?Es usted paulistano? S¨ª, ?por qu¨¦?
El esterotipo dice que los de R¨ªo son simp¨¢ticos, acogedores, desinhibidos, mientras que los de S?o Paulo son serios y est¨¢n poco dispuestos a perder tiempo
Un refr¨¢n italiano dice que ¡°una sola golondrina no anuncia la primavera¡±. ?Y dos? Quiz¨¢s tampoco, pero los refranes tambi¨¦n pueden equivocarse y suelen ser siempre conservadores. No s¨¦ si dos ejemplos en un d¨ªa pasado en S?o Paulo sirven para desmentir un estereotipo, pero he querido traerlos a esta columna como una especie de reivindicaci¨®n paulistana.
Cuando llegu¨¦ a Brasil como corresponsal de este diario, hace 15 a?os, algunos espa?oles que viven en R¨ªo me hicieron un diagn¨®stico sobre los cariocas y los paulistanos: simp¨¢ticos, bromistas, deshinibidos, festivos, acogedores los primeros, y serios, preocupados con su trabajo, poco dispuestos a perder tiempo -o sea, muy suyos- los segundos.
En mis primeros viajes a S?o Paulo, la mayor urbe de Am¨¦rica Latina, aquel estereotipo me acompa?aba lo quisiera o no. Temeroso de poder caer en la profec¨ªa que se autocumple, intent¨¦ defenderme para observar sin prejuicios a los paulistanos (quienes son la ciudad) y paulistas (del Estado).
Mis primeras impresiones empezaron en seguida a chocar contra la fuerza del estereotipo. Cuando me topaba de cara con la amabilidad de los que trataba -y cuya seriedad en el trabajo, por cierto, me agradaba- me preguntaba si me estaba dejando convencer de que dos o tres golondrinas pudieran anunciar la primavera.
S¨¦ muy bien que se han escrito infinidad de p¨¢ginas sobre esa rivalidad caracter¨ªstica entre cariocas y paulistanos, y ser¨ªa pretencioso por parte de un extranjero que, adem¨¢s, no vive en S?o Paulo, emitir un juicio sobre lo que alguien ha calificado de ¡°arrogancia provinciana¡±, es decir, cerrada, en contraposici¨®n con la ¡°arrogancia imperial¡±, y por tanto abierta al mundo, de los cariocas.
No entr¨¦ nunca en el juego de aquellos que para elogiar a un pueblo necesitan desprestigiar al otro. Los cariocas pueden ser y son maravillosos y saben vender las bellezas de su ciudad, de la que el famoso arquitecto Corbusier dec¨ªa que parec¨ªa haber sido trazada por los dioses y por ello imposible de planificar. Y es cierto que en R¨ªo, muy pronto, todo el que llega se siente y es tratado como carioca. Y que la fiesta hace parte all¨ª de la vida.
?Quita eso que S?o Paulo, sin playas, hecha en forma de cruz, pueda ser tambi¨¦n una ciudad que muchos no cambiar¨ªan por ninguna???Y que, quiz¨¢s m¨¢s contenida que R¨ªo, sea al mismo tiempo ¡°ecl¨¦ctica, libre, loca, hospitalaria¡±, como la describe Alex Castro, y tambi¨¦n cosmopolita y moderna, con enorme capacidad de aceptar a los diferentes?
Brasil est¨¢ viviendo un momento de malhumor generalizado por motivos m¨¢s pol¨ªticos que existenciales. Hay quien ya pronostica que est¨¢ cambiando la forma acogedora de los brasile?os, que se est¨¢n endureciendo, que empiezan a ver en el extranjero a un enemigo potencial, descontentos con todo y con todos.
Con esa imagen del brasile?o que estar¨ªa empezando a endurecer su tradicional sonrisa, llegu¨¦ la semana pasada a S?o Paulo para participar, junto con mi amigo y colega periodista Gerson Camarotti, en el Congreso de Periodismo de Investigaci¨®n, organizado- por cierto con gran profesionalidad- por la Asociaci¨®n Brasile?a de Periodismo Investigativo (Abraji).
Llov¨ªa en una S?o Paulo helada, y el fr¨ªo no suele ser buen consejero de la pol¨ªtica de la sonrisa y la amabilidad, que se dice privilegio del sol de los cariocas.
Quiz¨¢s tuve suerte, pero dos min¨²sculas experiencias me revelaron que tambi¨¦n los paulistanos saben sonreir y ser amables hasta en medio de sus nieblas y lluvias. Y he querido contarlas porque las viv¨ª en d¨ªas en que los informativos nos bombardeaban con im¨¢genes de tragedias b¨¦licas, con retumbar de miedos de nuevos conflictos, a cien a?os de la Primera Guerra Mundial que cost¨® 12 millones de muertos, y con una cierta escondida y morbosa fascinaci¨®n por viejas y nuevas violencias y autoritarismos.
