Damasco, una burbuja de normalidad en medio de la guerra
A escasos kil¨®metros del frente, los j¨®venes intentan disfrutar de la vida pese a la militarizaci¨®n de la ciudad y las penurias econ¨®micas
En un conocido caf¨¦ de Jaramana, Laure Alkhabour de 23 a?os, sorbe una pipa de agua acompa?ando el ruidoso comp¨¢s del resto de clientes. Al otro lado del barrio damasquino, fronterizo con la l¨ªnea que separa a los rebeldes de las tropas sirias, acaban de caer cuatro morteros. Tras 41 meses de conflicto, los sirios se han acostumbrado a convivir con la muerte e incluso a desafiarla en su tiempo libre.
¡°Morir ya no me da miedo. Lo que me da terror es quedar amputado o paralizado¡±, admite Firas Jielaty, de 25 a?os, que gestiona el caf¨¦ ¡®El efecto mariposa¡¯, ¨²ltimo refugio cultural en Alepo. De los tres amigos que montaron el caf¨¦ tan s¨®lo queda Firas, a los otros dos j¨®venes los mat¨® un mortero. Laure, que trabajaba antes del conflicto como azafata en la compa?¨ªa a¨¦rea siria, hoy lo hace como editora gr¨¢fica. ¡°Una vez a la semana salimos a despejarnos, beber un zumo y fumar tranquilamente una pipa de agua. Algo que nos haga sentir que podemos llevar una vida normal¡±, comenta la joven. ¡°Ya poco deporte podemos hacer, as¨ª que vamos a la piscina del Sheraton donde por 2000 liras sirias [10 euros] puedes relajarte durante unas horas nadando¡±, a?ade su compa?ero de mesa Aisa Yousef.
Con el Ej¨¦rcito alejando a los rebeldes de la capital, sus habitantes empiezan a respirar al tiempo que se acostumbran a la espor¨¢dica ca¨ªda de morteros y el sonoro sobrevuelo de los aviones de guerra. La militarizaci¨®n de la ciudad recuerda la de Beirut en tiempos de la guerra civil (1975-90). Los controles militares entorpecen todo tr¨¢nsito en la ciudad y se dividen en l¨ªneas para civiles y l¨ªneas para militares. Los conductores se han acostumbrado a hacerse con una baraja de carn¨¦s que les permitan pasar por las l¨ªneas de control militar, m¨¢s r¨¢pidas y menos atosigadas de veh¨ªculos que las civiles.
Muchos sirios se han acostumbrado a caminar, la forma m¨¢s r¨¢pida y barata de ir a trabajar para aquellos que a¨²n tienen un trabajo. Unos pocos osados lo hacen en patines o en bicicleta. Hace dos a?os aventurarse en la autopista que circunvala Damasco era una loter¨ªa donde en cualquier momento un enfrentamiento entre rebeldes y Ej¨¦rcito sirio pod¨ªa sorprender a los viajeros. Hoy est¨¢ despejada, lo que agiliza el tr¨¢fico en la capital. A las incomodidades ocasionadas por el tr¨¢fico diario se suman los cortes de luz y de agua.
Con seis millones de desplazados, un tercio han buscado refugio en Damasco congestionando la ciudad y lo que queda de sus infraestructuras. Mujeres y ni?os vestidos con harapos que han huido de los enfrentamientos en la periferia se agolpan ante las vitrinas de caf¨¦s y restaurantes. Los pocos clientes que a¨²n pueden permit¨ªrselo ya se han acostumbrado a una mendicidad antes inexistente en Siria. Hoy, la principal preocupaci¨®n de los sirios es la seguridad. Despu¨¦s, c¨®mo pagar el alquiler y llegar a final de mes.
Tras casi cuatro a?os sin salario, el treinta?ero Wisam, antes profesor de deporte y hoy desempleado, logra llenar sus d¨ªas. ¡°Para llegar a final de mes las familias nos reagrupamos. Mis tres hermanos han alquilado sus casas y vivimos todos en la de mis padres. Entre lo que sacan de alquiler y los dos o tres sueldos que a¨²n entran podemos llegar a final de mes¡±, explica. Los sirios consumen sus ahorros, que valen hoy mucho menos despu¨¦s de que la libra siria se haya devaluado en un 300% desde 2011. El sueldo medio de los funcionarios ¡ªel Estado es el mayor empleador del pa¨ªs¡ª oscila entre 75 y 225 euros mensuales.
Por las tardes, grupos de se?oras mayores se sientan a las puertas de sus hogares para disfrutar de la ca¨ªda de las temperaturas comentando la subida de los precios de las verduras, que se han triplicado. Las dificultades cotidianas son otro de los protagonistas de las conversaciones, desde el primo que fue secuestrado hasta los pormenores de la guerra, que les llegan a trav¨¦s de sus familiares por tel¨¦fono. Los hombres hacen lo propio en los caf¨¦s jugando a las cartas y fumando. Cada vez que suena una lejana explosi¨®n los viandantes reaccionan de forma colectiva sacando el m¨®vil de sus bolsillos y pronunciando simult¨¢neamente un sinf¨ªn de "?d¨®nde estas? ?Est¨¢s bien? ?Ve para casa en cuanto termines!".
Miles de j¨®venes ociosos rondan parques, caf¨¦s y bares. Con la destrucci¨®n de infraestructuras muchos se han quedado sin universidades o colegios a los que acudir. Obaida Qudsi, profesor de comunicaci¨®n visual en la Facultad de Bellas Artes de Alepo, ha creado Artgroup, un espacio para la expresi¨®n art¨ªstica de los j¨®venes en tiempos de guerra. ¡°Queremos devolver algo de color a esta ciudad marchita. Con la destrucci¨®n de las universidades en la periferia ¨¦ste ha sido un a?o r¨¦cord en el n¨²mero de alumnos inscritos¡±, asegura el profesor.
En el peque?o bar de Abu Georges, en el barrio cristiano de Damasco, un grupo de veintea?eros se desfoga de su cansina rutina. Ebrios, los j¨®venes se burlan c¨ªnicamente de los males de la guerra, desde las decapitaciones del Estado Isl¨¢mico a dificultades diarias como los cortes en Internet. Un sonoro aplauso suena cada vez que se corta la electricidad. ¡°?En qu¨¦ ocupamos nuestro tiempo libre? Pues nos despertamos, hablamos, surfeamos la red y bebemos. Y luego m¨¢s despertar, hablar, m¨¢s Internet y m¨¢s beber¡±, espeta Ashta, una de las j¨®venes del grupo, provocando un estallido de carcajadas entre el resto.
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