El apag¨®n de los privilegios
Los brasile?os detestan los apagones de energ¨ªa. A nadie les gusta, en efecto, quedarse a oscuras, sin luz, por culpa de esos rayos impertinentes. Pero hay un apag¨®n que le encantar¨ªa a la gente y que ser¨ªa aplaudido por ricos y pobres. Es un apag¨®n que, al rev¨¦s de los de luz, que quitan votos, gratificar¨ªa a los pol¨ªticos.
Me refiero al apag¨®n de los privilegios irritantes de los que hoy disfrutan desde los ac¨®litos a los cardenales de la pol¨ªtica. Imag¨ªnense el titular de los peri¨®dicos: ¡°Los pol¨ªticos brasile?os han decidido dar un apag¨®n a todos los privilegios inherentes a su cargo y se comportar¨¢n en sus acciones como simples ciudadanos¡±.
?Que es imposible? Por lo pronto, algunos pol¨ªticos como Eduardo Campos empiezan a eliminar las gradas de lujo para el carnaval y la presidenta Dilma Rousseff quiso moverse por Roma a pie, sin coche blindado ni escolta.
Miren al papa Francisco, que acaba de renunciar al pasaporte diplom¨¢tico que le corresponder¨ªa como jefe de Estado del Vaticano. Aqu¨ª gozan de dicho pasaporte hasta los nietos de los pol¨ªticos importantes. ¡°Quiero viajar con mi pasaporte normal de ciudadano argentino¡±, ha explicado ¨¦l. Antes hab¨ªa renunciado a los coches de lujo y a vivir en los apartamentos pontificios para quedarse en un peque?o hotel para religiosos.
No son los privilegios los que coronan de respeto ni a los papas ni a los pol¨ªticos. Al rev¨¦s, los alejan de la gente que los ve pasar disparados y escoltados en sus flamantes coches blindados o viajando, no en los aviones comunes, sino en sus ya legendarios aviones ejecutivos de empresarios amigos o del Ej¨¦rcito, siempre alejados de la normalidad de los ciudadanos.
Encontrar a pol¨ªticos importantes en un metro o en un autob¨²s (aunque no fuera m¨¢s que para escuchar lo que la gente piensa de ellos), eso ni de milagro.
Dif¨ªcil encontrarles siquiera en una de esas pizzer¨ªas donde acude la gente normal. Siempre se escurren en los restaurantes de mayor lujo que suelen cobrarles el doble porque saben que no pagan de su bolsillo, sino del nuestro. Hasta los pasajes internacionales de avi¨®n se los estaban cobrando el doble las agencias a los ilustres senadores, sin que se enterasen.
M¨¢s dif¨ªcil encontrarles, cuando est¨¢n enfermos, en un hospital de la gente com¨²n, as¨ª como es dif¨ªcil, casi imposible, que los hijos de ciudadanos normales puedan mezclarse en las escuelas p¨²blicas con los de los pol¨ªticos, porque estos solo frecuentan las privadas, mientras en sus mitines elogian las maravillas de las p¨²blicas.
Durante las manifestaciones de junio pasado una de las pancartas m¨¢s creativas de los j¨®venes resaltaba que un pa¨ªs rico no es aquel que tiene m¨¢s coches, sino aquel en el que las clases altas y los pol¨ªticos usan los servicios p¨²blicos.
Se podr¨ªa decir que un pa¨ªs verdaderamente democr¨¢tico es aquel en el que los pol¨ªticos llevan a sus hijos a las escuelas p¨²blicas y se curan, como todos, en los hospitales de la Seguridad Social, que ellos construyen orgullosos pero que no usan.
Ha habido hasta qui¨¦n intent¨® -con una fuerte dosis de ingenuidad- hacer aprobar una ley que obligase a los pol¨ªticos y a sus familiares m¨¢s directos, durante el mandato, a usar solo los servicios p¨²blicos. En ese caso, que es solo un sue?o, en pocos a?os ver¨ªamos surgir en la esfera p¨²blica las mejores escuelas y los mejores hospitales. Y si viajasen sin escoltas ni blindajes quiz¨¢s la angustia de la seguridad p¨²blica, que agarrota a los ciudadanos, mejorar¨ªa con rapidez.
Podr¨ªa parecer un simple ejercicio literario hablar de un apag¨®n de privilegios para los pol¨ªticos, pero estoy seguro que si algunos comenzaran a apagar esas luces para vivir de repente como todos, mezclados con la gente, sufriendo las inclemencias de los servicios p¨²blicos, notar¨ªan que la gente empezar¨ªa a quererles y, sin duda, a votarles m¨¢s convicci¨®n.
Quiz¨¢s la siempre aplazada reforma pol¨ªtica podr¨ªa empezar por ese apag¨®n de muchos de esos privilegios que indignan a la poblaci¨®n.
Desnudos de sus privilegios y vestidos con el atuendo m¨¢s inc¨®modo de los ciudadanos de a pie, los pol¨ªticos quiz¨¢s sufrir¨ªan un poco, podr¨ªan hasta sentirse desorientados al haber olvidado c¨®mo se sube uno a un autob¨²s a empujones, o c¨®mo se espera durante horas en la fila de un m¨¦dico, o como hay que reforzar los deberes a hijos y nietos porque en la escuela p¨²blica mal les ense?an a leer y escribir.
Todo eso ser¨ªa posible. Pero quiz¨¢s, como le est¨¢ pasando al papa Francisco, que se esfuerza para dejar olvidados en alg¨²n armario sus privilegios de poder, empezar¨ªan a ser vistos por nosotros con simpat¨ªa y hasta con admiraci¨®n.
Mezclados con la gente, los pol¨ªticos dejar¨ªan de ver a los ciudadanos como simples coleccionadores de votos sin nombre para reconocerles como seres humanos. Codo a codo con la humanidad real que sufre, goza y desea ser feliz, se sentir¨ªan tambi¨¦n menos mordidos por la soledad.
Hagan la prueba. Ap¨¢guense y ver¨¢n como de repente ser¨¢n vistos bajo otra luz y otra estima, una planta que no crece en la tierra infecunda de los que cultivan privilegios que hieren la sensibilidad de los que tienen que trabajar duro para poder sobrevivir.
D¨ªas atr¨¢s, en la sala de espera de un oculista, mezclado entre personas de clase C, m¨¢s bien humildes, observ¨¦ la presencia de un m¨¦dico muy conocido del hospital de la ciudad. Estaba esperando religiosamente su turno. El doctor no lo hizo pasar antes ni forz¨® la fila.
Pude notar como aquel simple gesto gratific¨® al m¨¦dico veterano. Las personas, curiosas al verlo all¨ª, sentado como uno m¨¢s, esperando su turno, se acercaban a darle la mano salud¨¢ndolo con una sonrisa mezcla de cari?o y admiraci¨®n.
Esper¨® m¨¢s de una hora a ser llamado, pero se llev¨® al salir la gratitud de las personas que recompensaron con su afecto las molestias de haber dado un apag¨®n a su privilegio de persona importante.
?Dif¨ªcil? Quiz¨¢s, pero no imposible. Es solo probar para ver.
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