Esperando a la generaci¨®n del Muro
Es pronto para interpretar un acontecimiento hist¨®rico de esta magnitud. Ser¨¢n los j¨®venes que nacieron en 1989 los que tomen el testigo. Ellos cambiar¨¢n esta Europa en crisis
"Tiramos chocolatinas a los guardias mofletudos de Alemania del Este que hacen guardia (?contra qui¨¦n?, ?para defender qu¨¦?) sobre un muro que desde ayer es ya algo in¨²til. Las apartan con las botas. Uno de los berlineses que est¨¢ a mi lado vuelve a intentarlo: ¡®?No quieres un cigarrillo occidental?¡¯. T¨ªmido rechazo. Yo le pregunto: ¡®?Por qu¨¦ est¨¢s ah¨ª?¡¯. Me responde: ¡®Las solicitudes de entrevista deben hacerse por adelantado, a este lado y al suyo¡±.
Son frases anotadas en mi cuaderno. Instantes absurdos del momento m¨¢s trascendental de nuestra ¨¦poca. En alem¨¢n, todos los sustantivos se escriben con may¨²scula, de modo que cualquier pared es "Mauer". En espa?ol hay muchos muros, pero s¨®lo un Muro. El que cay¨® la noche del jueves 9 de noviembre de 1989.
Algunas de mis notas las publiqu¨¦ a?os despu¨¦s y por eso las recuerdo: la pareja de provincias, jadeante y sin aliento, que pregunt¨®: ¡°Perdone, ?es esta la salida?¡±; el hombre que sub¨ªa por Friedrichstrasse gritando ¡°?28 a?os y 91 d¨ªas!¡± (el tiempo que hab¨ªa vivido al otro lado del Muro); el cartel improvisado que proclamaba: ¡°Hoy termina verdaderamente la guerra¡±.
Pero me hab¨ªa olvidado de otras cosas, y algunas resultan inc¨®modas para la leyenda de la liberaci¨®n. Por ejemplo, durante un debate en un famoso teatro de Berl¨ªn Este, tres d¨ªas despu¨¦s de la ca¨ªda, Markus Wolf, alias Mischa, el hist¨®rico jefe de esp¨ªas germano oriental que unos a?os antes, tras jubilarse, hab¨ªa apoyado las reformas de Gorbachov, defendi¨® todav¨ªa a la Stasi.
La emoci¨®n de aquel d¨ªa solo se entiende si se imagina lo que era vivir tras la ¡°muralla de protecci¨®n antifascista¡±
¡°La mayor¨ªa de sus agentes no son torturadores ni bestias¡±, escribe mi l¨¢piz indignado, sino ¡°gente decente, limpia¡±. Wolf insisti¨® en que no era responsable de haber perseguido a los disidentes (sonido de Pilatos lav¨¢ndose las manos) y dijo que deb¨ªa ¡°existir un aparato para la seguridad del Estado y los ciudadanos, como en cualquier pa¨ªs desarrollado¡±. Y anoto, con obvio asombro: ¡°?Grandes aplausos!¡±.
Algunos de los que aplaud¨ªan en el Deutsches Theater se acordar¨¢n ahora de su reacci¨®n. Nietzsche: ¡°Lo hice¡¯, dice mi memoria. ¡®No puedo haberlo hecho¡¯, dice mi orgullo, implacable. Hasta que, al final, la memoria se rinde¡±.
Y luego, los dos periodistas televisivos estadounidenses a los que o¨ª hablar en el aeropuerto cuando volv¨ªa: ¡°Qu¨¦ buena informaci¨®n¡±. ¡°S¨ª, ha dado para ayer y para hoy¡±. ¡°S¨ª, pero ya ha deca¨ªdo el inter¨¦s¡±¡ Seguro que ahora no lo cuentan as¨ª. Ah, qu¨¦ recuerdos.
