Los perdedores del tiempo moderno
La revoluci¨®n tecnol¨®gica y la globalizaci¨®n son probablemente las fuerzas m¨¢s poderosas entre aquellas que perfilan nuestro tiempo. Ambas brindan extraordinarias oportunidades a la humanidad. Desafortunadamente, en Occidente, son dos agentes que amenazan con erosionar a fondo el h¨¢bitat social de las clases medias y bajas. Ergo, involuntarias aliadas de los populismos.
La globalizaci¨®n implica la deslocalizaci¨®n de empleos hacia otros pa¨ªses; y las nuevas tecnolog¨ªas, la automatizaci¨®n de funciones que antes desempe?aban trabajadores. Obviamente, ambas fuerzas producen riqueza y desarrollo. Pero, a diferencia de la revoluci¨®n industrial, no est¨¢ claro que el nuevo salto tecnol¨®gico hacia adelante compense los empleos destruidos con otros tantos, y m¨¢s, nuevos; ni que esa riqueza se reparta con equidad.
De hecho, estas dos fuerzas parecen tender a ensanchar en Occidente la brecha de renta entre la ¨¦lite de una sociedad y su cuerpo general. A nivel individual, las personas con formaci¨®n o contactos excelentes extraen cada vez mayor rentabilidad de su conocimiento y redes; los dem¨¢s sufren la competencia a la baja procedente de otros lares. A nivel empresarial, la ingenier¨ªa fiscal global permite a los m¨¢s h¨¢biles eludir sacrosantas cargas fiscales.
Esta s¨ªntesis omite derivadas positivas de esas fuerzas. Pero esboza el perfil del monstruo al que se enfrentan grandes capas de las sociedades europeas. Las que agrupan a los individuos menos formados, especializados, conectados. Los perdedores de nuestro tiempo.
As¨ª como en la Florencia del siglo XIII la clase aristocr¨¢tica terrateniente perd¨ªa inexorablemente peso ante la incipiente burgues¨ªa artesana y comerciante, en el Occidente del siglo XXI la ¨¦lite de los mejor formados y posicionados gana cuota de riqueza y poder ante todos los dem¨¢s. La cohesi¨®n social, tambi¨¦n debido a la reducci¨®n del Estado de bienestar, se deshilacha. Un importante segmento social anda a la deriva. Y este es un formidable caldo de cultivo para proyectos populistas en Europa. Estos proyectos, por supuesto, tambi¨¦n atraen a ciudadanos muy formados, hartos de los manejos ineficientes o indecentes de la clase pol¨ªtica tradicional; pero el caladero m¨¢s explosivo es aquel en el que malvive la legi¨®n que no logra asiento digno en el tren de la modernidad.
Aprovechan ese malestar populismos con matices distintos, pero que comparten dial¨¦cticas que enfrentan: pueblo contra casta; nacionales contra inmigrantes; Estados contra Bruselas. Esto es la esencia del populismo: levantar a unos contra otros. Mediocridad y corrupci¨®n de tantos dirigentes pol¨ªticos abren paso a todo eso; los desmanes de parte del empresariado echan m¨¢s gasolina. Crisis y recortes sociales completan el explosivo cuadro.
Algunas sociedades europeas capean mejor que otras estos desaf¨ªos. Pero todas se enfrentan al descomunal reto de amortiguar el desgarro que globalizaci¨®n y revoluci¨®n tecnol¨®gica alimentan; de evitar que la p¨¦rdida de la cohesi¨®n social que ha sido la marca distintiva de Europa se convierta en confrontaci¨®n social entre perdedores y ganadores. G¨¹elfos y gibelinos del siglo XXI. Hace falta pol¨ªtica noble para evitarlo.
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