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¡°Es un ideal por el que espero vivir, pero por el que estoy dispuesto a morir¡±

El l¨ªder ¡®antiapartheid¡¯ compareci¨® el 20 de abril de 1964 ante el Tribunal Supremo de Pretoria y explic¨® por qu¨¦ recurri¨® a la violencia para combatir el racismo. Fue condenado a cadena perpetua. El discurso marc¨® para siempre su biograf¨ªa. Estas fueron sus palabras

El furgón que trasladó a prisión a Mandela en 1964.
El furg¨®n que traslad¨® a prisi¨®n a Mandela en 1964.afp

Soy el primer acusado. Soy licenciado en arte y he ejercido como abogado en Johannesburgo durante algunos a?os en colaboraci¨®n con Oliver Tambo. Soy un prisionero condenado a cinco a?os por salir del pa¨ªs sin permiso y por incitar a la gente a hacer huelga a finales de mayo de 1961.

De entrada, quiero decir que la insinuaci¨®n de que la lucha en Sud¨¢frica est¨¦ influida por extranjeros o comunistas es absolutamente falsa. Sea lo que sea lo que he hecho, lo he hecho por mis experiencias en Sud¨¢frica y mis ra¨ªces africanas, de las que me siento orgulloso, y no por lo que cualquier extranjero pueda haber dicho. Durante mi juventud en Transkei, escuch¨¦ a los ancianos de la tribu contar historias sobre los viejos tiempos. Entre las historias que me narraron se encuentran las de las batallas libradas por nuestros antepasados en defensa de la patria. Los nombres de Dingane y Bambata, Hintsa y Makana, Squngthi y Dalasile, Moshoeshoe y Sekhukhuni, eran elogiados y considerados el orgullo de toda la naci¨®n africana. Por entonces yo esperaba que la vida pudiese ofrecerme la oportunidad de servir a mi pueblo y hacer mi humilde contribuci¨®n a su lucha por la libertad.

Algunas de las cosas que se le han dicho al tribunal hasta ahora son ciertas, y otras falsas. No niego, sin embargo, que plane¨¦ un sabotaje. No lo hice movido por la imprudencia ni porque sienta ning¨²n amor por la violencia. Lo plane¨¦ como consecuencia de una evaluaci¨®n tranquila y racional de la situaci¨®n pol¨ªtica a la que se hab¨ªa llegado tras muchos a?os de tiran¨ªa, explotaci¨®n y opresi¨®n de mi pueblo por parte de los blancos.

¡°No se dan cuenta de que los negros tienen emociones, que se enamoran¡±

Admito de inmediato que yo fui una de las personas que ayud¨® a crear Umkhonto we Sizwe [brazo armado del Congreso Nacional Africano]. Niego que Umkhonto fuese responsable de una serie de actos que claramente est¨¢n al margen de las pol¨ªticas de la organizaci¨®n y de los que se nos ha acusado. Yo y las dem¨¢s personas que fundaron la organizaci¨®n pesamos que sin violencia no se abrir¨ªa ninguna v¨ªa para que el pueblo africano venza en su lucha contra el principio de la supremac¨ªa blanca. Todas las formas legales de expresar la oposici¨®n a este principio hab¨ªan sido proscritas por ley y nos ve¨ªamos en una situaci¨®n en la que ten¨ªamos que elegir entre aceptar un estado permanente de inferioridad o desafiar al Gobierno. Optamos por desafiar la ley.

Primero infringimos la ley de un modo que elud¨ªa todo recurso a la violencia; cuando se legisl¨® contra esta v¨ªa, y a continuaci¨®n el Gobierno recurri¨® a una demostraci¨®n de fuerza para aplastar la oposici¨®n a sus pol¨ªticas, solo entonces decidimos responder a la violencia con violencia.

