El d¨ªa que Snowden se present¨® al mundo
Glenn Greenwald relata en su libro cuando Snowden pensaba que hab¨ªa sido descubierto
El jueves [6 de junio], ya el quinto d¨ªa en Hong Kong, fui a la habitaci¨®n de hotel de Snowden, quien enseguida me dijo que ten¨ªa noticias ¡°algo alarmantes¡±. Un dispositivo de seguridad conectado a Internet que compart¨ªa con su novia de toda la vida hab¨ªa detectado que dos personas de la NSA ¡ªalguien de recursos humanos y un "polic¨ªa" de la agencia¡ª hab¨ªan acudido a su casa busc¨¢ndole a ¨¦l.
Para Snowden eso significaba casi con seguridad que la NSA [Agencia Nacional de Seguridad de EE UU] lo hab¨ªa identificado como la probable fuente de las filtraciones, pero yo me mostr¨¦ esc¨¦ptico. "Si creyeran que t¨² has hecho esto, mandar¨ªan hordas de agentes del FBI y seguramente unidades de ¨¦lite, no un simple agente y una persona de recursos humanos". Supuse que se trataba de una indagaci¨®n autom¨¢tica y rutinaria, justificada por el hecho de que un empleado de la NSA se ausenta durante varias semanas sin dar explicaciones. Sin embargo, Snowden suger¨ªa que hab¨ªan mandado gente de perfil bajo adrede para no llamar la atenci¨®n de los medios ni desencadenar la eliminaci¨®n de pruebas.
"En Guant¨¢namo me pido la litera de abajo", brome¨® Snowden mientras meditaba sobre la estrategia a seguir
Al margen del significado de la noticia, recalqu¨¦ la necesidad de preparar r¨¢pidamente el art¨ªculo y el v¨ªdeo en el que Snowden se daba a conocer como la fuente de las revelaciones. Est¨¢bamos decididos a que el mundo supiera de Snowden, de sus acciones y sus motivaciones, por el propio Snowden, no a trav¨¦s de una campa?a de demonizaci¨®n lanzada por el Gobierno norteamericano mientras ¨¦l estaba escondido o bajo custodia o era incapaz de hablar por s¨ª mismo.
Nuestro plan consist¨ªa en publicar dos art¨ªculos m¨¢s, uno el viernes, al d¨ªa siguiente, y el otro el s¨¢bado. El domingo sacar¨ªamos uno largo sobre Snowden acompa?ado de una entrevista grabada y una sesi¨®n de preguntas y respuestas que realizar¨ªa Ewen [MacAskill, periodista de The Guardian]. Laura [Poitras, documentalista estadounidense] se hab¨ªa pasado las cuarenta y ocho horas anteriores editando el metraje de mi primera entrevista con Snowden; en su opini¨®n, era demasiado minuciosa, larga y fragmentada. Quer¨ªa filmar otra enseguida, m¨¢s concisa y centrada, y confeccionar una lista de unas veinte preguntas directas que yo deb¨ªa formular.
Mientras Laura montaba la c¨¢mara y nos dec¨ªa d¨®nde sentarnos, a?ad¨ª unas cuantas de cosecha propia. ¡°Esto, me llamo Ed Snowden¡±, empieza el ahora famoso documental. ¡°Tengo veintinueve a?os. Trabajo como analista de infraestructuras para Booz Allen Hamilton, contratista de la NSA, en Hawai¡±.
Snowden pas¨® a dar respuestas escuetas, estoicas y racionales a cada pregunta: ?Por qu¨¦ hab¨ªa decidido hacer p¨²blicos esos documentos? ?Por qu¨¦ era eso para ¨¦l tan importante hasta el punto de sacrificar su libertad? ?Cu¨¢les eran las revelaciones m¨¢s importantes? ?En los documentos hab¨ªa algo criminal o ilegal? ?Qu¨¦ cre¨ªa que le pasar¨ªa a ¨¦l? A medida que daba ejemplos de vigilancia ilegal e invasiva, iba mostr¨¢ndose m¨¢s animado y vehemente. Solo denot¨® incomodidad cuando le pregunt¨¦ por las posibles repercusiones, pues tem¨ªa que el Gobierno tomara represalias contra su familia y su novia. Dec¨ªa que, para reducir el riesgo, evitar¨ªa el contacto con ellos, si bien era consciente de que no pod¨ªa protegerlos del todo. ¡°Esto es lo que me tiene despierto por la noche, lo que pueda pasarles¡±, dijo con los ojos llenos de l¨¢grimas, la primera y ¨²nica vez que lo vi as¨ª.
