Colombia, al fin del principio
El presidente Santos parec¨ªa estar con el agua al cuello, y s¨²bitamente encuentra un flotador

El presidente Santos parec¨ªa estar con el agua al cuello, y s¨²bitamente encuentra un flotador. A lo mejor no hab¨ªa motivo para la sorpresa y un calendario prudentemente aconchabado entre el Gobierno colombiano y las FARC ten¨ªa que producir, precisamente por estas fechas, una buena noticia; o, quiz¨¢, es que la insurgencia le ha visto las orejas al lobo con el crecimiento del uribismo, y se ha puesto las barbas a remojar concedi¨¦ndole al presidente Santos el bal¨®n de ox¨ªgeno, sin el cual las conversaciones de paz de La Habana estar¨ªan agonizando.
El 19 de noviembre de 2012 comenzaban en la capital cubana unas negociaciones a las que Juan Manuel Santos daba en el peor de los casos un a?o de plazo para poner fin a las hostilidades que han ensangrentado Colombia en el ¨²ltimo medio siglo. Pero desde mayo pasado, en que se acord¨® un prometedor plan de reforma agraria, se hab¨ªan ensombrecido las caras en La Habana, y no dejaba de crecer la indignaci¨®n en el pa¨ªs por lo que se tem¨ªa con raz¨®n que fuera el precio de la paz: la impunidad m¨¢s absoluta de una guerrilla -mandos igual que tropa- que hab¨ªa secuestrado, extorsionado, asesinado y devastado Colombia desde su aparici¨®n en 1964. Y el pasado d¨ªa 6, en el mejor entendimiento, los negociadores jefe, Humberto de la Calle por el Gobierno e Iv¨¢n M¨¢rquez por los que un d¨ªa se dijeron marxistas, anunciaban, sin embargo, un acuerdo sobre participaci¨®n pol¨ªtica, lo que significa la organizaci¨®n y desempe?o de las FARC y otras fuerzas de la oposici¨®n como partido plenamente legalizado.
?Qu¨¦ han conseguido los guerrilleros y a qu¨¦ se han comprometido para hacer la paz?
La aprobaci¨®n del segundo punto aleja el fantasma de un par¨®n en las conversaciones
Los insurgentes exig¨ªan elecciones constituyentes para subrayar el nuevo comienzo que implicar¨ªa el acuerdo, y el gobierno se negaba a ello por toda la carga simb¨®lica que habr¨ªa figurado en el haber de la guerrilla, pese a que en un momento de auto-exaltaci¨®n Juan Manuel Santos hab¨ªa hablado de la paz como de una ¡°refundaci¨®n de Colombia¡±. Pero lo acordado concede parte de lo que habr¨ªa supuesto una nueva Constituci¨®n, sin tener que enmendar la Carta de 1991. El acuerdo sobre este segundo punto contempla, as¨ª, un nuevo marco para la fundaci¨®n de partidos pol¨ªticos en el que izquierda y oposici¨®n, en general, podr¨¢n actuar como cualquier otra fuerza en plena legalidad; que habr¨¢ garant¨ªas de seguridad para sus integrantes o, para ser m¨¢s realistas, la promesa de que no se repetir¨¢ el acoso y derribo que se vivi¨® en los a?os 80, cuando fueron asesinados por sicarios y paramilitares varios miles de miembros de la Uni¨®n Patri¨®tica, brazo pol¨ªtico de las FARC, legalizado tras un anterior forcejeo de paz bajo la presidencia de Belisario Betancur; y que todo ello quedar¨¢, finalmente, enmarcado en un estatuto de la oposici¨®n, elaborado por una comisi¨®n de partidos, movimientos pol¨ªticos, acad¨¦micos y expertos.
Pero son los efectos pol¨ªticos los que a corto plazo resultan m¨¢s significativos. El acuerdo sobre participaci¨®n resuelve, aparentemente, los problemas de calendario. Juan Manuel Santos apostaba a que para mayo de 2014 (elecciones legislativas) hubiera ya una firma que llevarse a la urna y con el fin de las hostilidades ?qui¨¦n pod¨ªa dudar de que el presidente fuera entonces reelegido? Por mucho que el expresidente ?lvaro Uribe, antecesor y padrino transformado en enemigo mortal de Santos, tratara de enardecer a las masas contra una paz que siempre ha calificado de traici¨®n, la firma habr¨ªa barrido con todo convirti¨¦ndole, al menos, moment¨¢neamente, en gran salvador de la patria. Pero en las ¨²ltimas semanas se hab¨ªa ido arruinando esa visi¨®n hasta tal punto que por muy bien que vayan ¨²ltimamente las cosas en La Habana, sigue siendo sumamente problem¨¢tico que antes del 25 de mayo hayan podido concluir las negociaciones.
