El presidente de los cuatro trajes
Costa Rica traslada su singularidad a la presidencia, que ocupar¨¢ un catedr¨¢tico poco conocido
En la calle la desesperaci¨®n, la angustia extrema en la cara de una se?ora de cuarenta y tantos, vaquero ajustado, tacones, carnes que desbordan, que vend¨ªa chucher¨ªas sobre un trapo en plena peatonal: tres polic¨ªas se la llevan arrestada. La mujer se abraza a la bolsa de pl¨¢stico negro donde tiene ¡ªdonde todav¨ªa tiene¡ª su mercader¨ªa y camina a empujones y repite para nadie, para los polic¨ªas, para su historia de desdichas:
¡ª?Y ahora qu¨¦? ?Ahora ad¨®nde me quieren llevar?
La mujer tiene cara de que sabe: acaba de perder, una vez m¨¢s, todo lo que ten¨ªa.
¡ªA los que hacen cosas serias nunca se los llevan. A esos nunca se los llevan. ?Ahora qu¨¦ van a hacer conmigo?
La mujer mira hacia todos lados, como si buscara a alguien que pudiera salvarla. La mujer, por supuesto, no lo encuentra.
Costa Rica es un pa¨ªs raro: p¨¢jaros, s¨ª; soldados, no. Son m¨¢s de cuatro millones de personas en 52.000 kil¨®metros cuadrados de volcanes y selvas y playas y m¨¢s aves y mariposas que en cualquier otro lugar del mundo; un Estado benefactor que fue eficiente, instaurado en 1948 por el fundador de la II Rep¨²blica, Jos¨¦ Figueres, que, adem¨¢s, por si acaso, disolvi¨® el ej¨¦rcito y lo prohibi¨® en su Constituci¨®n. Un pa¨ªs sin mucha violencia, sin grandes conflictos, en medio de una de las dos o tres zonas m¨¢s violentas y conflictivas del planeta; un pa¨ªs con tal conciencia ecologista ¡ªy tan capaz de hacer dinero con ella¡ª que proh¨ªbe la miner¨ªa y las exploraciones petroleras; un pa¨ªs con uno de los ¨ªndices de desarrollo humano m¨¢s altos de Am¨¦rica Latina donde, sin embargo, la desigualdad est¨¢ creciendo.
Su mujer, Mercedes Pe?as, es una polit¨®loga de 45 a?os y cooperante con m¨¢s de veinte en Costa Rica
Un pa¨ªs repleto de europeos buscando el animal m¨¢s inaudito y m¨¢s rec¨®ndito para creer que no todo est¨¢ perdido todav¨ªa y americanos ejerciendo esa variante del sue?o americano que consiste en ir a perderse bajo una palma con la pensi¨®n de Ohio o el restor¨¢n org¨¢nico. Un pa¨ªs con los ingresos m¨¢s altos de la zona, que vive razonablemente bien de ese turismo ecolol¨®, frutas, la banca, el contrabando y, cada vez m¨¢s, la industria tecnol¨®gica y m¨¦dica. Un pa¨ªs que supo ser orgullo de los suyos hasta que, hace unos a?os, empez¨® a desencantarse de s¨ª mismo.
Las historias no empiezan, pero todo empez¨®, digamos, hacia 2004, cuando las investigaciones de una gran periodista sacaron a la luz las corruptelas de los partidos gobernantes. En poco tiempo dos expresidentes fueron presos y un tercero se escap¨® de milagro. Como en tantos otros lugares ¡ªm¨¢s que en otros lugares: aqu¨ª s¨ª hab¨ªan cre¨ªdo¡ª, los costarricenses sintieron que no pod¨ªan confiar en nadie.
As¨ª llegaron, hace tres meses, a unas elecciones en que deber¨ªan resignarse a un nuevo presidente: los pretendientes eran, parec¨ªa, los de siempre.
