La fe religiosa deber¨ªa quedarse fuera de la pol¨ªtica
Todos los dictadores usaron a su favor la fe o el ate¨ªsmo Solo la democracia es siempre laica
Los obispos cat¨®licos entrevistar¨¢n por primera vez a los candidatos a la presidencia. En un pa¨ªs marcadamente religioso como Brasil, los pol¨ªticos se desviven para arroparse en las creencias y pr¨¢cticas religiosas en busca de votos.
En las campa?as son frecuentes las acusaciones a los candidatos de ser o religiosos o ateos, como si ello tuviera que comprometer sus decisiones desde el Congreso o el Gobierno.
La creencia religiosa no es un pecado, como no lo es el ate¨ªsmo o el agnosticismo. Lo es, si acaso, la voluntad de querer imponer la fe a los dem¨¢s, de servirse de los sentimientos religiosos para intereses espurios o para condicionar las leyes del Estado. Eso se llama fundamentalismo.
Los pol¨ªticos no han entendido que los brasile?os no les van a votar por ser m¨¢s o menos religiosos o por parecer amigos de cat¨®licos evang¨¦licos o espiritistas en un concurso para ver qui¨¦n de ellos aparece m¨¢s devoto.
La gente les admira o rechaza, m¨¢s bien, por su ¨¦tica, por su empe?o en hacer menos cruel la existencia de los dem¨¢s o por la fuerza con la que defienden las libertades y los derechos humanos. O por su lucha a favor de aquellos a quienes las pol¨ªticas clasistas dejan arrinconados en la pobreza y en el olvido.
Es verdad que, seg¨²n la encuesta del Instituto Brasile?o de Opini¨®n P¨²blica y Estad¨ªstica (Ibope), el 97% de los brasile?os cree que la fe en Dios ¡°hace mejores a las personas¡±, aunque quiz¨¢s lo que quisieron decir es que esa fe ¡°deber¨ªa¡± crear ciudadanos m¨¢s confiables, aunque en la pr¨¢ctica no siempre sea as¨ª.
Si el ateo o el agn¨®stico pueden ser tan buenas personas o m¨¢s que muchos creyentes, tambi¨¦n es cierto que el creer en alguna divinidad no debe ser motivo para desconfiar de esa persona.
La fe, laica o religiosa- ya que es imposible que exista alguien que no crea en algo o en alguien- es algo personal, que se practica en el silencio de la conciencia o en la intimidad de los templos, pero que debe quedarse a la puerta de las catedrales de la pol¨ªtica.
Toda exhibici¨®n o de fe o de ate¨ªsmo lleva ya el cu?o de la desconfianza de que pueda estar siendo usada como trampol¨ªn para fines terrenales.
Una de las grandes conquistas de la modernidad ha sido la separaci¨®n entre el trono y el altar, entre el Estado y la Iglesia. Cualquier tentaci¨®n de mezclar los dos poderes acaba en una operaci¨®n de integrismo enemigo de la democracia y de las libertades civiles.
Es curioso que todos los dictadores y tiranos de la historia, todos los fascismos, hicieron siempre alarde o de su fe o de su ate¨ªsmo. Es en el coraz¨®n de la verdadera democracia donde la fe o la incredulidad suelen aparecer con mayor discreci¨®n.
Hay personas a las que su fe, compatible con el respeto no solo a las dem¨¢s creencias sino tambi¨¦n a la no creencia, les hace m¨¢s llevaderas las amarguras de la vida, los desgarrones del alma o del cuerpo. Hasta en la hora de la muerte -seg¨²n me han asegurado m¨¦dicos agn¨®sticos- una fe verdadera puede hacer menos amargo ese salto al misterio.
Y existen tambi¨¦n aquellos a los que la ausencia de religi¨®n, vivida en el respeto de su conciencia sin que se la convierta en arma de proselitismo, les ayuda a enfrentar la vida sin muletas, en la soledad de su fe laica.
Por ello, querer aparecer en tiempos de elecciones como ¡°m¨¢s papistas que el papa¡±, es decir, m¨¢s creyentes que nadie (corriendo detr¨¢s de sacerdotes cat¨®licos o pastores evang¨¦licos para recibir bendiciones), degrada lo que de mejor y m¨¢s leg¨ªtimo tienen tanto la fe como el agnosticismo y acaba a la postre siendo rechazado por los electores.
Cuando el presidente de Uruguay, Jos¨¦ Mujica, se encontr¨® con el papa Francisco en el Vaticano, no se arrodill¨® ante ¨¦l para pedirle bendiciones. Le dijo sencillamente que a pesar de que ¨¦l era ¡°ateo¡± se sent¨ªa solidario con ¨¦l en la lucha a favor de los m¨¢s pobres y en la defensa de la justicia.
Y Francisco, antes de llegar a la c¨¢tedra de Pedro, dec¨ªa que cuando se encontraba con una persona no le interesaba saber en qu¨¦ Dios cre¨ªa. Solo ¡°si ayudaba a su pr¨®jimo¡±. Aquello le bastaba para que pudieran ser amigos.
Es bueno recordar esos ejemplos en estos momentos de elecciones en las que el diablo tienta a los pol¨ªticos a comerse santos y v¨ªrgenes y frecuentar templos y catedrales en la vana esperanza de poder as¨ª conseguir un pu?ado m¨¢s de votos.
Nadie mejor que el pueblo sencillo posee un verdadero radar para distinguir a los que creen de verdad de aquellos que, sin ser creyentes, se esfuerzan por parecer en las elecciones como m¨¢s devotos que nadie.
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