Capital(ismo) en el Siglo XXI
M¨¢s que crecer al 8% lo que Per¨² necesita, con urgencia, es construir y fortalecer la institucionalidad
Paso diez d¨ªas en Estados Unidos y pienso en las cosas que nos acercan. Aqu¨ª tambi¨¦n la pol¨ªtica es disfuncional y su pr¨¢ctica cada vez m¨¢s propia de circo. Converso con gente de distintos oficios y de variados ingresos y todos parecen resignados a tolerarla, a aceptar la escandalosa corrupci¨®n, en este caso legalizada, que la permea. Nadie se indigna ante el hecho de que las elecciones se compran y que los elegidos por el voto popular se alquilan. Aqu¨ª tambi¨¦n los principales medios dan espacio de opini¨®n a comentaristas pensantes, pero la realidad es que valoran m¨¢s lo trivial: un programa en la televisi¨®n que de modo muy elemental analiza la crisis en Ucrania es interrumpido para cubrir la noticia del embarazo de la hija del expresidente Bill Clinton. Finalmente, aqu¨ª tambi¨¦n la religi¨®n del libre mercado reina incuestionada: el factor principal que explica la gran recesi¨®n mundial de 2008 fue la indebida intromisi¨®n gubernamental y el que sostiene que fue causada por la desregulaci¨®n a ultranza de los mercados financieros no es un analista serio ni sabe de econom¨ªa, punto. Peor, es un socialista, un trasnochado cr¨ªptico que vive encandilado por el dogma marxista.
Vamos, si bien el furibundo alem¨¢n se equivoc¨® en mucho, tambi¨¦n es cierto que acert¨®, y no en poco. Por ejemplo, fue el primero en arg¨¹ir que una econom¨ªa sujeta a las leyes del libre mercado gesta creciente desigualdad de activos e ingresos. Y es esta tendencia precisamente la que examina Thomas Piketty en su ¨²ltimo libro, Capital in the Twenty First Century. Piketty, un joven economista franc¨¦s que a los 22 a?os se doctor¨® nada menos que en MIT, postula que econom¨ªas desarrolladas como Inglaterra, Francia y Estados Unidos se encaminan r¨¢pidamente a reproducir las aberrantes estructuras de desigualdad que distinguieron a esos pa¨ªses desde la primera mitad del siglo XIX hasta un siglo despu¨¦s, en los albores de la II Guerra Mundial. Qu¨¦ refrescante que alguien aborde este problema y que adem¨¢s lo demuestre con rigor emp¨ªrico: salvo las tres d¨¦cadas que siguieron al fin de la guerra, Piketty ha calculado que la tasa de acumulaci¨®n del capital ¡ªl¨¦ase las utilidades, dividendos y rentas que afluyen a los due?os de las grandes empresas e inversores m¨¢s pudientes¡ª supera la tasa de crecimiento de la econom¨ªa. Este diferencial implica una redistribuci¨®n de ingresos, desde los muchos que viven de salarios, hacia los de arriba, los muchos menos que perciben cuantiosos retornos a su capital. Incluya tambi¨¦n el diferencial que hay entre el sueldo promedio de un gerente general y el de un obrero o empleado, hoy 340 veces m¨¢s frente a las 10 veces que m¨¢s que se registraba en 1966, y podr¨¢ concluir que la econom¨ªa norteamericana hoy trabaja no para el 1% sino para el 0,1%.
A pesar de que economistas de prestigio como Paul Krugman le han rendido tributo extraordinario a este libro, es dif¨ªcil prever si tendr¨¢ el impacto capaz de remecer los cimientos del paradigma econ¨®mico que hoy nos rige. Pienso que aqu¨ª, en Per¨², es m¨¢s dif¨ªcil que se abandone el dogma del libre mercado que el cardenal Cipriani bendiga la uni¨®n civil entre personas del mismo sexo. Con todo, nuestros creyentes, los eximios analistas y portavoces del credo que ocupan las columnas de opini¨®n de los medios de mayor circulaci¨®n, en alg¨²n momento tendr¨¢n que pronunciarse sobre esta obra que ya ocupa el primer puesto en las ventas de Amazon. Cuando lo hagan, ojal¨¢ no la denuncien por tener un enfoque ¡°marxista¡±, o cuestionen su relevancia para la realidad peruana porque ¡ªya escucho la cr¨ªtica¡ª la historia del ¨²ltimo cuarto de siglo que se contar¨¢ no ser¨¢ la aparici¨®n de una mayor desigualdad econ¨®mica sino la del ¨¦xito magn¨ªfico en conseguir alto crecimiento y reducci¨®n de los niveles de pobreza, y todo merced al papel catalizador de las pol¨ªticas de mercado.
