Mercaderes de almas
Hubo una ¨¦poca en la que tambi¨¦n millones de europeos huyeron del Viejo Continente y encontraron refugio
Usoni es el t¨ªtulo de una nueva serie de televisi¨®n de Kenia que se desarrolla en un escenario de ciencia ficci¨®n. En el a?o 2063, Europa es inhabitable, su medioambiente est¨¢ devastado y los europeos se disponen a huir en masa en direcci¨®n al sur, a ?frica. El ojo de la aguja hacia su destino es la isla de Lampedusa, en el Mediterr¨¢neo.
En el episodio piloto de la serie, presentado hace poco en Nairobi por Cherie Lindiwe, su directora, se ven im¨¢genes ligeramente movidas; es una producci¨®n de bajo presupuesto. Olas oscuras azotan el peque?o cascar¨®n en el que una joven pareja europea trata de alcanzar la isla. El agua salada salpica la cubierta, la pareja se abraza entre viajeros temerosos amontonados. A sus espaldas solo hay oscuridad, ya que hace unos a?os todos los volcanes de Europa despertaron al un¨ªsono: el Etna, el Eyjafjallaj?kull y otros. Escupieron a la atm¨®sfera densas nubes negras de ceniza, y bajo el techo de vapor se gest¨® la desdicha.
En su huida por el Mediterr¨¢neo, al que en tiempos mejores se refer¨ªan con arrogancia como Mare Nostrum, los blancos se enfrentan a las infames redes de inmigraci¨®n ilegales, a las patrullas costeras, a las olas. Pero, a pesar de todo, ¡°Europa ha muerto, aqu¨ª ya no queda nada¡±, dice Ulises, el protagonista (interpretado por el alem¨¢n F¨¦lix Vollmar), a su pareja Ofelia, que est¨¢ embarazada. ¡°?frica es el ¨²nico lugar al que podemos escapar para construir algo para nosotros¡±. Los agentes de fronteras los miran con cara de pocos amigos.
La corriente migratoria que sali¨® de Europa estaba formada por una media de medio mill¨®n de personas al a?o. Y eso durante todo un siglo, entre 1824 y 1924. En total, 52 millones de europeos abandonaron sus hogares en ese lapso de tiempo
Es un sugestivo experimento mental, un intercambio de papeles, y tal vez tambi¨¦n en cierta medida una fantas¨ªa africana de venganza. Usoni significa futuro en suajili. Cuando los refugiados europeos por fin logran llegar a ?frica, tienen que v¨¦rselas con las fastidiosas autoridades de inmigraci¨®n y con el racismo latente de sus acomodados habitantes.
Pero Usoni tambi¨¦n describe algo no tan alejado de la realidad. Para verlo no hace falta dirigir la mirada al a?o 2063. Efectivamente, hoy d¨ªa hay personas que han huido de ?frica y que est¨¢n a las puertas de la fortaleza de Europa, mientras la Uni¨®n Europea iza los puentes levadizos y, solo en los ¨²ltimos tiempos,lanza un par de salvavidas al agua (desde principios de a?o el Gobierno italiano est¨¢ desarrollando una iniciativa de salvamento de n¨¢ufragos llamada "Mare Nostrum"). Sin embargo, antes eran los propios europeos los que buscaban refugio. Durante siglos llegaron a tierras extra?as no solo como conquistadores, sino, con mucha m¨¢s frecuencia, cubiertos de harapos.
Ahora, cuando el ministro del Interior italiano Angelino Alfano quiere poner de manifiesto la amenaza que los inmigrantes africanos suponen para la UE cita con frivolidad una cifra tr¨¢gica. En 2011, un a?o r¨¦cord, 62.000 africanos se trasladaron a Europa, y en 2014, advierte Alfano, esta cuota podr¨ªa verse superada. Y lo mismo ha declarado Frontex, el organismo de la UE para la protecci¨®n de las fronteras, seg¨²n la cual en este trimestre ya han llegado 26.000 personas por el Mediterr¨¢neo, nueve veces m¨¢s que en el mismo periodo del a?o anterior.
