Los liberales ante la desigualdad en Am¨¦rica Latina
El debate sobre la desigualdad promete dominar la discusi¨®n pol¨ªtica este a?o. En Washington, el presidente Obama hizo del tema el eje central de su discurso del Estado de la Uni¨®n. En Davos, l¨ªderes pol¨ªticos y empresariales reunidos en el Foro Econ¨®mico Mundial discutieron sobre los retos que implica la creciente disparidad de ingresos en los pa¨ªses desarrollados. Y en La Habana, los presidentes de Am¨¦rica Latina enfatizaron su compromiso para luchar contra dicho flagelo durante la cumbre de la CELAC.
El tema reviste particular relevancia en Am¨¦rica Latina, al ser la regi¨®n que presenta la mayor desigualdad del planeta. Parad¨®jicamente, desde el 2000 la brecha en los ingresos, medida por el coeficiente de Gini, viene disminuyendo en todos los pa¨ªses latinoamericanos, con excepci¨®n de Costa Rica, Guatemala y Rep¨²blica Dominicana. Aun as¨ª, las diferencias significativas que todav¨ªa persisten entre ricos y pobres constituyen un constante foco de fricci¨®n social y pol¨ªtico.
Para los abanderados del liberalismo econ¨®mico, el debate sobre la desigualdad en Am¨¦rica Latina presenta un serio reto acad¨¦mico y pol¨ªtico: nuestro ¨¦nfasis siempre ha sido el combate a la pobreza, no la lucha por sociedades materialmente igualitarias. Siempre y cuando la gente salga de la miseria y prospere, no deber¨ªa importarnos que otros aumenten sus fortunas. Es m¨¢s, el mismo concepto de ¡°distribuci¨®n de la riqueza¡± nos resulta problem¨¢tico, ya que da a entender que esta es una constante que simplemente hay que repartir, no generar. La historia est¨¢ llena de ejemplos de naciones que optaron por distribuir la riqueza y m¨¢s bien terminaron dilapid¨¢ndola.
Sin embargo, los liberales no podemos obviar las causas de la persistente desigualdad en la regi¨®n. Friedrich Hayek, uno de los grandes pensadores liberales del siglo XX, sosten¨ªa que siempre y cuando las reglas del juego fueran justas, el resultado ser¨ªa justo. Esto nos lleva al hecho de que en Am¨¦rica Latina el sistema econ¨®mico imperante desde tiempos de la colonia se ha caracterizado por ser mercantilista. Es decir, el Estado escoge a los ganadores y perdedores.
Por ejemplo, una de las pol¨ªticas m¨¢s regresivas fue la manera en que por muchos a?os los Gobiernos latinoamericanos recurrieron a sus Bancos Centrales como fuente f¨¢cil de financiamiento, atizando altos niveles de inflaci¨®n. Seg¨²n datos de Steve Hanke, de la Universidad Johns Hopkins, en las ¨²ltimas cuatro d¨¦cadas han ocurrido siete episodios hiperinflacionarios en la regi¨®n. La inflaci¨®n es el impuesto m¨¢s regresivo, ya que castiga a los pobres m¨¢s que a ning¨²n otro sector de la poblaci¨®n. A diferencia de las clases altas y medias, que pueden protegerse de manera m¨¢s efectiva a trav¨¦s de la posesi¨®n de activos o el cambio de sus ahorros a divisas, los pobres no tienen activos ni ahorros significativos. Afortunadamente, reformas en los ¨²ltimos 15 a?os han tra¨ªdo estabilidad monetaria a Am¨¦rica Latina (con las conocidas excepciones de Argentina y Venezuela): la mediana de inflaci¨®n en el 2013 fue de apenas 3,9%.
El proteccionismo y las altas barreras de entrada a la competencia en diversos mercados han sido otra herramienta de privilegio. A pesar de los procesos de liberalizaci¨®n de las ¨²ltimas dos d¨¦cadas, la ausencia de competencia a¨²n persiste en numerosos sectores agr¨ªcolas e industriales. Por lo general, la finalidad de estas trabas es la protecci¨®n de vastos emporios corporativos a expensas de los consumidores. Muchas de las grandes fortunas latinoamericanas pueden trazarse a empresarios que han sido m¨¢s exitosos en cosechar conexiones pol¨ªticas que en ofrecer productos y servicios de calidad a un buen precio.
Pero es en la pol¨ªtica regulatoria donde encontramos los mayores obst¨¢culos para que los sectores de menos ingresos salgan adelante. En 1986, Hernando de Soto llam¨® la atenci¨®n sobre el problema en su libro El Otro Sendero. En ¨¦l, document¨® los enormes costos burocr¨¢ticos que enfrentaban las clases populares del Per¨² para emprender un negocio. Los ricos y, en cierta medida, la clase media pueden contratar abogados y contadores para sortear dicho viacrucis regulatorio, pero a los pobres no les queda otra que engrosar la econom¨ªa informal.
El informe Haciendo Negocios del Banco Mundial ha revelado la extensi¨®n del problema: la nuestra es consistentemente la regi¨®n del mundo que pone m¨¢s obst¨¢culos a la gente que quiere abrir una empresa. Once pa¨ªses latinoamericanos se encuentran por debajo del puesto 100 en el ranquin que re¨²ne a 189 econom¨ªas. Solo tres, Chile, Per¨² y Colombia, est¨¢n en las primeras 50 posiciones. Esta realidad contrasta con los lugares que ostentan en dicho ¨ªndice naciones desarrolladas como Nueva Zelanda (3), Suecia (14) o Canad¨¢ (19). No en vano, mi colega Johan Norbeg ha se?alado que en los pa¨ªses desarrollados, si uno se quiere hacerse rico, se pone un negocio, mientras que en Am¨¦rica Latina hay que ser rico para poder abrirse uno.
Seg¨²n un estudio publicado el a?o pasado por la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo (OIT), el 47,7% de los latinoamericanos que laboran en actividades no agr¨ªcolas trabajan en la econom¨ªa paralela. La informalidad limita seriamente las perspectivas de desarrollo, al imponer una suerte de apartheid legal y econ¨®mico a la gente que se encuentra en ella. Por ende, la capacidad de la regi¨®n para reducir significativamente la brecha de ingresos enfrentar¨¢ graves dificultades hasta el tanto casi uno de cada dos latinoamericanos est¨¦ empleado en el sector informal.
Como vemos, en Am¨¦rica Latina la desigualdad es, en gran medida, un resultado injusto porque las reglas del juego nunca han sido justas. La soluci¨®n no consiste en agrandar a¨²n m¨¢s unas burocracias nacionales elefanti¨¢sicas; sino en recortar las m¨²ltiples distorsiones estatales en la econom¨ªa que perjudican a los que menos tienen. En eso, los liberales tenemos mucho que contribuir a la discusi¨®n.
Juan Carlos Hidalgo es analista de pol¨ªticas p¨²blicas sobre Am¨¦rica Latina en el Centro para la Libertad y Prosperidad Global del Cato Institute en Washington, DC.
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