¡°Solo cuando todo lo dem¨¢s fracas¨®, recurrimos a la violencia¡±

El Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en ingl¨¦s) se constituy¨® en 1912 para defender los derechos del pueblo africano, que se hab¨ªan visto gravemente coartados. Durante 37 a?os ¨C es decir, hasta 1949 ¡ª llev¨® a cabo una lucha estrictamente constitucional. Pero los Gobiernos blancos se mantuvieron inamovibles y los derechos de los africanos se redujeron en vez de ampliarse. Incluso despu¨¦s de 1949, el?ANC segu¨ªa decidido a evitar la violencia. En esa ¨¦poca, sin embargo, se tom¨® la decisi¨®n de protestar contra el apartheid mediante manifestaciones pac¨ªficas, aunque ilegales. M¨¢s de 8.500 personas fueron a la c¨¢rcel. Pero no hubo ni un solo caso de violencia. Yo y 19 compa?eros fuimos condenados por organizar la campa?a, pero nuestras condenas se suspendieron, principalmente porque el juez consider¨® que en todo momento se hab¨ªa hecho hincapi¨¦ en la no violencia y la disciplina.

Durante la campa?a de desaf¨ªo, se aprobaron las leyes de Seguridad P¨²blica y de Enmienda del C¨®digo Penal. Estas contemplaban unos castigos m¨¢s duros por las protestas contra [las] leyes. A pesar de ello, las protestas continuaron y el?ANC se mantuvo firme en su pol¨ªtica de no violencia. En 1956, 156 miembros destacados de la Alianza del Congreso, entre los que me encontraba, fuimos detenidos. La pol¨ªtica no violenta del?ANC fue puesta en tela de juicio por el Estado, pero cuando el tribunal emiti¨® su veredicto unos cinco a?os despu¨¦s, hall¨® que el?ANC no ten¨ªa una pol¨ªtica de violencia.

¡°Queremos derechos pol¨ªticos. S¨¦ que esto es revolucionario para los blancos¡±

En 1960 se produjo el tiroteo de Sharpeville, que tuvo como consecuencia la ilegalizaci¨®n del ANC. Mis compa?eros y yo, tras meditarlo detenidamente, decidimos que no ¨ªbamos a acatar ese decreto. El pueblo africano no formaba parte del Gobierno y no hac¨ªa las leyes por las que deb¨ªa regirse. Cre¨ªamos en las palabras de la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos, que dice que ¡°la voluntad del pueblo ser¨¢ la base de la autoridad del Gobierno¡± y, para nosotros, aceptar la prohibici¨®n equival¨ªa a aceptar que se silenciase a los africanos para siempre. El?ANC se neg¨® a disolverse, y, en vez de eso, pas¨® a la clandestinidad.

En 1960, el Gobierno celebr¨® un refer¨¦ndum que condujo a la instauraci¨®n de la rep¨²blica. Los africanos, que representaban aproximadamente el 70% de la poblaci¨®n, no ten¨ªan derecho a votar y ni siquiera se les consult¨®. Asum¨ª la responsabilidad de organizar la campa?a nacional para que la gente se quedara en casa coincidiendo con la declaraci¨®n de la rep¨²blica. Puesto que todas las huelgas de los africanos son ilegales, la persona que organice dichas huelgas debe evitar ser detenida. Tuve que dejar mi casa y mi familia y mi trabajo para esconderme y evitar que me detuvieran. El quedarse en casa deb¨ªa ser una manifestaci¨®n pac¨ªfica. Se dieron instrucciones precisas para evitar cualquier brote de violencia.

¡°Los comunistas eran los ¨²nicos dispuestos a trabajar con los africanos¡±

La respuesta del Gobierno fue aprobar leyes nuevas y m¨¢s estrictas, movilizar a las fuerzas armadas y enviar mercenarios, veh¨ªculos armados y soldados a los municipios segregados en lo que constituy¨® un alarde de fuerza masivo para intimidar a la gente. El Gobierno hab¨ªa decidido gobernar exclusivamente por la fuerza y esta decisi¨®n marc¨® un punto de inflexi¨®n en el camino hacia Umkhonto. ?Qu¨¦ deb¨ªamos hacer nosotros, los l¨ªderes de nuestro pueblo? No ten¨ªamos la menor duda de que ten¨ªamos que proseguir la lucha. Cualquier otra decisi¨®n habr¨ªa sido una vil rendici¨®n. Nuestra duda no era si deb¨ªamos luchar, sino la manera de continuar la lucha.