A cada d¨ªa que pasaba, las horas y horas que est¨¢bamos juntos creaban un v¨ªnculo cada vez m¨¢s fuerte. La tensi¨®n y la incomodidad del primer encuentro se hab¨ªan transformado en una relaci¨®n de colaboraci¨®n, confianza y finalidad compartida. Sab¨ªamos que hab¨ªamos emprendido uno de los episodios m¨¢s significativos de nuestra vida.
El estado de ¨¢nimo relativamente m¨¢s relajado que hab¨ªamos conseguido mantener los d¨ªas anteriores dio paso a una ansiedad palpable: faltaban menos de veinticuatro horas para que se conociera la identidad de Snowden, que a su entender supondr¨ªa un cambio total, sobre todo para ¨¦l. Los tres juntos hab¨ªamos vivido una experiencia corta, pero extraordinariamente intensa y gratificante. Uno de nosotros, Snowden, pronto dejar¨ªa el grupo, tal vez estar¨ªa en la c¨¢rcel largo tiempo ¡ªun hecho que acech¨® en el ambiente desde el principio, difundiendo des¨¢nimo, al menos en lo que a m¨ª respectaba¡ª. Solo Snowden parec¨ªa no estar preocupado. Ahora entre nosotros circulaba un humor negro alocado.
¡°En Guant¨¢namo me pido la litera de abajo¡±, bromeaba Snowden mientras meditaba sobre nuestras perspectivas. Mientras habl¨¢bamos de futuros art¨ªculos, dec¨ªa cosas como ¡°esto va a ser una acusaci¨®n. Lo que no sabemos es si ser¨¢ para vosotros o para m¨ª¡±. Pero casi siempre estaba tranquil¨ªsimo. Incluso ahora, con el reloj de su libertad qued¨¢ndose sin cuerda, Snowden se fue igualmente a acostar a las diez y media, como hizo todas las noches que estuve yo en Hong Kong. Mientras yo apenas pod¨ªa conciliar el sue?o un par de horas, ¨¦l era sistem¨¢tico con las suyas. ¡°Bueno, me voy a la piltra¡±, anunciaba tranquilamente cada noche antes de iniciar su periodo de siete horas y media de sue?o profundo, para aparecer al d¨ªa siguiente totalmente fresco.
A las dos de la tarde del domingo 9 de junio, hora oriental, The Guardian public¨® el art¨ªculo que hac¨ªa p¨²blica la identidad de Snowden: ¡°Edward Snowden: el sopl¨®n de ilegalidades divulgador de las revelaciones sobre vigilancia de la NSA¡±. El art¨ªculo contaba la historia de Snowden, transmit¨ªa sus motivos y proclamaba que ¡°pasar¨¢ a la historia como uno de los reveladores de secretos m¨¢s importante de Norteam¨¦rica, junto con Daniel Ellsberg y Bradley Manning¡±. Se citaba un viejo comentario que Snowden nos hab¨ªa hecho a m¨ª y a Laura: ¡°S¨¦ muy bien que pagar¨¦ por mis acciones¡ Me sentir¨¦ satisfecho si quedan al descubierto, siquiera por un instante, la federaci¨®n de la ley secreta, la indulgencia sin igual y los irresistibles poderes ejecutivos que rigen el mundo que amo¡±.
La reacci¨®n ante el art¨ªculo y el v¨ªdeo fue de una intensidad que no hab¨ªa visto yo jam¨¢s como escritor. Al d¨ªa siguiente, en The Guardian, el propio Ellsberg se?alaba que ¡°la publicaci¨®n de material de la NSA por parte de Edward Snowden es la filtraci¨®n m¨¢s importante de la historia norteamericana, incluyendo desde luego los papeles del Pent¨¢gono de hace cuarenta a?os¡±.
Solo en los primeros d¨ªas, centenares de miles de personas incluyeron enlace en su cuenta de Facebook. Casi tres millones de personas vieron la entrevista en YouTube. Muchas m¨¢s la vieron en The Guardian online. La abrumadora respuesta reflejaba conmoci¨®n y fuerza inspiradora ante el coraje de Snowden.
Laura, Snowden y yo segu¨ªamos esas reacciones juntos mientras habl¨¢bamos al mismo tiempo con dos estrategas medi¨¢ticos de The Guardian sobre qu¨¦ entrevistas televisivas del lunes por la ma?ana deb¨ªa yo aceptar. Nos decidimos por Morning Joe, en la MSNBC, y luego por The Today show, de la NBC, los dos programas m¨¢s tempraneros, que determinar¨ªan la cobertura del asunto Snowden a lo largo del d¨ªa.