Pero hay otra cifra mucho mayor y m¨¢s impresionante. La corriente migratoria que sali¨® de Europa estaba formada por una media de medio mill¨®n de personas al a?o. Y eso durante todo un siglo, entre 1824 y 1924. En total, 52 millones de europeos abandonaron sus hogares en ese lapso de tiempo. En 1882, tan solo de Alemania parti¨® un cuarto de mill¨®n de emigrantes. En comparaci¨®n con eso, hoy d¨ªa la situaci¨®n en el Mediterr¨¢neo es de pr¨¢ctica tranquilidad. Dice la placa de bronce del pedestal de la Estatua de la Libertad en el puerto de Nueva York? ¡°Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres. / Vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad¡±, poema de Emma Lazarus, ella misma hija de un inmigrante jud¨ªo. Con ellos se refer¨ªa, entre otros, a los irlandeses, que en el siglo XIX hu¨ªan de la plaga de la patata que caus¨® la muerte de un mill¨®n de personas, cuatro veces m¨¢s que la hambruna de 2011 en Somalia; o a los alemanes, que ya en ese siglo y sobre todo a principios del XX, viv¨ªan en el lado equivocado de la sociedad: arriba estaban los brillantes botones dorados de los oficiales, abajo, la depresi¨®n cada vez m¨¢s profunda de las masas. Principalmente en los a?os que siguieron a la proclamaci¨®n del imperio alem¨¢n en 1871, cientos de miles de alemanes pasaron hambre y sufrieron las consecuencias del desempleo; entre 1820 y 1890 eran el grupo m¨¢s numeroso entre los reci¨¦n llegados a Estados Unidos.
Todav¨ªa hoy en d¨ªa, en las viejas tabernas, se encuentran placas conmemorativas en recuerdo de aquellos inmigrantes. La ¨²nica diferencia con el presente es que su Lampedusa se llamaba isla de Ellis. Las ¡°masas hacinadas¡±, los inmigrantes econ¨®micos, eran bienvenidos.
Lo m¨¢s conmovedor quiz¨¢ sean las cartas personales que los emigrantes alemanes enviaron a sus hogares, escritas sobre papel amarillento que se deshace poco a poco en los pliegues. Todas las esperanzas a las que hoy d¨ªa se aferran los j¨®venes africanos que huyen en pateras se encuentran ya en ellas, solo que escritas en alem¨¢n. El que trabaja duro en Estados Unidos ¡°puede adquirir algunos bienes, y con ellos llevar una buena vida¡±, dice, por ejemplo, un entusiasmado Alvin Schreiter, emigrante alem¨¢n de 33 a?os, y justamente de eso es de lo que se vio privado por la depresi¨®n cr¨®nica de Alemania: de una oportunidad justa.
En 1882, tan solo de Alemania parti¨® un cuarto de mill¨®n de emigrantes. En comparaci¨®n con eso, hoy d¨ªa la situaci¨®n en el Mediterr¨¢neo es de pr¨¢ctica tranquilidad
Hoy d¨ªa, a principios del siglo XXI, entre los jornaleros africanos que trabajan en el sur de Espa?a en condiciones de semiesclavitud, tambi¨¦n hay algunos que enga?an a sus familias en ?frica. Les dicen que les va de maravilla, que ya son ricos y que pronto los traer¨¢n con ellos. Algo as¨ª escrib¨ªa Alvin Schreiter a su antiguo hogar en Sajonia en el siglo XIX: ¡°?Qu¨¦ era yo en Alemania. Un pobre desgraciado. ?Y qu¨¦ soy en Am¨¦rica? Un hombre respetable¡±. Durante la crisis econ¨®mica de 1873, ¨¦l, junto con su esposa y su hija Anna, de un a?o, cruzaron las peligrosas aguas del Atl¨¢ntico en un barco bamboleante (en la cubierta todo ten¨ªa que estar bien atado, escribe Alvin sobre el viaje, ¡°all¨ª se vomitaba y se cagaba todo lo que quisiese salir¡±), y luego describe a su familia una tierra de promisi¨®n: ¡°Aqu¨ª todo crece muy deprisa porque hace mucho calor¡±. Seg¨²n ¨¦l, las patatas se hac¨ªan ¡°grandes como jarras de cerveza¡±.