Los miembros del?ANC siempre hemos defendido una democracia no racista y nos alej¨¢bamos de cualquier acci¨®n que pudiese distanciar a¨²n m¨¢s las razas. Pero la dura realidad era que lo ¨²nico que hab¨ªa conseguido el pueblo africano tras 50 a?os de no violencia era una legislaci¨®n cada vez m¨¢s represiva y unos derechos cada vez m¨¢s mermados. Por entonces, la violencia ya se hab¨ªa convertido, de hecho, en un elemento caracter¨ªstico de la escena pol¨ªtica sudafricana.

Hubo violencia en 1957 cuando a las mujeres de Zccrust se les orden¨® que llevasen un pase encima; hubo violencia en 1958 con el sacrificio selectivo del ganado en Sekhukhuneland; hubo violencia en 1959 cuando la gente de Cato Manor protest¨® por los controles de los pases; hubo violencia en 1960 cuando el Gobierno intent¨® imponer autoridades bant¨²es en Pondoland. Cada altercado apuntaba a la inevitable intensificaci¨®n entre los africanos de la creencia de que la violencia era la ¨²nica salida; mostraba que un Gobierno que emplea la fuerza para imponer su dominio ense?a a los oprimidos a usar la fuerza para oponerse a ¨¦l.

¡°Queremos derechos pol¨ªticos. S¨¦ que esto es revolucionario para los blancos¡±

Llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que, puesto que la violencia en este pa¨ªs era inevitable, ser¨ªa poco realista seguir predicando la paz y la no violencia. No me fue f¨¢cil llegar a esta conclusi¨®n. Solo cuando todo lo dem¨¢s hab¨ªa fracasado, cuando todas las v¨ªas de protesta pac¨ªfica se nos hab¨ªan cerrado, tomamos la decisi¨®n de recurrir a formas violentas de lucha pol¨ªtica. Lo ¨²nico que puedo decir es que me sent¨ªa moralmente obligado a hacer lo que hice.

Eran posibles cuatro formas de violencia. Est¨¢ el sabotaje, est¨¢ la guerra de guerrillas, est¨¢ el terrorismo y est¨¢ la revoluci¨®n abierta. Optamos por adoptar la primera. El sabotaje no conllevaba la p¨¦rdida de vidas y era lo que ofrec¨ªa m¨¢s esperanzas para las relaciones interraciales en el futuro. El resentimiento ser¨ªa el m¨ªnimo posible y, si la estrategia daba sus frutos, el Gobierno democr¨¢tico podr¨ªa llegar a ser una realidad. El plan inicial se basaba en un an¨¢lisis pormenorizado de la situaci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica de nuestro pa¨ªs. Cre¨ªamos que Sud¨¢frica depend¨ªa en gran medida del capital extranjero. Pens¨¢bamos que la destrucci¨®n planificada de centrales el¨¦ctricas, y la interrupci¨®n de las comunicaciones telef¨®nicas y ferroviarias, ahuyentar¨ªan la inversi¨®n en el pa¨ªs, lo que empujar¨ªa a los votantes a replantearse su postura. Umkhonto llev¨® a cabo su primera operaci¨®n el 16 de diciembre de 1961, cuando fueron atacados varios edificios del Gobierno en Johannesburgo, Port Elizabeth y Durban. La selecci¨®n de los blancos es una prueba de la pol¨ªtica a la que me he referido. Si hubi¨¦semos pretendido atentar contra las personas, habr¨ªamos seleccionado objetivos en los que se congrega la gente y no edificios vac¨ªos y centrales el¨¦ctricas.

Los blancos no fueron capaces de responder proponiendo cambios; respondieron a nuestro llamamiento proponiendo los laager, una especie de fortines improvisados. Por el contrario, la respuesta de los africanos fue de ¨¢nimo. De repente, volv¨ªa a haber esperanza. La gente empezaba a hacer conjeturas sobre cu¨¢ndo llegar¨ªa la libertad.

¡°La divisi¨®n pol¨ªtica basada en el color es totalmente artificial¡±

Pero en Umkhonto sopes¨¢bamos la respuesta de los blancos con desasosiego. Se estaban trazando l¨ªneas. Los blancos y los negros se estaban pasando a bandos diferentes y la posibilidad de evitar una guerra civil se reduc¨ªa. Los peri¨®dicos blancos publicaban art¨ªculos diciendo que el sabotaje se castigar¨ªa con la muerte. Si eso era cierto, ?c¨®mo pod¨ªamos seguir manteniendo a los africanos alejados del terrorismo?