En el tradicional centro comercial de Iberapuera buscaba, por petici¨®n de mi mujer, una barra de labios que a ella le gusta. Entr¨¦ en una peque?a y primorosa tienda de perfumes. El due?o, ¨²nico presente en aquel momento en el local, me hizo ver con paciencia varios tipos y marcas del producto, ninguno de los cuales, por desgracia, respond¨ªa al gusto de mi mujer.
En Espa?a en estos casos no me atrevo a preguntar si saben donde puedo encontrar lo que estoy buscando porque me temo un bufido. Una vez en Madrid me encontr¨¦ en la misma situaci¨®n y al preguntarle al vendedor si sab¨ªa donde podr¨ªa encontrar lo que ¨¦l no ten¨ªa me respondi¨® seco: ¡°?Busque usted m¨¢s arriba, caballero!¡± y ni me volvi¨® a mirar.
A¨²n me resonaba en el o¨ªdo aquel exabrupto del tendero madrile?o cuando me atrev¨ª a preguntarle al paulistano si podr¨ªa indicarme otra perfumer¨ªa donde pudiera encontrar lo que buscaba. Iba a ser un test para mi.
El se?or, de media edad, de clase media bien, me dijo: ¡°Mejor que le acompa?e, porque el sitio donde puede encontrar esa barra de labios es dif¨ªcil de encontrar". Dej¨® la tienda abierta y vac¨ªa y me llev¨® al lugar correcto. Mientras camin¨¢bamos juntos por el shopping, me atrev¨ª a preguntarle: ¡°?Es usted paulistano?¡±. Me mir¨® sonriendo y tras un "?por qu¨¦?" Me respondi¨® con aire de complicidad: ¡°S¨ª, y de pura cepa¡±. No necesitamos decirnos nada m¨¢s y acabamos d¨¢ndonos un apret¨®n de manos no menos c¨®mplice.
Por la ma?ana, aquel s¨¢bado, yendo a la Universidad Anhemi, sede del Congreso, acab¨¦ perdi¨¦ndome cerca de la calle Rua do Ator. No hab¨ªa un alma en la calle y un taxista me hab¨ªa alertado para no pasear por lugares poco frecuentados. Esper¨¦ unos minutos y lleg¨® una se?ora que iba sola. Me atrev¨ª a abordarla aunque temiendo que, por miedo al desconocido, acelerase el paso sin mirarme (algo que ya me pas¨® en el centro de R¨ªo).
Me equivoqu¨¦. La se?ora, tambi¨¦n paulistana, se par¨® tranquila y con toda la paciencia me explic¨® d¨®nde se hallaba la Universidad y hasta me indic¨® que ten¨ªa dos entradas para que no me confundiera.
En aquel instante me vino a la memoria una an¨¦cdota que contaba el antrop¨®logo Roberto DaMatta hace poco en su columna del diario O Globo. Se hallaba en el centro de Par¨ªs. Iba con un mapa en la mano buscando un museo y no consegu¨ªa encontrarlo. Par¨® a un se?or para preguntarle y ¨¦ste, seco e ir¨®nico le respondi¨®: ¡°?Para qu¨¦ compra usted un mapa si no sabe leer?¡± Y sigui¨® su camino.
En este momento cr¨ªtico que est¨¢ viviendo la Humanidad, plagado de alarmas y desasosiegos pol¨ªticos y sociales, en el que la pasi¨®n por las guerras, por los miedos y los exabruptos empiezan a dominarnos, yo volv¨ª de la lluviosa S?o Paulo con el coraz¨®n confortado de que a¨²n existan personas no contaminadas por el virus del malhumor y de la mala educaci¨®n.
?Que son peque?os gestos? Quiz¨¢s, pero no nos olvidemos que las grandes guerras, como la que padeci¨® Europa hace ahora cien a?os, nacieron a veces, como los grandes incendios, de un simple tiro de pistola o de una colilla arrojada con rabia al suelo.
La paz, que hoy parece un sue?o perdido, no suele construirse con fara¨®nicas y hueras promesas, sino con peque?os y concretos gestos de bondad y de respeto por el que pasa a tu lado.
En S?o Paulo, la gran metr¨®polis latinoamericana de 12 millones de habitantes, conviven personas de cerca de 90 pa¨ªses, lenguas y credos diferentes. Y lo hacen en paz, sin perder el humor y el respeto mutuo.
Una paz que chirr¨ªa, a la vez, tristemente, frente a los ¨ªndices brutales de una violencia que no es paulista. Es hija de intereses incubados en las cavernas mafiosas del poder pol¨ªtico y econ¨®mico. Estas crean el monstruo de esas desigualdades sociales que, en Brasil, siguen clamando justicia. Una violencia que hiere tambi¨¦n a sus ciudadanos que apuestan por la paz y que, afortunadamente, son la inmensa mayor¨ªa.
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