El eterno pulso de los ¡®nicas¡¯ de La Carpio
Miles de nicarag¨¹enses intentan superar la marginalidad en el mayor asentamiento migratorio en Centroam¨¦rica, en el centro de Costa Rica
¡°Para m¨ª, esta es como la tierra prometida, que echa miel y leche, como dice la Biblia¡±. Cuesta creer que lo diga Elsa desde la ventana de su casa medio construida con latas reutilizadas, a un lado de la calle de polvo donde discurren aguas mugrientas que salta la gente en esta hora movida de mercado ma?anero y por donde hace poco pasaron unos muchachos disparando al aire, cuenta ella en voz baja. Amenazaban a alguien o solo desped¨ªan al cad¨¢ver de un joven apu?alado en una bronca nocturna de pandillas, alcohol y bares clandestinos.
Elsa habla sin dejar de palmear las tortillas que vende a 50 colones (0,1 d¨®lares), cocidas al estilo de Nicaragua, de donde vino ella y m¨¢s de la mitad de unos 25.000 habitantes de La Carpio, el mayor asentamiento de migrantes de Centroam¨¦rica, ubicado en el cant¨®n central de San Jos¨¦, en el coraz¨®n de Costa Rica. Esta emprendedora fornida y alegre se reserva su apellido y otras se?as personales para evitar problemas con una pandilla juvenil llamada Los Corona, que domina una parte de los 23 kil¨®metros cuadrados de la antigua finca que el Estado costarricense expropi¨® a alemanes durante la II Guerra Mundial. Despu¨¦s, en los noventa, fue invadida por familias pobres; miles de ellas eran nicarag¨¹enses que hu¨ªan de la miseria posterior a la guerra de los ochenta y ve¨ªan mejores oportunidades en el estable vecino del sur, aunque fuera viviendo en precario.
Ac¨¢ no se sabe si las casas est¨¢n en proceso de destrucci¨®n o de construcci¨®n
Este asentamiento est¨¢ acotado por los dos r¨ªos m¨¢s contaminados del centro de Costa Rica y colinda con el mayor vertedero metropolitano. Se accede por una ¨²nica calle en medio de barrancos y tajos, como una garganta por donde van y vienen los camiones repletos de desechos de San Jos¨¦. Es casi la isla de la informalidad, pero eso no quita que para Elsa sea ¡°la tierra prometida¡±. Lo es tambi¨¦n para miles de nicarag¨¹enses que han venido a Costa Rica ¡°a bretear¡±, como dice esta mujer usando la palabra tica para referirse a ¡°trabajar¡±, arrastrando la ¡°r¡± casi como la mayor¨ªa de los ticos. Tambi¨¦n pronuncia la ¡°s¡± completa, sin aspirarla como la aspiraba hasta 1997, cuando decidi¨® dejar en su natal Granada a sus dos hijas y viajar con tres meses de embarazo a un pa¨ªs donde, ahora lo dice sin dudas, hay una tibia xenofobia contra los nicas.
Salvo distribuidores comerciales (resguardados), alg¨²n polic¨ªa o funcionarios gubernamentales, es rara la visita de alguien ajeno a La Carpio. Se nota en las miradas de los pasajeros del autob¨²s al entrar en una zona que nadie se atreve a llamar gueto. Es una postal de techos remendados con chimeneas para cocinas de le?a y centenares de antenas rojas de una empresa de televisi¨®n por cable. Mara?as de cables el¨¦ctricos de conexiones formales y piratas bordean las callejuelas, donde los taxistas de la capital no van. No van y punto. S¨ª entran los autobuses m¨¢s de 40 veces en cada jornada y han ido llegado tambi¨¦n otros que env¨ªan los partidos pol¨ªticos nicarag¨¹enses para llevar gente a votar, con m¨¢s ¨¦xito entre los antisandinistas.
1.300 ni?os hacinados reciben la clase la mitad del tiempo que un ni?o promedio en Costa Rica
Las casas pueden ser chabolas o viviendas mejor armadas, pero ac¨¢ no se sabe si est¨¢n en proceso de destrucci¨®n o de construcci¨®n, si son ruinas o proyectos. Es com¨²n el olor a aguas estancadas, la diarrea y las infecciones respiratorias. Hay algunas casas de cemento y ahora hay comercio con paredes pintadas con logos de Coca-Cola y la telef¨®nica Claro. Tambi¨¦n hay graffitis con frases b¨ªblicas o con mensajes encriptados de pandillas.