Nos sent¨ªamos en el deber de prepararnos para usar la fuerza a fin de defendernos frente a ella. Decidimos por tanto tomar medidas para la posibilidad de una guerra de guerrillas. Todos los blancos pasan por un servicio militar obligatorio, pero a los africanos no se les proporciona ese entrenamiento. Desde nuestro punto de vista, era esencial crear un n¨²cleo de hombres entrenados que fuesen capaces de proporcionar el liderazgo que se necesitar¨ªa si estallaba una guerra de guerrillas.

Llegados a ese punto, se decidi¨® que yo deb¨ªa asistir a la Conferencia del Movimiento Panafricano por la Libertad que iba a celebrarse a principios de 1962 en Ad¨ªs Abeba y que, tras la conferencia, iniciar¨ªa un recorrido por los Estados africanos con el fin de encontrar centros de adiestramiento para los soldados. Mi viaje fue un ¨¦xito. Dondequiera que iba, encontraba solidaridad con nuestra causa y promesas de ayuda. Toda ?frica estaba unida contra la actitud de la Sud¨¢frica blanca y hasta en Londres me recibieron con gran cordialidad dirigentes pol¨ªticos como Gaitskell y Grimond.

Empec¨¦ a estudiar el arte de la guerra y la revoluci¨®n y, mientras estaba en el extranjero, realic¨¦ un curso de entrenamiento militar. Si iba a haber una guerra de guerrillas, quer¨ªa ser capaz de apoyar a mi pueblo y combatir junto a el, y de compartir los peligros de la guerra con ellos.

A mi regreso descubr¨ª que pocas cosas hab¨ªan cambiado en el panorama pol¨ªtico, salvo que la amenaza de la pena de muerte para el delito de sabotaje se hab¨ªa convertido en un hecho.

Otra de las alegaciones que presenta el Estado es que los objetivos y fines del?ANC y los del Partido Comunista son los mismos. El credo del?ANC es, y siempre ha sido, el credo del nacionalismo africano. No es el concepto del nacionalismo africano expresado por el grito de ¡°Empujad al hombre blanco mar adentro¡±. El nacionalismo africano que defiende el?ANC es el concepto de libertad y plenitud para el pueblo africano en su propia tierra. El documento pol¨ªtico m¨¢s importante que ha adoptado el?ANC en toda su historia es la ¡°carta de la libertad¡±. No es en ning¨²n modo un plan para un Estado socialista. Exige la redistribuci¨®n, pero no la nacionalizaci¨®n, de la tierra; contempla la nacionalizaci¨®n de las minas, los bancos y los sectores monopolistas, porque los grandes monopolios est¨¢n en manos de una de las razas solamente y, sin esa nacionalizaci¨®n, la dominaci¨®n racial se perpetuar¨ªa aunque se repartiese el poder pol¨ªtico. Conforme a la carta de la libertad, la nacionalizaci¨®n se llevar¨ªa a cabo en el contexto de una econom¨ªa basada en la empresa privada.

Por lo que respecta al Partido Comunista, y si entiendo correctamente su pol¨ªtica, defiende la creaci¨®n de un Estado basado en los principios del marxismo. El Partido Comunista hace hincapi¨¦ en la diferencia de clases, mientras que el?ANC pretende que convivan en armon¨ªa. Esta es una distinci¨®n esencial.

Es cierto que a menudo ha habido una cooperaci¨®n estrecha entre el?ANC y el Partido Comunista. Pero esta cooperaci¨®n es simplemente la prueba de que hay un objetivo com¨²n ¨C la abolici¨®n de la supremac¨ªa blanca, en este caso ¡ª y no demuestra una coincidencia completa de nuestros intereses. La historia del mundo est¨¢ llena de ejemplos similares. Quiz¨¢s el m¨¢s sorprendente sea la cooperaci¨®n entre Gran Breta?a, Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica en la lucha contra Hitler. Nadie salvo Hitler se habr¨ªa atrevido a afirmar que dicha cooperaci¨®n convert¨ªa a Churchill o a Roosevelt en comunistas. Las diferencias te¨®ricas entre aquellos que luchan contra la opresi¨®n son un lujo que no podemos permitirnos en este momento.