Mi padre desembarc¨® en Normand¨ªa en la primera oleada. A veces iba a los actos de conmemoraci¨®n en las playas, firme, de traje oscuro, con sus medallas y la miniatura de su Cruz Militar. El 25? aniversario del desembarco se cumpli¨® en 1969, de modo que hablar hoy de la ca¨ªda del Muro es como hablar de los recuerdos del D¨ªa D el a?o en que los Beatles publicaron Abbey Road y Neil Armstrong pis¨® la Luna. No pretendo comparar mi experiencia con la de mi padre. ?l arriesg¨® su vida por la libertad de los pueblos europeos; yo no llevaba m¨¢s que un cuaderno. Pero el calendario me dice que, para alguien nacido despu¨¦s de 1989, yo debo de ser el t¨ªpico veterano que repite historias de batallitas, mientras los alumnos aburridos escriben en sus tel¨¦fonos.
Entonces, ?por qu¨¦ no dejar que hablen ¨¢vidos historiadores de una nueva generaci¨®n, despu¨¦s de estudiar los documentos, entrevistar a los supervivientes y conocer las consecuencias? Que ellos nos cuenten ¡°lo que pas¨® de verdad¡±, como dijo el padre de la historiograf¨ªa moderna, Leopold von Ranke (que fue profesor en la principal universidad de Berl¨ªn, hoy llamada Universidad Humboldt).
En el avi¨®n que me tra¨ªa hace poco de vuelta de Varsovia termin¨¦ un nuevo libro de la historiadora estadounidense Mary Elise Sarotte. Se titula The Collapse: The Accidental Opening of the Berlin Wall (El colapso: La apertura accidental del muro de Berl¨ªn). Comienza con una escena protagonizada por un famoso periodista norteamericano, Tom Brokaw, informando desde el Muro. En realidad, los alemanes del Este viv¨ªan pendientes de los presentadores de los informativos de Alemania Occidental (los canales de la televisi¨®n occidental llegaban a la mayor parte de la zona oriental, salvo un remoto rinc¨®n apodado ¡°El valle de los despistados¡±). Figuras llenas de autoridad como el venerable y canoso Hanns-Joachim Friedrichs, de ARD, que a las 22.40 declar¨®: ¡°Este 9 de noviembre es un d¨ªa hist¨®rico. La RDA ha anunciado que sus fronteras est¨¢n abiertas para todos, con efecto inmediato¡±. En algunos pasos fronterizos ya hab¨ªa muchedumbres, pero esa proclamaci¨®n anul¨® por completo las advertencias de la televisi¨®n estatal oriental de que hab¨ªa que pedir permiso y arrastr¨® todav¨ªa a m¨¢s berlineses del Este al muro de hormig¨®n que les manten¨ªa encerrados desde 1961.
Dejando aparte el hecho de que empiece con Brokaw, pensando en los lectores estadounidenses, el libro de Sarotte es una h¨¢bil y documentada reconstrucci¨®n de la serie de errores de los l¨ªderes orientales ¡ªy decisiones individuales como la del jefe de fronteras Harald J?ger, que estaba de guardia esa noche en Bornholmer Strasse¡ª que convirtieron un supuesto proceso de apertura controlada en la fiesta de liberaci¨®n popular m¨¢s celebrada del mundo. Errores como la redacci¨®n de un documento oficial sobre la liberalizaci¨®n de los viajes que incluy¨® Berl¨ªn y el resto de la frontera interior de Alemania, o el famoso momento en el que el miembro del Politbur¨® G¨¹nter Schabowski, durante una rueda de prensa en la tarde del 9 de noviembre, sugiri¨® que la gente pod¨ªa empezar a viajar ¡°inmediatamente¡±. Errores que construyen la historia, dice Sarotte.