Sin embargo, antes de que me hicieran las entrevistas, a las cinco de la ma?ana ¡ªsolo unas horas despu¨¦s de que se hubiera publicado el art¨ªculo de Snowden¡ª nos desvi¨® del tema la llamada de un viejo lector m¨ªo que viv¨ªa en Hong Kong y con el que hab¨ªa estado peri¨®dicamente en contacto durante la semana.
En su llamada, el hombre se?alaba que pronto el mundo entero buscar¨ªa a Snowden en Hong Kong, e insist¨ªa en la urgencia de que Snowden contase en la ciudad con abogados bien relacionados. Dec¨ªa que dos de los mejores abogados de derechos humanos estaban listos para actuar, dispuestos a representarlo. ?Pod¨ªan acudir los tres a mi hotel enseguida?
¡°Ya estamos aqu¨ª¡±, dijo, ¡°en la planta baja de su hotel. Vengo con dos abogados. El vest¨ªbulo est¨¢ lleno de c¨¢maras y reporteros. Los medios est¨¢n buscando el hotel de Snowden y lo encontrar¨¢n de manera inminente; seg¨²n los abogados, es fundamental que lleguen ellos hasta ¨¦l antes que los periodistas¡±.
"Estoy tomando medidas para cambiar mi aspecto. Puedo volverme irreconocible", coment¨® el filtrador
Apenas despierto, me vest¨ª con lo primero que encontr¨¦ y me dirig¨ª a la puerta dando traspi¨¦s. Tan pronto la abr¨ª, me estallaron en la cara los flases de m¨²ltiples c¨¢maras. Sin duda, la horda medi¨¢tica hab¨ªa pagado a alguien del personal del hotel para averiguar el n¨²mero de mi habitaci¨®n. Dos mujeres se identificaron como reporteras del Wall Street Journal con sede en Hong Kong; otros, incluido uno con una c¨¢mara enorme, eran de Associated Press.
Me acribillaron a preguntas y formaron un semic¨ªrculo m¨®vil a mi alrededor mientras me encaminaba hacia el ascensor. Entraron conmigo a empujones sin dejar de hacerme preguntas, a la mayor¨ªa de las cuales contest¨¦ con frases cortas, secas e intrascendentes. En el vest¨ªbulo, otra multitud de periodistas y reporteros se sumaron al primer grupo. Intent¨¦ buscar a mi lector y a los abogados, pero no pod¨ªa dar un paso sin que me bloqueasen el camino.
Me preocupaba especialmente que la horda me siguiera e impidiera que los abogados establecieran contacto con Snowden. Por fin decid¨ª celebrar una conferencia de prensa improvisada en el vest¨ªbulo, en la que respond¨ª a las preguntas para que los reporteros se marcharan. Al cabo de unos quince minutos, casi no quedaba ninguno.
Entonces me tranquilic¨¦ al tropezarme con Gill Phillips, abogada jefe de The Guardian, que hab¨ªa hecho escala en Hong Kong en su viaje de Australia a Londres para procurarnos a m¨ª y a Ewen asesoramiento legal. Dijo que quer¨ªa explorar todas las maneras posibles en que el Guardian pudiera proteger a Snowden. ¡°Alan [Rusbridger, director del diario bri¨¢nico] se mantiene firme en que le demos todo el respaldo legal que podamos¡±, explic¨®. Intentamos hablar m¨¢s, pero como todav¨ªa quedaban algunos reporteros al acecho, no disfrutamos de intimidad.
Al final encontr¨¦ a mi lector junto a los dos abogados de Hong Kong que iban con ¨¦l. Discutimos d¨®nde podr¨ªamos hablar sin ser seguidos, y decidimos ir todos a la habitaci¨®n de Gill. Perseguidos a¨²n por unos cuantos reporteros, les cerramos la puerta en las narices. Fuimos al grano. Los abogados deseaban hablar con Snowden enseguida para que les autorizara formalmente a representarle, momento a partir del cual podr¨ªan empezar a actuar en su nombre.
Gill investig¨® en Google sobre aquellos abogados ¡ªa quienes acab¨¢bamos de conocer¡ª, y antes de entregarles a Snowden pudo averiguar que eran realmente muy conocidos y se dedicaban a cuestiones relacionadas con los derechos humanos y el asilo pol¨ªtico y que en el mundo pol¨ªtico de Hong Kong ten¨ªan buenas relaciones. Mientras Gill realizaba su improvisada gesti¨®n, yo entr¨¦ en el programa de chats. Snowden y Laura estaban online.