Es m¨¢s, durante muchas d¨¦cadas los comunistas fueron el ¨²nico grupo pol¨ªtico en Sud¨¢frica dispuesto a tratar a los africanos como seres humanos y como sus iguales; que estaba dispuesto a comer con nosotros; a hablar con nosotros, a vivir con nosotros y a trabajar con nosotros. Eran el ¨²nico grupo que estaba dispuesto a trabajar con los africanos para lograr derechos pol¨ªticos y ocupar un lugar en la sociedad. Debido a esto, hay muchos africanos que, hoy en d¨ªa, tienden a equiparar la libertad con el comunismo. Esta opini¨®n est¨¢ respaldada por un poder legislativo que tacha de comunistas a todos los exponentes de un Gobierno democr¨¢tico y de la libertad africana y proscribe a muchos de ellos (que no son comunistas) en virtud de la Ley de Supresi¨®n del Comunismo. Aunque nunca he sido miembro del Partido Comunista, he sido encarcelado conforme a esa ley.

Siempre me he considerado, en primer lugar, un patriota africano. Hoy d¨ªa me siento atra¨ªdo por la idea de una sociedad sin clases, y es una atracci¨®n que proviene en parte de las lecturas marxistas y, en parte, de mi admiraci¨®n por la estructura de las primeras sociedades africanas. La tierra pertenec¨ªa a la tribu. No hab¨ªa ricos ni pobres y no hab¨ªa explotaci¨®n. Todos aceptamos la necesidad de que exista una cierta forma de socialismo para permitir que nuestro pueblo alcance a los pa¨ªses avanzados de este mundo y supere su legado de extrema pobreza. Pero esto no significa que seamos marxistas.

Tengo la impresi¨®n de que los comunistas consideran que el sistema parlamentario occidental es reaccionario. Pero, por el contrario, yo lo admiro. La Carta Magna, la Petici¨®n de Derechos y la Declaraci¨®n de Derechos son documentos venerados por los dem¨®cratas en todo el mundo. Siento un gran respeto por las instituciones brit¨¢nicas y por el sistema judicial del pa¨ªs. Considero que el parlamento brit¨¢nico es la instituci¨®n m¨¢s democr¨¢tica del mundo, y la imparcialidad de su poder judicial nunca deja de suscitar mi admiraci¨®n. El Congreso estadounidense, la separaci¨®n de poderes de ese pa¨ªs y tambi¨¦n la independencia de su poder judicial suscitan en m¨ª unos sentimientos parecidos.

Mi pensamiento se ha visto influido tanto por Occidente como por Oriente. No deber¨ªa atarme a ning¨²n otro sistema de sociedad concreto que no sea el socialismo. Debo liberarme para tomar prestado lo mejor de Occidente y de Oriente.

Nuestra lucha es contra adversidades reales, y no imaginarias, o, usando el lenguaje del fiscal del Estado, ¡°las llamadas adversidades¡±. B¨¢sicamente, luchamos contra dos elementos que caracterizan la vida en Sud¨¢frica y que est¨¢n reforzados por la legislaci¨®n. Estos elementos son la pobreza y la falta de dignidad humana, y no necesitamos a los comunistas o a los llamados ¡°agitadores¡± para ense?arnos algo sobre estas cosas. Sud¨¢frica es el pa¨ªs m¨¢s rico de ?frica, y podr¨ªa ser uno de los pa¨ªses m¨¢s ricos del mundo. Pero es una tierra de extraordinarios contrastes. Los blancos disfrutan del que posiblemente sea el nivel de vida m¨¢s alto del mundo, mientras que los africanos viven en la pobreza y la miseria. La pobreza lleva aparejada la desnutrici¨®n y la enfermedad. La tuberculosis, la pelagra y el escorbuto provocan la muerte y la destrucci¨®n de la salud.

