EE UU deja atr¨¢s la era de la ley y el orden en la lucha contra el crimen
Baltimore acelera el debate sobre la represi¨®n policial y el sistema carcelario
Eran otros tiempos: los del crimen rampante en las calles de Estados Unidos, la epidemia del crack que devastaba los barrios negros y pobres y las pol¨ªticas de tolerancia cero, que permit¨ªan a la polic¨ªa detener a un ciudadano por infracciones m¨ªnimas y a un juez imponer a peque?os traficantes de drogas sentencias de cinco, diez o m¨¢s a?os de prisi¨®n.
El crimen baj¨®. Las prisiones se llenaron. Y las pol¨ªticas de mano dura est¨¢n ahora bajo revisi¨®n. Los casos de abusos policiales y los disturbios en Ferguson, el verano pasado, y Baltimore hace unos d¨ªas aceleran el debate. La prioridad ya no es la lucha contra el crimen, sino reducir la poblaci¨®n carcelaria, que se ha cuadruplicado en los ¨²ltimos 35 a?os, y redefinir los m¨¦todos policiales: de la represi¨®n a la cooperaci¨®n; de la polic¨ªa como ¡°ej¨¦rcito de ocupaci¨®n¡±, seg¨²n la definici¨®n del soci¨®logo Orlando Patterson, al ideal de la polic¨ªa comunitaria, que coopera con los vecinos y les protege. M¨¢s bobbies que antidisturbios.
Existe una coalici¨®n transversal, de dem¨®cratas y republicanos, en favor del cambio. Habr¨ªa resultado extra?o escuchar hace unos a?os a un aspirante del Partido Republicano a la Casa Blanca lamentando que las prisiones de EE UU est¨¦n ¡°llenas de hombres y mujeres negros y morenos que cumplen sentencias demasiado largas y duras por errores no violentos de juventud¡±. Son palabras de Rand Paul, senador por Kentucky y candidato republicano. Estados conservadores como Texas han iniciado un esfuerzo por vaciar las prisiones. Las prisiones cuestan millones a los contribuyentes y la eficacia a la hora de rehabilitar a los internos est¨¢ en duda.
Tambi¨¦n cambian los dem¨®cratas, ideol¨®gicamente reticentes a las pol¨ªticas de ley y orden pero obligados a demostrar que no eran blandos y que pod¨ªan garantizar la seguridad p¨²blica tan bien o mejor que los republicanos. Bill Clinton, presidente en los noventa, era uno de ellos. Su centrismo no era s¨®lo econ¨®mico: ten¨ªa que ver con la lucha contra el crimen. La semana pasada, su esposa y candidata dem¨®crata a la Casa Blanca, Hillary Clinton, pronunci¨® un discurso en el que se distanci¨® y abog¨® por ¡°terminar con la era del encarcelamiento masivo¡±.
Esa era de encarcelamiento masivo comenz¨® a finales de los sesenta, cuando la segregaci¨®n qued¨® fuera de la ley. Las convulsiones sociales de la ¨¦poca alarmaban a la mayor¨ªa blanca y conservadora. Pel¨ªculas como Harry el sucio, de Clint Eastwood, reflejan el ambiente. Los legisladores reforzaron las penas por cr¨ªmenes no violentos y establecieron cadenas perpetuas para reincidentes. Washington lanz¨® la guerra contra las drogas.
EE UU tiene el 5% de la poblaci¨®n mundial pero el 25% de la poblaci¨®n carcelaria. De los 2,3 millones de personas en prisi¨®n, un mill¨®n son negros: cerca del 40% para una minor¨ªa que representa el 13% de la poblaci¨®n. Y son negras el 30% de v¨ªctimas de disparos de la polic¨ªa.
Ferguson y Baltimore descubren la herida de la marginaci¨®n y la represi¨®n, seis a?os despu¨¦s de que el primer presidente negro, Barack Obama, llegase a la Casa Blanca. Pero sit¨²an en el centro del debate unos problemas ignorados. La era de la ley y el orden, en la que los pol¨ªticos compet¨ªan por qui¨¦n endurec¨ªa m¨¢s las penas y qui¨¦n contrataba a m¨¢s polic¨ªas, toca a su fin.
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