Las lecciones del Holocausto
Un nuevo y provocador ensayo, 'Tierra negra', reexamina la barbarie de la II Guerra Mundial y establece paralelismos con la actual amenaza clim¨¢tica
Describir a Hitler como un antisemita o un racista antieslavo es subestimar el potencial de las ideas nazis: no eran prejuicios extremistas por casualidad, sino m¨¢s bien emanaciones de una cosmovisi¨®n coherente que conten¨ªa el potencial para cambiar el mundo. Su refundici¨®n de la pol¨ªtica y la ciencia le permit¨ªa plantear los problemas pol¨ªticos como si fuesen cient¨ªficos y los cient¨ªficos, como pol¨ªticos. De ese modo se situaba en el centro del c¨ªrculo e interpretaba todos los datos en funci¨®n de su proyecto de un mundo perfecto de derramamiento de sangre racial que s¨®lo se ve¨ªa corrompido por la influencia humanizadora de los jud¨ªos. Mediante la presentaci¨®n de los jud¨ªos como un defecto ecol¨®gico responsable de la discordia en el planeta, Hitler canaliz¨® las tensiones inevitables de la globalizaci¨®n. La ¨²nica ecolog¨ªa sensata consist¨ªa en eliminar a un enemigo pol¨ªtico; la ¨²nica pol¨ªtica sensata consist¨ªa en purificar la Tierra.
Si Hitler no hubiese iniciado la guerra mundial que lo empuj¨® a su propio suicidio, habr¨ªa vivido para ver el d¨ªa en el que el problema de Europa no fuese la escasez de alimentos, sino los excedentes. La ciencia ha proporcionado alimentos con tanta rapidez y en tanta abundancia que las ideas hitlerianas sobre la lucha perdieron buena parte de su resonancia.
En 1989, unos cien a?os despu¨¦s del nacimiento de Hitler, los precios mundiales de los alimentos eran la mitad que en 1939 ¡ªcuando ¨¦l inici¨® la II Guerra Mundial¡ª, a pesar del enorme incremento de la poblaci¨®n mundial y, por lo tanto, de la demanda.
Nuestra mala memoria nos convence de que somos diferentes de los nazis al ocultar los aspectos en que somos iguales
La idea del auxilio nos parece cercana; la ideolog¨ªa del asesinato, lejana. El p¨¢nico ecol¨®gico, la destrucci¨®n del Estado, el racismo colonial y el antisemitismo global pueden resultar ex¨®ticos. La mayor¨ªa de las personas en Europa y Norteam¨¦rica viven en Estados funcionales donde se dan por descontados los elementos b¨¢sicos de soberan¨ªa que preservaron las vidas de los jud¨ªos y de otras personas durante la guerra: la pol¨ªtica exterior, la ciudadan¨ªa y la burocracia. Despu¨¦s de dos generaciones, la revoluci¨®n verde [t¨¦rmino que refleja el importante incremento de la productividad agr¨ªcola entre 1940 y 1970] ha eliminado el miedo al hambre de las emociones de los votantes y de los discursos de los pol¨ªticos. Expresar abiertamente ideas antisemitas es un tab¨² en gran parte de Occidente. Alejados del nacionalsocialismo por el tiempo y la fortuna, nos es f¨¢cil rechazar las ideas nazis sin contemplar c¨®mo funcionaron. Nuestra mala memoria nos convence de que somos diferentes de los nazis al ocultar los aspectos en que somos iguales.
Despu¨¦s de que la lucha de Hitler por el Lebensraum [espacio vital] fracasara con la derrota final alemana en 1945, la revoluci¨®n verde satisfizo la demanda en Europa y en gran parte del mundo, proporcionando no s¨®lo los alimentos necesarios para la mera supervivencia f¨ªsica, sino una sensaci¨®n de seguridad y unas expectativas de plenitud. Sin embargo, ninguna soluci¨®n cient¨ªfica es eterna; la decisi¨®n pol¨ªtica de apoyar a la ciencia permite ganar tiempo, pero no garantiza que las decisiones futuras sean las buenas. Es posible que nos estemos aproximando a otro momento decisivo, de alg¨²n modo similar al que los alemanes afrontaron en los a?os treinta.