Sin embargo, los africanos no solo se quejan de que son pobres y de que los blancos son ricos, sino de que las leyes, que est¨¢n hechas por los blancos, est¨¢n dise?adas para mantener esta situaci¨®n. Hay dos formas de salir de la pobreza. La primera es mediante la educaci¨®n formal, y la segunda es que el trabajador adquiera una mayor destreza en su trabajo y consiga as¨ª unos salarios m¨¢s elevados. En lo que se refiere a los africanos, ambas v¨ªas para progresar est¨¢n limitadas deliberadamente por la legislaci¨®n.

El Gobierno siempre ha tratado de poner trabas a los africanos en su b¨²squeda de educaci¨®n. Hay una educaci¨®n obligatoria para todos los ni?os blancos sin casi ning¨²n coste para los padres, ya sean ricos o pobres. Los ni?os africanos, sin embargo, por lo general tienen que pagar m¨¢s por sus estudios que los blancos.

Aproximadamente el 40% de los ni?os africanos en el grupo de edades comprendidas entre los siete y los 14 a?os no van al colegio. Para los que van, los niveles son muy diferentes de los que se exigen a los ni?os blancos. Solo 5.660 ni?os africanos en toda Sud¨¢frica consiguieron superar la escuela primaria en 1962, y solo 362 aprobaron el examen de ingreso en la universidad.

Esto concuerda previsiblemente con la pol¨ªtica de la educaci¨®n bant¨² sobre la cual el actual primer ministro dijo: ¡°Cuando tenga el control de la educaci¨®n nativa la reformar¨¦ para que a los nativos se les ense?e desde su infancia a darse cuenta de que la igualdad con los europeos no es para ellos. Las personas que creen en la igualdad no son profesores deseables para los nativos. Cuando mi departamento controle la educaci¨®n nativa sabr¨¢ para qu¨¦ clase de educaci¨®n superior es apto un nativo, y si tendr¨¢ una oportunidad en la vida de usar sus conocimientos¡±.

El otro obst¨¢culo principal para el progreso de los africanos es la prohibici¨®n basada en el color vigente en la industria, seg¨²n la cual los mejores trabajos est¨¢n reservados solo para los blancos. Adem¨¢s, a los africanos que consiguen un empleo en las profesiones no cualificadas o semicualificadas abiertas a ellos no se les permite formar sindicatos que sean reconocidos. Esto significa que se les niega el derecho a la negociaci¨®n colectiva, que s¨ª se permite a los trabajadores blancos mejor pagados.

El Gobierno responde a sus detractores diciendo que los africanos en Sud¨¢frica viven en mejores condiciones que los habitantes de otros pa¨ªses en ?frica. No s¨¦ si esta afirmaci¨®n es cierta. Pero incluso si lo es, en lo que se refiere a los africanos, es irrelevante.

No nos quejamos de que seamos pobres en comparaci¨®n con gente de otros pa¨ªses, sino de que somos pobres en comparaci¨®n con los blancos en nuestro propio pa¨ªs, y de que la legislaci¨®n impide que cambiemos este desequilibrio.

La falta de dignidad humana experimentada por los africanos es una consecuencia directa de la pol¨ªtica de la supremac¨ªa blanca. La supremac¨ªa blanca implica la inferioridad de los negros. La legislaci¨®n dise?ada para mantener la supremac¨ªa de los blancos refuerza esta idea. Las labores de baja categor¨ªa son siempre realizadas por africanos.

Cuando hay que llevar o limpiar algo el hombre blanco siempre mira a su alrededor buscando a un africano que lo haga para ¨¦l, tanto si el africano es un empleado suyo como si no. Debido a esta clase de actitud, los blancos tienden a considerar a los africanos como una estirpe diferente. No los consideran personas con familias propias; no se dan cuenta de que tienen emociones y de que se enamoran igual que los blancos; de que quieren estar con sus mujeres y sus hijos igual que los blancos quieren estar con los suyos; de que quieren ganar suficiente dinero para mantener a sus familias como es debido, alimentarlas, vestirlas y enviarlas al colegio. ?Y qu¨¦ sirviente, jardinero o jornalero puede esperar hacer esto alguna vez?