El subt¨ªtulo, La apertura accidental, es acertado y no lo es. No, en el sentido de que el viejo r¨¦gimen de Berl¨ªn Este no pod¨ªa seguir como hasta entonces, puesto que Mija¨ªl Gorbachov se dispon¨ªa a fomentar nada menos que grandes reformas y, sobre todo, a aceptar una revoluci¨®n pac¨ªfica negociada, como las que ya estaban en marcha en Polonia y Hungr¨ªa. Y s¨ª es acertado porque todos aquellos factores accidentales, como las reacciones espont¨¢neas de los habitantes de Berl¨ªn Este, las informaciones televisivas de Alemania Occidental, los errores de las autoridades, cambiaron para siempre Berl¨ªn, Alemania, Europa y el mundo.?
Como destaca Sarotte, el porqu¨¦ es inseparable del c¨®mo. En este caso, el c¨®mo fue una parteesencial del momento y un factor decisivo para sus consecuencias. No s¨®lo proporcion¨® im¨¢genes inolvidables, que constituyen en s¨ª el acontecimiento (comparables, aunque en positivo, a la ca¨ªda de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001), sino que adem¨¢s se?al¨® el traspaso del poder de las autoridades al pueblo. Todo el mundo dijo que el Muro estaba abierto, as¨ª que se abri¨®. Todo el mundo dijo que las cosas hab¨ªan cambiado, as¨ª que cambiaron.
?Qu¨¦ puede saber la persona que estaba all¨ª entonces que no sepan los historiadores o los que han venido despu¨¦s? Sobre todo, lo que se sinti¨®, algo que, en el caso del Muro, no es tan f¨¢cil de comunicar como parece. Cualquiera puede imaginar c¨®mo era desembarcar en una playa de Normand¨ªa bajo el fuego de las ametralladoras de la Wehrmacht, esquivando minas y sabiendo que cualquier instante pod¨ªa ser el ¨²ltimo. La imagen que tenemos est¨¢ quiz¨¢ m¨¢s cerca de Tom Hanks que de la realidad ¡ªa mi padre, cuando le pregunt¨¦ en sus ¨²ltimos a?os, tambi¨¦n le costaba evocarla, o al menos describirla¡ª, pero el impacto dram¨¢tico es evidente.
M¨¢s dif¨ªcil es capturar la intensidad del 9 de noviembre de 1989. Para empezar, no es lo que se ve en la gran mayor¨ªa de fotos y v¨ªdeos de entonces, im¨¢genes del Muro cubierto de alegres pintadas. Ese era el lado occidental, el lado libre, el que ya gozaba de libertad de expresi¨®n.
Desde luego que fue un momento importante para Berl¨ªn Oeste y para los alemanes occidentales en general, pero el d¨ªa fundamental para ellos, el de la unificaci¨®n, lleg¨® casi un a?o m¨¢s tarde, el 3 de octubre de 1990, despu¨¦s de que la mayor¨ªa de los orientales votaran a favor y Helmut Kohl y George H. W. Bush lo negociaran con Gorbachov. El d¨ªa de la ca¨ªda del Muro supuso la liberaci¨®n para quienes estaban detr¨¢s, no para quienes viv¨ªan a este lado.
Por tanto, lo importante era el otro lado del hormig¨®n, la pared que la gente no hab¨ªa coloreado con aerosoles, pero que hab¨ªa tratado de trepar poniendo en peligro su vida. La emoci¨®n de aquel d¨ªa s¨®lo se entiende si se imagina lo que era para una persona vivir tras aquella ¡°muralla de protecci¨®n antifascista¡± (su mentiroso nombre oficial), sin haber pisado jam¨¢s la mitad occidental de su propia ciudad y con la perspectiva de seguir as¨ª durante a?os.
