Un parque en el infierno
En la colonia m¨¢s peligrosa de la Ciudad de M¨¦xico se ha abierto por primera vez un parque El objetivo: mejorar la convivencia. Esta es su historia
En Desarrollo Urbano Quetzalc¨®atl hasta el nombre suena ¨¢spero. La colonia es una superficie de ladrillo y hojalata que se extiende por el sur m¨¢s salvaje de la Ciudad de M¨¦xico. En ella viven 66.298 habitantes. Son muy pocos para la inmensidad de la megal¨®polis, la mayor urbe de Am¨¦rica. Pero el barrio, un espejo del M¨¦xico m¨¢s olvidado, ese que aterroriza hasta al Papa, sobresale por algunos datos. Enclavado en el distrito de Iztapalapa, que registra tantos homicidios como media Espa?a, la colonia es la que m¨¢s presos aporta a las c¨¢rceles del Distrito Federal. La escolaridad media es de ocho a?os y el paro juvenil ronda el 70%. Basta leer las telegr¨¢ficas conclusiones del diagn¨®stico oficial sobre la zona para entender el problema. ¡°Falta de equipamiento. Presencia de pandillas. Divisi¨®n del territorio en bandas. Alto consumo de drogas. Violencia en el ¨¢mbito escolar. Embarazo adolescente. No hay oportunidades de empleo. Infecciones de transmisi¨®n sexual. Falta de proyecto de vida¡±. Todo ello en s¨®lo 467 manzanas.
En este universo desintegrado, donde no hay bibliotecas, ha surgido lo inesperado. Por primera vez, han abierto un parque. Ocupa 12.425 metros cuadrados y se llama Cuauht¨¦moc. Es un entorno de colores casi pop, donde han rehabilitado un jard¨ªn, instalado columpios y toboganes, levantado una plazoleta de juegos infantiles y abierto dos canchas de f¨²tbol siete. Hay vigilancia armada y madres con carritos. En su interior, la agujereada realidad de la colonia se siente lejana.
El programa que impuls¨® el parque parte de la idea de intervenir donde nacen los reclusos
Son las seis de la tarde. Un enjambre de ni?os se divierte empap¨¢ndose con los chorros intermitentes que escupen cinco ca?os verticales. Un grupo de adolescentes, sentados en unos bancos rojos, parlotea. A su espalda se divisa una puerta del recinto. All¨ª cerca mataron a dos polic¨ªas hace un a?o. Las casas bajas de esa parte se ven grises y desdentadas; por detr¨¢s, asoman unas colinas rojizas. Son las minas de tezontle, la piedra volc¨¢nica, ¨¢spera y barata, que sirve de suelo al parque.
Fernanda, al igual que sus compa?eros, tiene 14 a?os. Le gusta el pinchadiscos David Guetta y la m¨²sica electr¨®nica. Al parque va a charlar. Antes, cuenta, era un lugar inh¨®spito, plagado de teporochos, los deshechos humanos que pululan como espectros por todo el DF. Ahora acude con frecuencia, acabada la clase. Pero no es suficiente, como casi nada lo es aqu¨ª. ¡°Pues me gustar¨ªa ser abogada, pero en casa s¨®lo hay dinero para comer y nada m¨¢s; no me pueden pagar los estudios¡±, dice. Vive cerca. En sus paseos est¨¢ acostumbrada a ver asaltos, con navajas o pistolas. Una ma?ana tropez¨® con una bolsa repleta de restos humanos.
Junto a Fernanda se encuentra Alan. Lleva una camiseta de Superman y sue?a con irse a EE UU o a Francia. En el dorso de su mano ha escrito ¡°te amo, te amo, te amo¡¡±. Un d¨ªa le pusieron una pistola en la cabeza, pero no le robaron, porque no ten¨ªa nada. Alan se r¨ªe al recordarlo. Sus compa?eros tambi¨¦n.
Los cinco adolescentes sue?an con irse. No son los ¨²nicos. El parque, el barrio, est¨¢ lleno de gente que quiere abandonar esas calles engullidas por el miedo. ¡°Lo importante es que se re¨²nan y hablen. Ahora disponen de un espacio de convivencia, donde antes no hab¨ªa nada. Y eso genera una red de protecci¨®n¡±, cuenta Margarita Gallardo, de la Subsecretar¨ªa de Prevenci¨®n del Gobierno Federal. El programa que impuls¨® el parque, de orden nacional, parte de la idea de intervenir donde nacen los reclusos, esos pozos sin fondo donde ni siquiera hay un espacio para jugar. En la delegaci¨®n de Iztapalapa se han abierto dos recintos. En otros puntos de M¨¦xico, la Subsecretar¨ªa lleva adelante proyectos similares. A veces es un coro, otras un taller, un centro cultural o una competici¨®n deportiva. ¡°No se trata de ir donde se comete el delito, sino donde vive el delincuente. All¨ª se registra la mayor vulnerabilidad social¡±, comenta Eunice Rend¨®n, el cerebro del programa.
Es una nueva forma de enfrentarse al monstruo de la violencia. A?os de lucha, m¨¢s de 30.000 soldados desplegados, cientos de miles de polic¨ªas movilizados no han logrado apagar el fuego oscuro del crimen. Las tasas de homicidio, en franco descenso en comparaci¨®n con los a?os de plomo de Felipe Calder¨®n, siguen disparadas en relaci¨®n con pa¨ªses con los que M¨¦xico compite. El delito tiene ra¨ªces profundas. La miseria y la marginaci¨®n lo alimentan. Desarrollo Urbano Quetzalc¨®atl lo refleja. Pero, a veces, hasta los espejos se equivocan.
En un banco se han sentado Carmen, de 47 a?os, y su hija. Han tra¨ªdo tres ni?os peque?os, muy limpios. Les gusta el sitio. Vienen dos veces a la semana y aqu¨ª, dicen, respiran con tranquilidad. No quieren hablar de sus maridos. Tienen su casa en el punto negro de la colonia, frente al principal surtidor de droga. ¡°No nos hacen nada porque nos conocen, pero de noche no salimos¡±, dice Carmen. A diferencia de otros, esta mujer de pelo negro y ojos rojizos no quiere abandonar el barrio: ¡°Mire, yo no tengo nada m¨¢s y no puedo irme, prefiero luchar, no s¨®lo por un parque, sino por mucho m¨¢s, s¨®lo as¨ª saldremos adelante¡±.
El parque est¨¢ abierto de martes a domingo, de 6.00 a 23.00. El lunes se cierra por limpieza. A pocos metros hay dos escuelas y un centro de salud. Los delitos, en los alrededores, han descendido. Hay quien considera Desarrollo Urbano Quetzalc¨®atl la colonia m¨¢s peligrosa del DF, y a sus habitantes, carne de presidio. Vistos en el parque, no lo parecen.
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