Las lecciones de 1914
El historiador Christopher Clark, autor de 'The Sleepwalkers' ('Los son¨¢mubulos') sobre los or¨ªgenes de la Gran Guerra, sostiene que la cultura occidental no es capaz de ver en el pasado m¨¢s que los ecos de sus propias preocupaciones
En la primavera de 2011, yo estaba escribiendo un cap¨ªtulo sobre la Guerra ?talo-Turca de 1911, un conflicto que comenz¨® cuando el Reino de Italia atac¨® e invadi¨® el territorio otomano que hoy llamamos Libia. Esta guerra, hoy casi totalmente olvidada, fue la primera en la que se emplearon aviones para tareas de reconocimento con el fin de indicar las posiciones enemigas a la artiller¨ªa; tambi¨¦n fue la primera en la que hubo bombardeos a¨¦reos, con proyectiles arrojados desde los aviones italianos.
Cuando acababa de empezar a escribir, llegaron las noticias sobre los bombardeos en Libia. Exactamente cien a?os despu¨¦s, volv¨ªan a caer bombas sobre las ciudades libias y los titulares volv¨ªan a estar ocupados por los mismos nombres --Tr¨ªpoli, Bengasi, Sirte, Derna, Tobruk, Zawiya, Misrata-- que los de los peri¨®dicos de 1911.
Las coincidencias eran extraordinarias, pero ?qu¨¦ significaban? La respuesta no est¨¢ nada clara. El conflicto de 2011 fue muy distinto a su predecesor de un siglo antes. La Guerra ?talo-Turca de 1911 fue la chispa inicial de la cadena de ataques oportunistas a los territorios otomanos en el sureste de Europa conocida como Primera Guerra de los Balcanes, que acab¨® con un sistema de equilibrios geopol¨ªticos que hasta entonces hab¨ªa permitido contener los conflictos locales. Fue un paso m¨¢s (entre muchos) en el camino hacia una guerra que consumir¨ªa primero a Europa y luego a gran parte del mundo. Existen pocos motivos para pensar que los bombardeos a¨¦reos de 2011 vayan a acarrear unas consecuencias tan terribles como aquellas.
La historia no se repite pero, como dec¨ªa Mark Twain, a veces rima. ?Y qu¨¦ significan esas rimas? Pueden ser meros s¨ªntomas del estrecho ¡°presentismo¡± de una cultura occidental que no es capaz de ver en el pasado m¨¢s que infinitos ecos de sus propias preocupaciones, una cultura obsesionada con los aniversarios y el recuerdo. Pero no debemos excluir la posibilidad de que esos momentos de d¨¦j¨¤ vu hist¨®rico revelen genuinas afinidades entre un instante en el tiempo y otro.
El recurso a la historia resulta esclarecedor, sobre todo, cuando entendemos que nuestras conversaciones sobre el pasado son tan poco definitivas como nuestras reflexiones sobre el presente
En los ¨²ltimos a?os, las afinidades se acumulan. Es ya casi un t¨®pico decir que el mundo en el que vivimos se parece cada vez m¨¢s al de 1914. Despu¨¦s de haber dejado atr¨¢s la estabilidad bipolar de la Guerra Fr¨ªa, nos encontramos en plena lucha para encontrar sentido a un sistema que es cada vez m¨¢s multipolar, opaco e impredecible. Igual que en 1914, una potencia en ascenso se enfrenta a otra superpotencia cansada (pero no necesariamente en declive). Surgen crisis descontroladas en zonas del mundo con gran importancia estrat¨¦gica; en algunas, como el pulso actual en las Islas Senkaku del Pac¨ªfico occidental, intervienen de forma directa los intereses de las grandes potencias. A nadie que, desde la perspectiva de los primeros a?os del siglo XXI, evoque el rumbo que sigui¨® la crisis del verano de 1914, pueden dejar de impresionarle los ecos contempor¨¢neos. Comenz¨® con un escuadr¨®n de terroristas suicidas y una caravana de autom¨®viles. Detr¨¢s del crimen de Sarajevo estaba una organizaci¨®n basada en el culto al sacrificio, la muerte y la venganza; una organizaci¨®n dispersa en c¨¦lulas repartidas por distintos pa¨ªses; que no rend¨ªa cuentas ante nadie y cuyos v¨ªnculos con cualquier gobierno soberano eran tangenciales y ocultos.
Incluso el furor actual a prop¨®sito de Wikileaks, el espionaje y los ataques inform¨¢ticos chinos tiene equivalente en los comienzos del siglo XX: la pol¨ªtica exterior francesa estuvo en peligro en los a?os anteriores a la guerra por una serie de filtraciones sobre informaciones confidenciales de alto nivel; a los brit¨¢nicos les preocupaba el espionaje ruso en Asia Central, y a principios del verano de 1914 un esp¨ªa en la embajada rusa en Londres mantuvo informado a Berl¨ªn de las ¨²ltimas negociaciones navales entre Gran Breta?a y Rusia. El caso m¨¢s escandaloso de todos fue el del coronel austriaco Alfred Redl, que ascendi¨® hasta convertirse en jefe de los servicios de contraespionaje de su pa¨ªs, pero en realidad era un agente que trabajaba para los rusos y les proporcion¨® valiosas informaciones militares hasta que lo detuvieron y le permitieron suicidarse en mayo de 1913.
