30.000 noches para recordar
Ypres celebra cada d¨ªa, desde 1928, un acto de homenaje a los miles de soldados sin tumba de la Gran Guerra
¡°No existe en el mundo un lugar m¨¢s sagrado para los brit¨¢nicos¡±. En 1919, acabada la I Guerra Mundial, y con casi un mill¨®n de soldados de la Commonwealth ca¨ªdos en combate por todo el mundo, Winston Churchill, entonces secretario de Estado para la Guerra, no ten¨ªa f¨¢cil otorgar tan simb¨®lico t¨ªtulo. Y se?al¨® Ypres, una hist¨®rica ciudad flamenca arrasada por un conflicto que se estanc¨® a sus puertas durante los cuatro a?os que dur¨® la contienda hasta no dejar casa en pie.
Los cuerpos de 100.000 de los 250.000 hijos del Imperio Brit¨¢nico ca¨ªdos en la zona nunca se recuperaron. Entre ellos estaba el de Sidney Barrow, un soldado de Hampshire de 28 a?os que luch¨® en las trincheras pr¨¢cticamente desde el inicio de la guerra y sobrevivi¨® a los primeros ataques con gas venenoso de la historia b¨¦lica -al gas mostaza que se emple¨® se le reubatiz¨® como iperita por Ypres-? y finalmente fue abatido en el frente por un proyectil.
La ceremonia, que se celebra cada noche a partir de las ocho, solo se interrumpi¨® durante los a?os de ocupaci¨®n nazi
Hace hoy 100 a?os de aquella muerte. Por ello, la biograf¨ªa del soldado Barrow es la elegida para leer esta noche en la 30.000? ceremonia del Last Post, un acto de recuerdo a los ca¨ªdos sin tumba que se celebra desde 1928 con la sola interrupci¨®n de los a?os de ocupaci¨®n nazi. Cada noche se corta durante una hora el tr¨¢fico de entrada al reconstruido centro de la ciudad justo bajo la puerta de Menin, levantada en el lugar por donde los soldados sal¨ªan hac¨ªa el cercano frente. Y a las ocho en punto, invariablemente, un cuarteto de bomberos proyecta sus cornetas hacia la gran b¨®veda del cenotafio para iniciar un acto que alterna sus toques con lecturas, silencios o entrega de coronas por parte de los visitantes. Entre el p¨²blico, descendientes de los canadienses, ingleses, escoceses, irlandeses, sudafricanos, australianos, neozelandeses o indios cuyos nombres est¨¢n esculpidos en las paredes del edificio ordenados por pa¨ªses y regimientos.
Los encargados de mantener la tradici¨®n son una decena de vecinos de Ypres a los que les gusta recalcar que no tienen ning¨²n inter¨¦s lucrativo ni tur¨ªstico. De hecho, est¨¢ expresamente prohibido aplaudir despu¨¦s de cada ceremonia ¡°por respeto a todos esos nombres¡±, indican. Los ocho cornetas se dividen en dos cuartetos que se reparten las semanas por turno. ¡°Les elegimos entre los miembros de los bomberos, que son voluntarios. Hay un empresario, un vendedor, un arquitecto, un ingeniero, un jubilado...¡±, enumera Carl Denys, miembro de la Asociaci¨®n Last Post. ¡°Adem¨¢s, deben tener buena reputaci¨®n y, por supuesto, saber tocar la corneta¡±.
Desde hace ya unos a?os el turismo patri¨®tico atrae a miles de visitantes. ¡°Entre 1.000 y 1.500 diarios, 4.000 los d¨ªas con m¨¢s afluencia¡±, calcula Denys. Ypres es un lugar de peregrinaci¨®n, especialmente para los brit¨¢nicos. La ciudad est¨¢ cercada por cementerios repartidos por nacionalidades. El Tyne Cot es el camposanto militar m¨¢s grande del continente, con 12.000 l¨¢pidas uniformadas con precisi¨®n sobre hierba reci¨¦n segada. Pero solo una cuarta parte est¨¢n identificadas. La f¨®rmula ¡°Un soldado de la Gran Guerra¡± se repite con desolaci¨®n en el resto. Peque?os museos se alzan en las colinas junto a las viejas trincheras repletos con las ¡°cosechas de hierro¡± que han recolectado a?o tras a?o los agricultores.
Erna Tarnt, de 64 a?os, decidi¨® hace una d¨¦cada habilitar su casa como hostal ante el auge del turismo de la nostalgia, que el pasado a?o alcanz¨® su apogeo con el centenario del conflicto. Pero a¨²n recuerda cuando el pueblo viv¨ªa de espaldas a la guerra. ¡°Antes no se hablaba de ello, ni en el colegio ni en las casas¡±, recuerda. ¡°De hecho hasta los a?os ochenta, no acud¨ªa casi nadie al Last Post¡±. D¨ªas en los que solo estaban presentes los cornetas y el polic¨ªa que cortaba el tr¨¢fico. D¨ªas, tan fr¨ªos, en los que la boquilla se quedaba congelada contra los labios.
En la puerta de Menin, construida con dinero de los perdedores, hay un recuerdo a los ca¨ªdos en la otra parte de la ¡°tierra de nadie¡±. Pero no es f¨¢cil ver alemanes en Ypres, aunque tambi¨¦n tienen cementerio y restos de sus atrincheramientos, m¨¢s sofisticados que los de los aliados. ¡°Yo solo he tenido uno en estos a?os que viniera por la guerra¡±, comenta? Tarnt.
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