En realidad, Alvin Schreiter segu¨ªa pasando necesidad, como ha descubierto la archivera del Museo de la Emigraci¨®n de Hamburgo, que actualmente custodia sus cartas y las de muchos otros emigrantes alemanes v¨ªctimas de la pobreza. A pesar de todo, envi¨® recado a su madre de que deber¨ªa reunirse con ¨¦l para convencerse por s¨ª misma de la existencia de esa tierra de maravilla. ¡°Aqu¨ª no hay por qu¨¦ pasar hambre, porque en Am¨¦rica no es costumbre. En todas partes la gente se da festines como en un bautizo. Comemos carne todos los d¨ªas hasta hartarnos¡±.
Hasta que su hermano anuncia su llegada en 1879 no admite: ¡°Ahora mismo no te lo aconsejo, porque estamos en un mal momento. Hay centenares de hombres sin empleo. Yo trabajo en una serrer¨ªa. Hace seis semanas que estoy all¨ª, pero hasta ahora no ha habido d¨ªa de paga¡±. As¨ª es la suerte de un reci¨¦n inmigrado.
La profesi¨®n de traficante floreci¨® sobre todo en la Europa del siglo XIX, aunque solo fuese porque entonces el n¨²mero de clientes en potencia era significativamente mayor que en la actualidad
De muchas misivas se desprende tambi¨¦n el anhelo de libertad. En 1835, Heinrich Georg, que acaba de llegar a Estados Unidos, elogia en una carta a su familia los beneficios de la democracia: ¡°Aqu¨ª se goza de todas las libertades, del derecho de libre asociaci¨®n, de concentraci¨®n,? sin gendarmes ni peligro para la tranquilidad y la seguridad¡±. Cuenta tambi¨¦n que la actitud de veneraci¨®n hacia los poderosos habitual en Alemania no es costumbre en Estados Unidos: ¡°Quitarse el sombrero, lo mismo que los halagos y las reverencias, no son corrientes, ni siquiera en los tribunales¡±.
Los traficantes de personas ¡°se aprovechan de la desesperaci¨®n de los emigrantes¡±, afirma hoy d¨ªa Alfano, ministro italiano del Interior. La Uni¨®n Europea les ha declarado la guerra con sus aparatos de visi¨®n nocturna y las lanchas r¨¢pidas de las fuerzas de Frontex. Pero la profesi¨®n de traficante floreci¨® sobre todo en la Europa del siglo XIX, aunque solo fuese porque entonces el n¨²mero de clientes en potencia era significativamente mayor que en la actualidad. ¡°Agentes de emigraci¨®n¡±, se llamaban a s¨ª mismos los hombres que contaban bonitas historias sobre la supuesta vida f¨¢cil en Estados Unidos, y que organizaban la traves¨ªa del Atl¨¢ntico a cambio de sumas de dinero que equival¨ªan a los ingresos de todo un a?o. Es m¨¢s, tambi¨¦n sol¨ªan recibir una comisi¨®n de las empresas que realizaban el transporte por cada pasajero que consiguiesen, lo que a veces les animaba a utilizar m¨¦todos de captaci¨®n dudosos y falsas promesas, haci¨¦ndoles merecedores del apodo de ¡°mercaderes de almas¡±. Principalmente en Europa del Este. Se dedicaban a hacer pasar clandestinamente los puestos fronterizos a personas que deseaban escapar de la miseria. Los jud¨ªos que, a comienzos del siglo XX, quer¨ªan huir de los pogromos antisemitas, pero que a menudo no dispon¨ªan de pasaporte, no ten¨ªan otra opci¨®n si quer¨ªan llegar a los puertos de Hamburgo o Roterdam.
Los pol¨ªticos sol¨ªan calificar a los traficantes de delincuentes, y los acusaban de comerciar con seres humanos. En cambio, ahora, 150 a?os m¨¢s tarde, los libros de historia de Europa presentan bajo una luz diferente, o al menos m¨¢s suave, a los que ayudaron a los hambrientos y desesperados del continente a empezar una vida nueva. ¡°La demanda cada vez mayor requer¨ªa que hubiese un asesor capaz de organizar el desplazamiento y de aconsejar a los que quer¨ªan emigrar¡±, escribe comprensiva la historiadora Barbara Schuttpelz, por poner un ejemplo. Es cierto, admite, que algunos trabajaban ilegalmente. ¡°Pero, en general, su contribuci¨®n fue fundamental para que la emigraci¨®n masiva transcurriese sin problemas¡±.