A principios de 2014 un candidato recorr¨ªa el pa¨ªs casa por casa. Las encuestas le daban entre un 4% y 6% de intenci¨®n de voto, 80% de desconocimiento; ¨¦l llegaba ¡ªcontar¨¢ despu¨¦s¡ª a golpear la puerta y a veces le abr¨ªan, y ¨¦l se presentaba:
¡ªSoy Luis Guillermo Sol¨ªs, candidato a la presidencia¡
¡ª?Luis Guillermo qu¨¦?
Luis Guillermo Sol¨ªs tiene 56 a?os, seis hijos, una segunda esposa y ning¨²n perro. Su padre era un zapatero de la costa Caribe; su madre, la hija maestra de una negra jamaiquina. Sol¨ªs fue un producto del sistema p¨²blico costarricense, ese Estado benefactor ahora amenazado: gracias a ¨¦l pudo estudiar, trabajar, armarse una vida levemente pr¨®spera. Se licenci¨® en Historia y se especializ¨® en Ciencias Pol¨ªticas; fue hasta ahora profesor de la Universidad de Costa Rica. Tambi¨¦n, desde los noventa, fue militante de Liberaci¨®n Nacional ¡ªel partido del fundador Figueres¡ª; el PLN gobernaba a menudo, y Sol¨ªs tuvo puestos menores, m¨¢s bien t¨¦cnicos.
Hace ocho a?os, cr¨ªtico de las pr¨¢cticas de su partido, Sol¨ªs renunci¨® a ¨¦l ¡ª¡°yo renunci¨¦ a la corrupci¨®n, a la incapacidad, a la politiquer¨ªa, al fraude electoral¡±¡ª para irse a uno de sus desprendimientos, el Partido de Acci¨®n Ciudadana. All¨ª, el a?o pasado, le propusieron ser candidato presidencial; se present¨® a la convenci¨®n, la gan¨® apenas. Sus propios compa?eros lo conoc¨ªan muy poco.
Y encima parec¨ªa dif¨ªcil de vender. Un se?or calvo sin atributos obvios, sin la sonrisa de dent¨ªfrico, empe?ado en hablar como si perorara. Alguno de esos asesores que nunca faltan en las series malas le dijo que usara otras palabras, m¨¢s sencillas: que no hablara como un profesor. Es que yo soy un profesor, dicen que dijo ¡ªy que quer¨ªa mostrarse como lo que era¡ª.
En enero pasado, el candidato decidi¨® tomar el toro por las astas. Su gran acierto fue hacer virtud de la necesidad: sus compatriotas estaban hartos de lo que conoc¨ªan; su arma ser¨ªa ese desconocimiento, su falta de pasado. Su partido no ten¨ªa mucho dinero para anuncios, as¨ª que decidieron jug¨¢rselo a uno que har¨ªa eje en eso: ¡°Hola, mi nombre es Luis Guillermo Sol¨ªs y quiero que me conozcan¡±, dec¨ªa, y mostraba su familia, su trabajo, sus alumnos, sus modos: ¡°Tengo un solo carro, un reloj, cuatro trajes que me quedan y no necesito m¨¢s¡±. En la imagen, el candidato daba clases, andaba calles, intentaba protegerse de la lluvia con un portafolios mientras entraba a un coche viejo. Estaba empezando a definirse como uno m¨¢s, uno de nosotros: el candidato de los que odiaban a los candidatos.
¡ªS¨ª, aqu¨ª sigue habiendo algo de ese grito tremendo de los parques argentinos de que se vayan todos. Hay un hartazgo por la corrupci¨®n, por el problema ¨¦tico ¡ªla corrupci¨®n es mala porque degrada, porque ofende¡ª y tambi¨¦n por el problema econ¨®mico: nos cuesta demasiada plata y nos impide hacer lo que deber¨ªamos. Son las carreteras mal hechas con terribles sobreprecios, puentes que se derrumban, cuatro o cinco compa?¨ªas que se quedan con los principales contratos de obra p¨²blica, presidentes en la c¨¢rcel, mandos medios que piden a los empresarios o ciudadanos sus mordidas por cada gesti¨®n¡ En fin, eso lleva a que la gente se enoje mucho. Y s¨ª, tambi¨¦n, a que el debate pol¨ªtico se desdibuje. Ya no importa si el que viene es rojo o verde o azul, lo que importa es quitar a los corruptos de en medio. Frente a la corrupci¨®n se juntan el progresista y el conservador; la corrupci¨®n se convierte en un unificador ciudadano.