?La historia nos quiere contar algo? Y en ese caso, ?qu¨¦? En el verano de 2008, despu¨¦s de una breve guerra entre Rusia y Georgia por Osetia del sur, el embajador ruso ante la OTAN, Dmitri Rogozin, asegur¨® que en el drama que se desarrollaba en el C¨¢ucaso pod¨ªa atisbar una reproducci¨®n de la crisis de julio de 1914. Incluso expres¨® su esperanza de que el presidente de Georgia (a quien consideraba la parte agresora en la disputa) no pasara a la historia como ¡°el nuevo Gavrilo Princip¡±, en referencia al joven bosnio que asesin¨® al heredero al trono de Austria y su esposa el 28 de junio de 1914. Despu¨¦s de los asesinatos, el enfrentamiento entre Serbia y Austria-Hungr¨ªa hab¨ªa arrastrado a Rusia y hab¨ªa transformado un conflicto local en una guerra mundial. Si Georgia lograba obtener el apoyo de la OTAN, ?podr¨ªa volver a suceder lo mismo?
La historia no se repite pero, como dec¨ªa Mark Twain, a veces rima
Las negras profec¨ªas nunca se hicieron realidad. La OTAN se lo pens¨® dos veces antes de unir su destino al del impetuoso presidente georgiano, Mijail Saakashvili. Tras una breve exhibici¨®n naval de Estados Unidos en el Mar Negro, la crisis se desvaneci¨®. Georgia no era la Serbia de principios del siglo XX, la OTAN no era la Rusia zarista, y el presidente Saakashvili no era Gavrilo Princip. El empe?o de Rogozin de atar el presente a una analog¨ªa tendenciosa con el pasado no era un intento sincero de hacer un pron¨®stico con bases hist¨®ricas, sino una advertencia a Occidente para que se mantuviera al margen del conflicto. Fue una afirmaci¨®n hist¨®ricamente inexacta y hermen¨¦uticamente vac¨ªa.
Incluso en manos mejor informadas y menos manipuladoras, las analog¨ªas hist¨®ricas se resisten a una interpretaci¨®n categ¨®rica. Uno de los motivos, pero solo uno de ellos, es que la coincidencia entre el pasado y el presente nunca es perfecta, ni siquiera pr¨®xima. Pero la raz¨®n fundamental es que el significado de los acontecimientos del pasado es tan escurridizo --y tan discutible-- como su significado en el presente. Pensemos en China, por ejemplo. ?La China de hoy es an¨¢loga a la Alemania imperial de 1914, como se dice a menudo? Incluso si decidimos que lo es, ?qu¨¦ ense?anzas podemos extraer del paralelismo? Si pensamos que la agresi¨®n alemana fue lo que verdaderamente empez¨® la Primera Guerra Mundial, podemos llegar a la conclusi¨®n de que Estados Unidos deber¨ªa adoptar una l¨ªnea dura contra las intromisiones de la China contempor¨¢nea. Pero si creemos, como creo yo, que la guerra de 1914-1918 fue consecuencia de las relaciones entre una serie de potencias, cada una de las cuales estaba dispuesta a recurrir a la violencia para defender sus intereses, entonces quiz¨¢ podr¨ªamos deducir que necesitamos dise?ar mejores formas de integrar a las grandes potencias nuevas en el sistema internacional. Como m¨ªnimo, 1914 es (como fue para el presidente John F. Kennedy durante la crisis de los misiles de Cuba en 1963) una historia aleccionadora sobre lo mucho que puede deteriorarse la pol¨ªtica internacional, y a qu¨¦ velocidad, y con qu¨¦ consecuencias tan terribles.
Sigue siendo importante que rechacemos las interpretaciones manipuladoras o reduccionistas del pasado cuando se utilizan para apoyar unos objetivos pol¨ªticos actuales. El recurso a la historia resulta esclarecedor, sobre todo, cuando entendemos que nuestras conversaciones sobre el pasado son tan poco definitivas como nuestras reflexiones sobre el presente. La historia es ¡°la gran maestra de la vida p¨²blica¡±, dijo Cicer¨®n. Dado que no vemos el futuro, es inevitable. Pero es una maestra exc¨¦ntrica. La sabidur¨ªa de la historia no nos llega en forma de lecciones preempaquetadas, sino de or¨¢culos, cuya relaci¨®n con nuestra situaci¨®n actual debemos averiguar.
?Christopher Clark es historiador.
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