El pol¨¦mico ¡®jeitinho¡¯ brasile?o
A los brasile?os les cuesta salir a protestar, por ejemplo, m¨¢s que a los argentinos. ?Falta de car¨¢cter, como algunos apuntan, o m¨¢s bien sabidur¨ªa?
Los brasile?os poseen una caracter¨ªstica especial que podr¨ªa ser malinterpretada en el exterior: parecen hechos de goma. Me explico: por ejemplo, es dif¨ªcil enfadarse con un brasile?o. Nosotros, los espa?oles, al rev¨¦s, nos enfadamos a la primera de cambio y soltamos enseguida un: ¡°Y t¨² m¨¢s¡±. El espa?ol va directo al tiro. El brasile?o prefiere la curva.
A los brasile?os les cuesta salir a protestar, por ejemplo, m¨¢s que a los argentinos. ?Falta de car¨¢cter, como algunos apuntan, o m¨¢s bien sabidur¨ªa?
El jeitinho brasile?o, esa f¨®rmula m¨¢gica y creativa para resolver los problemas cotidianos de los que no tienen acceso al poder, siempre me ha parecido m¨¢s cercano a una creatividad ancestral que a una incapacidad de querer encarar las cosas legalmente. Mucho se ha denigrado ese?jeitinho, que en realidad no es m¨¢s que, como alguien ha escrito, la ¡°salida para una situaci¨®n sin salida¡±, y por tanto, con grandes dotes de ingenio. Seg¨²n S¨¦rgio Buarque de Hollanda, es lo que acu?¨® al brasile?o como ¡°el hombre cordial¡±, que busca siempre agradar y que no acepta lo imposible.
Quien quiz¨¢s mejor ha defendido el tan denostado jeitinho brasile?o ha sido la fil¨®sofa Fernanda Carlos Borges en su obra A Filosofia do Jeito. Seg¨²n ella, ese modo caracter¨ªstico de conducta (sobre todo del brasile?o pobre, pero que tambi¨¦n contamin¨® a los ricos), ¡°no es la consecuencia de un atraso¡±, como siempre se ha dicho, sino que revela m¨¢s bien ¡°un criterio ¨¦tico y una axiolog¨ªa sobre un modo de ser en el mundo que acepta la participaci¨®n de lo imprevisible, de la fragilidad, de la afectividad y de la invenci¨®n dentro de la organizaci¨®n¡±.
Solo, en efecto, el que ha sufrido por siglos la fuerza de la opresi¨®n colonial, la herencia maldita de una esclavitud que fue la ¨²ltima a desaparecer del globo (en 1888), cuyos esclavos fueron abandonados a su suerte, o el que sufri¨® sobre sus hombros la losa de una desigualdad sangrante que a¨²n hoy es de la mayores del mundo, es capaz de inventar ese?jeitinho que de alguna forma le alivia de las angustias cotidianas.
Los que han sufrido una contienda sangrienta saben muy bien lo que significa hacer econom¨ªa de guerra, conformarse con lo esencial, buscar salidas a la necesidad e incluso al hambre que solo quienes la han sufrido son capaces de explicar. Y solo ellos pueden sentir mejor la sensaci¨®n de redenci¨®n cuando el hambre empieza a desaparecer.
Recuerdo que ya de mayor, despu¨¦s de haber sufrido de ni?o las garras de la Guerra Civil espa?ola, yo segu¨ªa so?ando con un horno del que sal¨ªa un pan caliente, m¨¢ximo objeto de deseo nunca del todo satisfecho de mis d¨ªas y noches de hambre.
Los brasile?os m¨¢s pobres, que han sido siempre mayor¨ªa, y a los que no les quedaba otra tabla de salvaci¨®n que el jeitinho, no pueden hoy ser acusados de resignados, por no rebelarse, cuando el poder les sigue negando a¨²n a veces hasta lo esencial, como el de vivir en una sociedad con igualdad de derechos, donde se le conceda a todos lo que necesitan para ser ciudadanos con dignidad.