Luis Guillermo Sol¨ªs supo aprovechar esa unificaci¨®n mejor que nadie.
Costa Rica es ¡ªcomo todos¡ª un pa¨ªs raro, m¨¢s raro: suele salir primero en esas listas con que algunas empresas intentan medir la felicidad del mundo por pa¨ªses.
¡ª?Por qu¨¦ son tan felices?
¡ªNo lo s¨¦. Yo no encuentro que la gente sea especialmente jubilosa, que est¨¦ encantada. M¨¢s bien veo gente muy cr¨ªtica, con muchos problemas; veo barrios precarios, falta de empleos, delincuencia, pobreza. Por otro lado, si nos comparamos con otros pa¨ªses de Am¨¦rica Central la situaci¨®n es positiva.
¡ªS¨ª, pero como para ser los campeones mundiales¡
¡ªS¨ª, no, no lo s¨¦. Yo no s¨¦ c¨®mo se mide eso. Por un lado debe de ser cierto, pero tambi¨¦n da una sensaci¨®n desorientadora, porque aqu¨ª hay muchos problemas y hay una desafecci¨®n creciente con la democracia que es muy poco tica.
Dir¨¢ despu¨¦s Sol¨ªs: tico, tica, es la forma m¨¢s aceptada de decir costarricense. Luis Guillermo Sol¨ªs tiene rasgos que se olvidan r¨¢pido: nada muy distintivo. Alguien me dice que tal vez eso lo ayud¨®: que si no ser¨¢ como el pa¨ªs, sin ning¨²n rasgo particularmente dram¨¢tico, donde todo est¨¢ m¨¢s o menos bien y nada espantosamente mal, al que no define ning¨²n drama salvo, estos ¨²ltimos a?os, ese desasosiego, el desenga?o.
¡ª?Y usted es feliz?
¡ªYo s¨ª, yo mucho. Y ahora m¨¢s que nunca.
Despu¨¦s, un amigo escritor me daba su versi¨®n:
¡ªDecimos que somos felices porque tenemos horror de quejarnos. Ac¨¢ nunca nadie te va a decir esa sopa es una mierda. No, te dicen qu¨¦ buena que est¨¢, l¨¢stima que est¨¦ fr¨ªa, ?no? Y esa mosca que tiene, ?no podr¨ªa estar en otra parte? Entonces todos te dicen primero pura vida y despu¨¦s reci¨¦n matizan.
Pura vida es el modismo nacional: una forma de decir todo bien o no hay problema o de acuerdo o hasta pronto o gracias o de nada; dos palabras, me dir¨¢ despu¨¦s el candidato, que est¨¢n en todas partes y se podr¨ªan traducir por hakuna matata o joie de vivre.
Los debates de la televisi¨®n le dieron m¨¢s espacio. Sol¨ªs hablaba contra la corrupci¨®n y promet¨ªa m¨¢s democracia e igualdad. Mientras, los candidatos de los partidos tradicionales se destrozaban entre ellos, despiadados; nadie pens¨® que val¨ªa la pena perder el tiempo en ese outsider.
Sus n¨²meros empezaron a crecer; sus 60.000 seguidores de Facebook se convirtieron en m¨¢s de 300.000, las puertas se le abr¨ªan m¨¢s f¨¢cil, a veces lo reconoc¨ªan en la calle. La campa?a calaba; m¨¢s y m¨¢s gente fue empezando a creerles, a tomarlos en cuenta. Y un d¨ªa de enero les cay¨® la ficha: descubrieron que pod¨ªan ganar. Fue un momento de sorpresa, casi susto: no estaban preparados para eso.
