?En qui¨¦nes podr¨¢n confiar hoy nuestros j¨®venes?
Ellos son lo que nosotros so?amos tambi¨¦n un d¨ªa, antes de que alguien asesinara nuestra esperanza
?Es hoy pol¨ªticamente correcto hablar a los j¨®venes de la fuerza del ejemplo, o se trata de algo trasnochado? ?Ser¨¢ cierto que a los j¨®venes ¨Cprotagonistas principales de las protestas callejeras- lo que les estimula y arrastra son ciertos personajes sin escr¨²pulos, capaces de atropellar todo lo que encuentran a su paso con tal de triunfar y enriquecerse? ?Ser¨¢ verdad la broma amarga del gran novelista, Jo?o Ubaldo Ribero, cuando afirma que el sue?o de los brasile?os es ¡°poder tener un corrupto en la familia"?.
?Nos estaremos convirtiendo en una nueva y moderna Sodoma y Gomorra de la corrupci¨®n?
Rosiska Darcy, en el diario O Globo, acaba de calificar la corrupci¨®n de ¡°lepra que corroe la credibilidad de las instituciones¡±, lo que lleva, seg¨²n ella ¡°a expropiar a la poblaci¨®n del capital simb¨®lico que es la confianza en nuestros l¨ªderes pol¨ªticos¡±.
Si eso es cierto, ?en qui¨¦nes podr¨¢n confiar hoy nuestros j¨®venes? ?a qui¨¦nes podr¨¢n mirar a los ojos sin avergonzarse?
Voy a contarles una historia vivida en mi infancia que podr¨ªa hoy resultar emblem¨¢tica: mi padre, maestro rural de primaria en una aldea del norte de Espa?a, era de los pocos que en el pueblo sab¨ªa ¡°leer un papel¡±, como dec¨ªan los campesinos pobres. Y tambi¨¦n el ¨²nico capaz de redactar un oficio. Aquellos buenos trabajadores rurales, cuando se ve¨ªan en un apuro, llamaban a su puerta y quit¨¢ndose con respeto la gorra antes de entrar, le ped¨ªan : ¡°Por favor, Don Guillermo, vea usted lo que dice este papel que me ha llegado por correo¡±. Y el papel les temblaba en sus manos encallecidas por el trabajo duro del campo.
Los campesinos, y m¨¢s a¨²n los analfabetos, han tenido siempre miedo de lo que ¡°se escribe¡±, porque dicen: ¡°Lo que se escribe se lee¡±. Por eso, tem¨ªan cada vez que recib¨ªan alg¨²n aviso por escrito. Mi padre no s¨®lo les le¨ªa el papel, sino que les ayudaba a responder y a resolver el asunto, ya que casi siempre se trataba de alg¨²n problema con alg¨²n poder municipal.
Como en todo el mundo, la gente sencilla suele ser agradecida. Y aquellos campesinos lo eran con mi padre. Ellos no ten¨ªan dinero, pero de lo que ten¨ªan colocaban algo en una cesta de mimbre y se lo llevaban envuelto en gratitud: un conejo, unos kilos de uvas, o un pu?ado de casta?as. Mi madre, aunque m¨¢s creyente y religiosa que mi padre, sol¨ªa aceptar los regalos a escondidas de ¨¦l. Eran tiempos de guerra civil. Ellos ganaban muy poco y no hab¨ªa casi nada ni queri¨¦ndolo comprar. Y nosotros, los tres hermanos peque?os, nos ¨ªbamos muchas noches a dormir con hambre. Mi madre reog¨ªa hierbas de la calle para hacer algo parecido a una sopa.
Mi padre le dec¨ªa, sin embargo a mi madre: ¡°Josefa, no aceptes esos regalos¡±, y explicaba: ¡°Ellos tienen solo esos frutos de su trabajo y nosotros tenemos la cultura, somos m¨¢s ricos que ellos¡±.
No se trataba de ning¨²n tipo de corrupci¨®n. Aquellos regalos eran un agradecimiento por la ayuda que les brindaba gratuitamente mi padre que, sin embargo, no se conformaba y le repet¨ªa a mi madre: ¡°No aceptes esos regalos¡±.