Esa es otra cosa que ni los mejores historiadores logran transmitir del todo: el sentimiento de lo que no se sab¨ªa entonces. Para quienes viv¨ªan al otro lado del Muro, este se hab¨ªa convertido casi en los Alpes, un rasgo geogr¨¢fico aparentemente inmutable. Incluso cuando las cosas empezaron a cambiar dr¨¢sticamente en Polonia y Hungr¨ªa, la mayor¨ªa de la gente sigui¨® pensando que aquellos Alpes no pod¨ªan desmoronarse. Los sosten¨ªa un imperio nuclear. En el verano de 1989, despu¨¦s de visitar Varsovia y Budapest, fui a ver a un peque?o c¨ªrculo de amigos disidentes en Berl¨ªn Este, ya que por fin me hab¨ªan concedido un visado que durante mucho tiempo me hab¨ªan negado. ¡°Bueno¡±, dijeron, pesimistas, ¡°tal vez est¨¦ pasando en Polonia y Hungr¨ªa, pero aqu¨ª no es posible¡±.
El a?o 1989 hizo posible la Europa actual, con sus libertades y defectos. Tuvo repercusi¨®n en todos los rincones del mundo
Por m¨¢s que el historiador advierta sobre los peligros de analizar las cosas a posteriori, es imposible desaprender lo que ¨¦l y sus lectores saben de lo que sucedi¨® despu¨¦s. Por eso, aunque uno no caiga en la trampa de decir que lo que ocurri¨® ten¨ªa que ocurrir ¡ªlo que Henri Bergson llamaba ¡°los enga?os del determinismo retrospectivo¡±¡ª, es muy dif¨ªcil reproducir la intensidad emocional del instante de la liberaci¨®n. Porque esa intensidad naci¨® de haber pasado toda la vida convencidos de que una cosa as¨ª era imposible.
Mi amigo Werner Kr?tschell, de Alemania del Este, fue el que m¨¢s se acerc¨® a describirla. Despu¨¦s de o¨ªr hablar de ¡°la extra?a noticia¡± a un periodista franc¨¦s, cogi¨® a su hija Konstanze, de 20 a?os, y a una amiga suya, Astrid, que nunca hab¨ªan estado en la parte occidental. Se metieron en el coche y fueron hasta el paso de Bornholmer Strasse. Despu¨¦s lo cont¨® en Granta: ¡°El sue?o y la realidad se mezclan. Los guardias nos dejan pasar. Las chicas lloran. Se abrazan con angustia en el asiento trasero, como si esperasen un ataque a¨¦reo¡±. Berl¨ªn Oeste les recibi¨® con v¨ªtores, saludos, gritos. ¡°Astrid, de pronto, me dice que detenga el coche en el siguiente cruce. No quiere m¨¢s que pisar la calle, una sola vez. Tocar la tierra. Armstrong despu¨¦s de llegar a la Luna¡±.
En retrospectiva, todo el mundo es muy sabio. El n¨²mero de los que recuerdan que predijeron en cierto modo aquellos hechos ha ido aumentando como las reliquias de la Santa Cruz. Pero no es verdad: ni los esp¨ªas, ni los expertos, ni los pol¨ªticos, ni los diplom¨¢ticos, ni los polit¨®logos; ni yo tampoco. Claro que algunos dec¨ªan que el Muro acabar¨ªa cayendo y Alemania se reunificar¨ªa, pero nadie previ¨® cu¨¢ndo ni, sobre todo, c¨®mo; y el c¨®mo fue lo fundamental. Un antiguo agente del MI6 me dijo una vez que, la misma tarde del 9 de noviembre, estaba reunido con sus colegas de los servicios de inteligencia de Alemania Occidental, el Bundesnachrichtendienst. Los esp¨ªas alemanes estaban dici¨¦ndoles a los brit¨¢nicos que, seg¨²n sus excelentes fuentes de informaci¨®n, el cambio en la parte oriental se producir¨ªa muy despacio, quiz¨¢ a lo largo de varios a?os, cuando alguien se asom¨® por la puerta y dijo: ¡°?Encended la televisi¨®n, han abierto el Muro!¡±.
