La fosa de la barbarie
EL PA?S recorre junto a los padres de algunas de las v¨ªctimas el vertedero donde asesinaron y quemaron, seg¨²n la fiscal¨ªa, a los normalistas mexicanos
Al final del camino, aguarda una abrupta ca¨ªda. Es una hondonada perdida en el coraz¨®n de las monta?as. Accesible s¨®lo desde un sinuoso camino de tierra, el sitio donde, seg¨²n la fiscal¨ªa, mataron y calcinaron a los normalistas, ha sido utilizado durante a?os como vertedero. Una cascada de basura atestigua este uso. A primera vista parece un lugar propicio para el exterminio.
Para llegar a este abismo hay que superar un ¨¢spero trayecto sobre un firme esquivo. Desde Cocula, el viaje requiere unos 35 minutos en un veh¨ªculo medio. Por el camino, entre una espesa vegetaci¨®n, es habitual toparse con vacas y mulas. Imposible acelerar largo tiempo y dif¨ªcil superar los 30 kil¨®metros por hora. No hay una sola edificaci¨®n en sus proximidades. Ni tampoco testigos.
La senda desemboca en una peque?a terraza, que se corta con un fuerte desnivel de unos 20 metros de altura. Abajo, al final de una cascada de inmundicias, se ve una asfixiante explanada, cuyo suelo muestra a¨²n las negras marcas del horror. Ah¨ª, seg¨²n la fiscal¨ªa, los sicarios levantaron, sobre un c¨ªrculo de piedras, una pira de neum¨¢ticos y le?a en la que dispusieron los 43 cad¨¢veres de los estudiantes. El fuego, alimentado por gasolina, prendi¨® durante horas, de noche y de d¨ªa. Pero nadie vio nada. Ni llamas ni humo. Y si alguien lo hizo, prefiri¨® no decir nada. Cocula no es lugar para denunciar al narco. Controlada por el sanguinario cartel de Guerreros Unidos, la localidad, vecina de Iguala, es un poblacho oscuro, de casas bajas y miradas esquivas.
¡ªVaya usted all¨¢, si quiere, pero se le har¨¢ de noche.
El anciano ind¨ªgena mira con desconfianza a los visitantes y luego les se?ala el camino hasta el vertedero. Como tantos otros lugares en Guerrero, es territorio prohibido. Nadie se acerca a ¨¦l. Y todos saben por qu¨¦. Pero esta tarde algo ha cambiado. Por el camino, se asoma un tropel de veh¨ªculos. Ha empezado a anochecer y se percibe que tienen prisa. Una decena de hombres, muchos polic¨ªas comunitarios, bajan con rapidez y miran con precauci¨®n el coche de los periodistas, aparcado junto al vertedero. Entre ellos, van dos padres de estudiantes. Han venido a reconocer el terreno. Los dos familiares, escoltados por polic¨ªas comunitarios, se acercan a paso lento al abismo. De pie, sobre las basuras, hunden la mirada en la hondonada. Por un instante, se les ve derrotados, absorbidos por la negrura de las cenizas. Luego, uno de ellos musita: ¡°No puede ser, mi hijo sigue vivo¡±.
El padre del estudiante Eduardo Bartolo lleva un machete en la mano y unos prism¨¢ticos colgados del cuello. Desde hace m¨¢s de 40 d¨ªas no sabe nada de su hijo. Le cuesta trabajo descender con las alpargatas por la ladera repleta de bolsas de pl¨¢stico, televisores viejos y cristales. Aqu¨ª, en medio de este lugar desolador, supuestamente asesinaron al chico junto a otros 42 compa?eros. El padre camina absorto sobre la superficie quemada. Trata de reconstruir qu¨¦ ocurri¨® aquella madrugada en el lugar de los hechos. Chicos matando a chicos. La negaci¨®n de lo alto de la loma se convierte en incertidumbre. ¡°Me duele que se pudiera sentir solo si ocurri¨® aqu¨ª, ?yo d¨®nde estaba?¡±, reflexiona. Pasea entre sombras, fantasmas, voces que hacen eco en la olla natural que forman las paredes del cerro que rodea el vertedero. El se?or dice algo por lo bajo. Desenfunda el machete y revuelve un mont¨ªculo que encuentra a su derecha: ¡°Busco una camiseta suya, un indicio. Algo¡±. El padre del estudiante Abraham de la Cruz, a su lado durante el reconocimiento del lugar, le habla a ¨¦l y se habla a s¨ª mismo: ¡°No creo pues que haya sido aqu¨ª. No creo, no¡±.
Los padres llegaron al vertedero de Cocula a bordo de las camionetas de la Uni¨®n de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero (UPOEG), campesinos armados de la regi¨®n que han ayudado en la b¨²squeda infructuosa de los muchachos. Miguel ?ngel Jim¨¦nez, uno de sus l¨ªderes, inspecciona el lugar y mueve la cabeza de un lado a otro en se?al de negaci¨®n. La troupe a su alrededor capta el mensaje y comienza a hilar frases como ¡°no fue aqu¨ª¡±, ¡°encontrar¨ªan huesos de vaca¡±, ¡°estos polis han visto muchas telenovelas¡±. Los padres aguardan en un espeso silencio. Se est¨¢ haciendo de noche.
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