La aprobaci¨®n del segundo punto legitima, sin embargo, la continuidad de las conversaciones, y sobre todo aleja el fantasma de tener que hacer una pausa en las reuniones de La Habana durante la campa?a electoral. Una vez aplazadas, reanudar las negociaciones habr¨ªa sido muy dif¨ªcil, en especial porque el uribismo habr¨ªa tenido el viento de cara y con gran probabilidad habr¨ªa hecho elegir a numerosos adversarios de la paz negociada para c¨¢mara y senado. De esta guisa, en cambio, las elecciones pueden convertirse en un triunfante plebiscito sobre los trabajos de La Habana y es de buena ley prever que el Gobierno se esforzar¨¢ para que a unos pocos d¨ªas de las votaciones se suceda una racha de buenas noticias procedentes de la mesa negociadora.
El presidente Santos sabe que acabar militarmente con la guerrilla ser¨ªa cuesti¨®n de a?os, o la guerra eterna
La guerrilla tampoco obtendr¨¢ asientos de regalo en el poder legislativo, como pretend¨ªa, sin haber dejado previamente las armas. Como dijo Humberto de la Calle: ¡°Nunca m¨¢s armas y pol¨ªtica juntas¡±, lo que remitir¨ªa la legalizaci¨®n del partido que eventualmente formaran las FARC a un futuro periodo legislativo. Pero ning¨²n ¨¦xito del d¨ªa puede hacer olvidar que quedan cuatro puntos por dilucidar. Y quien menos lo olvida es ?lvaro Uribe, que no puede por ley presentarse a las presidenciales ¨Cjunio de 2014-, pero ser¨¢ casi con toda seguridad elegido senador en mayo al frente de una tropa de seguidores, cuya dimensi¨®n depender¨¢ precisamente del ¨¦xito o fracaso de las negociaciones. Si hace solo 15 d¨ªas hubiera habido elecciones a la jefatura del Estado, era parecer bien extendido que Uribe, de haber podido ser candidato, habr¨ªa barrido a cualquier oponente, sin excluir al propio Santos, en el nadir entonces de su popularidad. Las cosas estar¨ªan hoy mucho m¨¢s parejas y el presidente puede apostar a que en mayo del a?o pr¨®ximo sea ¨¦l quien barra a quien el uribismo ¨COscar Iv¨¢n Zuluaga, poco conocido pol¨ªtico de provincias- o la izquierda ¨Cquiz¨¢ Antonio Navarro, brillante parlamentario y exguerrillero- osen presentar.
Los cuatro puntos ¡®cardinales¡¯ aun por ratificar son: 1) fin f¨ªsico de las hostilidades con el desarme y desmovilizaci¨®n de la guerrilla; 2) erradicaci¨®n, o lo que se pueda, del narcotr¨¢fico; 3) reparaci¨®n a las v¨ªctimas del conflicto lo que, en el mejor de los casos, llevar¨¢ a?os; y 4) refrendo por voto popular de los acuerdos. Todo ello presidido por un mantra intocable: ¡°nada estar¨¢ acordado, hasta que todo est¨¦ acordado¡±. No parece imposible que las partes firmen aun a sabiendas de que m¨¢s que una paz lo que firman es un compromiso para llegar a ella, o que acuerden lo que acuerden, van a llamarlo paz y firmar¨¢n los correspondientes documentos. Santos sabe que acabar militarmente con la guerrilla ser¨ªa cuesti¨®n de a?os, o la guerra eterna; la guerrilla sabe que ya no puede ganar, que su posici¨®n sobre el terreno se debilita, aunque sea parsimoniosamente, y que con Uribe siempre en el horizonte es mejor firmar hoy que guerrear ma?ana.
La soluci¨®n del longevo conflicto colombiano no es tanto, sin embargo, que firmen esto o lo otro; que Gobierno o guerrilla salgan o no mejor parados; que Santos se declare por fin candidato, para lo que tiene de tiempo solo hasta el pr¨®ximo d¨ªa 25, y sea o no reelegido; sino que la sociedad colombiana sea capaz de convertir la firma de un documento en un proceso de reconciliaci¨®n nacional. Esa s¨ª que puede ser la aut¨¦ntica refundaci¨®n de la naci¨®n colombiana. Y por eso esto es solo el fin del principio.
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