Yo conoc¨ª a una persona que s¨ª predijo todo, exactamente como sucedi¨®. La primera vez que fui a vivir a Berl¨ªn Oeste, en 1978, tuve que acampar en el suelo del piso de una deliciosa anciana llamada Ursula von Krosigk. Ursula hab¨ªa vivido mucha historia alemana. Su t¨ªo fue ministro de Finanzas de Hitler, y ella se acordaba de haber ido a su casa de campo a la ma?ana siguiente de otro 9 de noviembre, el de la Kristallnacht (noche de los cristales rotos) de 1938. Pasaron por calles llenas de cristales, los escaparates rotos de las tiendas jud¨ªas saqueadas. ¡°?Qu¨¦ dijeron los que iban en el coche?¡±, le pregunt¨¦. ¡°Nadie dijo ni una palabra¡±.
Ursula proced¨ªa de una familia noble prusiana, pero era bohemia, afectuosa y nada convencional. Durante la guerra hab¨ªa sido amiga de varios alemanes de la resistencia que luego intentaron asesinar a Hitler. Las tierras de su familia estaban en Alemania del Este, expropiadas. Un d¨ªa, en el desayuno ¡ªen el Kremlin estaba a¨²n Leonid Br¨¦znev, y la invasi¨®n sovi¨¦tica de Checoslovaquia era bastante reciente¡ª, Ursula, despu¨¦s de dudar un poco, me confi¨®: ¡°Anoche tuve un sue?o¡±. Hab¨ªa so?ado que por un error, por una sola noche, hab¨ªan abierto el Muro. Y que durante esa noche hab¨ªa pasado tanta gente de un lado a otro, abraz¨¢ndose y llorando, que el Muro no hab¨ªa podido volver a cerrarse jam¨¢s. Un sue?o, nada m¨¢s que un sue?o.
El a?o 1989 se ha convertido en el nuevo 1789: un hito trascendental y un punto de referencia. Nos dio, como se puede ver 25 a?os despu¨¦s, la mejor Alemania que ha existido jam¨¢s desde el punto de vista pol¨ªtico (desde el punto de vista cultural ha habido otras Alemanias m¨¢s interesantes, pero si tengo que escoger entre Wagner y la democracia, escojo la democracia). Hizo posible la Europa actual, con todas sus libertades y todos sus defectos. No hay un rinc¨®n en el mundo en el que no tuviera repercusiones, que fueron de dos tipos: las consecuencias directas de aquellos sucesos y las formas de interpretarlas, que, a su vez, tuvieron otras consecuencias imprevistas.
La ca¨ªda del Muro se ha convertido en la met¨¢fora suprema (o metamet¨¢fora) de nuestra era, aprovechada sobre todo por los pol¨ªticos occidentales, no s¨®lo para representar, sino para predecir el avance de la libertad. ¡°El Muro ya no existe¡±, enton¨® el presidente George W. Bush el 1 de mayo de 2001, poco despu¨¦s de tomar posesi¨®n, para evocar un panorama internacional transformado, con una Rusia que pod¨ªa ser ¡°una gran naci¨®n, democr¨¢tica, en paz consigo misma y con sus vecinos¡±. ¡°Un muro cay¨® en Berl¨ªn¡±, dijo el presidente electo Barack Obama en Chicago, en su discurso de la victoria, la noche del 4 de noviembre de 2008, al hablar de las maravillas del pasado, el presente y el futuro. ¡°El muro de Berl¨ªn simboliz¨® un mundo dividido y defini¨® toda una era¡¡±, declar¨® la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton en su discurso sobre la libertad en Internet en 2010, ¡°pero ahora que las redes se extienden a los pa¨ªses de todo el mundo, se alzan muros virtuales que sustituyen a los visibles¡±. El gran cortafuegos de China, por ejemplo. Si Ronald Reagan se alz¨® ante el muro de Berl¨ªn para gritar: ¡°?Se?or Gorbachov, derribe este muro!¡±, Clinton se alz¨® en el Newseum de Washington y exclam¨®: ¡°?Se?or Hu, derribe este cortafuegos!¡±. Pero Xi Jinping sucedi¨® a Hu Jintao y el cortafuegos chino ¡ªperd¨®n, el Escudo Dorado¡ª sigue en pie. Todo el mundo extrajo sus lecciones de la ca¨ªda del Muro, y los l¨ªderes leninistas chinos aprendieron a no dejar que el poder se les escapara de las manos por cometer los mismos errores que Gorbachov y los dirigentes comunistas de Europa del Este.
