Una monta?a para huir
La violencia ha expulsado de sus hogares a seis millones de colombianos. ¡°Uno ya no regresa. Hay demasiados recuerdos horribles¡±, explica una v¨ªctima
A lo lejos, desde la lenta, sucia y ruidosa carretera de salida de Bogot¨¢ en direcci¨®n sur, las chabolas de los Altos de la Florida no se distinguen mucho de las que trepan por las colinas de la gigantesca Ciudad Bol¨ªvar, uno de los suburbios m¨¢s pobres de la capital. Una vez en los Altos, se ve que en la miseria hay grados. A esta monta?a pelada, que es toda ella una cuesta arriba, no llega el agua, ni el asfalto, ni la electricidad. Pertenece a Soacha, una de las ciudades que m¨¢s desplazados por la violencia recibe de toda Colombia, donde se calcula que casi seis millones de personas ¡ª5,7 seg¨²n el Observatorio de Desplazamiento Interno (IDMC, en ingl¨¦s), 5,5 seg¨²n el Gobierno¡ª han tenido que huir de su casa para salvar la vida. Solo Siria supera esa cifra en el mundo.
M. F. sali¨® hace 20 a?os de su aldea, Guamalito, en el departamento de Norte de Santander, junto a la frontera venezolana. La ¨²ltima vez que estuvo cerca de all¨ª fue hace ocho a?os, para ver a sus padres. Recorrer los 536 kil¨®metros hasta la capital, C¨²cuta, lleva unas 16 horas en autob¨²s. ¡°Mi padre vend¨ªa el pescado, por eso se levantaba muy pronto, a las cinco¡±, cuenta mirando al suelo. ¡°Una ma?ana abri¨® la puerta y vio un poco de ej¨¦rcito. Le preguntaron, ¡®?Qu¨¦, mucha guerrilla por aqu¨ª? Somos las Autodefensas Unidas de Colombia y venimos a limpiar el pueblo¡±, relata. ¡°Entonces nos metimos en la casa y degollaron a dos muchachas enfrente. Yo las conoc¨ªa. Ese d¨ªa mataron a 20 personas, los ten¨ªan amarrados. Hab¨ªa mujeres embarazadas y les sacaron los beb¨¦s. Luego vino el Ej¨¦rcito, los balearon y se fueron. A los 15 d¨ªas regresaron y siguieron matando gente, pero poco a poco¡±, explica. ¡°Mi padre no pudo hablar en dos d¨ªas¡±, a?ade.
M. F.?tiene 32 a?os y cuatro hijos. Ella y su familia viven desde hace cuatro a?os en este lugar. Se dedica a la chatarra, y antes cultivaba uno de los peque?os huertos que la agencia de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentaci¨®n (FAO) ayud¨® a crear en los Altos de la Florida para que las familias, muchas campesinas y sin empleo, pudieran subsistir. La propia organizaci¨®n tard¨® dos a?os y medio en lograr que creciera algo en un lugar tan ¨¢rido, a 2.746 metros de altitud.
Despu¨¦s de la llegada de los paramilitares, los paracos como los llama la gente, M. F.?se fue a trabajar de empleada de hogar a una ciudad cercana y luego a Bogot¨¢. Se frota las manos sin parar, con los codos apoyados en las piernas cuando recuerda su primera huida: ¡°Uno ya no regresa. Ten¨ªa mucho miedo, no pod¨ªa dormir. Hay demasiados recuerdos horribles. Obligaban a ver c¨®mo mataban a la gente que se?alaban los sapos [informantes del pueblo]. No puedo volver¡±, explica. A?os despu¨¦s, conoci¨® a su marido en la capital, y juntos se fueron a una finca que ¨¦l hab¨ªa heredado en Florida, en el Valle del Cauca, cerca de Cali. ¡°Aquello era horrible, otra vez la misma vaina¡±, cuenta. ¡°Ah¨ª estaban los guerrillos [la guerrilla de las FARC]. Se o¨ªan de lejos las balaceras. Ven¨ªan y si no les dabas un cerdo o colaborabas con informaci¨®n, ya ten¨ªas un problema¡±, explica muy deprisa, vigilando que nadie escuche la conversaci¨®n. ¡°Como nosotros no dec¨ªamos nada, vinieron una noche y dijeron: O se van o los acabamos¡±.
Aunque est¨¦ a una hora de Bogot¨¢, esta monta?a es un lugar remoto habitado por gente huida de lugares remotos que querr¨ªa olvidar. Alrededor del 40% de las 1.720 familias asentadas en los Altos son desplazadas. Muchas vienen del campo, pobre y violento, donde el Estado ha cedido terreno a la guerrilla, las bandas criminales o los paramilitares. Pero esta monta?a tambi¨¦n tiene sus leyes, y la m¨¢s importante es la del silencio. El mes pasado, seg¨²n activistas que trabajan con la comunidad, hubo 20 asesinatos entre miembros de bandas. Tambi¨¦n hay paramilitares que controlan el acceso a la monta?a, por eso M. F. habla en voz baja, en posici¨®n de alerta. En el barrio no habla con nadie de su pasado. Es un tema tab¨². ¡°Nadie lo sabe. ?Despu¨¦s de todo lo que he pasado, no me van a matar aqu¨ª!¡±, cuenta en la caseta de un vecino porque teme que alguien sepa que ha hablado. ¡°No s¨¦ c¨®mo no me volv¨ª loca. Tengo muchos recuerdos horribles. C¨®mo gritaban esas muchachas. Me pongo muy nerviosa y se me enfr¨ªan las manos¡±, relata, mir¨¢ndose las palmas.
M. F. est¨¢ registrada como desplazada y recibe una ayuda anual de unos 461 euros. Siente que la paz que se est¨¢ negociando en La Habana con las FARC no tiene nada que ver con ella, y cree que sus hijos seguir¨¢n viviendo en un pa¨ªs en guerra. ¡°No creo en las palabras. En cualquier momento vuelven otra vez, y hagan lo que hagan, ellos [los guerrilleros] no tienen l¨¢stima con nadie. Es lo que he visto, las FARC no tienen alma¡±, dice en¨¦rgica y hace pausa. ¡°Se puede perdonar, pero yo no olvido¡±.
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