La emigraci¨®n est¨¢ en el ADN europeo
Se tiene a considerar la condici¨®n de refugiado como algo pasajero. Pero los grandes desplazamientos originados por los conflictos son parte de este mundo
Por el mundo se desplazan dos grupos de viajeros, ambos formados por muchos millones de personas. Unos viajan por propia voluntad y por placer. Son los turistas. Abandonan sus hogares para disfrutar de su tiempo libre en lugares ex¨®ticos, para conocer otros pa¨ªses, o para mezclarse con gente diferente. Al hacerlo, a veces incluso asumen alg¨²n riesgo, pero por regla general, el peligro est¨¢ cuidadosamente calculado. Transcurridas dos, tres o, menos frecuentemente, cuatro semanas de ausencia, vuelven al mismo lugar que hab¨ªan dejado, a la misma casa, al mismo trabajo, en el mismo entorno. El otro grupo, no tan voluntario, lo forman los emigrantes. Son menos numerosos que los turistas, pero suelen recorrer los mismos trayectos en los mismos medios de transporte y, adem¨¢s, suelen encontrarse en los mismos lugares. Porque a menudo sus econom¨ªas est¨¢n relacionadas: el hu¨¦sped de un pa¨ªs extranjero se encuentra con camareros, conductores, comerciantes, empleados de gasolinera, vigilantes y mendigos de otros pa¨ªses extranjeros. La diferencia reside en que los trabajadores abandonan sus patrias por necesidad y muchas veces no vuelven, y en caso de que en alguna ocasi¨®n viajen all¨ª donde una vez estuvo su hogar, ir¨¢n de vacaciones. Las personas se quedan, y a veces prosiguen su viaje.
Hay tres grupos de emigrantes: los trabajadores emigrantes, los exiliados cl¨¢sicos ¨C o, m¨¢s concretamente, los perseguidos pol¨ªticos con sus circunstancias individuales ¨C y las personas evidentemente cada vez m¨¢s numerosas que se ponen en marcha asfixiadas por la necesidad. En el caso del primer grupo, se trata de un acuerdo en mutuo beneficio: la gente emigra para encontrar trabajo en otro lugar o para conseguir m¨¢s ingresos. Y su nuevo pa¨ªs la necesita y la acoge al menos de cierto buen grado. El medio mill¨®n de emigrantes polacos de Masuria o Alta Silesia que llegaron en las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XIX a la regi¨®n del Ruhr eran trabajadores emigrantes. Y los cientos de miles de j¨®venes italianos, espa?oles y griegos con un buen nivel de estudios que se han trasladado a los pa¨ªses del norte de la Uni¨®n Europea desde que comenz¨® la crisis de 2008, tambi¨¦n forman parte de este grupo. Desde el punto de vista hist¨®rico, los trabajadores emigrantes han sido la norma dentro de los que se desplazan m¨¢s o menos en contra de su voluntad. Llevan milenios movi¨¦ndose, y si en las pasadas d¨¦cadas ¨C bien en forma de ¡°trabajadores invitados¡± que se quedaban periodos demasiado largos, de ¡°trabajadores emigrantes¡± que se establec¨ªan definitivamente, o de ¡°fuerza de trabajo estacional¡± que tambi¨¦n pasaba el invierno en el pa¨ªs ¨C se les ha adjudicado insistentemente la condici¨®n de ¡°problema¡±, no ha sido tanto debido a ellos mismos como a un Estado que quer¨ªa mantener con ellos una relaci¨®n estrictamente empresarial.
Da igual cu¨¢nto contribuyan los inmigrantes a los fondos de pensiones o al seguro de desempleo, porque los extranjeros, lisa y llanamente, no tienen derechos
El episodio del cierre del reclutamiento con el que, a ra¨ªz de la crisis del petr¨®leo, el Gobierno de Alemania Occidental intent¨® evitar la llegada de inmigrantes de los pa¨ªses europeos pobres en 1973, demuestra que este planteamiento calculador no se puede mantener mucho tiempo. Las razones del fracaso son m¨²ltiples. Una de ellas es que las ideas de las empresas sobre la fuerza de trabajo barata difieren de las del Estado, que tiene que administrar su llegada. Una segunda raz¨®n reside en que la fuerza de trabajo no est¨¢ constituida solo por ella misma, sino que conoce y necesita a otras personas, o es conocida y necesitada por ellas. Algunos ejemplos son los parientes, los amigos, los compa?eros, los compromisos de larga duraci¨®n o toda clase de rufianes. Los pa¨ªses con una larga y profunda historia colonial tienen m¨¢s experiencia en este tipo de relaciones que, digamos, la Rep¨²blica Federal de Alemania, que durante mucho tiempo ha sido un pa¨ªs de inmigraci¨®n antes de que sus propios pol¨ªticos lo reconociesen p¨²blicamente. La raz¨®n no es en ning¨²n caso que dichos pol¨ªticos no supiesen lo que pasaba a su alrededor, sino que de ese modo transmit¨ªan a sus votantes cu¨¢l era su posici¨®n ante el fen¨®meno: en el mejor de los casos se tolerar¨ªa con la condici¨®n de que no cupiese duda de que el inter¨¦s econ¨®mico de la poblaci¨®n nacional estaba garantizado. Por lo dem¨¢s, en esto, los pol¨ªticos conservadores se diferencian poco de sus colegas liberales o incluso verdes.