La diferencia entre el salario de un gerente general y el de un obrero o empleado es hoy 340 veces m¨¢s frente a las 10 veces que m¨¢s que se registraba en 1966
Pero aqu¨ª no hay nada nuevo. Marx tambi¨¦n acert¨® al anticipar la potencia del mercado para eliminar la pobreza abyecta. Asimismo, presagi¨® la aparici¨®n y uso de fetiches que brindan sustento al orden que impera. El fetiche que en Per¨² se ha instalado es el alto crecimiento econ¨®mico como la receta ¨²nica para curar todos los males y la exaltaci¨®n del libre mercado como el canon que hay que seguir, al pie de la letra, para lograrlo. Empresarios, acad¨¦micos y los comentaristas de opini¨®n m¨¢s influyentes han erigido a este fetiche como el criterio para determinar si vamos bien o si estamos mal. Una baja en la tasa de crecimiento nos pone nerviosos y hasta se usa para proclamar que el actual presidente no es tan bueno como el anterior porque ahora crecemos al 5% mientras que con su predecesor se crec¨ªa al 8%. El problema es que, entre nuestras ¨¦lites, otros testimonios que dan fe de la condici¨®n peruana ¡ªla masiva informalidad, la creciente ilegalidad, la clamorosa debilidad de las instituciones, la corrupci¨®n, la deficiente calidad de los servicios p¨²blicos y s¨ª, tambi¨¦n de la desigualdad econ¨®mica y social, as¨ª le prestemos atenci¨®n solamente en ¨¦poca de elecciones presidenciales¡ª no despiertan igual inter¨¦s ni preocupaci¨®n. Es una l¨¢stima que no haya un bar¨®metro que permita determinar qu¨¦ gobernante hace m¨¢s para desterrar estas lacras.
Mi apuesta es que Piketty s¨ª tendr¨¢ relevancia para Per¨² porque nos muestra los efectos de un capitalismo donde el mercado es el ¨¢rbitro y regulador ¨²nico de la econom¨ªa y, aunque no lo resalta, con la capacidad para someter la vida social, pol¨ªtica, cultural de un pa¨ªs. En Estados Unidos, el libre mercado marcha inexorable en un campo punteado por brechas enormes que separan a los ricos de los dem¨¢s, en el que ya queda muy poco que no tenga precio y en donde las normas colectivas y legales cada vez ceden m¨¢s paso a esa codicia que corroe el tejido social. Pues bien, la emulaci¨®n de este esquema, la reproducci¨®n de este tipo de capitalismo en un pa¨ªs como Per¨² que naci¨® como producto de la violencia excluyente y que todav¨ªa no est¨¢ socialmente vertebrado, significa apostar por la barbarie. Abra los ojos, ya est¨¢ entre nosotros, hecha realidad por mineros ilegales que deforestan parques naturales, por la violencia homicida en las calles, por empresarios de la educaci¨®n que se hacen millonarios sin importarles la calidad del servicio que ofrecen, por autoridades regionales que recurren a la amenaza para silenciar a opositores y a la compra de jueces y periodistas para encubrir fechor¨ªas.
El fetiche nos enga?a. M¨¢s que crecer al 8% lo que el pa¨ªs necesita, con urgencia, es construir y fortalecer la institucionalidad. Claro, estas opciones no se excluyen mutuamente, pero el problema es que el embrujado por los cantos de sirena del libre mercado nos cuenta que una mejor institucionalidad llegar¨¢ sola, como un producto del r¨¢pido crecimiento econ¨®mico. Nada m¨¢s falso. Cu¨¢n necesario es desmitificar este paradigma, aprender que no se debe dejar todo al mercado, entender que en una buena institucionalidad, al servicio de la ciudadan¨ªa entera, hay cosas que nunca se deben comprar o vender. Se construye con reglas claras que se hacen valer y no con vac¨ªos que el mercado llena de la ¨²nica forma que lo sabe hacer: poni¨¦ndole precio a todo lo que se cruce por delante, a lo bueno y a lo malo, a la comida y medicina que ingerimos como a los servicios de polic¨ªas, jueces, funcionarios reguladores o pol¨ªticos. Vamos, aqu¨ª no hacemos estas cosas con la elegancia ni con el manto de legalidad que legitima el capitalismo del siglo XXI en Estados Unidos, pero la verdad es que andamos por la misma senda.
Jorge L. Daly es escritor y economista pol¨ªtico. Es catedr¨¢tico en la Universidad Centrum Cat¨®lica de Lima. Una versi¨®n de este art¨ªculo aparece en la edici¨®n de mayo de la revista Poder.
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