Pasaron los a?os. Una familia que nunca quiso que la conociera me pag¨® los estudios del bachillerato. Ya mayor, trabajando como periodista, fui contratado por el asesor de una gran empresa automovil¨ªstica para dar una conferencia a todos los directores generales incluido su presidente. El nombre de la empresa estaba aquellos d¨ªas en los diarios bajo sospechas de corrupci¨®n.
El asesor me hizo saber, con una sonrisa c¨®mplice, que en vez de pagarme la conferencia me iban a hacer un ¡°buen regalo¡±. Y mov¨ªa significativamente entre sus manos las llaves nuevas de un coche. Entend¨ª enseguida de qu¨¦ se trataba. Le dije que prefer¨ªa ser pagado por la conferencia y con factura, que no quer¨ªa regalos. Me mir¨® extra?ado y no insisti¨®.
Me pregunto hoy si no habr¨ªa sucumbido a la tentaci¨®n de aquel peligroso regalo envenenado de no haber recordado en aquel momento aquel mantra de mi padre a mi madre: ¡°No aceptes esos regalos¡±. Era como si el alma de mi padre presente me susurrase: ¡°Hijo, no te corrompas¡±. Me hubiese gustado aquella ma?ana contarle con orgullo aquella historia, pero mi padre hab¨ªa fallecido con 41 a?os porque los antibi¨®ticos eran entonces solo para los ricos y nosotros ¨¦ramos solo ricos de cultura, pero pobres de dinero.
?La ¨¦tica ha pasado de moda en nuestra sociedad? ?Nos atrevemos a¨²n a hablar a nuestros hijos j¨®venes de honradez, de animarles a decir no a la tentaci¨®n de la corrupci¨®n? ?Ser¨¢ verdad que a los j¨®venes de hoy no les importa ver que sus padres se venden a la primera de cambio para prosperar en la vida bajo la excusa de que ¡°todos lo hacen¡±? ?Ser¨¢ que ya no les importa poder tener la alegr¨ªa y el orgullo de decirles un d¨ªa a sus hijos: ¡°Mi padre nos ense?¨® a vivir con la honradez de nuestro trabajo?¡±
La corrupci¨®n ya no solo es un pecado individual, es una multinacional globalizada. En Espa?a mancha a la Casa Real; en Roma prelados ilustres del Vaticano acaban en la c¨¢rcel o los tiene que expulsar el papa Francisco. Hoy existe hasta un PIB mundial de la corrupci¨®n. Los expertos dicen que con esa cifra astron¨®mica se podr¨ªa acabar con el hambre en la Tierra.
Existe a veces la sensaci¨®n, me dec¨ªa una escritora brasile?a, de que estamos en una especie de Sodoma y Gomorra de la corrupci¨®n. Aunque siempre se relacion¨® aquella met¨¢fora del castigo b¨ªblico con los pecados del sexo, una tradici¨®n rab¨ªnica explica en la Mishnah que los pecados eran de ¡°apego a las ganancias¡±, de excesiva codicia, lo que les habr¨ªa llevado a abandonar a los m¨¢s necesitados. Se tratar¨ªa de un pecado de corrupci¨®n y avaricia.
El patriarca Abraham, a los dos ¨¢ngeles que le anunciaron la destrucci¨®n de Sodoma y Gomorra, les pidi¨® que solicitaran a Dios que, usase su misericordia y les perdonase. Dios le puso una condici¨®n: tendr¨ªa que encontrar en Sodoma y Gomorra por lo menos a ¡°diez hombres justos¡±. No los hab¨ªa y la justicia de Dios cay¨® sobre las ciudades corruptas.
Los j¨®venes de hoy, viendo multiplicarse los casos de corrupci¨®n en todos los estamentos de la sociedad, podr¨ªan preguntarse si es posible encontrar un pu?ado de hombres p¨²blicos justos, ¨¦ticos, para quienes la honradez aparezca a¨²n como un valor digno de ser apreciado. Podr¨ªan preguntarse si habr¨¢ a¨²n ¡°diez justos¡±, ¡°diez no corruptos¡±, entre los que deber¨ªan ser el espejo en qu¨¦ mirarse: en la pol¨ªtica, en la justicia, en las empresas, en las fuerzas del orden, en los gobiernos, en las Iglesias y hasta en el deporte.
Sin embargo, por m¨¢s banalizada que aparezca la corrupci¨®n de costumbres; por m¨¢s que se trate de verla como una tentaci¨®n en la que acaban resbalando hasta los mejores, sigo creyendo que los j¨®venes a¨²n no han perdido la ilusi¨®n de poder abrirse camino con sus propios esfuerzos sin prostituirse como los mayores.