Los asesores le recomendaron que hablara sencillo, no como un profesor. ¡°Es que yo soy profesor¡±, les replic¨®
Pero decidieron jugarse a fondo, y entonces s¨ª se levant¨® la ola. El aparato pol¨ªtico ¡ªsus partidos, sus profesionales, sus patrocinadores, sus publicistas cool, sus encuest¨®logos y dem¨¢s secretarias¡ª estaba perdiendo el control. En la calle las caravanas del candidato despertaban peque?as multitudes, sus banderas rojas y amarillas. Para muchos se convirti¨® en una cuesti¨®n de orgullo: hab¨ªa que demostrarles a esos pol¨ªticos prepotentes que no los necesitaban, y que pod¨ªan usar, para eso, la democracia de la que tanto hablaban. El candidato era eso que los romanos llamaban, con desprecio, un hombre nuevo, eso que la pol¨ªtica actual busca y rebusca: alguien que haga pol¨ªtica en contra de la pol¨ªtica. El candidato, adem¨¢s, les promet¨ªa un espacio:
¡ªNosotros queremos una democracia mucho m¨¢s participativa, una acci¨®n ciudadana que efectivamente promueva una participaci¨®n m¨¢s directa de las organizaciones, los movimientos, las poblaciones en la toma de decisiones.
Sol¨ªs tambi¨¦n hablaba de mejorar la distribuci¨®n de la riqueza, recuperar la salud y la educaci¨®n y la energ¨ªa y la red vial p¨²blicas y, sobre todo, de limpiar las instituciones del Estado. Pero, aun as¨ª, ninguna encuesta lo pon¨ªa entre los ganadores.
La sorpresa lleg¨® el 4 de febrero: en la primera vuelta, su partido, el PAC, qued¨® primero con el 31% de los votos. Con el 29,5%, su rival en la segunda ser¨ªa Johnny Araya, exalcalde del PLN de San Jos¨¦, una figura cl¨¢sica de la vieja pol¨ªtica. Las encuestas lo fueron dejando atr¨¢s; semanas antes de la fecha final, Araya declar¨® que no segu¨ªa. Su partido s¨ª, y por eso la segunda vuelta se hizo igual. El 6 de abril de 2014 Sol¨ªs consigui¨® m¨¢s de 1.300.000 votos: en Costa Rica, nunca nadie hab¨ªa tenido tantos.
¡ª?Por qu¨¦ cree que lo eligieron?
¡ªPor varias razones. La m¨¢s importante es que nuestro pueblo se apropi¨® de su soberan¨ªa y la ejerci¨® para mandar un mensaje muy poderoso a la pol¨ªtica tradicional y a los pol¨ªticos profesionales. La gente entendi¨® que hab¨ªa que ponerle un punto final a la corrupci¨®n y buscar un cambio de direcci¨®n ¡ªque no fuera radical¡ª. Y tambi¨¦n porque encontraron un candidato con suficiente empat¨ªa con la gente como para representar ese cambio de manera bastante fiel. Es como que pude personificar de alg¨²n modo el esp¨ªritu de cambio que la gente quer¨ªa. Un esp¨ªritu riesgoso, porque como me dec¨ªa una se?ora en un barrio muy pobre: ¡°D¨ªgame una cosa, Sol¨ªs: ?yo c¨®mo s¨¦ que usted no es un ladr¨®n, un mentiroso, un sinverg¨¹enza como todos los que han venido aqu¨ª antes?¡±. Y yo le dije: ¡°Se?ora, usted no lo sabe. Yo vengo a decirle que voy a trabajar duro, que voy a ser honesto y a ponerle cari?o, y voy a ser su principal servidor, pero eso se lo deben haber dicho todos¡±. Y sin embargo, la se?ora se me qued¨® viendo y me dijo: ¡°Yo voy a votarlo, Sol¨ªs¡±.
