La miseria imposible de ocultar en el centro de Buenos Aires
El Ayuntamiento de la capital argentina coloca plantas y vallas para aislar las chabolas de la autopista
Es casi imposible no verla, pero algunos lo logran. En el coraz¨®n de Buenos Aires, a 200 metros del barrio m¨¢s caro de la capital argentina y un centro comercial de lujo, resiste dictaduras, crisis, recuperaciones y reca¨ªdas. Est¨¢ all¨ª como un recuerdo permanente de que estamos en Latinoam¨¦rica, por mucho que algunos barrios chic de Buenos Aires quieran desmentirlo. Es la Villa 31, incrustada entre el tren y la autopista, m¨¢s viva que nunca. Nadie pudo acabar con ella. Ahora se intenta disimular. El ayuntamiento ha colocado vallas, mallas de metal y plantas para separar la autopista de la villa. En teor¨ªa, se pretende proteger a los vecinos y evitar que las casas literalmente se monten sobre los coches. Pero muchos, abajo, creen que quieren aislarles y conseguir que los automovilistas no les vean. Es casi imposible, la villa es enorme. Pero algo tapa.
La 31 ha doblado su poblaci¨®n en la ¨²ltima d¨¦cada. Ya viven all¨ª entre 40.000 y 50.000 personas. Nadie lo sabe con certeza. Pero mientras arriba, en la autopista, la villa se difumina, abajo la realidad es cada d¨ªa m¨¢s dura. Una guerra entre bandas narco, peruanos contra paraguayos, ha dejado cinco muertos en un mes, el ¨²ltimo de solo 14 a?os. Un r¨¦cord incluso para esta zona donde el asesinato no es algo raro, aunque siempre fue m¨¢s tranquila que la 1-11-14, la villa m¨¢s dura. ¡°La situaci¨®n est¨¢ al rojo vivo. Los narcos quieren marcar territorio ahora que entra un Gobierno nuevo. Y mientras aqu¨ª abajo perdemos a nuestro chicos adictos al paco [pasta base de coca¨ªna], que mezclan con silacina, una droga para caballos, all¨ª arriba tratan de hacer un bosque para que desde la autopista no se vea nuestra pobreza. Quieren tapar el sol con un dedo¡±, se lamenta Jorge, que lleva 40 a?os viviendo en la villa, tiene dos hijos drogadictos y con su organizaci¨®n ¡°S¨ª a la vida¡± trata de sacar a ni?os de la droga.
La ciudad de la que fue alcalde Mauricio Macri ocho a?os y que ahora dirige su mano derecha, Horacio Rodr¨ªguez Larreta, tiene planes para la Villa 31. Un proyecto de integraci¨®n en la ciudad que promete ser uno de los hitos de su gesti¨®n. Diego Fern¨¢ndez, secretario de integraci¨®n urbana y social de la Ciudad de Buenos Aires, rechaza cualquier cr¨ªtica las plantas que desde la autopista tratan de cubrir la villa. ¡°La ciudad no tiene ninguna voluntad de ocultar la villa 31 sino de integrarla¡±, asegura. Es cierto que es imposible esconderla, y las plantas no lo logran. Fern¨¢ndez asegura que todo se hizo con consenso de los vecinos, hartos de que les cayera de todo desde la autopista. Entre la malla de metal asoman ya nuevas construcciones y antenas de televisi¨®n. Los coches pasan a dos metros de la puerta de un ba?o donde la intimidad es una quimera.
Jorge camina entre las calles sucias y la mara?a de cables de luz, tel¨¦fono, televisi¨®n. Saluda a todos. Un cartel de ¡°Macri presidente¡± recuerda la presencia de la gente del exalcalde de Buenos Aires y ahora presidente. Macri gan¨® las elecciones tambi¨¦n en la 31, con la gran promesa de acabar con el narcotr¨¢fico. Casi nadie lo ve posible aqu¨ª abajo.
Gabriel, que dirige una oficina del Ministerio de Justicia en plena villa, donde ayudan a la gente con problemas, lo tiene claro. ¡°Este es un lugar perfecto de exclusi¨®n. Aqu¨ª est¨¢n los que trabajan en las casas y oficinas de los ricos del centro. Los que las limpian, las construyen, los que cuidan a los hijos, a los abuelos¡±. Un reguero humano sale cada ma?ana de la villa hacia el centro, a pocos metros. La mayor¨ªa son trabajadores extranjeros que no pueden permitirse otra vivienda. Aqu¨ª se alquila barato aunque no tanto -1.500 pesos (110 d¨®lares) una habitaci¨®n sin ba?o- pero sobre todo no se paga impuestos, ni luz, ni agua, y nadie pide avales ni papeles, el gran problema para los extranjeros y los m¨¢s pobres. Todo es alegal en la 31. Lleva aqu¨ª desde los a?os 30, pero son terrenos ocupados y todo est¨¢ te¨®ricamente prohibido.
Muchos temen que alg¨²n d¨ªa todos estos terrenos se entreguen a la especulaci¨®n. Tiene una de las mejores ubicaciones de la ciudad, cerca del r¨ªo de la Plata. ¡°Si los mueven de aqu¨ª necesitar¨¢n otra bolsa de exclusi¨®n y que sea c¨¦ntrica¡±, ironiza Gabriel, que tambi¨¦n cree que la soluci¨®n ¡°est¨¦tica¡± de las plantas no sirve m¨¢s que para disimular el desastre.