?Y qu¨¦ hay detr¨¢s de todo ello? El Estado nacional. Y es que, por mucho que se comporte tan bondadosamente¨C como hace sobre todo Suecia ¨C que pueda llegar hasta a acoger proporcionalmente a muchos m¨¢s inmigrantes que cualquier otro Estado occidental, seguir¨¢ distinguiendo entre dentro y fuera; entre ciudadanos, a los que contabiliza en su inventario, y aquellos que pertenecen a las reservas de otros Estados. ?No es curioso que, en los ¨²ltimos tiempos, se oiga decir con tanta frecuencia, refiri¨¦ndose a los j¨®venes espa?oles o italianos que buscan empleo en los Estados del norte de la Uni¨®n Europea, que se trata de personas muy bien preparadas y que por lo tanto ser¨ªa ventajoso acogerles dado que otro Estado ya ha pagado esa formaci¨®n? Y el ciudadano comparte el razonamiento. Esta clase de c¨¢lculo es tan solo la otra cara de la expectativa de que el propio Estado estar¨¢ al servicio del inter¨¦s personal, de manera que quienes vienen de fuera resultan ser beneficiarios sin derecho al beneficio. Desde este punto de vista, no tiene sentido repasar las cuentas. Da igual cu¨¢nto contribuyan los inmigrantes a los fondos de pensiones o al seguro de desempleo, porque los extranjeros, lisa y llanamente, no tienen derechos.
Generalmente se tiende a considerar la condici¨®n de refugiado como algo pasajero; como algo que va y viene y que tal vez un d¨ªa incluso desaparecer¨¢ del todo. Pero son? parte de este mundo y van a seguir si¨¦ndolo
En el siglo XIX, los movimientos migratorios todav¨ªa los formaban sobre todo trabajadores. Es cierto que estaban los jud¨ªos del Este, que, despu¨¦s de haber sido v¨ªctimas de los cada vez m¨¢s frecuentes pogromos en Rusia, se marcharon no solo a Estados Unidos, sino tambi¨¦n al oeste de Europa. Y por supuesto, exist¨ªan los refugiados pol¨ªticos, los carbonarios y los bonapartistas dispersos por Suiza, los nacionalistas polacos en Francia, los comunistas en Londres y Par¨ªs, los anarquistas, que se mov¨ªan por todo el mundo. Pero en total formaban un grupo de quiz¨¢s 10.000 personas, cuyo control era una cuesti¨®n de seguridad, pero no de pol¨ªtica exterior, para los Estados que los acog¨ªan. Esto cambi¨® sustancialmente con la Primera Guerra Mundial, a ra¨ªz de la cual los imperios Austroh¨²ngaro, Otomano y Ruso desaparecieron y fueron sustituidos por Estados nacionales. Desde entonces, el exilio y la b¨²squeda de asilo ha sido el destino de grandes masas de poblaci¨®n, una historia que comienza con los armenios, que antes de las masacres de los turcos abandonaron sus hogares en Anatolia; con los rusos, que, huyendo del r¨¦gimen comunista, buscaron refugio en Berl¨ªn (en 1920 viv¨ªan en la ciudad alrededor de un cuarto de mill¨®n de rusos); con el posiblemente m¨¢s de un mill¨®n de belgas que durante la Primera Guerra Mundial escaparon hacia Holanda y Gran Breta?a huyendo de los alemanes.