Fue una revuelta, pac¨ªfica y brutal. Despu¨¦s de sesenta a?os de bipartidismo politiquero, un outsider sin historia ni aparato se quedaba con la presidencia. Nadie sabe qu¨¦ va a pasar ahora: se lo preguntan, esperan, tambi¨¦n temen. Los privilegiados ¡ªlos grandes empresarios, sobre todo¡ª est¨¢n dispuestos a defender sus privilegios y, en general, no es f¨¢cil cambiar lo que lleva decenios.
(Aqu¨ª en San Jos¨¦ los lugares no tienen direcciones. Para decirte d¨®nde ir te dicen s¨ª, del antiguo higuer¨®n 200 metros hacia el norte y unos pasos al este, donde hay un Subaru blanco parqueado; de la casa de Matute G¨®mez dos cuadras hacia la Dos Pinos, la Cooperativa, y justo antes de llegar a la segunda pulper¨ªa, una casa con rejas amarillas, los helechos al frente. El antiguo higuer¨®n era un ¨¢rbol que talaron hace, seg¨²n relatos, treinta, cuarenta a?os. Matute G¨®mez, dicen, era un m¨¦dico que muri¨® cuando mediaba el siglo XX. Y no es que no haya calles con n¨²meros o nombres; es que nadie les hace mayor caso. Alguien me dice que si quiero otra muestra del conservadurismo amable de este pueblo).
¡ª?Y c¨®mo le resulta esto de ser presidente cuando tres meses atr¨¢s no estaba en ning¨²n c¨¢lculo?
¡ªF¨ªjese que no lo s¨¦. Ahora de vez en cuando me entra la presidencialitis, y entonces me estremezco.
¡ª?En qu¨¦ consiste la presidencialitis?
¡ªBueno, d¨ªcese de la patolog¨ªa que lo hace a uno comprender en determinado momento del d¨ªa que, ?ups!, algo cambi¨® en la vida, y uno tiene una responsabilidad muy diferente.
¡ª?Y no le da como un v¨¦rtigo pensar en qu¨¦ se ha metido?
¡ªS¨ª, s¨ª, cuando me da la presidencialitis s¨ª que me da v¨¦rtigo.
Dice Luis Guillermo Sol¨ªs, en esta habitaci¨®n donde charlamos. Es un hotel sin gracia, moderno de hace diez o veinte a?os, luces tristes; el cuarto tiene tres por tres, mesa baja en medio, caf¨¦ de termo y pastas varias.
¡ªEl presidente est¨¢ haciendo sus reuniones ac¨¢ porque su casa es muy chiquita, no hay lugar.
Me hab¨ªa dicho su jefa de prensa. Y Sol¨ªs, ahora, que lo ¨²nico que cambi¨® en ¨¦l es que anda todo el tiempo con un escolta y que debe atender obligaciones mayores y cuidarse mucho m¨¢s de lo que dice y de c¨®mo lo dice. Pero que sigue y va a seguir viviendo en su condominio de clase media, dice, y que esta ma?ana por ejemplo sali¨® a comprar el pan, y le pregunto si es para subrayar que sigue siendo el mismo.
¡ªNo, es porque me mand¨® mi mujer para hacerle el emparedado que In¨¦s siempre se lleva a la escuela.
San Jos¨¦ tiene, de tanto en tanto, sus rincones bonitos ¡ªprosperidad cafetalera de la primera mitad del siglo XX, caserones de aquellos, un teatro, una oficina de correos, unos parques a?osos¡ª, pero el tono general es fe¨²cho: cemento torpe, colores sin concierto, ¨¢rboles ralos; una de esas ciudades del Tercer Mundo que crecieron demasiado r¨¢pido. Aquella noche, en la plaza de Roosevelt, un descampado en un suburbio de la capital, flameaban las banderas rojas y amarillas. Personas festejaban: las urnas acababan de cerrar, Sol¨ªs ya era el presidente electo.
