Los afganos, refugiados de segunda clase
La salida de un pa¨ªs ba?ado por la violencia desde hace d¨¦cadas ha sido a fuego lento
Seguro que Mohamed Ali, afgano de 34 a?os, esperaba otra cosa de Atenas. Se le ve desorientado y enojado. Su peque?a, de dos a?os, tiene fiebre, y desde que lleg¨® no ha visto que nadie reparta medicinas o les preste atenci¨®n alguna. Han pasado, ¨¦l, su esposa, sus dos hijos y un primo, la primera noche bajo la arboleda de la plaza de la Victoria, en el centro de la capital griega, en un campamento improvisado de medio millar de refugiados afganos reci¨¦n llegados de las islas del Egeo. ¡°?Por qu¨¦ hemos venido hasta aqu¨ª ahora?¡±, se piensa la pregunta Mohamed. ¡°O¨ªmos que era el momento m¨¢s f¨¢cil para entrar¡±, responde con una inocencia sobrecogedora a tenor de la dureza del viaje. Sirvan de muestra ¡ªque ¨¦l se afana en ense?ar¡ª, los dedos amoratados de los pies que se cobraron las monta?as. ¡°No ten¨ªamos futuro¡±, recalca. Su presente pasa por seguir hacia el norte, hasta Suecia. Y por demostrar que la guerra de su pa¨ªs, Afganist¨¢n, merece la solidaridad que se presta a la contienda siria. El reparto propuesto por la UE afecta a sirios, eritreos e iraqu¨ªes, pero no a ellos.
Aunque la huida de los afganos de un pa¨ªs ba?ado por la violencia desde hace d¨¦cadas ¡ªpronto se cumplen 14 a?os desde el inicio de la ofensiva estadounidense¡ª ha sido una huida a fuego lento. Como la familia de Mohamed, natural de Ghazni, pero llegada de Ir¨¢n, donde resid¨ªa, muchas otras arrejuntadas al alba en la plaza ateniense abandonaron su hogar y comenzaron su viaje en busca de refugio hace muchos a?os. Ahora, arrimados al flujo de sirios v¨ªctimas de la guerra civil que empez¨® en 2011, est¨¢n empezando a llegar a Europa. Vienen de m¨¢s lejos, tambi¨¦n en el tiempo, pero ni el plano que ocupan los afganos ¡ªlos terceros peticionarios de asilo tras sirios e iraqu¨ªes¡ª es el de los refugiados de Mesopotamia, ni su batalla est¨¢ a la orden del d¨ªa.
Tambi¨¦n de Ghazni, en la franja central de Afganist¨¢n, sali¨® hacia Pakist¨¢n con cinco a?os Imran Husein. Muchos duermen a¨²n en la plaza de la Victoria. Unos arropados con pl¨¢sticos sobre los bancos; otros abrigados con la ropa que tienen, tirados en el suelo como piezas de un puzle, a la entrada del metro. El trasiego ma?anero de los atenienses coge ritmo. Imran, veintea?ero, lleva un rato apoyado sobre una de las vallas alrededor de la estatua que preside la plaza. Viv¨ªa en Quetta, estudiando algo y trabajando un poco, pero no era muy feliz, en una tierra en la que los hazaras chi¨ªes, minor¨ªa ¨¦tnico-religiosa a la que pertenece, son perseguidos hasta la muerte. No sabe cu¨¢ndo seguir¨¢ su camino ¡ªgast¨® 1.500 euros hasta Grecia y ahora le piden lo mismo por sacarle de all¨ª¡ª ni ad¨®nde llegar¨¢. Pero s¨ª por qu¨¦ se atrevi¨®: ¡°Los alemanes dijeron que acoger¨ªan a mucha gente¡±.
Al preguntarle por los sirios, Imran se r¨ªe con cinismo. ¡°Su guerra es m¨¢s f¨¢cil que la nuestra¡±, constata, ¡°saben cu¨¢l es su enemigo¡±. ?Siente que les prestan m¨¢s atenci¨®n a ellos? ¡°S¨ª¡±, sentencia. Cinco metros m¨¢s adelante, frente a un quiosco de prensa y de todo un poco, varios refugiados tratan de bromear con el paseante. ¡°Oye, este es sirio¡±, dice uno entre risas se?alando a su vecino. No lo es, pero la atenci¨®n que quer¨ªa ya es suya.
Son pocos los refugiados de este nuevo barrio afgano improvisado ¡ªya fueron expulsados de otro emplazamiento de Atenas¡ª que cuentan con eso que llaman un perfil cualificado: estudios, idiomas¡ Y a falta de ingl¨¦s, buenos son los mapas. Haji, de 28 a?os, natural de Herat, recorre con el dedo uno trazado a mano. ¡°Afganist¨¢n, Ir¨¢n, Turqu¨ªa, Grecia¡±. Ese fue el camino, de unos 6.000 kil¨®metros, que sigui¨® de un modo u otro, siempre ilegal, junto a sus tres hijos y mujer. Les supuso 16 d¨ªas y 5.000 euros. Estaci¨®n de destino (deseada): M¨²nich.
Pasan las horas y el silencio del alba se pierde en el ruido del ajetreo en la plaza. Los vecinos no est¨¢n contentos, pese a que organizaciones sin ¨¢nimo de lucro, en batidas, se afanan en ayudar a los refugiados y contener su desesperaci¨®n. ¡°?A Espa?a no les van?¡±, pregunta un griego. Admite que ya le parecen muchos los llegados. Tres o cuatro polic¨ªas patrullan la plaza. El atardecer y la noche traen cansancio y hambre. Un tumulto se agolpa alrededor de un voluntario que reparte comida. En el caos, el repartidor acaba enzarzado a paquetazos con los m¨¢s j¨®venes de la fila. Estos se r¨ªen. Varios voluntarios, locales y for¨¢neos, se posicionan junto a los cubos de basura de Victoria. Es hora de limpiar.
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