Podr¨ªan salir a la calle, como en otros lugares, dispuestos a derribar al poder de turno; podr¨ªan aliarse mas¨ªvamente a la desobediencia civil. Hay quien preconiza, en efecto, con una imagen dura, que toda esa masa de pobres que se hacina en las favelas o vive en las marginalidad, con salarios que para Europa ser¨ªan de hambre, podr¨ªan salir un d¨ªa de sus madrigueras y, como un ej¨¦rcito de ratas llegadas de los alcantarillados, ocupar la ciudad rica, la de los privilegiados, la de aquellos que no necesitan de?jeitinho para sobrevivir porque les sobran recursos y apoyos pol¨ªticos o judiciales.
No lo har¨¢n, porque los brasile?os llevan en su ADN esa sabidur¨ªa de que "mejor p¨¢jaro en mano que ciento volando¡±.
Y es ese p¨¢jaro en mano lo que les ofrece hoy la sensaci¨®n de estar mejorando, aunque a¨²n sumergidos en el piso de abajo. El salario m¨ªnimo, con el que cualquier pol¨¬tico se morir¨ªa de hambre, es poco. Pero hoy, con sus peque?os aumentos anuales, es suficiente para que los que nunca tuvieron nada puedan empezar a so?ar. Era el pedazo de pan duro que me daba mi madre, que en espa?ol tiene un nombre muy sonoro y despectivo: mendrugo, el que se le daba a los mendigos. A veces el mendrugo estaba acompa?ado de un pedazo de tocino, cuyo colesterol hoy nos asusta y que entonces era una fiesta. No sab¨ªamos lo que era el jam¨®n, que mi padre vend¨ªa cuando mat¨¢bamos el cerdo para poder comprar medicinas.
Es posible que los brasile?os, paso a paso, vayan tomando conciencia cada vez con mayor fuerza -como ocurri¨® en las manifestaciones de junio pasado- de que mejor que el?jeitinho ser¨ªa poder actuar como los ciudadanos con plenos derechos y deberes en una sociedad en la que la ley funcione para todos.
Ser¨¢ sin embargo un camino largo. En la realidad actual, con una clase media que trasladada a Europa o a los Estados Unidos ser¨ªa calificada a¨²n como de pobre, el 68% de los brasile?os dicen sin embargo en las encuestas que creen que sus hijos vivir¨¢n mejor que ellos. Me recuerda lo que los metere¨®logos dicen sobre la temperatura ambiente, cuando distinguen entre la real y la sensaci¨®n de fr¨ªo o de calor, que puede ser muy diferente.
El brasile?o pobre ha sufrido tantos desencantos, tantas opresiones por parte del poder, se le han ofrecido tan pocas oportunidades de salir del t¨²nel de la pobreza real, que hoy se acoge con facilidad y hasta con alivio a esa sensaci¨®n de que las cosas est¨¢n mejorando, m¨¢s que a su realidad concreta.
Es lo que noto cada vez que me encuentro y charlo con esas gentes de la clase baja. Inclinan la cabeza cuando se les recuerdan los abusos, las corrupciones, la falta de de decoro y sensibilidad de los que les gobiernan, desde la alcald¨ªa del pueblo a lo m¨¢s alto del poder, con un presidente del Senado, por ejemplo, viajando en un avi¨®n oficial, a cargo de los contribuyentes, para hacerse un trasplante de pelo. Y explican: ¡°Lo sabemos muy bien, pero siempre fue as¨ª¡±. Y preguntan: ¡°?y es que otros lo har¨ªan diferente y mejor?¡±, recordando que fueron siempre enga?ados por todos. La Historia les ha ense?ado en efecto que los poderosos siempre usaron y abusaron de su poder para provecho propio.
Pero enseguida miran alrededor y ven aparcado a la puerta de su casa el cochecito que siempre vieron como un sue?o prohibido para ellos, o a su mujer disfrutando de la novela en un televisor que han podido comprar a cr¨¦dito y que hasta es igual a la de su patr¨®n, o ven con orgullo a la hija frecuentando una facultad online, aunque siga limpiando casas.