Espero tener sabidur¨ªa para tomar decisiones correctas y aplicarlas con instrumentos no tradicionales¡±
¡ªYo vot¨¦ por ¨¦l porque ¨¦l escucha mucho a la gente, nos pregunta qu¨¦ queremos que haga, no como esos pol¨ªticos que vienen a decirte todo lo que hay que hacer, y despu¨¦s no hacen nada.
¡ª?C¨®mo que nada? Se roban todo, todo.
Dec¨ªa, a coro desparejo, una pareja de clase media cerca del retiro, ropa muy cuidada.
¡ªYo vot¨¦ por ¨¦l porque quiero que haya un poco m¨¢s de igualdad en Costa Rica.
Dec¨ªa un muchacho muestrario de tatuajes, los pelos bien erguidos.
¡ªYo vot¨¦ por ¨¦l porque lo que quiero es que estos dos muchachitos, mis hijos, tambi¨¦n puedan disfrutar de todos los beneficios que yo tuve: que tengan salud, educaci¨®n, todo eso, mae.
Dec¨ªa un cuarent¨®n que me dijo que era m¨¦dico de un hospital p¨²blico y feliz, orgulloso, preocupado por eso.
Ahora, en el cuarto de hotel, sus luces tristes, el presidente electo habla con calma, pesando las palabras, con una media sonrisa que por momentos se le escapa: como quien quiere estar seguro de que va a decir eso que quiere. El presidente electo me dice que su definici¨®n pol¨ªtica es muy clara:
¡ªYo soy socialdem¨®crata. Creo en una econom¨ªa de mercado y creo en un Estado que regula, un Estado fuerte que interviene y que hace que el mercado no se coma su propia cola y termine monopolizando en detrimento de la voluntad del mayor n¨²mero.
Sus adversarios le critican que nunca gestion¨®, que nunca dirigi¨® ninguna instituci¨®n ¡ªy mucho menos, dicen, claro, una rep¨²blica¡ª.
¡ªYo, por mi paz espiritual, debo convencerme de que no por mucho madrugar se amanece m¨¢s temprano y que aquellos que ten¨ªan toda la experiencia del mundo la cagaron ¡ªpara decirlo en buen franc¨¦s¡ª. Eso me tranquiliza, porque me demuestra que ese conocimiento solo es parcialmente ¨²til. Que lo que importa m¨¢s es otra cosa.
Espero tener sabidur¨ªa para tomar decisiones correctas y aplicarlas con instrumentos no tradicionales¡±
¡ªPrimero, nombrando gente que est¨¦ dispuesta a gestionar bien, pero antes tienen que hacer un inventario, un balance de lo que encuentran. Yo espero, dentro de tres meses, presentarme formalmente ante la Asamblea Legislativa y dar un informe de lo que encontr¨¦. Yo no voy a cargar con muertos que no¡ No, yo s¨ª voy a cargar con esos muertos, pero quiero que se sepa qui¨¦n los mat¨®. No para iniciar una cacer¨ªa de brujas, pero s¨ª con el ¨¢nimo pedag¨®gico de demostrar la responsabilidad que los pol¨ªticos tenemos que asumir cuando nos metemos en esta historia.
Sol¨ªs se cas¨®, se divorci¨®, y ahora lleva a?os viviendo con una madrile?a, Mercedes Pe?as, 45 a?os, polit¨®loga y cooperante con m¨¢s de veinte en Costa Rica; con ella tuvo a In¨¦s, su hija de siete. Conservadores le reprocharon que no estuviera casado como Dios manda; ¨¦l no les hizo caso.
¡ª?Y ahora se va a casar?
¡ªNo.
¡ª?No?
¡ªNo. Seguir¨¦ viviendo emparejado.
¡ª?En pecado?
