Dominios reservados
Democracias consolidadas como EE UU, Reino Unido y Francia, consideran aceptable conferir a un representante electo, Obama, Cameron u Hollande, la capacidad de interpretar cu¨¢ndo una amenaza existencial a su pa¨ªs puede justificar matar a millones de personas pulsando el bot¨®n nuclear
?Debe un Presidente del Gobierno tener manos libres para llevar a su pa¨ªs a la guerra? ?O, por el contrario, en una democracia tal decisi¨®n s¨®lo deber¨ªa poder ser tomada con el consentimiento de los representantes de los ciudadanos? Tradicionalmente, los Parlamentos han venido siendo convocados para legitimar ante la opini¨®n p¨²blica decisiones respecto al uso de la fuerza ya tomadas. Dado que el control retrospectivo ha sido la norma y el control previo ha sido la excepci¨®n, nos llama especialmente la atenci¨®n el caso de Siria donde, adem¨¢s, este control ha adoptado un car¨¢cter negativo o dudoso.
El caso brit¨¢nico ha sido el m¨¢s evidente. La inesperada derrota de Cameron en los Comunes ha barrido de golpe d¨¦cadas de relaci¨®n especial con los EE UU y ha puesto en hibernaci¨®n una pol¨ªtica exterior y de seguridad sumamente proactiva. De no haber renunciado Obama a proseguir la v¨ªa militar en Siria, al menos temporalmente, hubi¨¦ramos asistido a un hecho inaudito en las ¨²ltimas d¨¦cadas: una crisis internacional en la que Londres no estaba presente codo con codo con Washington.
Pero el caso de Obama no ha sido menos espectacular. EE UU se caracteriza por tener una cultura de seguridad nacional en la que las diferencias partidistas son puestas inmediatamente entre par¨¦ntesis en caso de conflicto internacional. Sin embargo, en esta ocasi¨®n, el tradicional patriotismo estadounidense, reflejado en la frase ¡°my country, right or wrong¡± (en traducci¨®n libre, ¡°con mi pa¨ªs, para bien o para mal¡±), no ha servido para que la opini¨®n p¨²blica otorgara un apoyo incondicional a Obama. Como all¨ª, en virtud de su sistema electoral y su cultura pol¨ªtica, los representantes populares no s¨®lo son criaturas temerosas de Dios, sino tambi¨¦n de sus electores, Obama, olfateando la posibilidad de una derrota o, alternativamente, de una victoria tan apretada como debilitante, no ha podido sentir m¨¢s que alivio ante la apertura de una inesperada v¨ªa diplom¨¢tica.
Todo ello ha dejado singularmente expuesto al Presidente Hollande que se ha resistido a llevar la cuesti¨®n a la Asamblea Nacional francesa. Si algo caracteriza a la V Rep¨²blica Francesa es la concesi¨®n al presidente de un ampl¨ªsimo poder para la conducci¨®n de la pol¨ªtica exterior y de seguridad. Esas prerrogativas, nacidas al amparo del trauma de la guerra de Argelia y la llegada a la presidencia del General de Gaulle, reflejan la idea de que la pol¨ªtica exterior y de seguridad es sustancialmente distinta de cualquier otra pol¨ªtica p¨²blica y debe ser conducida de forma distinta a otras pol¨ªticas.
Esta idea del dominio reservado puede resultar dif¨ªcil de entender en un pa¨ªs como Espa?a, cuyas relaciones internacionales tienen un perfil multilateral y de baja intensidad en cuestiones de seguridad. Pero si rebobinan y vuelven a la guerra fr¨ªa entender¨¢n por qu¨¦, en un mundo con armas nucleares cuyo empleo se tendr¨ªa que decidir en cuestiones de minutos, resultaba ineludible conceder a los presidentes del Gobierno la prerrogativa de decidir unilateralmente sobre estas cuestiones y, en consecuencia, excluir a los parlamentos. Aunque de forma hipot¨¦tica, todav¨ªa hoy, democracias consolidadas como EE UU, Reino Unido y Francia, consideran aceptable conferir a un representante electo, Obama, Cameron u Hollande, la capacidad de interpretar cu¨¢ndo una amenaza existencial a su pa¨ªs puede justificar matar a millones de personas pulsando el bot¨®n nuclear.
Esta anomal¨ªa democr¨¢tica se ha justificado como un reflejo de las caracter¨ªsticas del sistema internacional, dominado por lo que los te¨®ricos llaman ¡°anarqu¨ªa estructural¡±, una manera elegante de describir aquello que, en la esfera interna, Thomas Hobbes describi¨® como el estado de naturaleza donde, en ausencia de un poder superior, el hombre era un lobo para el hombre. Como demuestra la crisis de Siria, pese a la evoluci¨®n del derecho internacional, que con el tiempo ha dotado a la comunidad internacional de normas de gran amplitud y profundidad, y pese a la existencia de una sociedad internacional cada vez m¨¢s densa y una opini¨®n p¨²blica mundial cada vez m¨¢s relevante, la realidad internacional sigue teniendo como elemento central la existencia de unos Estados soberanos que son tan aut¨®nomos hacia dentro como hacia fuera y que no responden ante una autoridad superior. La inoperancia de Naciones Unidas, en esta crisis y en decenas de asuntos internacionales, sigue mostrando c¨®mo el viejo orden westfaliano sigue, mal que nos pese, en pie. En este mundo, caracterizado como una mesa de billar donde los Estados se asemejan a bolas que chocan unas contra otras, la fuerza sigue siendo la ¨²ltima ratio y medida del poder de los Estados. Eso no supone una justificaci¨®n del uso de la fuerza, sino una reivindicaci¨®n del papel central de la diplomacia; si el derecho internacional fuera efectivo y el orden internacional fuera tal, la diplomacia ser¨ªa innecesaria.
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