Las leyes relativas a los pases hacen que cualquier africano est¨¦ sometido a la vigilancia policial en todo momento. Dudo que haya un solo hombre africano en Sud¨¢frica que no haya tenido un roce con la polic¨ªa por su pase. Cientos, miles, de africanos son encarcelados cada a?o conforme a las leyes de pases.

Y a¨²n peor es el hecho de que las leyes de pases separen al marido y a la mujer, y lleven a la ruptura de la vida familiar. La pobreza y la ruptura de la familia tienen efectos secundarios. Los ni?os deambulan por las calles porque no tienen escuelas a las que ir, ni dinero para poder ir, ni padres en casa para ver que van, porque ambos progenitores (si es que hay dos) tienen que trabajar para mantener viva a la familia. Esto conduce a una ruptura de las normas morales, a un incremento alarmante de la ilegitimidad y a la violencia, que surge no solo en el ¨¢mbito pol¨ªtico, sino en todas partes. La vida en los municipios segregados es peligrosa. No hay un d¨ªa en el que no apu?alen o ataquen a alguien. Y la violencia se traslada fuera de los barrios segregados [hasta] las zonas donde viven los blancos. La gente tiene miedo de andar por las calles cuando anochece. Los allanamientos de morada y los robos est¨¢n aumentando, a pesar del hecho de que ahora se puede imponer la pena de muerte por estos delitos. Las penas de muerte no pueden curar el resentimiento enconado.

Los africanos quieren que se les pague un salario m¨ªnimo. Los africanos quieren realizar un trabajo que sean capaces de realizar, y no un trabajo que el Gobierno declare que son capaces de realizar. Los africanos quieren que se les permita vivir donde puedan conseguir trabajo, y que no se les expulse de una zona porque no nacieron all¨ª. Los africanos quieren que se les permita poseer tierras en lugares en los que trabajen, y que no se les obligue a vivir en casas alquiladas que nunca pueden llamar suyas. Los africanos quieren formar parte de la poblaci¨®n general, y que no se les confine en sus propios guetos.

Los hombres africanos quieren que sus mujeres y sus hijos vivan con ellos donde trabajan, y que no se les obligue a llevar una vida poco natural en albergues para hombres. Las mujeres africanas quieren estar con sus hombres, y no quieren quedarse viudas permanentemente en las reservas. Los africanos quieren que se les permita salir despu¨¦s de las once de la noche, y no quieren que se les confine en sus habitaciones como a ni?os peque?os. Los africanos quieren que se les permita viajar en su propio pa¨ªs y buscar trabajo donde quieran, y no donde la oficina de trabajo les diga que lo hagan. Los africanos solo quieren una parte equitativa de toda Sud¨¢frica; quieren seguridad y participar en la sociedad.

Por encima de todo, queremos los mismos derechos pol¨ªticos, porque sin ellos nuestras desventajas ser¨¢n permanentes. S¨¦ que esto les parece revolucionario a los blancos de este pa¨ªs porque la mayor¨ªa de los votantes ser¨¢n africanos. Esto hace que el hombre blanco tema la democracia. Pero no se puede permitir que este temor se interponga en el camino de la ¨²nica soluci¨®n que garantizar¨¢ la armon¨ªa racial y la libertad para todos. No es cierto que la concesi¨®n del derecho al voto a todo el mundo provocar¨¢ una dominaci¨®n racial. La divisi¨®n pol¨ªtica, basada en el color, es totalmente artificial y, cuando desaparezca, tambi¨¦n lo har¨¢ el dominio de un grupo de color sobre otro. El?ANC se ha pasado medio siglo luchando contra el racismo. Cuando triunfe, no cambiar¨¢ esa pol¨ªtica.

Esto, por tanto, es contra lo que lucha el ANC. Su lucha es una aut¨¦ntica lucha nacional. Es una lucha de los africanos, movidos por su propio sufrimiento y su propia experiencia. Es una lucha por el derecho a vivir. Durante toda mi vida me he dedicado a esta lucha de los africanos. He luchado contra la dominaci¨®n de los blancos, y he luchado contra la dominaci¨®n de los negros. He anhelado el ideal de una sociedad libre y democr¨¢tica en la que todas las personas vivan juntas en armon¨ªa y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y que espero lograr. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir.

Traducci¨®n de News Clips.

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