¡ªEn pecado. No, esa es una decisi¨®n familiar que yo respeto mucho, primero porque la tom¨® Mercedes, segundo porque es la condici¨®n en la que vive una gran cantidad de compatriotas, y adem¨¢s muchas de las parejas presidenciales m¨¢s modositas ten¨ªan unas relaciones t¨®rridas.
¡ª?T¨®rridas, pero otras?
¡ªClaro, las t¨®rridas eran las otras. Nosotros tenemos una relaci¨®n monog¨¢mica, comprometida, con una hija maravillosa, adem¨¢s de los cinco hijos de mi primer matrimonio¡ Pero por suerte eso no se convirti¨® en un tema de campa?a.
S¨ª lo fue, en cambio, algo que dijo sobre el aborto: que lo aceptar¨ªa si hubiera violaci¨®n. Las leyes de su pa¨ªs ¡ªla influencia de la Iglesia de Roma en su pa¨ªs¡ª no lo aceptan. En un debate electoral alguien le record¨®, tipo trampa, esas palabras. ?l dijo que era una opini¨®n personal que no estaba en el programa de su partido.
¡ªO sea, que usted no tiene ning¨²n proyecto de legalizar el aborto, ni siquiera en un supuesto de violaci¨®n.
¡ªNo, no lo tengo yo ni lo tiene el partido ni nuestra corriente legislativa.
¡ª?Y el matrimonio homosexual, que tambi¨¦n se discute?
¡ªNosotros defendemos las sociedades de convivencia, el otorgamiento de derechos civiles y patrimoniales a las parejas del mismo sexo, un tema de derechos humanos.
¡ª?Le parece que van a poder aprobarlo en esta legislatura?
¡ªNo s¨¦, porque hay un bloque de oposici¨®n muy fuerte, el Bloque de la Vida, que suma incluso a algunos de nuestros propios diputados, que tienen un punto de vista muy religioso y que se oponen.
¡ª?Usted se da cuenta de que este momento, antes de asumir, ser¨¢ el mejor de su mandato, que de ahora en m¨¢s todo se degrada?
¡ªS¨ª, claro. Estoy totalmente consciente de eso. En pol¨ªtica un nuevo Gobierno experimenta el mismo problema que un coche nuevo: en el momento en que sale de la agencia, aunque sea el mismo coche que cinco minutos antes estaba en la vitrina, se deval¨²a, autom¨¢ticamente pierde el 25% de su valor.
¡ª?Y c¨®mo se lo toma?
¡ªCon normalidad. Tengo la inmensa fortuna de tener el coche con el tanque lleno, el mill¨®n trescientos mil votos que me confiaron. Pero s¨¦ que es un capital vol¨¢til: ese mismo pueblo que me eligi¨® con entusiasmo e ilusi¨®n puede muy r¨¢pidamente desilusionarse y dejarme en medio camino, si no le cumplo.
¡ªDebe de ser muy desesperante ver que algo se le va de las manos o no sucede como habr¨ªa querido¡
¡ªBueno, yo voy a fallar muchas veces. Yo siempre digo: ¡°Cuando falle corr¨ªjanme, cuando me pierda b¨²squenme¡±. Estoy consciente de la fragilidad humana, que, por supuesto, se extiende a la pol¨ªtica. Y no tengo problemas en pedir perd¨®n si me equivoco. Pero s¨¦ que uno no puede pasarse pidiendo perd¨®n cuatro a?os, ni perdido cuatro a?os. Me desesperar¨ªa darme cuenta a la vuelta de poco tiempo que era un iluso que pens¨®, para su eterna condenaci¨®n, que se pod¨ªan hacer, sin el control de la pol¨ªtica tradicional, los cambios que el pueblo requer¨ªa. Yo espero que eso no sea as¨ª. Espero que tengamos la sabidur¨ªa para tomar decisiones correctas y para aplicarlas con instrumentos que no son los tradicionales.