No por casualidad son ellos principalmente los primeros en salir a la calle para exigir a los que nos gobiernan m¨¢s ¨¦tica, menos corrupci¨®n, menos privilegios descarados, m¨¢s libertad de expresi¨®n. Hasta fisiol¨®gicamente, el joven est¨¢ en la edad de apreciar mejor ciertos valores que nos pesan a los mayores. Son ellos, cuando llega el momento, los m¨¢s volcados en ayudar en las cat¨¢strofes y tragedias, los m¨¢s capaces hasta de exponer su vida para alguna causa noble. Ellos conservan a¨²n la fuerza de la ilusi¨®n. No es cierto que son todos pasotas. La mayor¨ªa son limpios y cargados de ilusi¨®n.
A nosotros nos dan miedo los j¨®venes no por pasotas, sino por sus rebeld¨ªas. Y cuando protestan nos gustar¨ªa que lo hicieran como a nosotros nos place. Hasta les est¨¢n buscando, aqu¨ª en Brasil, lugares especiales para que puedan desahogarse protestando, lejos de los estadios de la Copa, sin que podamos escuchar sus gritos. M¨¢s a¨²n, hasta el m¨ªtico Pel¨¦ ha pedido a los j¨®venes que se manifiesten ¡°despues de la Copa¡± para ¡°no aguar la fiesta¡±. ?Incre¨ªble ingenuidad!
Los j¨®venes, nos guste o no, son inconformistas, sensibles a ciertas aberraciones del poder y una de sus formas de protesta es a veces aguar nuestros festines. Criticamos que son violentos a veces, pero nos olvidamos que esa violencia ellos (sobre todo los m¨¢s excluidos) la han aprendido y la sufren cada d¨ªa de las instituciones, en ocasiones dentro de la misma familia, pero especialmente en la vida p¨²blica.
Si hoy alg¨²n nuevo Abraham pidiera a los dioses que perdonara a esta sociedad consumista y enferma de corrupci¨®n que sigue relegando a los desamparados en sus oscuras guaridas, a condici¨®n de que existan a¨²n diez justos ?los encontrar¨ªamos?
Los que tienen el poder deber¨ªan temer m¨¢s que a los j¨®venes rebeldes a la ira de los dioses irritados por habernos olvidado de aquellos valores sin los cuales la convivencia entre los humanos acabar¨¢ siendo cada d¨ªa m¨¢s fr¨¢gil e insufrible.
Los fil¨®sofos romanos dec¨ªan que no hay nada peor que "la corrupci¨®n de los mejores¡±. Y lo mejor de la humanidad, ayer y hoy, son nuestros hijos j¨®venes, porque llevan a¨²n viva en sus cromosomas la esencia de la esperanza. Si les sellamos la boca a la fuerza para que no griten su rabia, si les empujamos con nuestro ejemplo a perder los valores que siempre salvaron a los humanos para pasar a formar parte del gran fest¨ªn moderno de la corrupci¨®n, si los preparamos para que al llegar a adultos se conviertan en c¨ªnicos e incr¨¦dulos, es posible que la met¨¢fora del fantasma b¨ªblico de Sodoma y Gomorra pueda resucitar.
Los j¨®venes se est¨¢n quedando hu¨¦rfanos de figuras simb¨®licas. Mandela ya se ha ido. Hoy les gusta quiz¨¢s la sencillez y el coraje del papa Francisco, que aqu¨ª en Brasil, les dijo sin tapujos: ¡°No me gustan los j¨®venes que no salen a la calle a protestar¡±.
?Un Papa subversivo o uno de esos diez justos que los j¨®venes est¨¢n necesitando para poder seguir so?ando?
Y sin los sue?os ilusionados y ut¨®picos de los j¨®venes, nosotros, los mayores, nos morir¨ªamos de tedio y de tristeza. Ellos llevan a¨²n en sus venas la fuerza y la alegr¨ªa de todo lo que est¨¢ naciendo. No les frustremos, dej¨¦mosles madurar en libertad. Los j¨®venes nos perpetuar¨¢n con nuestras luces o nuestras sombras. Ellos son lo que nosotros so?amos tambi¨¦n un d¨ªa antes de que alguien asesinara nuestra esperanza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.