La met¨¢fora, o analog¨ªa, nos ha llevado por mal camino en otras ocasiones. No cabe duda de que, al menos para algunos neoconservadores como Paul Wolfowitz, la imagen de lo que pas¨® en el este de Europa en 1989 despu¨¦s tuvo que ver con sus esperanzas para Irak tras la invasi¨®n. Una generaci¨®n de periodistas formados por la experiencia personal o colectiva de las revoluciones de terciopelo en Europa acogi¨® la primavera ¨¢rabe de 2011 como una especie de 1989 en sandalias (me declaro culpable de haber compartido esa esperanza). Por otro lado, un antiguo agente del KGB que hab¨ªa presenciado con rabia el ascenso del poder popular cuando prestaba servicio en Alemania Oriental, un tal Vlad¨ªmir Putin, trata hoy de hacer retroceder la historia y restablecer lo m¨¢ximo posible del imperio ruso mediante la violencia y las mentiras.
No puede ser solo una generaci¨®n occidental; los del 89 de Pek¨ªn, Nueva Delhi y S?o Paulo son igual de importantes
Casi todo el mundo conoce la famosa an¨¦cdota, muy utilizada por conferenciantes en todo el mundo, de cuando, durante una reuni¨®n con Richard Nixon, en 1972, preguntaron al primer ministro chino Zhou Enlai sobre las consecuencias de la Revoluci¨®n Francesa, y ¨¦l respondi¨® que era ¡°demasiado pronto para saberlo¡±. Pero la an¨¦cdota se cuenta mal: el diplom¨¢tico estadounidense que hac¨ªa de int¨¦rprete de Nixon, Charles W. Freeman, asegura que en aquel momento el tema de conversaci¨®n eran las protestas de Par¨ªs de mayo de 1968, no julio de 1789. No hab¨ªan pasado ni cuatro a?os: s¨ª era demasiado pronto. Es decir, la respuesta de Zhou Enlai fue bastante vulgar y, sin embargo, se ha reinterpretado como una perla de eterna sabidur¨ªa china.
Ahora bien, si lo hubiera dicho, habr¨ªa tenido raz¨®n. Porque el significado y las consecuencias de los grandes acontecimientos tardan decenios e incluso siglos en ser patentes. El historiador Fran?ois Furet caus¨® revuelo en Francia cuando declar¨® en 1978: ¡°La Revoluci¨®n Francesa ha terminado¡±. ?Terminado? ?Ya? C¨®mo se atrev¨ªa. Este a?o hemos visto numerosas reinterpretaciones de 1914, algunas de ellas a la luz de lo que est¨¢ haciendo Vlad¨ªmir Putin en 2014. El caleidoscopio no deja de girar. Pronto le llegar¨¢ el turno a la ca¨ªda del Muro. En mi opini¨®n, quedan pocos interrogantes de peso sobre lo que sucedi¨®, y c¨®mo sucedi¨®, aunque la batalla de las interpretaciones hist¨®ricas se prolongar¨¢ a¨²n durante decenios (por ejemplo, unos destacar¨¢n el papel de Gorbachov, otros el de disidentes como V¨¢clav Havel, etc¨¦tera).
Sin embargo, s¨ª quedan varias preguntas sobre qu¨¦ signific¨® y hacia d¨®nde nos lleva. La principal, para m¨ª: ?d¨®nde est¨¢n los del 89? A lo largo de mi vida s¨®lo han existido dos generaciones absolutamente inconfundibles: la del 68 y la del 39. A los del 39 les form¨® la experiencia de la II Guerra Mundial y la posguerra: hombres como mi padre, inmediatamente reconocibles. Luego llegaron los del 68, de un estilo totalmente distinto, que empezaron rebel¨¢ndose contra los del 39, muy dados (por lo menos de j¨®venes) al vino, el sexo y la hierba, pero tambi¨¦n llenos de idealismo y empe?ados en transformar la sociedad europea, hacerla m¨¢s abierta en lo social y en lo cultural. Sin embargo, 1989 tuvo mucha m¨¢s importancia hist¨®rica que 1968. ?D¨®nde est¨¢n los miembros de esa generaci¨®n?