El moderno derecho de asilo, creado en la d¨¦cada de 1920, reflejaba las nuevas circunstancias pol¨ªticas. No solo institucionalizaba la figura del refugiado, sino que tambi¨¦n la nacionalizaba. Lo que surgi¨® con ¨¦l, en forma de organismos, legislaci¨®n y procedimientos en torno a los refugiados, no fue en ning¨²n momento solo una medida humanitaria, sino siempre un instrumento de la pol¨ªtica exterior. La raz¨®n es que, en la relaci¨®n entre Estados, el asilo se concibe como una excepci¨®n. Un refugiado es un ciudadano que pertenece en realidad a un poder estatal ajeno, al cual se le priva de ¨¦l al menos temporalmente. Por eso, dicha excepci¨®n no puede fundamentarse ¨²nicamente en que una persona quiera escapar de la persecuci¨®n en la que vive. Por el contrario, en la decisi¨®n siempre entrar¨¢ en juego el otro Estado, y solo si este se demuestra censurable a ojos del pa¨ªs que concede el asilo, se tomar¨¢ efectivamente en consideraci¨®n la posibilidad de otorgarlo. De ah¨ª que el derecho de asilo solo adquiriese verdadera entidad con la Guerra Fr¨ªa, y que siempre flote en el aire la sospecha de que a lo mejor el interesado no es m¨¢s que un ¡°refugiado econ¨®mico¡±.
Jam¨¢s ha habido m¨¢s personas huyendo por el mundo que en la segunda mitad de la d¨¦cada de 1940. El historiador brit¨¢nico Peter Gatrell, cuyo libro The Making of the Modern Refugee [El origen del refugiado moderno] (Oxford University Press, 2013) documenta la historia de la figura del refugiado en el siglo XX, ha calculado que, despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, 175 millones de personas tuvieron que buscar una nueva patria, entre ellas 12 millones que llegaron a Alemania procedentes de sus antiguos territorios orientales y de Checoslovaquia. Todav¨ªa quedan algunas, como los dos millones y medio de palestinos que viven en campos de refugiados. Adem¨¢s, desde entonces se les han a?adido muchas m¨¢s, como es el caso de las v¨ªctimas de las guerras civiles yugoslavas o los dos millones de refugiados de Irak que viven provisionalmente en Turqu¨ªa. Generalmente se tiende a considerar la condici¨®n de refugiado como algo pasajero; como algo que va y viene y que tal vez un d¨ªa incluso desaparecer¨¢ del todo. Pero estos desplazamientos no son ni epis¨®dicos, ni afectan a las sociedades occidentales solo tangencialmente. Son parte de este mundo y van a seguir si¨¦ndolo.
Actualmente llegan a Europa cada a?o unas 200.000 personas de ?frica o de Oriente Pr¨®ximo pidiendo asilo. Son pocas en comparaci¨®n con los millones y millones que se desplazaron despu¨¦s de la Primera y, sobre todo, de la Segunda Guerra Mundial
En lo que llevamos de a?o, unos 124.000 refugiados han llegado a Italia por el Mediterr¨¢neo. La mayor parte procede de Siria e Irak (es decir, de una regi¨®n en la que los pa¨ªses occidentales industrializados est¨¢n sosteniendo guerras, por muy indirectamente que sea), as¨ª como de Estados al sur del S¨¢hara: Sud¨¢n, Eritrea, Mal¨ª o Somalia. A diferencia de lo que ocurr¨ªa hace unos a?os, actualmente no solo vienen j¨®venes que creen en un futuro mejor en Europa, sino poblaciones enteras que ya no pueden sobrevivir en su patria porque los se?ores de la guerra se han adue?ado de Somalia; porque en Mal¨ª combaten los islamistas, los rebeldes tuaregs y las tropas francesas; porque Eritrea no logra llegar a un acuerdo sobre las fronteras ni con Etiop¨ªa ni con Somalia. Y, al fin y al cabo, cada uno de estos conflictos es expresi¨®n y consecuencia de que los respectivos Estados no pueden sostenerse ni econ¨®mica ni pol¨ªticamente en las condiciones de una globalizaci¨®n cada vez m¨¢s intensa. Ya no tienen econom¨ªa, y su pol¨ªtica consiste en la guerra, hacia dentro, hacia fuera y en ambas direcciones. La inutilidad de un Estado as¨ª la sufren en sus propias carnes las personas que pertenecen a su inventario y la ponen de manifiesto los pol¨ªticos europeos y sus medios de comunicaci¨®n al convertir a esas personas en una ¡°corriente¡± o una ¡°avalancha¡±.