Es posible volver a ver a los jud¨ªos como una amenaza; tambi¨¦n a los musulmanes y a los homosexuales
Puede que la revoluci¨®n verde, quiz¨¢s el adelanto que m¨¢s distingue a nuestro mundo del de Hitler, se est¨¦ acercando a su techo. Esto se debe no tanto a que haya demasiadas personas en la Tierra como a que un n¨²mero cada vez mayor de sus habitantes exigen provisiones de alimentos cada vez mayores y con m¨¢s garant¨ªas. La producci¨®n mundial de cereales por c¨¢pita alcanz¨® su nivel m¨¢ximo en la d¨¦cada de 1980. En 2003, China, el pa¨ªs m¨¢s poblado del mundo, se convirti¨® en importador neto de cereales. En el siglo XXI, las reservas mundiales de cereales jam¨¢s han sobrepasado unos cuantos meses de suministro. Durante el caluroso verano y las sequ¨ªas de 2008, los incendios en los campos de cultivo obligaron a los principales proveedores de alimentos a interrumpir totalmente las exportaciones, y se produjeron motines populares en Bolivia, Camer¨²n, Costa de Marfil, Egipto, Hait¨ª, Indonesia, Mauritania, Mozambique, Senegal, Uzbekist¨¢n y Yemen. En 2010, los precios de los productos agr¨ªcolas se volvieron a disparar, lo que ocasion¨® protestas, revueltas, limpiezas ¨¦tnicas y la revoluci¨®n en Oriente Pr¨®ximo.
Aunque no es probable que en el mundo se agoten los alimentos por completo, s¨ª es posible que las sociedades m¨¢s ricas vuelvan a preocuparse por las provisiones futuras. Sus ¨¦lites podr¨ªan verse de nuevo frente a decisiones sobre c¨®mo definir la relaci¨®n entre la pol¨ªtica y la ciencia. Como Hitler demostr¨®, la fusi¨®n de las dos abre una v¨ªa a una ideolog¨ªa que puede parecer explicar y resolver la sensaci¨®n de p¨¢nico.
En un contexto de masacres similar al Holocausto, puede que los l¨ªderes de un pa¨ªs desarrollado se dejasen llevar o indujesen el p¨¢nico ante una escasez futura y actuasen de forma preventiva, se?alando a un grupo humano como fuente del problema ecol¨®gico y destruyendo otros Estados deliberada o accidentalmente. No hace falta ning¨²n argumento convincente para que se considere una cuesti¨®n de vida o muerte, tal y como muestra el ejemplo nazi, tan s¨®lo una convicci¨®n moment¨¢nea de que una acci¨®n dr¨¢stica es necesaria para conservar un estilo de vida.
Parece razonable preocuparse por el hecho de que el segundo significado del t¨¦rmino Lebensraum, que concibe el territorio de otras personas como h¨¢bitat, siga latente. En gran parte del planeta, el sentido predominante del tiempo se parece cada vez m¨¢s, en algunos aspectos, al catastrofismo de la ¨¦poca de Hitler. Durante la segunda mitad del siglo XX ¡ªlas d¨¦cadas de la revoluci¨®n verde¡ª, el futuro se dibujaba como un regalo que pronto recibir¨ªamos. Las dos ideolog¨ªas enfrentadas, el capitalismo y el comunismo, promet¨ªan una recompensa pr¨®xima y aceptaban el futuro como su terreno de competici¨®n. En los planes de las agencias gubernamentales, en los argumentos de las novelas y en los dibujos de los ni?os se preve¨ªa un futuro halag¨¹e?o, pero esta sensibilidad parece haber desaparecido. En la cultura de ¨¦lite, el futuro ahora se aferra a nosotros y viene cargado de complicaciones y crisis, repleto de dilemas y decepciones. En los medios de comunicaci¨®n vern¨¢culos ¡ªcine, videojuegos y novelas gr¨¢ficas¡ª el futuro se presenta como poscatastr¨®fico: la naturaleza se venga de forma que la pol¨ªtica convencional resulta irrelevante y reduce la sociedad a la lucha y la b¨²squeda de auxilio, la superficie terrestre se vuelve ind¨®mita; los humanos, salvajes, y cualquier cosa puede ocurrir.
El planeta est¨¢ cambiando de tal forma que las descripciones hitlerianas de vida, espacio y tiempo podr¨ªan parecer m¨¢s veros¨ªmiles. El aumento de cuatro grados previsto este siglo para las temperaturas medias globales podr¨ªa transformar la vida humana en gran parte del planeta. El cambio clim¨¢tico es impredecible, lo que exacerba el problema. Las tendencias actuales pueden inducir a error, ya que habr¨ªa que tener en cuenta los efectos provocados a su vez por estos cambios: si los casquetes glaciares se desmoronan, el calor del sol ser¨¢ absorbido por el agua del mar en vez de reflejado hacia el espacio; si la tundra siberiana se derrite, brotar¨¢ metano de la Tierra, lo que retendr¨¢ el calor en la atm¨®sfera; si la cuenca del Amazonas se ve despojada de su jungla, se producir¨¢ una emisi¨®n masiva de di¨®xido de carbono.