Los Corona, respect, se lee en la fachada de un negocio cercano al de Elsa en sector de Mar¨ªa Auxiliadora, uno de los nueve de La Carpio. La pandilla se ha apropiado de las noches. Son propietarios en este asentamiento donde nadie es due?o registral de donde vive. La tierra pertenece al estatal Instituto Mixto de Ayuda Social (IMAS), aunque en la realidad s¨ª venden casas o ranchos. Venden el derecho informalmente y le llaman ¡°la mejora¡±.
¡°Yo vendo casi mil tortillas diarias, frijoles cocidos, huevos y ahora abarrotes. Vendo de todo lo que sea legal¡±, cuenta Elsa sin parar de tamborilear sobre la masa. Parece orgullosa de contar su historia desde que recog¨ªa basura para reciclar junto a una hermana y sus nueve hijos. Ya hab¨ªa nacido tambi¨¦n su tercera hija en el hospital M¨¦xico, a dos kil¨®metros de La Carpio. Naci¨® costarricense y gracias a ella Elsa obtuvo c¨¦dula de residencia tica. Ya no tiene por qu¨¦ volver a cruzar la frontera por r¨ªos y monta?as a expensas de los coyotes en el segundo corredor fronterizo m¨¢s intenso de Am¨¦rica, solo superado por las mareas de centroamericanos y mexicanos rumbo a Estados Unidos. El censo del 2011 registr¨® 290.000 nicarag¨¹enses en Costa Rica (6,7% de la poblaci¨®n), aunque los estudiosos sostienen que la informalidad de muchos migrantes hace que en la realidad sean m¨¢s, para fortuna de los contratistas en fincas, construcciones y servicios de seguridad o dom¨¦sticos, donde se emplean con m¨¢s frecuencia, aunque sin certeza de garant¨ªas laborales.
En mitad de La Carpio hay una tienda para env¨ªo de remesas a Nicaragua. Es la ¨²nica en este lugar y la abrieron hace dos meses como un local autorizado de la telef¨®nica Claro. Ah¨ª llegan en promedio 20 nicarag¨¹enses diarios a enviar una media de 40 d¨®lares por cada tr¨¢mite (con un cambio 12% superior por cada d¨®lar frente al tipo en los bancos). La mayor¨ªa presenta su pasaporte de Nicaragua y muy pocos ofrecen una c¨¦dula de residencia.
La ¨²nica escuela ya imparte tres horarios distintos con solo tres horas por cada turno. 1.300 ni?os hacinados reciben la clase la mitad del tiempo que un ni?o promedio en Costa Rica. El Gobierno quiere ahora invertir dinero en La Carpio, dar opciones educativas y avanzar en el calvario tramitol¨®gico para titular la tierra y que as¨ª puedan sus ocupantes heredar o acceder a cr¨¦ditos para construir de verdad.
El Gobierno cree tenerlo claro. ¡°Para todos los efectos esa gente es poblaci¨®n tica. Queremos demostrar que s¨ª se puede lograr un impacto estructural en esa poblaci¨®n¡±, dice Carlos Alvarado, ministro de Bienestar Social, consciente de esfuerzos insuficientes de administraciones pasadas por sacar de la marginalidad a La Carpio. En presupuesto alistan unos cinco millones de d¨®lares para destinar a vivienda e infraestructua comunal, que apenas la hay. Poca opci¨®n m¨¢s hay para ni?os y j¨®venes salvo jugar en las calles rotas o empezar a coquetear con las pandillas. Es la preocupaci¨®n de l¨ªderes comunales, de ONGs y de decenas de iglesias protestantes, muchas de las cuales son clandestinas tambi¨¦n.
Elsa se reivindica como nica aunque lleva 17 a?os sin visitar su pa¨ªs. Como otros, se ha encargado de construir su ¡°tierra prometida¡± en una tierra marginal.
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