El Nuevo Mundo acogi¨® a los emigrantes casi siempre con generosidad, y muchos encontraron la fortuna que buscaban. Ese fue el caso del renano Carl Schurz, que lleg¨® all¨ª en 1852 con apenas 23 a?os, y que, en un primer momento, qued¨® conmocionado por la ciudad de Nueva York: ¡°Por fin, all¨ª estaba yo en la gran rep¨²blica, la meta de mis sue?os, y me sent¨ªa absolutamente solo y abandonado¡±. 25 a?os despu¨¦s era ministro del Interior de Estados Unidos y un defensor de la abolici¨®n de la esclavitud y del derecho al voto de las mujeres.
Otros tuvieron m¨¢s dificultades para integrarse. Alvin Schreiter, el emigrante de las patatas supuestamente grandes como jarras de cerveza, se encontraba entre aquellos que, en el siglo XIX, formaron una sociedad paralela en la colonia Saxonia en Pensilvania (Pennsylvanien, dec¨ªa ¨¦l), y desde all¨ª escrib¨ªa a su familia en Zwickau: ¡°Pero Am¨¦rica tambi¨¦n tiene su lado oscuro, lo cual no gusta a todos. Aqu¨ª existe la Ley Dominical, y el domingo no est¨¢ permitido despachar cerveza, ni aguardiente, ni vino, y solamente entre semana se puede conseguir algo de beber en la taberna¡±. En algunos Estados de EE UU reinaba incluso la prohibici¨®n total: ¡°A esos Estados no vamos¡±.
Sobre este tema hablaba tambi¨¦n Elisabeth Philomena Schmidt, de 25 a?os, conocida como Else. Cuando su sobrecargado vapor transatl¨¢ntico se acercaba a Nueva York en 1926, el a?o de la prohibici¨®n, todos los pasajeros alemanes estaban embargados por la visi¨®n. ¡°Todos est¨¢bamos en cubierta y mir¨¢bamos fijamente la mancha oscura de tierra¡±, escribe en una carta. ¡°?Am¨¦rica! ?Se cumplir¨ªan nuestros deseos? Antes de que nuestro barco entrase en la zona americana, casi todos los hombres estaban achispados. Ninguno sab¨ªa cu¨¢nto tiempo estar¨ªa sin volver a beber vino¡±.
M¨¢s o menos las mismas desdichas que hab¨ªan dejado atr¨¢s, en Europa, segu¨ªan presentes all¨ª, es decir, la pobreza y las tensiones pol¨ªticas, exactamente los mismos ingredientes que hoy d¨ªa desencadenan las corrientes migratorias en ?frica, aunque solo sean arroyos comparadas con las de la vieja Europa. Elisabeth Philomena Schmidt, nacida en 1901, procede de un barrio miserable de Fr¨¢ncfort. Alemania est¨¢ entonces hundida de nuevo en la depresi¨®n, se dan golpes de Estado, y una serie de m¨¢s de 300 asesinatos pol¨ªticos por parte de la derecha aterroriza a la minor¨ªa de dem¨®cratas convencidos del pa¨ªs. Tres a?os antes, la inflaci¨®n desatada hab¨ªa hecho que todos los ahorros de la familia se evaporasen, y nadie sab¨ªa cu¨¢l ser¨ªa el pr¨®ximo acto de la locura de Alemania.
A lo mejor hoy dir¨ªamos que todo esto recuerda a Nigeria o a Libia. Pero ahora, menos de 100 a?os despu¨¦s, Alemania se encuentra en una buena situaci¨®n econ¨®mica y se ha convertido en un destino anhelado por los m¨¢s pobres en el coraz¨®n de una Europa que derrocha medios para aislarse de ellos.
Traducci¨®n: News Clips.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.