Laura, que ahora se alojaba en el hotel de Snowden, estaba segura de que era solo cuesti¨®n de tiempo que los reporteros los localizaran tambi¨¦n a ellos. Snowden estaba ansioso por marcharse. Habl¨¦ a Snowden de los abogados, que estaban listos para acudir a su habitaci¨®n. Me dijo que ten¨ªan que ir a recogerle y llevarle a un lugar seguro. Hab¨ªa llegado el momento, dijo, ¡°de iniciar la parte del plan en el que pido al mundo protecci¨®n y justicia¡±. ¡°Pero he de salir del hotel sin ser reconocido por los reporteros¡±, dijo. ¡°De lo contrario, simplemente me seguir¨¢n dondequiera que vaya¡±. Transmit¨ª estas preocupaciones a los abogados. ¡°?Tiene ¨¦l alguna idea de c¨®mo impedir esto?¡±, dijo uno de ellos.
Le hice la pregunta a Snowden. ¡°Estoy tomando medidas para cambiar mi aspecto¡±, dijo, dando a entender que ya hab¨ªa pensado antes en esto. ¡°Puedo volverme irreconocible¡±.
Llegados a este punto, pens¨¦ que los abogados ten¨ªan que hablar con ¨¦l directamente. Antes de ser capaces de hacerlo, necesitaban que Snowden recitara una frase tipo ¡°por la presente les contrato¡±. Mand¨¦ la frase a Snowden, y me la tecle¨®. Entonces los abogados se pusieron frente al ordenador y comenzaron a hablar con ¨¦l.
Al cabo de diez minutos, los dos abogados anunciaron que se dirig¨ªan de inmediato al hotel de Snowden con la idea de salir sin ser vistos. ¡°?Qu¨¦ van a hacer con ¨¦l despu¨¦s?¡±, pregunt¨¦. Seguramente lo llevar¨ªan a la misi¨®n de la ONU en Hong Kong y solicitar¨ªan formalmente su protecci¨®n frente al Gobierno de EE UU, alegando que Snowden era un refugiado en busca de asilo. O bien, dijeron, intentar¨ªan encontrar una ¡°casa segura¡±.
En todo caso, el problema era c¨®mo sacar a los abogados del hotel sin que los siguieran. Tuvimos una idea: Gill y yo saldr¨ªamos de la habitaci¨®n, bajar¨ªamos al vest¨ªbulo y atraer¨ªamos la atenci¨®n de los reporteros, que esperaban fuera, para que nos siguieran.
Al cabo de unos minutos, los abogados abandonar¨ªan el hotel sin ser vistos, como cab¨ªa esperar. La treta surti¨® efecto. Tras una conversaci¨®n de treinta minutos con Gill en un centro comercial anexo al hotel, volv¨ª a mi habitaci¨®n y llam¨¦ impaciente al m¨®vil de uno de los abogados.
¡°Lo hemos sacado justo antes de que los periodistas empezaran a pulular por el vest¨ªbulo¡±, explic¨®. ¡°Hemos quedado con ¨¦l en su habitaci¨®n, frente a la del caim¨¢n¡±, la misma en la que nos vimos Laura y yo con ¨¦l la primera vez, como luego supe. ¡°Luego hemos cruzado un puente que conduc¨ªa a un centro comercial contiguo, y nos hemos subido al coche que nos esperaba. Ahora est¨¢ con nosotros¡±. ?Ad¨®nde lo llevaban?
¡°Mejor no hablar de esto por tel¨¦fono¡±, contest¨® el abogado. ¡°De momento estar¨¢ a salvo¡±.
Saber que Snowden estaba en buenas manos me dej¨® la mar de tranquilo, aunque sab¨ªamos que muy probablemente no volver¨ªamos a verle ni a hablar con ¨¦l, al menos no en calidad de hombre libre. Pensamos que la pr¨®xima vez quiz¨¢ lo ver¨ªamos en la televisi¨®n, con un mono naranja y esposado, en una sala de juicios norteamericana, acusado de espionaje.
Mientras asimilaba yo la noticia, llamaron a la puerta. Era el director del hotel. Ven¨ªa a decirme que no paraba de sonar el tel¨¦fono preguntando por mi habitaci¨®n (yo hab¨ªa dejado instrucciones en el mostrador principal de que bloqueasen todas las llamadas). En el vest¨ªbulo tambi¨¦n hab¨ªa una multitud de reporteros, fot¨®grafos y c¨¢maras esperando que yo apareciera.
