escribo esta columna, el viernes 17 de mayo de 2013, los m¨¢s contundentes diarios de la Argentina tienen la noticia central, que anuncia la muerte de Jorge Rafael Videla, cerrada a los comentarios de los lectores. Y yo me pregunto qu¨¦ es lo que, todav¨ªa, no podemos decir. Qu¨¦ es lo que, todav¨ªa, no somos capaces de escuchar. C¨®mo es que, a¨²n, no hemos encontrado la manera.
Leila Guerriero (Jun¨ªn, 1967) es periodista argentina, autora de Frutos Extra?os (Alfaguara) y Plano Americano (Universidad Diego Portales)
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