Poseer grandes terrenos sin cultivar ha situado a ?frica en el centro de los planes asi¨¢ticos de seguridad alimentaria
Cuando parece que se han roto las reglas normales y que se han pulverizado las expectativas, se puede bru?ir la sospecha de que alguien (los jud¨ªos, por ejemplo) ha desviado de alg¨²n modo la naturaleza de su propio cauce. Un problema de escala verdaderamente planetaria, como lo es el cambio clim¨¢tico, requiere obviamente soluciones globales; una aparente soluci¨®n es definir un enemigo global. El Holocausto se diferenci¨® de otros episodios de asesinatos masivos y limpieza ¨¦tnica en que la estrategia alemana ten¨ªa como objetivo el asesinato de todos los ni?os, las mujeres y los hombres jud¨ªos. La ¨²nica raz¨®n por la que esto era concebible es porque los jud¨ªos eran considerados los creadores e instigadores de un orden planetario corrupto. Es posible volver a ver a los jud¨ªos como una amenaza universal, tal y como efectivamente son vistos por formaciones pol¨ªticas cada vez m¨¢s importantes de Europa, Rusia y Oriente Pr¨®ximo; lo mismo podr¨ªa ocurrir con los musulmanes, los homosexuales u otros grupos.
El cambio clim¨¢tico como problema local puede provocar conflictos locales; el cambio clim¨¢tico como crisis global podr¨ªa plantear la exigencia de v¨ªctimas globales. En las dos ¨²ltimas d¨¦cadas, el continente africano ha proporcionado algunos indicios sobre c¨®mo ser¨¢n estos conflictos locales y pistas sobre c¨®mo podr¨ªan convertirse en globales. Se trata de un continente de Estados d¨¦biles. En condiciones de hundimiento del Estado, las sequ¨ªas pueden provocar cientos de miles de muertes a causa del hambre, como sucedi¨® en Somalia en 2010.
El cambio clim¨¢tico tambi¨¦n puede aumentar la probabilidad de que los africanos encuentren razones ideol¨®gicas para matar a otros africanos en ¨¦pocas de aparente escasez. En el futuro, ?frica podr¨ªa convertirse tambi¨¦n en el escenario de una competici¨®n global por la obtenci¨®n de alimentos, quiz¨¢s acompa?ada de justificaciones ideol¨®gicas globales.
?frica formaba parte del pasado colonial alem¨¢n cuando Hitler lleg¨® al poder. La conquista de este continente fue la ¨²ltima etapa de la primera globalizaci¨®n de la ¨¦poca en que f¨¹hrer era un ni?o. Fue en el ?frica subsahariana donde los alemanes y otros europeos volvieron a aprender sus lecciones sobre la raza. Ruanda es un artefacto resultante de la contienda y posterior desbandada de Europa en ?frica en general y en el ?frica alemana oriental en particular. La divisi¨®n de su poblaci¨®n en los clanes de los hutus y los tutsis representaba el t¨ªpico m¨¦todo europeo de gobierno: favorecer a un grupo con el fin de gobernar al otro. No ten¨ªa ni mayor ni menor sentido que la idea de que los polacos y los ucranianos pertenec¨ªan a una raza distinta que los alemanes, o de que se deb¨ªa reclutar a los eslavos de los campos de concentraci¨®n para que colaborasen en la matanza de los jud¨ªos. Los africanos de hoy d¨ªa pueden aplicar, y de hecho aplican, divisiones y fantas¨ªas raciales entre s¨ª, igual que hicieron los europeos con los africanos en las d¨¦cadas de 1880 y 1890, y los europeos con los propios europeos en las d¨¦cadas de 1930 y 1940.
