La ciudad de la utop¨ªa languidece
Eisenh¨¹ttenstadt, modelo del proyecto de Alemania del Este, se hunde en la despoblaci¨®n
Tom Hanks estuvo aqu¨ª. Con gorra y gafas de sol, el actor entr¨® a la oficina de turismo de Eisenh¨¹ttenstadt, contrat¨® un tour hist¨®rico y, unas semanas despu¨¦s describi¨® en la televisi¨®n de EE UU su fabuloso recorrido por la ciudad siderometal¨²rgica, que es lo que significa su nombre. Dos a?os despu¨¦s, la foto de Hanks sigue en los edificios p¨²blicos. Durante mucho tiempo Eisenh¨¹ttenstadt esper¨® que su visita alimentara una ola de turistas que sacase de la depresi¨®n a esta peque?a poblaci¨®n de Alemania del Este, junto a la frontera polaca. Pero no ha sido as¨ª. A¨²n no.
Tras la destrucci¨®n de la II Guerra Mundial, el Este era un erial donde se trabajaba por un mendrugo de pan. En este mundo pobre y gris, la Rep¨²blica Democr¨¢tica de Alemania decidi¨® levantar una ciudad que promet¨ªa trabajo y casas con jard¨ªn, donde se har¨ªa deporte y existir¨ªa un teatro pero no la propiedad privada. Los arquitectos construyeron ¡°la primera ciudad socialista de Alemania¡± alrededor de una nueva planta sider¨²rgica que quedaba al final de la calle principal, imponente y familiar. Se inaugur¨® en 1953 con el nombre de Stalinstadt, y ocho a?os despu¨¦s era Eisenh¨¹ttenstadt. Sus habitantes fueron j¨®venes privilegiados. Hab¨ªa que mimarlos porque representaban la utop¨ªa que el comunismo traer¨ªa a la humanidad.
La reunificaci¨®n de las dos Alemanias hundi¨® el proyecto. Los primeros planes del cierre de la metal¨²rgica llegaron en 1990. ArcelorMittal la compr¨®, pero redujo dr¨¢sticamente la plantilla para que fuera solvente en un mercado abierto. Desde entonces, 20.000 de los 50.000 habitantes de la ciudad la han abandonado.
En una soleada tarde de martes, el se?or Casajus retrata una de las estatuas de la ciudad para una exposici¨®n de su club de fotograf¨ªa. De familia espa?ola emigrada a Alemania por la Guerra Civil, el jubilado vive en la cercana Frankfurt Oder. ¡°En lo arquitect¨®nico, el centro de esta ciudad es espectacular¡±, cuenta refiri¨¦ndose a la imponente limpieza geom¨¦trica de los edificios restaurados respetando el estilo del Realismo socialista. Casajus es f¨ªsico y trabaj¨® en la sider¨²rgica local hacia el final de su carrera. ¡°Ahora veo una poblaci¨®n envejecida¡±, cuenta.
Para llevarle la contraria, a su alrededor hace piruetas con una bicicleta Dennis Maisch, de 14 a?os. ¡°Es un lugar genial para hacer deporte¡±, opone. La falta de trabajo no le preocupa a¨²n, aunque dice que de mayor le gustar¨ªa quedarse en un lugar cerca de la familia, algo dif¨ªcil en la zona.
El fin de un sue?o
- Stalinstadt se fund¨® en 1953 y en 1961 su nombre cambi¨® por el de Eisenh¨¹ttenstadt.
- Su poblaci¨®n inicial era tan joven que el cementerio no se inaugur¨® hasta 1973.
- La poblaci¨®n est¨¢ a 120 kil¨®metros de Berl¨ªn y en la frontera con Polonia, pero vive de espaldas al pa¨ªs vecino.
- Desde 1989, los habitantes han ca¨ªdo de 53.048 a los 27.205. La mayor¨ªa son jubilados o viven de ayudas sociales.
Se suma a la escena Ben Kaden para charlar con Casajus de su pasi¨®n com¨²n por la ciudad. Kaden, investigador universitario residente en Berl¨ªn pero nacido hace 38 a?os en Eisenh¨¹ttenstadt, escribi¨® durante a?os un conocido blog sobre la ciudad, y ahora disfruta mostr¨¢ndola.
Su primera parada es el Centro de Documentaci¨®n de la Vida Cotidiana. El museo, lleno de televisores, muebles y fotos de la RDA, ocupa una antigua guarder¨ªa. Al entrar, unas hermosas vidrieras de Walter Womacka retratando las delicias de una infancia socialista crean una atm¨®sfera de iglesia laica. Entusiasmado, Kaden se arrodilla ante una pared y fotograf¨ªa el reflejo de los cristales de colores.