?Creen que eso les basta? Saben muy bien que no; y a su modo seguir¨¢n luchando para que el horno de pan siga encendido y puedan seguir comiendo cada vez mejor, hasta yogur, que era un sue?o prohibido como el jam¨®n de mi infancia.
Y, por el momento, a la espera de que esa corriente de mejor¨ªa que se ha inaugurado siga su curso, ponen en juego la sabidur¨ªa de sus antepasados de que es mejor no pedir lo imposible para no caer en la trampa de perder lo posible. Es un jeito de actuar.
Los brasile?os no parecen inclinados a revoluciones radicales y violentas, quiz¨¢s porque una experiencia de siglos y de pueblos vecinos les han ense?ando que, al final, los poderosos salen siempre m¨¢s fuertes y ellos, m¨¢s pobres y humillados.
Por primera vez en un sondeo nacional ha aparecido una cifra casi cabal¨ªstica que trae de cabeza a los pol¨¬ticos: el 66% de los ciudadanos pide cambios, pero al mismo tiempo, la persona que est¨¢ en el poder dirigiendo los destinos de la naci¨®n, la presidenta Dilma Rousseff, aparece como favorita absoluta en las elecciones, mientras que la oposici¨®n, la que podr¨ªa hipot¨¦ticamente cambiar la situaci¨®n y hacer esos cambios, no crece ni es, por el momento, objeto de grandes ilusiones.
Es como si dijeran: queremos m¨¢s, lo queremos mejor, pero preferimos que las cosas no se quiebren del todo, que vayan mejorando con seguridad. Que haya cambios, pero que los hagan los que ya nos han empezado a dar pan caliente y algunas de las cosas que siempre enviadi¨¢bamos a los ricos.
Por eso, ni siquiera en las inesperadas protestas de junio, los brasile?os exigieron una revoluci¨®n, ni un cambio de r¨¦gimen pol¨ªtico, ni una nueva Constituci¨®n. Pidieron solo mayor respeto por sus derechos y una distribuci¨®n m¨¢s justa de esas riquezas que un pa¨ªs como Brasil posee de modo privilegiado y que ser¨ªan suficientes para que todos pudieran vivir en una casa digna que las primeras lluvias no arrastren como si fuera papel de fumar; para poder moverse en unos transportes p¨²blicos que no parezcan m¨¢s para transportar ganado que personas; o que sus hijos puedan estudiar en escuelas que no se clasifiquen entre las peores del mundo, o poder curarse en hospitales decentes y sin meses de espera, hoy privilegio de unos pocos.
?De goma? ?Incapaces de indignarse, como yo mismo llegu¨¦ a escribir en este diario? Un d¨ªa la historia nos descubrir¨¢ que los brasile?os, en su aparente incapacidad para reaccionar ante la corrupci¨®n y la injusticia, lo que revelan es una gran capacidad de sabidur¨ªa y pragmatismo.
Una sabidur¨ªa, sin embargo, que los responsables pol¨ªticos, los que hoy usan y abusan tantas veces de la paciencia de los ciudadanos, deben tratar con respeto, ya que de lo contrario podr¨ªa revelarse un volc¨¢n que cre¨ªan definitivamente apagado cuando en verdad estaba en erupci¨®n. Y como alguien escribi¨® hace siglos, nada es m¨¢s peligroso y revolucionario que ¡°la ira de los mansos¡±.
Y junio vuelve a estar ah¨ª a la esquina. Y las calles podr¨ªan de nuevo llenarse de descontentos. Y esta vez, si ocurriera, quiz¨¢s no veamos ya el eslogan que recorri¨® el mundo y que dec¨ªa: ¡°?ramos infelices felices y no lo sabiamos¡±. Hoy, los sabios y jeitosos brasile?os saben que les falta a¨²n mucho para ser verdaderamente felices y ciudadanos de primera categor¨ªa. Por eso, no les bastar¨¢ con ganar la Copa. Quieren poder jugar y ganar con otros balones y en otros estadios. Y lo quieren hacer de otro jeito, exigiendo lo que de verdad les pertenece y el poder les ha ido sistem¨¢ticamente negando.
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