Dos vecinas, la parada de un bus en un barrio modesto. Una de las vecinas tiene como cincuenta a?os, gorda, la cara de viruela; la otra veintipocos, el cuerpo redondito, la sonrisa p¨ªcara.
¡ª?Y, es cierta la noticia?
¡ª?Que estoy embarazada?
¡ªS¨ª, ?qu¨¦ va a ser si no?
Era, dice p¨ªcara, cierta, y que ella no hizo nada, bueno, dice, nada: nada distinto, y que ayer le dijeron.
¡ªAy, qu¨¦ dicha. Te est¨¢s trayendo a alguien que te va a acompa?ar toda tu vida.
Dice, media l¨¢grima bajando por los pocitos de la cara, la se?ora viruela. La otra la mira como quien acaba de escuchar que no era quien cre¨ªa.
¡ª?Verdad, no? Toda mi vida. Toda toda mi vida.
Sol¨ªs es ¡ªparece ser¡ª un hombre que est¨¢ ah¨ª porque cree que puede hacer algo y no le importan los fastos o el dinero sino el bronce o esa forma del bronce que llamamos libros, la memoria. Un hombre que sabe que en estos cuatro a?os va a cincelar su vida, su recuerdo. Es la mejor base para que haga algo serio aunque, por supuesto, tambi¨¦n puede fallar.
¡ªS¨ª, claro que siento el peso de la historia.
Hace unos d¨ªas, en la Asamblea Legislativa, Sol¨ªs pas¨® por una sala donde cuelgan los retratos de los presidentes y vio, ya preparado, el hueco donde va a estar el suyo.
¡ªAh¨ª est¨¢n todos los referentes de la historia nacional, buenos y malos. Y ah¨ª voy a estar yo. Entonces entend¨ª mejor el tama?o de esta aventura en la que estoy metido.
?La presidencialitis? D¨ªcese de la patolog¨ªa que le hace a uno comprender que, ?ups! algo cambi¨® en la vida¡±
Ahora, luces tristes, le pregunto si, historiador al fin, podr¨ªa decirme el p¨¢rrafo sobre su Gobierno que querr¨ªa encontrar en los manuales escolares de 2050. ?l, por primera vez en una hora, se calla, piensa segundos largos, habla como quien dicta su futuro, casi grave:
¡ªFue un Gobierno inesperado que hizo posible que Costa Rica avanzara hacia niveles insospechados de confianza ciudadana en la democracia y de desarrollo econ¨®mico de prosperidad en la transparencia.
Dice, y le digo que en mi pueblo, ante algo as¨ª, dir¨ªamos que no tiene abuela. ?l se r¨ªe y despu¨¦s se pone serio:
¡ªYo solo espero que esta par¨¢bola que llevar¨¢ a Costa Rica a un lugar de mayor prosperidad, justicia, transparencia, no sufra un s¨²bito par¨®n que nos pueda devolver al punto donde est¨¢bamos, cosa que en pol¨ªtica suele ocurrir. Espero que esto no sea flor de un d¨ªa. Si somos exitosos el pr¨®ximo presidente tendr¨¢ que construir sobre lo que iniciaremos en este mandato. Yo no tengo la fuerza y el tiempo para completar el trabajo. Yo no me voy a reelegir; ya he tomado la decisi¨®n de ser presidente de un solo periodo, y espero cumplirlo con excelencia y con consistencia.
Dice, como quien dice algo que importa, y nos paramos. El doctor Luis Guillermo Sol¨ªs, el presidente electo, me dice que lo espere un momento porque antes de dejar el cuarto debe apagar el aire acondicionado. El mando est¨¢ en la mesita baja; lo agarra, lo mira, aprieta unos botones y no pasa nada.
¡ªParece que no encuentra el power.
Le digo, nos re¨ªmos. Entonces yo le prometo que no voy a caer en la tentaci¨®n de hacer de eso una met¨¢fora y, por supuesto, no lo cumplo. Promesas, al fin y al cabo, son promesas.
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