La masacre en Ruanda sirve como ejemplo de respuesta pol¨ªtica a una crisis ecol¨®gica a escala nacional
La masacre en Ruanda sirve como ejemplo de respuesta pol¨ªtica a una crisis ecol¨®gica a escala nacional. Al agotamiento de la tierra cultivable a final de los ochenta le sigui¨® un descenso de las cosechas en 1993. El Gobierno reconoci¨® que la superpoblaci¨®n era un problema y comenz¨® a buscar la forma de exportar su propia poblaci¨®n a pa¨ªses vecinos. Se enfrentaba a un rival pol¨ªtico asociado con los tutsis cuyos planes de invasi¨®n conllevaban la redistribuci¨®n de valiosas granjas. La medida gubernamental de animar a los hutus a matar a los tutsis en 1994 fue todo un ¨¦xito en las zonas con escasez de tierras: la gente que quer¨ªa tierras denunciaba a sus vecinos. Los perpetradores afirmaban actuar movidos por el deseo de apropiarse de tierras y por el miedo a que otros lo hicieran antes que ellos. Durante la campa?a de asesinatos, los hutus no dudaron en matar tutsis, pero cuando ya no quedaban m¨¢s tutsis, los hutus comenzaron a matar a otros hutus, y a quedarse con sus tierras. En vista de que los tutsis hab¨ªan sido favorecidos por las potencias coloniales, los hutus que los asesinaron pudieron camuflar su actuaci¨®n bajo el mito de la liberaci¨®n colonial. Entre abril y julio de 1994, fueron asesinadas al menos medio mill¨®n de personas.
El hambre en Somalia y la masacre en Ruanda son muestras atroces de las posibles consecuencias que el cambio clim¨¢tico puede generar en ?frica. La primera ejemplifica la muerte provocada directamente por el clima, y la segunda, el conflicto racial resultante de la interacci¨®n del clima y la creatividad pol¨ªtica. Puede que el futuro albergue la tercera y m¨¢s temible posibilidad: una interacci¨®n entre la escasez local y una potencia colonial capaz de extraer alimentos y a la vez exportar ideolog¨ªa global. A pesar de los esfuerzos de los propios africanos por obtener acceso a terrenos cultivables y agua potable, su continente se presenta como la soluci¨®n a los problemas de seguridad alimentaria de los asi¨¢ticos. La combinaci¨®n de unos derechos de propiedad d¨¦biles, unos reg¨ªmenes corruptos y el hecho de poseer la mitad de los terrenos a¨²n sin cultivar del planeta ha situado a ?frica en el centro de los planes asi¨¢ticos de seguridad alimentaria: los Emiratos ?rabes y Corea del Sur han intentado hacerse con el control de grandes franjas de Sud¨¢n; a estos pa¨ªses se les han unido Jap¨®n, Qatar y Arabia Saud¨ª en los esfuerzos constantes por comprar o arrendar terrenos agr¨ªcolas; y una empresa de Corea del Sur ha intentado arrendar la mitad de Madagascar.
Tener conciencia de la historia permite reconocer las trampas ideol¨®gicas y genera escepticismo sobre las exigencias de acci¨®n inmediata porque de repente todo haya cambiado.
En el caso del cambio clim¨¢tico, sabemos lo que puede hacer el Estado para domesticar el p¨¢nico y aliarse con el tiempo, sabemos que es m¨¢s f¨¢cil y menos costoso obtener alimento de las plantas que de los animales, sabemos que las mejoras en la productividad agr¨ªcola siguen adelante y que es posible desalinizar el agua del mar, sabemos que la eficiencia energ¨¦tica es la forma m¨¢s sencilla de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sabemos que los gobiernos pueden asignar un precio a la contaminaci¨®n por di¨®xido de carbono y pueden comprometerse unos con otros para reducir las futuras emisiones y para revisar mutuamente dichos compromisos; tambi¨¦n sabemos que los Gobiernos pueden estimular el desarrollo de las tecnolog¨ªas energ¨¦ticas apropiadas: las energ¨ªas solar y e¨®lica son cada vez m¨¢s baratas, la energ¨ªa de fusi¨®n, de fisi¨®n avanzada, la mareomotriz y los biocombustibles no alimentarios ofrecen una esperanza real de una nueva econom¨ªa energ¨¦tica. A largo plazo, necesitaremos t¨¦cnicas para capturar y almacenar el di¨®xido de carbono de la atm¨®sfera. Todo esto no es s¨®lo concebible, sino factible.
Los Estados deber¨ªan invertir en la ciencia para poder contemplar el futuro con serenidad. El estudio del pasado apunta a por qu¨¦ ¨¦ste ser¨ªa un camino acertado. El tiempo respalda el pensamiento, el pensamiento respalda el tiempo; la estructura respalda la pluralidad, y la pluralidad, la estructura.
Timothy Snyder es profesor de Historia en la Universidad de Yale y autor de Tierra negra. El Holocausto como historia y advertencia (que publicar¨¢ esta semana Galaxia Gutenberg), del cual este ensayo est¨¢ extra¨ªdo y adaptado.
Traducci¨®n de Irene Oliva Luque.
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