Actualmente llegan a Europa cada a?o unas 200.000 personas de ?frica o de Oriente Pr¨®ximo pidiendo asilo. Son pocas en comparaci¨®n con los millones y millones que se desplazaron despu¨¦s de la Primera y, sobre todo, de la Segunda Guerra Mundial, y que, sin embargo, y salvo algunas excepciones (entre las que se encuentran principalmente los palestinos) siempre encontraron una nueva patria. Y aun as¨ª, la inquietud cunde no tanto entre los pol¨ªticos ¨C que, como siempre, insisten en que todas las obligaciones de sus respectivos Estados en relaci¨®n con los refugiados ya est¨¢n m¨¢s que cumplidas ¨C como entre la gente corriente. Detr¨¢s de la idea de la hiperextranjerizaci¨®n no solo se oculta el mero hecho de que los inmigrantes de ?frica o de Oriente Pr¨®ximo son claramente visibles en el paisaje urbano, a diferencia, digamos de los b¨²lgaros o de los rusos, ni tampoco solo el racismo habitual. M¨¢s bien viene acompa?ada por la sospecha de que las ¡°mareas de refugiados¡±, como dice la desagradable met¨¢fora, que ¡°inundan¡± los pa¨ªses del coraz¨®n de Europa tan solo representan el inicio de un movimiento mucho mayor, y de que existe una relaci¨®n entre el bienestar de que se disfruta en Europa y la miseria que reina en esos continentes y que engendra multitudes que presumiblemente no puedan ser ¨²tiles a ninguna pol¨ªtica ni a ninguna econom¨ªa nacional. Suena al comienzo de la emigraci¨®n de los pueblos superfluos.
Este proceso resulta todav¨ªa m¨¢s inquietante porque, aunque tenga que ver directamente con Europa, sucede en gran medida fuera del continente. El r¨¦gimen de violencia ligado a la vigente pol¨ªtica de asilo, generalmente llamado Frontex, de momento solo es reconocible como tal en las fronteras exteriores de Europa. Mientras sea as¨ª, seguir¨¢ siendo algo que sucede lejos, en otra parte del mundo. La ilusi¨®n reinante dentro de estas fronteras de que Europa es una manifestaci¨®n m¨¢s bien pac¨ªfica solo se puede sostener porque los conflictos en cierto modo est¨¢n externalizados. No es que se pueda confundir el interior del continente con las condiciones en la ci¨¦naga, pero hasta los episodios de violencia en los suburbios de Par¨ªs o en el West End de Londres no son sino una p¨¢lida sombra de lo que ocurre junto a las vallas griegas, frente a las costas italianas o delante de las fortificaciones fronterizas marroqu¨ªes, por no hablar de lo que es sobrevivir al sur del S¨¢hara.
Lo que se recrimina con m¨¢s frecuencia a los Estados de los que proceden los refugiados? es su incapacidad para impedir que sus ciudadanos huyan
Hay razones de peso para sospechar que se est¨¢ fraguando algo nuevo y tal vez amenazador. Se puede ver, por ejemplo, en que para estos movimientos de refugiados ya no son v¨¢lidas las relaciones interestatales, ni tampoco las circunstancias sobre las cuales se asent¨® la creaci¨®n del derecho de asilo del siglo XX. De ah¨ª que lo que se recrimine con m¨¢s frecuencia a los Estados de los que proceden los refugiados sea su incapacidad para impedir que sus ciudadanos huyan. O, en otras palabras, sencillamente en ellos no hay nadie con quien un ministro italiano de Exteriores o incluso un comisario de Naciones Unidas pueda negociar y, ni que decir tiene, nada sobre lo que negociar. Y esto vale no solo para los pa¨ªses de origen de los emigrantes, sino tambi¨¦n para los Estados que tienen que atravesar en su desplazamiento, por ejemplo, para embarcarse en direcci¨®n a Italia. Pero, ?qui¨¦n querr¨ªa recordar que ninguno de esos Estados miserables se encontrar¨ªa en su situaci¨®n actual sin la vital colaboraci¨®n de las grandes potencias del mundo? ?O el empe?o con que no hace tanto tiempo se pretend¨ªa ajustar las cuentas con personajes como Bachar el Asad? ?Qui¨¦n querr¨ªa darse por enterado de que fueron los propios Estados occidentales los que, durante la Primavera ?rabe, y sobre todo en Libia, tomaron parte activa en el derrocamiento de las viejas autocracias, de manera que hoy sus pa¨ªses pueden servir de paso a los refugiados?
A la vista de tales circunstancias, de nada vale insistir en que Europa no resistir¨¢ una inmigraci¨®n descontrolada. Por el contrario, muy bien podr¨ªa ocurrir que los Estados de este continente no tengan que decidir qu¨¦ pueden soportar y qu¨¦ no, ya que la inmigraci¨®n es un hecho, y no toma en consideraci¨®n las intenciones de las respectivas econom¨ªas nacionales. Pero cuanto m¨¢s se intente hacer frente a este nuevo tipo de inmigraci¨®n aferr¨¢ndose a los viejos m¨¦todos legales y econ¨®micos, m¨¢s duras se volver¨¢n las alternativas. Al final no habr¨¢ otras que muerte o integraci¨®n. Y como algo as¨ª no debe ocurrir, Europa tendr¨¢ que abrirse de forma tan controlada y meditada como sea posible.
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