Nadie cree en serio que se pueda sacar a 40.000 personas de ah¨ª. Solo los militares se atrevieron durante la dictadura y fracasaron. Se crearon otras villas y la gente poco a poco volvi¨® a la 31. ¡°Pusimos un poste ac¨¢ y prometimos no pasar de all¨¢. Pero despu¨¦s todo se ocup¨® otra vez¡±, recuerda Jorge, que lleva 40 a?os en una casa a pocos metros de ese poste original donde vende zapatos y muestra a los ni?os el horror de la droga que vive en casa.
Marta, otra hist¨®rica de la villa, que ayuda a los discapacitados, coincide en que todo se ha complicado ¨²ltimamente. ¡°Llevo aqu¨ª desde 1983 y est¨¢ peor que nunca. Yo vend¨ª mi casa para poder sacar a mis hijos de la villa, y lo logr¨¦. Pero yo sigo, ahora alquilo, quiero estar aqu¨ª y ayudar a la gente. Vend¨ª mi casa en negro, como hacemos todos, aqu¨ª no hay papeles de nada, se vende de palabra¡±, cuenta Marta. En la villa tambi¨¦n hay clases y explotaci¨®n de unos sobre otros. ¡°La villa es para gente pobre, no para que algunos vivan de los pobres. Hay muchos que salieron de aqu¨ª, viven en barrios privados en tremendas casas y aqu¨ª alquilan la suya. Hacen mucho dinero, todo en negro. Los que pasan por la autopista no quieren vernos pero estamos aqu¨ª y necesitamos ayuda¡±, clama Marta. Hay casas de cinco alturas, llenas de habitaciones, y la construcci¨®n no se frena nunca.
Ella tambi¨¦n es muy cr¨ªtica con la propia gente del barrio, que no lo cuida. De las casas m¨¢s altas cae agua sucia directa a la calle. ¡°Se lo digo siempre, si pasa un ciego le cae todo, vivimos en una villa pero podemos vivir mejor, pero no me hacen caso¡±, se desespera Marta. Todo es negocio en la villa 31. Un cartel enorme que se ve desde la autopista anuncia una compa?¨ªa de tel¨¦fonos para los de arriba. Abajo, por instalarlo all¨ª, esa compa?¨ªa paga 6.000 pesos al mes a la jefa de esa manzana.
En el camino de entrada a la villa, al lado de la principal estaci¨®n de trenes de Buenos Aires, Retiro, el mundo cambia. Quedan atr¨¢s las espectaculares avenidas de la capital, con sus ¨¢rboles centenarios y sus mansiones de otra ¨¦poca, hoy embajadas, y empiezan las calles sucias, con colchones en el suelo donde duermen los adictos al paco, que deambulan como zombies. Son parte del paisaje. Cables, escaleras de caracol imposibles para los pisos m¨¢s altos y cumbia villera. Son los grandes protagonistas del d¨ªa a d¨ªa de esta miniciudad. Hay algunos peque?os intentos por humanizar este campamento, como una cancha de f¨²tbol que inaugur¨® el propio Macri. Pero casi no hay sitio, siempre llega gente nueva y hay que construir, ocupar.
En teor¨ªa no se puede entrar con material de construcci¨®n a la villa, est¨¢ prohibido. Pero no est¨¢ claro qui¨¦n debe impedirlo. Delante de la polic¨ªa, mientras paseamos por la villa, varios obreros suben y bajan baldes con cemento y ladrillos para construir m¨¢s pisos. La villa crece. ¡°Yo no s¨¦ c¨®mo entran el material pero esto sigue creciendo. Ac¨¢ hay de todo, lo que necesites lo encuentras. Y no pagas luz, ni impuestos, ni nada. Ahora, te regalo esta vida. Yo estoy ac¨¢ todos los d¨ªas y nunca vivir¨ªa en la villa. Es muy duro¡±, asegura una de las agentes.
Emanuel, uno de estos polic¨ªas, lleva cuatro a?os recorriendo la villa a diario y es muy pesimista. Son 40 efectivos para 40.000 personas. ¡°Ac¨¢ la vida no vale dos mangos. La gente no sale de ac¨¢, va a trabajar y vuelve, este es su mundo. Vemos de todo, violaciones, asesinatos, trata de personas. En este boliche [se?ala un bar en El Play¨®n, el coraz¨®n de la noche de la 31] ten¨ªan explotada a una nena, la prostitu¨ªan. All¨¢ [se?ala un piso alto] hab¨ªa un puesto de venta de droga que desmantelamos. No pasa nada, a nadie le importa. Esto va a peor, cada vez hay m¨¢s pobreza¡±, se lamenta. A su lado, Andresa, una veterana vecina, es un poco m¨¢s optimista. ¡°Antes aqu¨ª no hab¨ªa ni polic¨ªa, ahora est¨¢n todo el d¨ªa, estamos un poco mejor. Nos pusieron cloacas, agua, luz. Hay mucho narco, pero las calles est¨¢n m¨¢s tranquilas, nos enteramos al d¨ªa siguiente de que se matan entre ellos¡±.
Una ambulancia intenta entrar en la 31, justo bajo la autopista. Es el ¨²nico lugar con sem¨¢foros, uno a la entrada y otro a la salida. Pero no los respetan. El colapso es la norma. Para pasar, la ambulancia tiene que lograr que cuatro coches den marcha atr¨¢s bajo los pilares de la autopista, una maniobra lenta y complicada. Cada metro est¨¢ ocupado, las casas crecen como enredaderas alrededor de los pilares. Arriba los coches van a 80 por hora cada vez m¨¢s ajenos a la villa. Pero abajo todo va despacio. La 31 no es un lugar para urgencias.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.