Tengo mi propia teor¨ªa, o tal vez una esperanza ilusa. Creo que la generaci¨®n del 89 quiz¨¢ no la forman los que actuaron o fueron j¨®venes testigos entonces, sino los que nacieron en aquella ¨¦poca y ahora est¨¢n haciendo el paso de la universidad del estudio a la de la vida. El mundo al que llegan es, en muchos aspectos, menos prometedor que el que atisbamos cuando amaneci¨® sobre la Puerta de Brandeburgo el viernes 10 de noviembre de 1989. Entonces, Europa y la libertad parec¨ªan ir de la mano como nunca antes, a los sones de la Sarabanda de Bach, interpretada por Mstislav Rostrop¨®vich delante del Muro; y m¨¢s tarde a los de la Oda a la alegr¨ªa de Beethoven. Veinticinco a?os despu¨¦s, Europa est¨¢ en crisis. Los pa¨ªses libres sufren la amenaza de los islamistas violentos (una amenaza atribuible en parte ¡ªsubrayo que s¨®lo en parte¡ª a la soberbia y el lema de ¡°De Berl¨ªn a Bagdad¡± que nos condujo a Irak). El capitalismo autoritario de China ¡ªproducto de las lecciones aprendidas por los l¨ªderes leninistas tras la ca¨ªda del Muro¡ª resulta muy atractivo para mucha gente fuera del Occidente tradicional, mientras que el capitalismo financiero descontrolado y lleno de desigualdades ¡ªtambi¨¦n atribuible en parte a la soberbia engendrada por 1989¡ª es mucho menos seductor.
?D¨®nde est¨¢n los del 89, pues? No se puede decir, como lamentan a veces los vejestorios del 68, que sea una generaci¨®n callada, interesada s¨®lo por la vida privada, con la vista y el pulgar puestos en la pantalla de un smartphone. Los del 89 han acampado en las calles de ciudades como Nueva York y Madrid para reclamar un futuro que el mundo parec¨ªa prometer tras la ca¨ªda del Muro y los banqueros y pol¨ªticos parecen haberles arrebatado. Los del 89 han encabezado las protestas contra las leyes que amenazan con coartar la libertad en Internet. Edward Snowden, que ten¨ªa seis a?os cuando el Muro se derrumb¨®, es una de sus voces, uno de sus h¨¦roes.
Sin embargo, no est¨¢ claro todav¨ªa cu¨¢l es la visi¨®n pol¨ªtica general de esta generaci¨®n, c¨®mo va a cambiar Europa, si el mundo la aceptar¨¢. Si quiere triunfar, no puede ser una generaci¨®n exclusivamente occidental, como lo fueron, en general, los del 39 y los del 68. Los del 89 de Pek¨ªn, Nueva Delhi y S?o Paulo son igual de importantes, o m¨¢s, que ellos.
No s¨¦ si la generaci¨®n del 89 acabar¨¢ siendo una generaci¨®n pol¨ªtica decisiva, c¨®mo va a actuar ni cu¨¢l ser¨¢ su reacci¨®n cuando ¡°pasen cosas¡±, como pasar¨¢n. Pero tengo algo claro: sus acciones (o su pasividad) condicionar¨¢n nuestra interpretaci¨®n de la ca¨ªda del Muro cuando se cumpla el 50? aniversario. De ellos depende el futuro de nuestro pasado.
El testimonio de Timothy Garton Ash sobre 1989, The Magic Lantern, acaba de ser reeditado en formato electr¨®nico por Atlantic Books. ?
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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