Lo primero que hice fue entrar en internet con la esperanza de saber de Snowden. Apareci¨® online a los pocos minutos. ¡°Estoy bien¡±, me dijo. ¡°Por el momento, en una casa segura. Pero no s¨¦ hasta qu¨¦ punto es segura ni cu¨¢nto tiempo permanecer¨¦ aqu¨ª. Tendr¨¦ que moverme de un sitio a otro y mi acceso a Internet es poco fiable, as¨ª que no s¨¦ cu¨¢ndo ni con qu¨¦ frecuencia estar¨¦ online¡±.
Se evidenciaba cierta reticencia a darme detalles sobre su emplazamiento y no quise preguntar. Yo sab¨ªa que mi capacidad para averiguar cosas de su escondite era muy limitada. Ahora ¨¦l era el hombre m¨¢s buscado por el pa¨ªs m¨¢s poderoso del mundo.
El Gobierno de EE UU ya hab¨ªa pedido a la polic¨ªa de Hong Kong que lo detuviera y lo entregara a las autoridades norteamericanas. De modo que hablamos breve y vagamente y manifestamos el deseo com¨²n de seguir en contacto. Le dije que actuara con prudencia.
Cuando por fin llegu¨¦ al estudio para las entrevistas con Morning Joe y The Today show, advert¨ª enseguida que el tenor del interrogatorio hab¨ªa cambiado apreciablemente. En vez de tratarme como periodista, los anfitriones prefer¨ªan atacar un objetivo nuevo: el Snowden de carne y hueso, no un personaje enigm¨¢tico de Hong Kong. Muchos periodistas norteamericanos volv¨ªan a asumir su acostumbrado papel al servicio del Gobierno.
La historia ya no versaba sobre unos reporteros que hab¨ªan sacado a la luz graves abusos de la NSA, sino sobre un norteamericano que, mientras trabajaba para el Gobierno, hab¨ªa ¡°incumplido¡± sus obligaciones, cometido cr¨ªmenes y ¡°huido a China¡±.
Mis entrevistas con Mika Brzezinski y Savannah Guthrie fueron enconadas y ¨¢speras. Como llevaba m¨¢s de una semana durmiendo poco y mal, ya no ten¨ªa yo paciencia para aguantar las cr¨ªticas a Snowden impl¨ªcitas en sus preguntas: me daba la impresi¨®n de que los periodistas habr¨ªan tenido que estar de enhorabuena en vez de demonizar a quien, m¨¢s que nadie en a?os, hab¨ªa puesto de evidencia una doctrina de seguridad nacional harto discutible.
Tras algunos d¨ªas m¨¢s de entrevistas, decid¨ª que era el momento de abandonar Hong Kong. Ahora iba a ser sin duda imposible reunirme con Snowden, o por dem¨¢s ayudarle a salir de la ciudad; hab¨ªa llegado un punto en que me sent¨ªa, en un sentido tanto f¨ªsico como emocional y psicol¨®gico, totalmente agotado. Ten¨ªa ganas de regresar a R¨ªo.
Pens¨¦ en hacer escala un d¨ªa en Nueva York con el fin de conceder entrevistas¡ solo para dejar claro que pod¨ªa hacerlo y ten¨ªa intenci¨®n de hacerlo. Pero un abogado me aconsej¨® que no lo hiciera alegando que era absurdo correr riesgos jur¨ªdicos de esa clase antes de saber c¨®mo pensaba reaccionar el Gobierno. ¡°Gracias a ti se ha conocido la mayor filtraci¨®n sobre la seguridad nacional de la historia de EE UU y has ido a la televisi¨®n con el mensaje m¨¢s desafiante posible¡±, me dijo. ¡°Solo tiene sentido planear un viaje a EE UU una vez sepamos algo de la respuesta del Departamento de Justicia¡±.
Yo no estaba de acuerdo: consideraba sumamente improbable que la Administraci¨®n de Obama detuviera a un periodista en medio de esos reportajes de tanta notoriedad. No obstante, estaba demasiado cansado para discutir o correr riesgos. As¨ª que ped¨ª a The Guardian que reservara mi vuelo para R¨ªo con escala en Dub¨¢i, bien lejos de Norteam¨¦rica. Por el momento, discurr¨ª, ya hab¨ªa hecho bastante. O
Snowden. Sin un lugar donde esconderse (Ediciones B) se publica el 21 de mayo en Espa?a. 352 p¨¢ginas, 17,5 euros.?
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