Con modales suaves y una mente s¨®nica, Kaden es un espectador cr¨ªtico del paisaje. Estudi¨® sociolog¨ªa del urbanismo y su ciudad es el mejor laboratorio que pudo so?ar. Ante una vitrina de viejos libros reflexiona sobre los m¨¦todos de alienaci¨®n socialista, pero conoce desde dentro el contexto y se permite cierta nostalgia ante juguetes de su infancia. Eisenh¨¹ttenstadt fue una utop¨ªa m¨¢s, como Brasilia, la Wolfsburgo nazi o, a escala m¨¢s pedestre, las 300 colonias que cre¨® Franco en Espa?a en torno a un ideal campesino y cristiano.
El profesor disfruta conversando con la gente. Da igual que sean las trabajadoras del museo, que le relatan la experiencia deprimente de ver la ciudad diluirse, o los primeros kurdos instalados all¨ª para vender kebabs, atosigados por el ambiente mortuorio que impregna todo. Pero lo m¨¢s com¨²n es encontrar ancianos por las amplias y luminosas avenidas. Todos tienen un relato similar salpicado de circunstancias personales: llegaron 40 a?os atr¨¢s por la f¨¢brica, y viven y han vivido una buena vida. Sus a?oranzas tambi¨¦n son comunes: ni?os en las calles, y escapar a la sensaci¨®n de naufragio que es envejecer en la ciudad modelo de un modelo que ya no existe.
Saben que han sido afortunados. Por eso en 1989, mientras en Berl¨ªn ca¨ªa el Muro, all¨ª no hubo manifestaciones. ¡°Con el cambio s¨®lo pod¨ªan perder¡±, razona Kaden sobre el conformismo de la ¨¦poca. Y recuerda que, pese a ¨¦l, sigui¨® una etapa de efervescencia: grandes debates intelectuales en los j¨®venes de los noventa, anarquistas y punks que ahora es dif¨ªcil imaginar caminando por este reducto de paz.
Para los j¨®venes de hoy la situaci¨®n es dura, sin matices. Igual que sus mayores representaron la fotograf¨ªa ideal del socialismo, a ellos les ha tocado ser el reflejo de la mitad del pa¨ªs que la actual Alemania a¨²n sufre para digerir. Apenas hay trabajo. Y aunque el paro nunca suba del 10%, los datos son enga?osos debido a la ingente cantidad de jubilados y el galopante despoblamiento. ?ste es tal que desde 2002 se ejecuta un plan municipal para derribar los edificios modulares de las afueras y concentrar a la poblaci¨®n en los de mejor calidad del centro.
El laboratorio social de Eisenh¨¹ttenstadt es infinito. Ahora la ciudad est¨¢ viviendo tensiones con los refugiados sirios que en el ¨²ltimo a?o han llegado a un centro de acogida cercano. Los medios de comunicaci¨®n alemanes se han regalado con las historias de patrullas ciudadanas que vigilaban las calles ante el miedo a lo extra?o, alimentando un miedo a¨²n m¨¢s cerval a la extrema derecha alemana, en expansi¨®n en las zonas deprimidas.
Es dif¨ªcil soslayar el desencanto. Incluso para el entusiasta Kaden. Hace un a?o prepar¨® un proyecto para que artistas de Berl¨ªn tuvieran una residencia en la ciudad, pero no sali¨® adelante, asegura que por la falta de entrega del Ayuntamiento. El turismo hist¨®rico tampoco parece que se explote. Sylvia Meumann, en la oficina de turismo, asegura que el negocio va bien, pero en la calle no se ve ning¨²n visitante, y en la oficina no hablan ni tienen folletos en una lengua que no sea el alem¨¢n. Incluso la supervivencia del Centro de la Vida Cotidiana corre peligro por la falta de financiaci¨®n.
Kaden contin¨²a caminando por la ciudad, hablando con todos, desgranando an¨¦cdotas (¡°Ah¨ª vivi¨® Tamara Bunke, novia del Che¡±) e ironizando sobre el mobiliario ¡°que enloquece a los frikis del dise?o de Berl¨ªn¡±. Se detiene a tomar fotos para documentar c¨®mo cambia la vida con el tiempo.
Pero llega la noche y Kaden toma el tren de vuelta a su casa. Los ancianos se retiran y los adolescentes salen en fila por la carretera hacia los McDonald's de la periferia. Las calles desiertas de Eisenh¨¹ttenstadt se acuestan otra noche esperando la riqueza que prometi¨® una visita de Tom Hanks. Al final de la avenida principal s¨®lo quedan abiertos los ojos rojos de la f¨¢brica.
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